El hombre moderno vendió su alma al diablo para llegar a ser un creador (Goethe, Fausto), y proclamó la muerte de Dios (Nietzsche, Así habla Zaratustra). Entonces, delante del cadáver divino, se proclamó a sí mismo creador, pero su maravillosa creación empezó a devorar y destruir todo lo que al hombre era más querido (M. Shelle, Frankenstein). A pesar de todo, creyó que habitaba el mejor de los mundos y que había encontrado la felicidad (A. Husley, Un mundo feliz). El tiempo pasó, y él mismo se convirtió en monstruo (Kafka, Metamorfosis), vacío completamente (T. Mann La montaña mágica), y se dio asco (Sastre, La nausea). Entonces, el hombre descubrió con amargura que es un ser caído, expulsado del paraíso y arrojado en el mundo, cuyo horizonte existencial es la muerte, límite y punto final de todo (M. Heidegger, Ser y tiempo).