Alcalá de Henares, un largo y fecundo proceso de siglos docentes 'La Magistral' de Alcalá

Catedral de Alcalá de Henares
Catedral de Alcalá de Henares

"En 1998 la Unesco decidió declarar el “Conjunto Universitario de Alcalá de Henares, Ciudad Patrimonio de la Humanidad”, nadie dudó de que se intentaba premiar un largo y fecundo proceso de siglos docentes"

"La Universidad cisneriana contaba con su fuero, su policía, cárcel propia, un Colegio Mayor y siete Colegios Menores, hospital, biblioteca y hasta una finca arbolada para el recreo de profesores y alumnos"

"El Colegio es el principal edificio de Alcalá. Es monumental. Del Palacio Episcopal, referir que su fachada es bellamente renacentista, con galería italiana, obra de Covarrubias"

"En la plaza de los Santos Niños, se alza la catedral, cuyo título de 'Magistral' significa que sus todos sus miembros debían ser profesores universitarios y su abad, algo así como su vice-rector"

"El templo se edificó en el lugar en el que fueron degollados los niños mártires Justo y Pastor. Fue elevado a la categoría de colegiata y reedificada por Cisneros, con tres naves, portada plateresca, en gótico tardío"

"En Alcalá de Henares podría ser capítulo importante de reflexión eclesial la reforma que patrocina el papa actual, y que patrocinara en sus tiempos el también 'franciscano' cardenal Cisneros"

Cuando el año 1998 la Unesco decidió declarar el “Conjunto Universitario de Alcalá de Henares, Ciudad Patrimonio de la Humanidad”, nadie dudó de que se intentaba premiar un largo y fecundo proceso de siglos docentes, en los que la Iglesia había sido su inspiradora principal. Iniciado el proceso en los “Estudios Generales“, creados por el rey Sancho IV en 1293, alcanzó su cenit con la fundación efectuada por el Cardenal Cisneros, cuyo Colegio de san Ildefonso fue su embrión el año 1495, siendo tarea elemental y de obligado cumplimiento hacer del mismo, y con toda justicia, punto de referencia ineludible antes y después de visitar la catedral, apodada “La Magistral de San Justo”.

El Colegio es el principal edificio de Alcalá. Es monumental. Su fachada es tal vez la muestra de estilo plateresco más importante de España, obra de Rodrigo Gil de Hontañón, construido entre los años 1541-1553. El patio de santo Tomás de Villanueva lo finalizó Juan Gómez de Mora, discípulo que fue de Juan de Herrera. Desde el patio Trilingüe, así llamado porque eran tres las lenguas habituales en las aulas universitarias –latín hebreo y griego-, se accede al paraninfo o aula magna, cubierta su techumbre con preciosista lacería morisca. Mención artística y reverencial demanda la famosa cátedra plateresca polícroma que preside el conjunto. En la adjunta capilla se hallan el sepulcro de Antonio de Nebrija y el del Cardenal Cisneros, diseñado este por el florentino Domenico Francelli, el mismo que realizó el de los Reyes Católicos, en la Capilla Real de Granada.

Patio de santo Tomás
Patio de santo Tomás

Del cardenal Ximénez de Cisneros,(1436-1517), regente de España y arzobispo de Toledo, baste decir que se adelantó en gran parte a la reforma que necesitaba la Iglesia, y de la que se apropiaría Martín Lutero. La formación del clero, el estudio e interpretación de la Biblia, el esfuerzo porque el humanismo cristiano desplazase al escolasticismo tradicional hasta entonces imperante en la Iglesia, y la formación de élites dentro de la misma, instó al Cardenal a que el primer curso académico se iniciara ya en 1508, logrando además que la Universidad – su Universidad- no dependiera jerárquicamente de los soberanos, y tan necesitados de reforma, como los todopoderosos arzobispos de Toledo, sino de la Corona y del Papa. La Universidad cisneriana era como un mundo aparte, que contaba con su fuero, su policía, cárcel propia, un Colegio Mayor y siete Colegios Menores, hospital , biblioteca y hasta una finca arbolada para el recreo de profesores y alumnos.

Todo este conjunto confirma y justifica la declaración por parte de la Unesco, de “Patrimonio de la Humanidad”, así como el elenco de profesores y alumnos que pasaron por sus aulas, de entre los que destacan, por citar algunos, Calderón de la Barca, Quevedo, Antonio Pérez, Juan de Austria, Tirso de Molina, Mateo Alemán, san José de Calasanz, santo Tomás de Villanueva, san Ignacio de Loyola, Antonio de Nebrija, Arias Montano, Juan de Mariana, san Juan de la Cruz, el doctor Vallés, Jovellanos, María Tadea Quintana de Guzmán , “la doctora de Alcalá”, y sin olvidar que en la misma ciudad nacieron Miguel de Cervantes, Manuel Azaña y tantos ilustres vecinos y “obras”, como la impresión de la “Biblia de Alcalá”.

Aula Magna del paraninfo
Aula Magna del paraninfo

Del Palacio Episcopal, y como corresponde informar antes o después de dirigirnos a la catedral, es preciso referir que su fachada es bellamente renacentista, con galería italiana, obra de Covarrubias, en la que llama la atención el escudo barroco del Cardenal Luis de Borbón, hijo de Felipe V. El palacio, de origen remoto, tal vez de los tiempos de los arzobispos toledanos Cardenal Ximénez de Rada, o los del también Cardenal Tenorio, con su torreón guerrero de estilo mudéjar, se halla en la calle del Cardenal Sandoval y Roja.

Y, por fin, en la plaza de los Santos Niños, se alza el edificio de la catedral, cuyo título de “Magistral” comparte con la de san Pedro de Lovaina en Bélgica, y que significa que sus miembros debían ser todos ellos profesores universitarios y su abad, algo así como su vice-rector o “cancelario”. El templo se edificó en el lugar en el que fueron degollados los niños mártires Justo y Pastor. La iglesia fue elevada a la categoría de colegiata y, reedificada por Cisneros, con tres naves, portada plateresca, en gótico tardío, es obra de Pedro Gumiel. En la cripta se conservan y veneran las reliquias de los niños “martirizados por orden impía del pretor Daciano, el año del Señor 306”. En una de las capillas catedralicias se conserva la urna con las reliquias de san Diego y el cáliz de Cisneros. Enfrente a la catedral se ubica la llamada “Casa de la Entrevista”, en la que es fama que Isabel la Católica y Cristóbal Colón “hablaran del asunto de las Indias”, tal y como certifica un documento del Archivo de Simancas!

Catedral de Alcalá de Henares

Canónigos y más

Y aquí y ahora, precisamente en la universitaria y episcopal Alcalá de Henares, con tantos recuerdos cardenalicios por calles, plazas, monumentos religiosos, iglesias, monasterios y conventos, localizables en el callejero municipal, pienso que podría ser capítulo importante de reflexión eclesial la reforma que patrocina el papa actual, y que patrocinara en sus tiempos el también “franciscano” cardenal Cisneros.

El tema estaría relacionado con los canónigos, “La Magistral”, y su razón de ser y actuar hoy en el esquema canónico y administrativo de la Iglesia. Para tal reflexión podría elegirse el convento de santa Úrsula, fundado por el sevillano Gutiérrez de Cetina, de la escuela petrarquista, que intentó seguir a Garcilaso de la Vega y que pasó a la antología de la poesía renacentista con su famoso madrigal de “¡ojos claros serenos/, si de un dulce mirar sois alabados/ ¿por qué si me miráis/, miráis airados?”

Como casi siempre, y también en la Iglesia, al principio no fue así. Los canónigos –“cánon” significa “regla o precepto “- constituían un grupo de sacerdotes o frailes, que formaban una comunidad que vivían en la misma mansión del obispo, de vida austera, y cuyo destino o ministerio era el de colaborar con el prelado de la diócesis en la administración de los bienes eclesiásticos, disponiendo de un fondo común. Como tales rentas llegaron a suponer, en la mayoría de los casos, pingües y cuantiosas rentabilidades, el canonicato fue aspiración de los nobles –“secundones”- que no tuvieron dificultad, sino todo lo contrario, en vestir la sobrepelliz y la muceta, cuyo color era, y es, en conformidad con lo establecido en las respectivas diócesis.

Hay que reconocer que la relación por parte del diccionario con los canónigos, tanto el académico, como el vulgar, no fue, ni es, medianamente aceptable, sino todo lo contrario. Es anticlerical e impulsora de fama muy poco noble. Así describe con toda su autoridad académica el término “canonjía” como “prebenda por la que se pertenece al cabildo de la catedral o colegiata” y como “empleo de poco trabajo y bastante provecho”. “Prebenda”, refiere el diccionario, es “la renta aneja a un canonicato, u otro cargo eclesiástico, oficio o empleo lucrativo”.

Piensan ya no pocos que la sola aspiración al canonicato constituye una afrenta para la misma vocación sacerdotal, identificada de por sí con el servicio al pueblo, al margen o en contra de cualquier prebenda. Esta es, solo o fundamentalmente para el vulgo y para quienes en sus conversaciones hacen uso del diccionario, lo que en definitiva justifica este cargo o función en la Iglesia.

No obstante, tales temores son superados con complacencia al decidirse a aceptar tal cargo u oficio, dado que las rentas-beneficios en la actualidad sean homologables con el resto del clero diocesano, con excepción de tratamientos, honores y prerrogativas tanto eclesiásticas como sociales.

El asesoramiento a los obispos fue y es ya agua pasada, del que ellos prescinden, dicen que guiados por la conciencia, con frecuente alusión al Espíritu Santo, una más de las que se invocan en todo lo relacionado con la dignidad episcopal, sin descartar su misma elección en la que, por supuesto, ni los canónigos, ni los sacerdotes, ni el pueblo de Dios participaron de ninguna manera.

Por lo que respecta a la posible justificación de la existencia de los canónigos en su relación con el canto sagrado en los actos de culto y horas canónicas, sería mejor que los licenciaran de tal menester, por lo que cantan y cómo lo cantan. Es difícil – imposible- que tales cantos les sean gratos a Dios, ni ejemplares para los devotos que asisten a los actos de culto. Más que adorar a Dios, le ofenden.

Servir de “retablos” al obispo en las solemnes celebraciones litúrgicas, tampoco puede justificar la existencia de los canónigos, así como el particular o colectivo servicio al altar ni al testimonio clerical. Cuando los canónigos sean también “canónigas”, lo del “retablo” resultará aún más anacrónico.

El ropaje y el título de “Dignidad” y de “Muy Ilustre Señor” que les son adscritos, a muy pocos sacerdotes, les resultan atractivos para satisfacer sus aspiraciones canonicales de ninguna clase.

A parte del clero y del pueblo de Dios, el estamento canonical les parece totalmente ocioso. Algo similar ocurrió con los “beneficiados”, clérigos de rango inferior, que felizmente desaparecieron de las catedrales, y con ellos, discriminaciones absurdas y nada ejemplares. Por razones de estética, les sugerimos a los “Muy Ilustres Señores” los canónigos, que promuevan algo así como una moción capitular, para impedir que su cargo eclesiástico se haya convertido en marca de chocolate con su correspondiente alusión a lo dulce y amable de matinales refrigerios.

La desaparición de los muy ilustres canónigos, tal y como aconteció con los “pobrecitos beneficiados”, sería deseable y eclesial que se registrara cuanto antes.

Quijote

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