Milagro total

Pocas horas después de poner, por primera vez,  pie en Colombia, viajaba  desde Cartagena de Indias a Sincelejo en bus, lleno de bote en bote. Una señora que llevaba un brazo desnudo sobresaliendo del lateral por una ventanilla, gritó: Señor chofer, alguien se va meando allá arriba. Es agua del Santo Gregorio, comentó el chofer a grito pelado. La señora, puso las dos manos para recoger el agua y se ungió desde la cabeza hasta los pies metiéndose las manos por todas partes. Cuando paramos para tomar un refrigerio, me acerqué al chofer y le pregunté: ¿Quién es ese santo? Un médico que con el dinero que cobrara a los ricos compraba medicinas para los `pobres. ¿En dónde se puede conseguir de esa agua?, le pregunté. “En la vaca llevó micos en sacos y, de vez en cuando, hacen sus necesidades”, comentó. Me dije: alguien al margen del mundo en que vivió con cierto descuido no del todo descuidado. Luego, en viajes por todo el país, comprobé la sencilla y sincera devoción de todo el mundo al Santo Gregorio. Aquel entrar, tan simpático como poco frecuente,  en contacto con Gregorio lo sentí como una llamada. Desde entonces, soy un devoto más del Santo que el pueblo, por el milagro total  de su vida, canonizó desde siempre.  

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