¿Qué diferencia hay entre el conocimiento de las cosas y el conocimiento de sí mismo?

En el mundo en el que estamos inmersos, lo más común es la ‘ignorancia de sí mismo’. Se podría decir que pocos se hacen la pregunta de: ¿Quién soy yo?
Ignorarse equivale, por un lado, a olvidarse de las cosas del alma, distraerse. Por otro, dirigir toda nuestra atención hacia el beneficio, la apropiación y la dominación del mundo exterior, las cosas y la gente.
Convertirse es volver a lo que el Mal ha trastocado. Se trata de salir de lo exterior para volver dentro de sí, pues la misma sed de poseer las cosas y someter a los demás tiene como contrapartida la incapacidad de poseerse y dominarse.
Entrando dentro de nosotros mismos conseguimos que nuestro interior, que era lánguido y vaporoso, se convierta en denso e iluminado. Nuestro propio conocimiento es unificador e irradiante, a diferencia de cualquier otro conocimiento, ya que el conocimiento de cualquier cosa exterior no afecta en nada al propio objeto.
Ahora bien, un conocimiento de sí que sea lúcido, e inclusive iluminado, pero que fuese impotente y pasivo sería insuficiente y falaz. El verdadero conocimiento del verdadero yo se demuestra por la realeza del centro irradiante, de su influjo ordenador y pacificador, incluso sobre los propios instintos y las funciones del cuerpo. Como bien dice Lanza del Vasto: “En un cierto sentido, la posesión de sí precede al don de si, ya que no se puede dar aquello que no se tiene… Hace falta que la desposesión esté presente en todos los pasos y todos los esfuerzos hechos para obtener esta posesión” (Vida interior i no-violencia, Publicacions de l’Abadia de Montserrat 1992, 76).
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