Mercado Panamericano




Probablemente, la última crisis económico-financiera desatada en América del Norte y que ha contagiado a todo el mundo, haya que buscarla unos años atrás. En la Cumbre de las Américas que se desarrolló en Quebec en 2001, con la intención de crear un Arca de Libre Comercio (ALCA).

Un Mercado Común Panamericano con más 800 millones de consumidores, que llevaba en sí el virus del neoliberalismo que le haría degenerar inevitablemente. Algunos economistas lo consideraron como el suicidio de América Latina o una forma de institucionalizar su dependencia económica y política del coloso del Norte.

Como sucede siempre que se celebran cumbres de este tipo, paralelamente a ella se organizó la Cumbre de los Pueblos, con más de 3.000 participantes provenientes de de 50 países, bajo la tutela de la Alianza Social y Continental creada en Bello Horizonte que agrupa a organizaciones sindicales y sociales americanas. Por paradójico que pueda parecer, esta última se acercaba más a la solución de los problemas que la primera. La fuerza de la verdad no siempre está del lado del que tiene más medios y poder.

Evidentemente, la solución de los problemas de América Latina no está en manos de unos pocos dirigentes políticos, sino en un nuevo sistema socioeconómico: el socialismo latinoamericano. Son muchos los pensadores, algunos ya asesinados, que localizan la pobreza de América del Sur en la absolutización de la riqueza, de la propiedad privada y de la seguridad nacional.

Aunque se admita que en la riqueza y propiedad privada hay aspectos positivos, sin embargo, su absolutización las convierte en ídolos a los que se sacrifican muchas vidas humanas. La injusta pobreza que hace indigna la vida de muchos ciudadanos no sólo se manifiesta en la carencia de bienes y servicios sociales, sino también en el subdesarrollo cultural, político y social que incapacita a los que la padecen para integrarse en la sociedad con plenos derechos.

De ahí que la realización de la justicia en América Latina no vendrá por la vía del libre comercio, que los mandatarios reunidos en Quebec consideraron una nueva modalidad del desarrollo. Es imposible devolverle su dignidad a los empobrecidos al margen de una profunda transformación en el orden socioeconómico. Así lo ha visto la teoría de la dependencia, que critica e intenta desenmascarar cómo la teoría del desarrollo empobrece aún más a los pueblos subdesarrollados.

La economía de mercado se basa en una lógica dual de ricos y pobres, en el que las demandas de la minoría rica acaban imponiéndose sobre las necesidades de las mayorías pobres y esto no puede justificarse desde la moral cristiana.

La doctrina social de la Iglesia, concretamente la encíclica Quadragesimo Anno de Pío XI dice: “A la libre concurrencia sucede la dictadura económica”. En nuestro tiempo, sigue diciendo el Papa, no sólo se acumulan riquezas, sino que también se acumula una descomunal y tiránica potencia económica en manos de unos pocos, que la mayoría de las veces no son dueños, sino sólo custodios y administradores de una riqueza en depósito, que ellos manejan a su voluntad y arbitrio. (QA 105)

¿Podrá Obama dar un cambio profundo al comportamiento insolidario de América del Norte con América Latina?

¿Tiene mucho futuro el neoliberalismo económico-financiero allí instalado y que se ha expandido en todo el mundo?

¿Cuál ha de ser la postura de la Iglesia ante un sistema que hace crecer mucho la riqueza entre una minoría y empobrece cada vez más a los pobres?
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