"Ser antisistema no es gritar contra todo; es construir alternativas" Menos palabras y más compromiso: la revolución de las manos embarradas
"Hay grupos que tienen una energía formidable para organizar manifestaciones o encuentros festivos —y bienvenida sea esa energía—, pero después cuesta muchísimo encontrar continuidad en el compromiso real: en el voluntariado constante, en dar tiempo, en sostener procesos, en implicarse en causas que requieren esfuerzo, paciencia y sacrificio"
Cuando hablo de coherencia y compromiso, no me refiero sólo a los jóvenes que protestan o a quienes se quedan en la superficie del activismo. Me refiero también —y con la misma fuerza— a quienes, desde una pseudo-fe, viven instalados en una espiritualidad desencarnada, llena de fervorines y emociones pasajeras"
"Hoy necesitamos una revolución de coherencia. Una revolución que pase de la queja a la acción, del grito a la ayuda concreta, del “no me gusta el mundo” al “voy a trabajarlo con mis manos”. Una revolución que entienda que las causas justas no se defienden solo con eslóganes, sino con vidas comprometidas"
"Hoy necesitamos una revolución de coherencia. Una revolución que pase de la queja a la acción, del grito a la ayuda concreta, del “no me gusta el mundo” al “voy a trabajarlo con mis manos”. Una revolución que entienda que las causas justas no se defienden solo con eslóganes, sino con vidas comprometidas"
Vivimos un tiempo donde la protesta se ha vuelto algo cotidiano. Vemos a muchos jóvenes inquietos, sensibles, que levantan la voz, que salen a la calle, que interpelan. Y eso es valioso: significa que no son indiferentes. Significa que tienen pulso, que no les da igual la injusticia, que les duele lo que pasa en el mundo.
Pero junto con ese despertar necesario, también vemos una contradicción que preocupa: mucha reivindicación, mucho grito, mucha pancarta… y poca perseverancia. Hay grupos que tienen una energía formidable para organizar manifestaciones o encuentros festivos —y bienvenida sea esa energía—, pero después cuesta muchísimo encontrar continuidad en el compromiso real: en el voluntariado constante, en dar tiempo, en sostener procesos, en implicarse en causas que requieren esfuerzo, paciencia y sacrificio.
Porque, digámoslo claro: la protesta sin compromiso se vuelve espuma. Hace ruido, salpica, impresiona un instante… pero se escurre enseguida.
Hay toda una generación —y ahí me incluyo— que se ha dejado la piel durante años, que ha sostenido proyectos, acompañado personas, levantado comunidades, ayudado a transformar realidades con las manos, con el tiempo, con la vida misma. Y siguen ahí, sin grandes pancartas, sin hashtags, sin fotos, pero sumando cada día.
Ese es el verdadero voluntariado. Ese es el activismo que cambia el mundo. Ese es el antisistema más radical: el de la coherencia.
Porque ser antisistema no es gritar contra todo; es construir alternativas. No es quemarlo todo; es arriesgarse a crear.No es decir “esto está mal”; es estar dispuesto a poner el cuerpo para que esté bien. No es “no a todo”, sino es si a las alternativas constructivas, al diálogo y al respeto.
De nada sirve denunciar si no hay manos embarradas. De nada sirven las grandes palabras si no hay pequeñas acciones perseverantes. De nada sirve incendiar si después, con los años, uno termina siendo bombero de sus propios incendios, porque descubre que lo único que transforma es aquello que se sostiene en el tiempo.
Hoy necesitamos una revolución de coherencia. Una revolución que pase de la queja a la acción, del grito a la ayuda concreta, del “no me gusta el mundo” al “voy a trabajarlo con mis manos”. Una revolución que entienda que las causas justas no se defienden solo con eslóganes, sino con vidas comprometidas.
Menos palabras. Más compromiso. Menos humo. Más manos embarradas.
Porque el futuro no lo van a hacer quienes más griten, sino quienes más se entreguen. Y ahí está, todavía, el gran desafío y la gran oportunidad.
Y cuando hablo de coherencia y compromiso, no me refiero sólo a los jóvenes que protestan o a quienes se quedan en la superficie del activismo. Me refiero también —y con la misma fuerza— a quienes, desde una pseudo-fe, viven instalados en una espiritualidad desencarnada, llena de fervorines y emociones pasajeras, pero sin un compromiso real con la vida ni con el dolor del prójimo.
Porque la auténtica espiritualidad cristiana no es evasión, ni refugio emocional, ni un rincón para cerrar los ojos a la realidad. La verdadera espiritualidad es encarnación. Es manos en el barro, corazón atento, mirada abierta. Es aquella fe que ya nos lo dijo con claridad meridiana en su carta Santiago -2,18- : “Muéstrame tu fe sin obras y yo, por mis obras, te mostraré mi fe.”
Por eso pongo en duda —y con muchos interrogantes— esos movimientos emergentes que viven de euforias piadosas, de alabanzas sin compromiso, de oraciones que no se traducen en obras. Porque una fe que no sirve para transformar, para amar, para ayudar, para ponerse al lado del que sufre… es una fe que no sirve para nada.
La fe sin compromiso, también es humo. La fe con obras es Reino.
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