¿Qué importancia tiene para nosotros la Belleza?

A Dios no llegamos por la vía de la abstracción, de la búsqueda filosófica, sino del encuentro, ya que siempre el momento más fecundo de la existencia humana se gesta en una relación de encuentro donde alumbramos el sentido de nuestra existencia. De ahí la importancia del silencio contemplativo.
Hay que señalar que desde el comienzo de nuestra vida el encuentro es nuestro “elemento vital”. Martin Buber afirma categóricamente que “toda vida verdadera es encuentro” (Cf. Yo y tú, Caparrós, Madrid 1995), donde las dos realidades protagonistas dejan de ser distantes, externas, extrañas y ajenas, aun permaneciendo distintas, creando un lugar propio común. Y cuando este encuentro se da entre personas se crean vínculos que dan lugar a realidades sociales.
Así, como afirma Alfono López Quintás: “Toda persona que se encuentra con la figura excelsa y entrañable de Jesús percibe en ella la presencia gloriosa del Padre, con quien está unido filialmente, y cuya inmensa bondad, verdad y belleza refleja con toda fidelidad” ( El enigma de la belleza, DDB, Bilbao 2016, 63). De esta manera, del encuentro con el Señor podemos obtener energía suficiente para amar a cualquier persona por alta que sea la negatividad que exprese.
Y cuando nos encontramos con el “gran arte”, éste nos lleva a acudir a la fuente de toda belleza, como nos indica Benedicto XVI: “El arte es capaz de expresar y hacer visible la necesidad del hombre de ir más allá de lo que se ve, manifiesta la sed y la búsqueda de lo infinito. Incluso es como una puerta abierta al infinito, hacia una belleza y una verdad que van más allá de lo cotidiano. Y una obra de arte puede abrir los ojos de la mente y del corazón, empujándonos hacia lo alto” Castel Gandolfo, 31 de agosto de 2011). Así, si nos alejamos de este tipo de belleza, el ser humano se verá privado del conocimiento del bien y de la verdad, que son “las dos hermanas de la belleza” (Hans Urs Von Balthasar, Gloria. Una estética teológica I: La percepción de la forma, Encuentro, Madrid 1985, 22-3), pues en un mundo sin belleza el bien pierde su fuerza atractiva y la verdad pierde su contundencia.
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