Un místico ruso, Grigori Y. Rasputín.

El post de hoy viene a cuento que cierto abanderado desafortunado ha tildado de idiotas a las gentes sencillas aunque seguro que poco cultas, que creyeron en los poderes de uno de los místicos más populares de la Iglesia Ortodoxa Rusa de principios del siglo XX. Si hubiera conocido un poco los méritos del monje en su tiempo, no se habría insinuado lo que se ha insinuado.
No tengo en primer lugar devoción ninguna por Rasputín, en todo caso admiración y demasiada curiosidad. Si se conoce de su biografía que antes de lanzarse como místico, fue un vulgar ladrón. Un día lo detienen y en penitencia lo mandan 3 meses a un monasterio donde vuelve cambiado. Durante un tiempo se enrola en una secta ortodoxa que creía fervorosamente que para llegar a la redención era necesario experimentar el dolor de los pecados y fruto de su sectaria experiencia se convierte en un mujeriego de primera. El caso es que se casa, tiene tres hijos y no contento siente una necesidad de recorrer mundo y peregrinar a los santos lugares de donde vuelve más culto, más cambiado y más místico que como se fue.
De fuerte personalidad, gran orador y grandes ambiciones, emigra a San Petersburgo paseando por sus calles donde gana una grandísima fama de adivino, curandero y de místico. Un buen día conoce a Anna Viruboba, a través de la cual conoce a la Zarina Alexandra y al Zar Nicolás II. Hasta ahí quedaría la cosa sino fuese porque Rasputín mediante sus oraciones y sus palabras era capaz de curar más efectivamente las hemorragias del hijo de los zares, el zarevich Alexei. El caso es que mientras los médicos lo pasaban canutas, Rasputín lo conseguía con sus artes inexplicablemente, gracias a lo cual el zarevich logró llegar a una edad que ya era bastante milagrosa para un hemofílico de su tiempo. Por ello su fama creció, y su influencia en los zares y su trato directo con el pueblo llano, teniendo predilección por ayudar a los más pobres, lo convirtió enseguida en uno de los elementos más queridos y admirados, aunque cosechando enemigos poderosos en la familia de los Romanov.
Se le atribuye a él poderes de videncia y sanación, no solo física sino incluso espiritualmente. Sea como sea, y dados sus extraños éxitos su influjo en la familia real fue enorme, y esto fue lo que provocó su asesinato.
Ocurrió que un buen día el príncipe Félix Yusupov, junto al Gran Duque Demetrio Romanov, deciden quitárselo de encima. Lo llamaron al palacio, le dieron de beber y de comer hasta hartarse, no faltando en la comida el tan clásico cianuro. El problema era que el tragaba, se emborrachaba a más no poder, y no se moría. Viendo esto decidieron asesinarlo tiroteándolo, y así lo hicieron, pero dado que ni con varios disparos se moría, lo remataron con un disparo en la cabeza y acto seguido arrojaron su cuerpo al río. Lo curioso de esta muerte es que la autopsia reveló que los disparos no le produjeron la muerte sino que murió ahogado.
Con su muerte la zarina descubrió, muy a su pesar, que los días de la familia real estaban contados. Rasputín antes de morir dejó una profecía: “Si me mata el pueblo viviréis y reinareis durante largo tiempo, si me mata un miembro de la familia real, tendréis los días contados”.
Se podrá decir lo que quiera sobre Rasputin y el pueblo de Rusia, pero el abanderado debería informarse mejor antes de emitir ese absurdo juicio sobre una figura en la que creían con fervor religioso sus amplísimos seguidores. Como bien sabrá el abanderado, no son pocos los católicos que se encomiendan incluso a una astilla de la cama del Padre Pío o a un viaje a Fátima o a Lourdes. En mi caso yo me encomiendo al sagrado corazón de Jesús y debo decir que mano de santo, aun no olvido como mi difunta bisabuela de estar una vez malísima pensando todos que se moría, le coloqué una estampita del sagrado Corazón debajo de la almohada y al día siguiente se levantó hambrienta de la cama y con bastante genio dijo a sus hijas: “Dios no se acordará de mi, pero vosotras si por querer matarme de hambre”.
El respeto a los símbolos religiosos que el pide, que se lo aplique él mismo y más antes de faltar a quien fuera un símbolo de la religiosidad popular del pueblo Ruso. Lo que Padre Pío era en Italia, Rasputín lo fue en su día en Rusia. Y como dije, devoción por Rasputin no tengo, pero si admiración porque resulta sorprendente que la fama de curandero que tenía, se la había ganado por méritos propios. Ya me dirán como sino se puede curar con palabras el sangrado de un hemofílico.