"Habrá un cielo nuevo y una tierra nueva" La comunidad del resucitado (1): una casa común con vida y esperanza

Un camino amplio y procesual, la pascua nos invita a dar pasos en la dirección de lo último la casa común de la fraternidad universal. Reparadas las redes nos toca ahora crear más vínculos de fraternidad verdadera, es lo que más necesita el mundo, la naturaleza, la sociedad. La fraternidad viva y esperanzada ha de ser la respuesta alegre y positiva que lancemos a un mundo cansado y triste. Ahora más que nunca necesitamos de la alegríay de la esperanza sanadora y consolodora. 

 La comunidad del resucitado: nuestra casa común llena de vida y de esperanza.

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Tiempo pascual. El acontecimiento de la resurrección de Cristo nos reconfigura en la comprensión de la realidad, de nuestra propia vida, de la creación, de la comunidad, del sentido de la totalidad. A partir de Cristo resucitado la esperanza del ser humano se abre de par en par a un misterio alumbrado que espera plenitud: “la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”, sí la “Vida eterna”, este es el verdadero contenido de la esperanza a la que apuntan todas nuestras esperas.

Este tiempo litúrgico pascual viene, cada año, para ayudarnos a profundizar en dicho misterio esperado y esperanzado. Son muchos los caminos, las sendas por las que podemos transitar acompañados por el Señor resucitado, inagotables para nuestros pasos cortos, y llenos de riqueza y de gozo, las rutas que traen la calma y la tranquilidad, el sosiego a los que andamos cansados y agobiados buscando alivio. Ya estamos en este tiempo y este año se nos invita a redescubrir nuestra esperanza en el camino de la comunidad, en el tejido de las redes que se fundamentan en la verdadera fraternidad cristiana, la que incluye y no excluye, la que ha descubierto el gozo del nosotros universal, donde nadie queda marginado y todos se sienten hermanos de la naturaleza creada como hogar y cobijo de toda la familia humana.

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La reflexión escatológica de nuestro credo cristiano nos recuerda que el contenido de nuestra esperanza no es la espera de resurrecciones individuales, sino de un acontecimiento único y universal, comunitario, donde nuestras personas alcanzarán la plenitud de su ser en todas las dimensiones, en su ser naturaleza, en su ser personal y en su dimensión comunitaria, coronados con una comunión total en el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu, en el corazón de la Trinidad, nuestro horizonte es la unidad consumada. Entonces todos, junto a toda la creación, seremos en Cristo, que es nuestro alfa y nuestro omega, en él nos adentraremos en el absoluto de lo divino trinitario, no podemos dejar de repetirlo en nuestra fe y en nuestra liturgia de la esperanza: “Por Cristo, con El y en El, a Ti Dios padre omnipotente en la unidad el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos”. 

Si el comienzo de la creación es principio y fundamento de la unidad de todo lo creado y de todas las criaturas, mucho más lo es el horizonte esperado que se nos ha prometido en la resurrección de Cristo: Si por un hombre entró el pecado, cuanto más por Cristo nos ha llegado la vida, la promesa de la unidad viva en el amor de Dios, por la nueva creación, resucitada en El. Sí, en Cristo Resucitado estamos llamado a la unidad de lo eterno, nuestro destino último es la unidad radical que se fundamenta en el amor, por eso la fraternidad es horizonte de trascendencia, contenido de la esperanza, motor de toda nuestra vida y compromiso de toda nuestra existencia. Vivimos para la comunión, nuestra vida solo tiene sentido entrenándose y avanzando por la senda de la comunión en el cuerpo y en la sangre de Cristo, en la fecundación de la historia con el espíritu de los hermanos en la verdad.

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Nuestro caminar histórico se resuelve en la capacidad de partir el pan y tener conciencia viva de la sangre de la nueva alianza que nos une para la eternidad, ahí se realiza y se descubre radicalmente nuestro yo real, ahí en medio del nosotros universal. Todo paso dado hacia la comunión, hacia la construcción de un nosotros total, será material de edificación de eternidad y permanecerá para siempre. Lo eterno es todo aquello que está construido desde el Dios que es amor y se ha manifestado en Cristo. Ninguna acción que provoca comunión y proximidad en lo humano y lo terreno quedará desechada o infecunda. Ahí está nuestro horizonte de vivencia de la fe y de testimonio del resucitado. La construcción de la fraternidad con los sentimientos de Cristo crucificado y resucitado es ya presencia de lo esperado y señal de lo que está por venir. Es fruto del poder de la resurrección de Jesús de Nazaret.

¿Cómo adentrarnos en este misterio de resurrección y fraternidad de Cristo? ¿Cómo avanzar y experimentar este encuentro con El? ¿Cómo ser Iglesia misionera y enviada por El? ¿Cómo vivir la sinodalidad de este Cristo viviente glorioso? ¿Cómo hacerlo en las heridas de lo humano para resucitar con él?

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