Jesús y la ley de Moisés (3). La religión de Jesús de Nazaret (II)

Hoy escribe Antonio Piñero

Manifestaba en mi post anterior mi extrañeza de que diversos autores cristianos afirmen que Jesús quebrantó explícitamente la ley de Moisés como anunciando su derogación. “No puede haber ninguna duda de que Jesús en su conducta transgredió ostentosamente una y otra vez el mandamiento del Antiguo Testamento sobre el sábado y la pureza ritual”, escribe Edward (¡Atención! no el famoso Albert) Schweitzer en su obra Jesus, de 1971, p. 32.

Si esto fuera así, habría que comenzar 1. por declarar como falsas las sentencias de Jesús que comentábamos en el post anterior (Lc 16,17 y Mt 5,17-18) que al menos reflejan el pensamiento global de Jesús al respecto.

2. Además, habría que dar una razón seria de por qué los primeros cristianos seguían observando cuidadosamente la Ley como testimonian los Hechos de los apóstoles en sus primeros capítulos (véase también 21,20: “Ya ves, hermano, cuántos miles y miles de judíos han abrazado la fe, y todos son celosos partidarios de la Ley”). No se explica este hecho en absoluto si Jesús hubiera declarado abrogada la ley mosaica sus primeros y fervientes seguidores, concentrados en la iglesia de Jerusalén, hubieran sido tan observantes de ella, tanto que a su dirigente principal, Santiago, le llamaban "el Justo"? (Fragmento de Hegesipo, recogido por Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica II 45-18. Del rabino Gamaliel se dice en Hechos 5,34 que veía con buenos ojos a los nazarenos. Esta frase sería imposible si los primeros creyentes en Jesús no hubieran sido observantes de la Ley (véase también Hch 22,12: Ananías era un hombre bien considerado por los judíos del lugar.)

Modernos autores judíos, que estudian la figura del Nazareno y que conocen mejor que nadie el fariseísmo de la época y el rabinato posterior de la Misná y del Talmud afirman con toda nitidez que no hay ni un sólo caso claro en el Evangelio en el que Jesús aparezca quebrantando la Ley. Tomemos los ejemplos más importantes y discutidos.

Las curaciones en sábado es el ejemplo usual para decir que Jesús quebrantó la Ley a sabiendas (Mc 3,1-6 y par.: curación del hombre con una manos seca; o Lc 13,10: curación del hidrópico; no hay paralelos en los otros evangelios).

A este argumento ha respondido G. Vermes con rotunda claridad: curar no era aún ningún trabajo en la época; luego Jesús no quebrantaba nada curando. “Los observadores hostiles descritos por los evangelios consideran inquietante el comportamiento de Jesús, pero nunca lo tachan de ilícito” (p. 39). Lo único que hace Jesús es algo típicamente fariseo –y luego rabínico-: escoger entre dos mandamientos en conflicto: A) la necesidad de salvar la vida y B) la obligación de guardar el sábado. Jesús, como la inmensa mayoría de los rabinos (hay excepciones, sin embargo, entre los más rigurosos de Qumrán) enseñan que el “mandamiento” de conservar la vida o salvarla tiene absoluta prioridad. Jesús es consecuente con ello. Cierta flexibilidad propia de los fariseos -como ha señalado E. P. Sanders en Jesús y el judaísmo, Trotta, Madrid, 2004, es la que el Nazareno parece mostrar en estos casos en lo que parecen entrar en colisión una ley muy general y otra más concreta.

Otros rabinos de la época hicieron y enseñaron lo mismo. La flexibilidad cierta de Jesús frente a una interpretación estricta de algunos contemporáneos del descanso sabático debe enfocarse, según Vermes y muchos hoy están de acuerdo, desde el punto de vista del piadoso rabino carismático, del sanador y exorcista, para quien la curación de los enfermos, como manifestación del reino de Dios que viene, está por encima del mero cumplimiento, puntilloso según el parecer de otros, del descanso sabático.

El caso relatado por Mc 2,23-28 y par (Jesús y sus discípulos que pasan por un campo de trigo en sábado; éstos arrancan espigas y comen) es típico e ilustrativo, aunque sea considerado no histórico por algunos comentaristas, sino más bien un ejemplo didáctico. Personalmente me inclino más por la historicidad al menos del fondo. En este ejemplo tenemos de nuevo en juego la pugna de dos leyes: salvar la vida (= saciar el hambre, probablemente en un momento de huida del acoso del grupo por parte de Herodes Antipas) o cumplir estrictamente el sábado. Jesús escoge lo primero, como hizo David cuando comió nada menos que los “panes de la proposición” que eran estrictamente sagrados: contrástese Lev 24,5-9 con 1 Sam 21,1-7.

También pertenece a este apartado el célebre logion, "dicho", al que varias veces hemos ya aludido en postaless anteriores -“El sábado fue hecho para el hombre y no el hombre para el sábado” me parece que expresa claramente la libertad de Jesús y el respeto por el sábado, al igual que ocurre con otros rabinos posteriores (Vermes trae el caso de R. Simeón ben Menasías y otros que aparecen en textos rabínicos (Mekhilta, edición Lauterbach, pp. 198-199). Una observación de pasada: Mc 2,27.28 con la mención al “Hijo del Hombre” es considerado problemático por algunos al estimar que pudo ser en principio un pronunciamiento de un profeta cristiano “De modo que señor es el Hijo del Hombre también del sábado”. Dejamos por ahora este problema.

Hay un famoso pasaje, de Lc 9,59-60, que afecta de lleno a nuestra cuestión actual:

A otro dijo Jesús: «Sígueme.» El respondió: «Déjame ir primero a enterrar a mi padre.» Le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios» (Lc 9,59-60).


Para entender bien este pasaje hay que situarlo en el contexto del Evangelio. El texto completo reza:

Mientras iban caminando, uno le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas.» Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.» A otro dijo: «Sígueme.» El respondió: «Déjame ir primero a enterrar a mi padre.» Le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios.» También otro le dijo: «Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa.» Le dijo Jesús: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.» (Lc 9,57-62)


Se trata evidentemente de una selección y compendio sintético -sin indicación de circunstancia alguna por parte del Evangelista- de dichos de Jesús sobre la urgencia del "seguimiento", puesto que la venida del reino de Dios se piensa inmediata. Por tanto, tenemos que intuir por nuestra cuenta cómo dar cuerpo e imaginar alguna situación concreta de la vida de Jesús para entender lo mejor posible las palabras de éste.

Así pues, el caso de Lc 9,59-60/Mt 8,21-22 parece el más duro y difícil de todos. De este pasaje incluso E.P. Sanders, tan ecuánime y tan favorable a la pintura de un Jesús judío afirma que “Al menos una vez Jesús quiso decir que su seguimiento era superior a las exigencias de la piedad y de la Torá. Esto puede indicarnos que Jesús estaba preparado para desafiar la idoneidad de la economía mosaica si fuera necesario” (p. 367 de la edición española).

Mi opinión es que la sentencia en sí puede provenir de Jesús por la aplicación del “criterio de dificultad”, pero que no hay que entenderla al pie de la letra. La situación que pinta Lucas es puramente esquemática: ¿cómo comprender que a un individuo que debe enterrar a su padre –uno de los preceptos respecto a la piedad filial más sagrados del judaísmo- le va plantear Jesús que deje de observar el precepto precisamente por agregarse a los que le siguen en la preparación para el Reino que supone un cumplimiento exquisito, esencial y profundo de la Ley? Sería una contradicción palamaria. Por tanto, es preciso entender la sentencia en el plano metafórico-simbólico, a saber de un modo más o menos como la interpreta G. Vermes:

Si este individuo pretendía indicar de un modo un poco confuso y tímido que no uniría su suerte a la de Jesús de modo inmediato, y utilizaba su presunto deber filial de enterrar a su padre (¿viejo y enfermo?) como excusa de la dilación, no tendría por qué sorprender la áspera respuesta de Jesús. Deja que los "muertos" en sentido espiritual (es decir, los otros miembros de la familia que no han mostrado el menor interés por buscar la vida en el Reino de Dios) se cuiden de sus muertos, ya fallecidos realmente o a punto de falllecer.

En mi opinión es ésta una buena exégesis. Si se acepta la contraria Jesús no estaría sólo contraviniendo un precepto de la ley mosaica, sino nada menos que un mandamiento del Decálogo “Honra a tu padre y a tu madre”. Tal suposición en el marco de la religión y religiosidad de Jesús me parece imposible.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero
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