Son los dos grandes líderes del mundo global, y su relación, tras un comienzo titubeante, parece estabilizarse poco a poco. A falta de confirmación oficial, que podría darse en los próximos días,
el Papa de Roma, Benedicto XVI, y el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, se encontrarán, por fin, el próximo 10 de julio, a término de la reunión del G-8 que se celebrará en L'Aquila. Con muchos temas en la agenda.
¿Cuáles son? Desde la confirmación vaticana del
embajador propuesto por Estados Unidos (el teólogo Miguel Díaz), a la posición común que ambos mandatarios mantienen respecto al
conflicto árabe-israelí, con la petición expresa -efectuada primero por Benedicto en Tierra Santa, y después por Obama en El Cairo- de un
Estado palestino, pasando por el
diálogo necesario con el Islam o la globlización de las soluciones a la crisis.
Más allá de cuestiones puramente personalistas -
Obama y Ratzinger son dos figuras reconocibles en todo el orbe-, y sin querer establecer comparaciones -los ámbitos de autoridad son bien distintos- ambos personajes están llamados a ser -ya lo son, de hecho-,
dos símblos de la regeneración moral y ética de una sociedad en búsqueda y que, cada vez con mayor intensidad, reclama respuestas.
Y,
sin pecar de optimista, hay que tener esperanza: existen respuestas, y personas con responsabilidad dispuestas a afrontarlas, sin miedos ni prejuicios. Y Ratzinger y Obama parecen dos de ellos. Ojalá sea así.
baronrampante@hotmail.es