La Congregación de la Purísima Sangre conmemora los 475 años del Santo Entierro Noviembre se viste de Semana Santa en Tarragona con la procesión más antigua de Cataluña

El paso y algunos cofrades
El paso y algunos cofrades Flama

La tarde del 22 de noviembre tiñó las calles estrechas de la Part Alta de Tarragona de un ambiente inusual: la solemnidad propia del Viernes Santo avanzaba entre guirnaldas navideñas y escaparates iluminados que ya anunciaban el Adviento. En este escenario de estaciones superpuestas, la Real y Venerable Congregación de la Purísima Sangre convocó una procesión extraordinaria para conmemorar los 475 años del Santo Entierro, la procesión documentada más antigua de Cataluña

Un hito patrimonial e histórico que, en esta ocasión, llegaba cargado de expectativas que no todos interpretaron del mismo modo

(Agencia Flama).- La tarde del 22 de noviembre tiñó las calles estrechas de la Part Alta de Tarragona de un ambiente inusual: la solemnidad propia del Viernes Santo avanzaba entre guirnaldas navideñas y escaparates iluminados que ya anunciaban el Adviento. En este escenario de estaciones superpuestas, la Real y Venerable Congregación de la Purísima Sangre convocó una procesión extraordinaria para conmemorar los 475 años del Santo Entierro, la procesión documentada más antigua de Cataluña; un hito patrimonial e histórico que, en esta ocasión, llegaba cargado de expectativas que no todos interpretaron del mismo modo.

En la plaza del Rei, minutos antes del inicio, el aire templado —más amable de lo que se esperaba tras una semana de frío— contrastaba con los nervios contenidos que algunos congregantes reconocían como “los de cualquier Viernes Santo”. La imagen de las banderas preparadas, de los Armats en formación y de los pasos de la Flagelación y del Cristo de la Humillación listos para salir reforzaba la idea de que la ciudad estaba a punto de presenciar un acontecimiento excepcional, tanto por su carga simbólica como por la controversia previa que había despertado.

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Aniversario solemne en medio de polémica latente

La convocatoria de la procesión no fue recibida con unanimidad entre las cofradías tarraconenses. La fecha, tan tardía en el calendario litúrgico, generó reticencias en 4 de las 13 entidades, que declinaron participar alegando que una procesión de Semana Santa en noviembre desvirtuaba su sentido. Otras congregaciones, en cambio, interpretaron la celebración como un acto de ciudad que exigía presencia y compromiso, sobre todo en un aniversario de magnitud excepcional.

La procesión por las calles de Tarragona
La procesión por las calles de Tarragona Flama

En este contexto, la subprefecta Maria Grau reconocía que la preparación “ha sido un caos muy ordenado”, una expresión que ella misma utiliza para describir la tensión y, al mismo tiempo, la seguridad de un engranaje que conoce bien. Desde la plaza observaba el ambiente con una serenidad que solo transmite quien confía en el trabajo hecho: “Ver ahora la plaza llena es un gozo, especialmente en una efeméride así”, apuntaba. En su discurso se filtraba una mirada comprensiva hacia las cofradías que no han participado. Se aludía a menudo a las razones legítimas de cada una y a la voluntad de mantener abierta la puerta al respeto mutuo.

Desde el primer momento, Grau insistía en que la fecha no había sido escogida al azar: la proximidad con la festividad de Cristo Rey, “último margen antes de entrar en tiempo de Adviento”, justificaba un calendario que quería mantenerse fiel a la coherencia litúrgica. Y, aun así, el debate sobre la oportunidad de salir en procesión en noviembre planeaba sobre el séquito como un hilo de conversación permanente —un contraste que alimentaba, por un lado, la dimensión histórica de la jornada y, por otro, la sensación de romper hábitos arraigados.

Tradición, relevo y memoria compartida

El grupo humano que rodea a la Sangre encontró en esta procesión una oportunidad para verbalizar aquello que a menudo se da por descontado: que una tradición solo pervive si las generaciones la llenan de sentido. A pie de plaza, el congregante Josep Ramon Aixalà lo expresaba con palabras contundentes. Recordaba que en su familia “ya son cuatro generaciones vinculadas a la Sangre”, y remarcaba que, más allá de la fecha, lo que se celebraba era “cultura, historia y religiosidad”. “Pocas procesiones en el mundo pueden decir que llevan 475 años —reflexionaba Aixalà—, y hoy también estamos haciendo historia”. La idea del relevo generacional emergía con fuerza, no como advertencia, sino como un deseo que mira a los 500 años con esperanza.

Jóvenes cofrades
Jóvenes cofrades Flama

Entre los congregantes más jóvenes, la ilusión se combinaba con un sentido de responsabilidad. Elena Pineda veía en el acto “una manera bonita de celebrar aquello que es de todos los tarraconenses”; Marta Burillo, tambor en mano y una sonrisa de Santa Cecilia, reivindicaba que la música es parte esencial de esta tradición y que “la Semana Santa puede vivirse más allá de un calendario fijo”. Guillem Jiménez completaba el relato con una emoción sincera: participar pese al frío le parecía “muy importante”, casi una declaración de fidelidad a una pasión que lo mueve cada año.

También estaba el testimonio de los portantes, como el de Víctor Burgaleta, que definía el día como “bonito y diferente”, una ocasión para compartir camino con familia y amigos mientras se da vida a un paso que guía desde hace siglos. Palabras sencillas pero cargadas de autenticidad, que dejaban entrever el peso de un oficio que no puede explicarse sin experiencia.

Ecos de Viernes Santo

La procesión avanzó por las calles empedradas de la Part Alta con una solemnidad que sorprendía a los transeúntes que, quizá sin saberlo, se encontraban ante un fragmento vivo de la historia tarraconense. Una farmacéutica de la calle Major, que había decorado el escaparate esa misma tarde, se mostraba desconcertada y fascinada a la vez al ver pasar al Cristo y a los Armats ante su establecimiento: “No sabíamos nada de la procesión, y el contraste con las luces de Navidad es muy curioso”, afirmaba.

El paso
El paso Flama

Ese contraste se convertía, paradójicamente, en una de las claves estéticas de la jornada: una ciudad adelantada al Adviento acogiendo una liturgia de Semana Santa que rompía la lógica visual y emocional de las fechas. Pero el resultado, lejos de desorientar, generaba un relato propio: el recuerdo de que las tradiciones no siempre se explican desde el calendario, sino desde el peso simbólico que sostienen.

Un puente entre cinco siglos

La presencia de la Banda Musical Virgen del Consuelo del Vendrell evocaba, como destacaba la subprefecta, las etapas sonoras de la historia de la Sangre, cuando la Flagelación había sido acompañada por bandas de música en otras épocas. También la participación de la Hermandad del Santo Ecce Homo portando la bandera de la Flagelación añadía un gesto de reconocimiento a las raíces fundacionales de la Congregación.

A medida que la procesión avanzaba hacia la catedral, la ciudad se llenaba de un silencio propio de los rituales colectivos, mientras la eucaristía presidida por el arzobispo Joan Planellas culminaba un acto que, pese a mirar al pasado, planteaba el futuro de una tradición de 475 años y su relevo generacional; una posible respuesta se veía en los rostros jóvenes que sostenían instrumentos y en los portantes que compartían oficio con sus hijos y nietos.

Participantes en la procesión de todas las edades
Participantes en la procesión de todas las edades Flama

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