Los pobres son la Estrella

Esto es lo que me ha salido para las homilías de hoy y de mañana. Por si os sirve; ¡FELIZ NAVIDAD!

Dios destinó al ser humano a la salvación, ¡ese es su sueño! Y quiso asegurarse de que somos capaces de vivir de manera que podamos ser felices, así que pensó algo increíblemente original: ¡hacerse un hombre para enseñarnos! Una cosa que, si la pensamos un poco, no cabe en cabeza… ¡Dios, eterno, todopoderoso… es un ser humano como nosotros!

Pero no es sólo eso; podía Dios haber elegido un palacio para venir a la tierra, como alguien “importante” (que sin duda lo es)… pero entonces todo habría sido distinto. La historia de Dios entre nosotros es la crónica de un abajamiento que comienza esta noche y culmina la noche del viernes santo… «Aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». El niño ha nacido como un excluido, dice Pagola. Sus padres no le han podido encontrar un lugar acogedor. Su madre lo ha dado a luz sin ayuda de nadie, en medio de una angustiosa inseguridad. Ella misma se ha valido, como ha podido, para envolverlo en pañales y acostarlo en un pesebre.

Así nace Dios; tan pequeño y débil como cualquier bebé, y además amenazado por la indigencia de los sin techo… un bebé que nace en la calle. Los pañales no son una señal que apunte a algo divino, a poder o a majestad… los pañales son símbolo de la máxima fragilidad humana, que experimentamos tanto en los inicios de nuestra vida como en su final (esto lo dice Pepe Moreno). El pesebre no es un trono real… es donde come el ganado; y en él comienza Dios su aventura entre los hombres. No lo encontraremos en los poderosos sino en los débiles. No está en lo grande y espectacular sino en lo pobre y pequeño.

Porque Dios nace en una pura necesidad; Dios necesita de nosotros. Dios está en quien tiene una necesidad, se esconde en esa carencia, en ese sufrimiento, en esa precariedad. Como un bebé, Dios depende de los cuidados y del cariño de sus padres, necesita ser querido para salir adelante. Así es Dios: tan pequeño que reclama nuestra atención, nuestro servicio…

Para los cristianos, las raíces de nuestra fe están en Belén. Abrir los ojos para buscar a Dios es encontrar a los más débiles de nuestro mundo: los más pobres han de ser referencia para nosotros, ellos son la estrella que nos indica la presencia de Dios, y en la medida en que nos acercamos a ellos nos acercamos al Niño. Si mirásemos la tierra desde el espacio, Dios nace hoy en lugares como África, la estrella estaría sobre Burkina Faso o sobre Zimbabwe; si hacemos zoom hacia nuestro pueblo, la estrella nos indica la presencia de Dios en las casas donde hay necesidad, lágrimas, derrota, soledad…

Nuestro seguimiento del Niño sólo es auténtico si nos comprometemos con los pequeños; si nuestra solidaridad es permanente, efectiva y comunitaria. Eso es lo que Dios quiere de nosotros, por encima de credos, religiones y rituales; porque la solidaridad con los pobres es la manera evangélica de decir «Dios» en nuestra vida. Y sólo cuando “decimos” a Dios con nuestra vida somos verdaderamente humanos y felices.

César L. Caro
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