El delegado de pastoral para la Zona Centro de Madrid, en el Día Mundial de las Ciudades Santos Urías: "Las grandes ciudades y sus gentes son templos vivos para la Iglesia"
"Fomentar ciudades inteligentes centradas en las personas" es uno de los objetivos del Día Mundial de las Ciudades que promueve la ONU cada 31 de octubre
En este contexto, "la Iglesia tiene en la metrópoli una oportunidad muy bonita", afirma el delegado de Pastoral para la Zona Centro de Madrid, Santos Uría
"La Iglesia no es el templo, la Iglesia son las personas: En una gran ciudad, el abanico es muy amplio y muy rico"
"La Iglesia no es el templo, la Iglesia son las personas: En una gran ciudad, el abanico es muy amplio y muy rico"
(Archimadrid).- «Fomentar ciudades inteligentes centradas en las personas» es uno de los objetivos del Día Mundial de las Ciudades que promueve la ONU cada 31 de octubre. En este contexto, «la Iglesia tiene en la metrópoli una oportunidad muy bonita», afirma el delegado de Pastoral para la Zona Centro de Madrid, Santos Urías.
-Con motivo de este día, la ONU quiere subrayar la necesidad de poner a la persona en el centro, como protagonista de la ciudad. ¿Es realmente así, o la ciudad es un monstruo que lo devora todo, incluso a los vecinos que la habitan?
-Yo creo que tiene esa doble cara. No es blanco o negro. Donde se concentra mucha gente hay mucha propuesta de todo tipo y mucha vida en general. Pero a la vez hay elementos que puede ofrecer una gran ciudad que resultan deshumanizantes: anonimato, diferencia, gentrificación… todo eso está presente y hay que tenerlo en cuenta.
-Las grandes ciudades suelen tener mucha presencia de Iglesia. ¿Cuáles son los retos que afronta ante los fenómenos más negativos?
-La Iglesia tiene ahí una oportunidad muy bonita, porque siempre ha sido parte de la construcción del barrio, por decirlo así. Ha estado siempre en los momentos importantes de la gente, y en ese sentido nosotros tenemos el desafío de acompañar soledades no deseadas, romper un poco desde las comunidades cristianas los individualismos, dar más palabra a la dignidad de las personas, especialmente a quienes se encuentran en situaciones difíciles, o a los que viven en situaciones de exclusión o de calle… Junto con eso, también está la labor de generar espacios de espiritualidad y de contemplación, de despertar la necesidad de ritmos más adecuados frente al ritmo desenfrenado que llevamos, de promover el diálogo entre fe y cultura… En las grandes ciudades hay oportunidades para que la Iglesia tenga una presencia muy viva.
-En las metrópolis se está extendiendo un fenómeno preocupante: la expulsión de los vecinos en favor de los pisos turísticos. Madrid es un ejemplo. ¿Cómo responder a esta situación, tanto hacia los vecinos como hacia los turistas?
-En estos casos hay que basarse en la doctrina social de la Iglesia: todo lo que ayude a la dignidad de las personas hay que fomentarlo. En cambio, hoy hay emporios de vivienda que provocan dificultades para que jóvenes y familias puedan tener una casa, y eso va en contra de esa dignidad de la que hablaba. El turismo armonizado es bonito y una riqueza, pero hay que garantizar que la dignidad de la gente esté por encima de todo. La vivienda es un problema muy importante, y son las administraciones —municipales, autonómicas y estatales— las que tendrían que buscar soluciones conjuntas.
-¿Algún otro desafío?
-Tenemos el problema de las adicciones, de la salud mental, de la falta de niños…, que se amplifican en este entorno. La solución es ir más allá de los objetivos de producción o rendimiento, sino de que la gente pueda desarrollarse dignamente, siempre teniendo en cuenta a los que están más necesitados.
-Las iglesias y parroquias son como pequeñas lucecitas en los barrios, que ofrecen esperanza, sentido, pertenencia. ¿Cómo llevar esas luces al resto de las calles, para que no sean solo faros estáticos esperando a que la gente venga?
-La Iglesia no es el templo, la Iglesia son las personas: aquellos que vienen y participan en sus celebraciones y encuentros, aquellos que son del barrio y que están enfermos, solos o con inquietudes que no han resuelto. En una gran ciudad, el abanico es muy amplio y muy rico. Desde nuestra identidad, podemos ofrecer respuestas a esas búsquedas.
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