Desde la delegación de migraciones Mërida-Badajoz La oración en el caminar del migrante

La oración en el caminar del migrante
La oración en el caminar del migrante Jose Moreno Losada

Me pide Hugo que dé luz a esta reflexión personal sobre la dimensión orante con su familia. Hace unos meses llegó a Badajoz y con él vamos haciendo camino y comunidad, fieles al documento de la Conferencia episcopal española sobre "comunidades acogedoras y misioneras", en la pastoral de migración. 

Tenemos mucha tarea  y mucho por descubrir las comunidades cristianas.

La oración: fuerza en el camino del migrante


La vida del migrante es un camino lleno de incertidumbres, despedidas y esperanzas, dejar la tierra natal significa soltar lo conocido para lanzarse a lo desconocido, cargando un equipaje de emociones que se debe sobrellevar cada día para no perder el propósito del viaje. En ese tránsito, donde la soledad, el cansancio y el miedo se hacen presentes, la oración se convierte en refugio y fuerza, sosteniendo cada paso firme bajo la luz del Maestro Jesús, que ilumina el camino de los forasteros que, por diversas circunstancias, han debido salir de la tierra que los vio nacer.


El salmista nos recuerda: “El Señor es mi pastor, nada me falta. En verdes praderas me hace descansar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas” (Sal 23,1-3). Esta promesa de acompañamiento divino es la que sostiene a quienes caminamos en busca de una vida más digna para nuestras familias.


La oración nos da paz en medio del cansancio, esperanza cuando las puertas se cierran y confianza cuando todo parece oscuro. Jesús mismo nos enseñó: “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá” (Mt 7,7). Como migrantes, aprendemos que cada súplica se convierte en un escalón para seguir adelante. Pedir, buscar y llamar no son solo verbos espirituales, sino también la descripción del camino de quienes parten en busca de dignidad y esperanza: piden porque reconocen su necesidad; buscan porque no se resignan a la injusticia; llaman porque confían en que habrá una puerta abierta.


La Palabra, en este sentido, revela dos dimensiones inseparables:
1era.- Promesa de Dios: el migrante no está solo; su clamor llega al corazón divino, que asegura respuesta, encuentro y acogida.
2da.- Responsabilidad humana: quienes escuchan este Evangelio están llamados a ser mediación concreta de esa promesa, abriendo puertas, acompañando búsquedas y respondiendo con justicia y compasión.
De este modo, el texto no se reduce a una invitación espiritual intimista, sino que se convierte en un mandato comunitario y profético: la hospitalidad no es opcional, es condición del Reino. En cada migrante que pide, busca y llama, resuena la voz de Cristo mismo que nos interpela: “Tuve hambre y me diste de comer, fui forastero y me recibiste”.


Pero la oración no es pedir sino más bien agradecer; es también escuchar, en el silencio del corazón, en las largas jornadas de espera o incertidumbre, descubrimos que Dios habla, anima y confirma que no nos abandona. Orar es dejar que su Espíritu renueve nuestras fuerzas, como dice Isaías: “Los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas, volarán como las águilas, correrán y no se fatigarán, caminarán y no se cansarán” (Is 40,31).


La oración es además comunión: nos une con quienes dejamos atrás y nos acerca a quienes encontramos en el camino. Cada Ave María, cada Padrenuestro, es un lazo invisible que enlaza corazones dispersos en distintas tierras, recordándonos que en Cristo todos somos una sola familia, aunque la distancia duela, la oración derriba fronteras y nos hace sentir en casa allí donde el amor de Dios se manifiesta.
En nuestro camino, descubrimos que Dios no solo escucha, sino que actúa a través de personas concretas que se convierten en puentes de amor y solidaridad, así lo vivimos con el Arzobispado de Mérida-Badajoz (España), cuando, en medio de la tormenta que atravesábamos como tantos migrantes venezolanos desplazados por la situación política, después de varios días de oración, el Señor nos guio a contactarlos. Entonces apareció nuestro primer ángel, Ana Belén Caballero Bravo, quien con gran amabilidad nos brindó información y comenzó a edificar ese puente, enlazándonos con nuestro segundo ángel, el Padre José Moreno, quien lo completó con la fortaleza de una muralla que aseguró nuestra llegada a Badajoz.
Esta experiencia nos permite demostrar que la generosidad y la fe fueron instrumentos de Dios para conducirnos a puerto seguro. El apoyo, la oración y la entrega recibidos nos recuerdan que la Iglesia es madre y que en cada gesto de acogida se refleja el rostro vivo de Cristo.


El migrante revive la experiencia de Abraham, llamado a salir de su tierra y confiar en la promesa: “Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré” (Gn 12,1). Esa confianza en la promesa es lo que nos sostiene en medio de las dificultades.


Finalmente, hoy, desde Badajoz, elevamos nuestra voz de gratitud a Dios por guiarnos, por no soltarnos de su mano y por regalarnos hermanos y hermanas en la fe que nos acompañan en este nuevo comienzo. Que nunca olvidemos que la oración es el hilo invisible que une nuestra vida con el corazón de Dios y nos da la certeza de que jamás estamos solos. Autor: Hugo José Parada Leal

Volver arriba