El símbolo luminoso de un cristianismo liberador radical San Romero de América, mártir por la justicia

"Estamos conmemorando el 108 aniversario del natalicio de monseñor de Oscar A. Romero, arzobispo de San Salvador (El Salvador) y el 45 aniversario de su asesinato"
"En efeméride tan significativa creo necesario recuperar la figura profética y de gran talla moral de Monseñor Romero, así como su compromiso religioso y político con la teología de la liberación, perseguida durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI y reconocida por el papa Francisco"
"Monseñor Romero sigue siendo hoy faro que ilumina la oscuridad del presente y transmite esperanza para la construcción de la utopía de 'Otro mundo posible'"
"Ofrezco el perfil humano, ético y religioso en el siguiente decálogo"
"Monseñor Romero sigue siendo hoy faro que ilumina la oscuridad del presente y transmite esperanza para la construcción de la utopía de 'Otro mundo posible'"
"Ofrezco el perfil humano, ético y religioso en el siguiente decálogo"
Estamos conmemorando el 108 aniversario del natalicio de monseñor de Oscar A. Romero, arzobispo de San Salvador (El Salvador) y el 45 aniversario de su asesinato. Poco después de su asesinato, Pedro Casaldáliga, poeta, profeta y obispo del Mato Grosso (Brasil) lo declaró “San Romero de América, pastor y mártir nuestro”. Sin embargo, tuvieron que pasar 38 años para que el Vaticano lo canonizara por iniciativa del papa Francisco, que tuvo que vencer la resistencia de un sector del episcopado salvadoreño contrario a la canonización y le sacó del ostracismo al que le habían sometido los papas anteriores.
En efeméride tan significativa creo necesario recuperar la figura profética y de gran talla moral de Monseñor Romero, así como su compromiso religioso y político con la teología de la liberación, perseguida durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI y reconocida por el papa Francisco. anteriores. Monseñor Romero sigue siendo hoy faro que ilumina la oscuridad del presente y transmite esperanza para la construcción de la utopía de “Otro mundo posible”. Ofrezco el perfil humano, ético y religioso en el siguiente decálogo.
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1. Romero es hoy símbolo luminoso de un cristianismo liberador radical, que asumió la opción ética y evangélica por las personas y colectivos empobrecidos de su país, puso en práctica la afirmación de Paulo Freire: “No podemos aceptar la neutralidad de las iglesias ante la historia” y ejemplificó con su vida y su muerte el ideal de José Martí: “Con los pobres de la tierra mi suerte yo quiero echar”. No hizo las paces con el gobierno, como le pidió el papa Juan Pablo II en su encuentro en el Vaticano del que Romero salió desolado.

2. Defendió una ciudadanía crítica y activa.Contribuyó a crear un cristianismo no de masas, sino con conciencia crítica, defendió que fueran los propios salvadoreños los “forjadores de nuestra historia” y no permitieran que gente de fuera les impusiera el destino a seguir, y reclamó que la Iglesia se implicara en la ciudadanía activa: “En la medida en que seamos Iglesia, es decir, cristianos verdaderos, encarnadores de Evangelio, seremos el ciudadano oportuno, el salvadoreño que se necesita en esta hora”. Él mismo ejerció la ciudadanía crítica con el poder y activa en favor del pueblo, de las mayorías populares, por utilizar la expresión de Ignacio Ellacuría:
- en sus homilías dominicales -verdaderos sermones políticos bajo la impronta evangélica-, seguidas por numerosos cristianos y cristianas, que abarrotaban la catedral de San Salvador donde ahora está enterrado,
- en la radio de la archidiócesis, que fue boicoteada en varias ocasiones para impedir que el pueblo escuchara el análisis de la realidad y las denuncias contra las fuerzas armadas, el gobierno y la oligarquía.
- en las cartas pastorales, que aportaban luz en la noche oscura que vivió El Salvador esos años.
- en sus gestos proféticos desestabilizadores como prohibir celebrar misas y renunciar a asistir a actos oficiales…
3. Fue un excelente pedagogoque siguió el método de la JOC del ver-juzgar-actuar y el de la pedagogía del oprimido de Paulo Freire que requiere el paso de la conciencia ingenua e intransitiva a la conciencia transitiva y activa, de la conciencia mítica a la conciencia histórica y crítica y de esta a la praxis transformadora. Abrió los ojos al pueblo para que viera la realidad injusta (tomara conciencia de la injusticia estructural), la denunciara, se movilizara, se organizara, luchara por la defensa de sus derechos y trabajara por su transformación.
4. Vivió una espiritualidad liberadora. Romero fue una persona espiritual, sin caer en el espiritualismo; un místico, sin caer en un misticismo alejado de la realidad. Rompió la falsa imagen de las personas místicas, encerradas en sí mismas y recluidas entre cuatro paredes sin contacto con el mundo.
Fue una persona profundamente religiosa, pero no con una piedad alienante ajena a los conflictos sociales; un pastor, pero de los que huelen como pedía el papa Francisco a los sacerdotes y obispos. Fue devoto de María de Nazaret, la del Magnificat que destrona a los poderosos y empodera a los humildes, despoja de sus bienes a los ricos y sacia a los pobres.

5. Fue un referente en la lucha por la justiciapara creyentes de las diferentes religiones y no creyentes de las distintas ideologías. Igualmente lo fue para los políticos por su nueva manera de entender la relación crítica y dialéctica entre poder y ciudadanía, así como para los dirigentes religiosos por su correcta articulación entre espiritualidad y opción por las personas y los colectivos empobrecidos.
6. Defendió una democracia participativa. La democracia hoy está gravemente enferma e incluso herida de muerte. Se encuentra sometida al asedio del mercado y acorralada por múltiples sistemas de dominación, que son más fuertes que ella y amenazan con derribarla: el capitalismo en su versión neoliberal; el colonialismo en su versión neocolonial, epistemicida, extractivista, anti-indigena y anti-afrodescendiente; el patriarcado en su versión más extrema de la violencia de género, los fundamentalismos religiosos y su irracional y destructora deriva terrorista, que dicen matar en nombre de Dios; el modelo científico-técnico de desarrollo de la modernidad antropocéntrico, que destruye la naturaleza, nuestra casa común; la violencia estructural del sistema, que somete a miles de millones de personas a situaciones de extrema e inhumana pobreza y de muerte.
Como respuesta frente a la democracia herida de muerte es necesario, en palabras del sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, democratizar la revolución y revolucionar la democracia. Monseñor Romero puede ser un referente en esta tarea.
7. Defendió los derechos humanos y la vida de los empobrecidos. Monseñor Romero vivió bajo el signo de tres violencias: la estructural, la revolucionaria y la terrorista, y experimentó en su propia carne las agresiones procedentes de la violencia estructural y de la terrorista, ambas coaligadas para terminar con su vida, como sucedió la fatídica tarde del 24 de marzo de 1980. Su respuesta a los diferentes tipos de violencia fue la defensa de los derechos humanos, pero no de manera genérica, ni conforme a los patrones de un universalismo abstracto, sino en la realidad salvadoreña, donde eran pisoteados por los poderes del Estados y la oligarquía en “santa alianza”.
Fue una defensa no desde fuera cual persona que contempla el conflicto desde la neutralidad, sino implicándose en él directamente hasta mancharse las manos, no evadiéndose bajo la excusa de que su misión era solo religiosa y espiritual, sino tomando partido por las mayorías y las organizaciones populares. Una defensa de los derechos humanos de las personas y los colectivos a quienes se les negaba.
Hizo una defensa de los derechos humanos no solo a través de declaraciones, sino com hechos. En la arquidiócesis de San Salvador creó la tutela Legal, que fue eliminada por otro arzobispo.
"Con monseñor Romero Dios ha pasado por El Salvador"

8. Trabajó por una cultura de paz.Ignacio Ellacuría dijo: “Con monseñor Romero Dios ha pasado por El Salvador”. Yo me atrevería a decir que monseñor Romero es piedra angular en el edificio de la cultura de paz a construir todavía hoy en El Salvador, en América Latina y en todo el mundo. Una cultura de paz, que no se limita a la ausencia de guerra, sino que ha de ha de ir acompañada de la justicia, conforme al ideal expresado bellamente por el salmista bíblico: “la justicia y la paz se besan” (Salo 85, 11) y por el profeta Isaías: “El fruto de la justicia es la paz y la labor de la paz, reposo y seguridad para siempre” (Isaías 32,17). Una cultura de paz que, 45 años después del asesinato de Romero, no ha logrado establecerse en El Salvador, donde impera un gobierno iliberal autoritario y represivo, ni en el mundo, que se han convertido en un coloso en llamas por la existencia de 56 conflictos armados que implican a 92 países, siendo los más sangrantes el de Rusia contra Ucrania, con un saldo de miles y miles de muertos por ambas partes, que ninguno de los contendientes reconoce, y el genocidio de Israel contra Gaza con más de 62 asesinatos, en su mayor niños, niñas y mujeres y numerosas personas muertas por el hambre utilizada como arma de guerra.
9. Invitó a caminar por la senda de la utopía, que sufre hoy un enorme desdén, cuando no un grave desprecio, un largo destierro y un maltrato semántico. Es excluida de todos los campos del saber y del quehacer humano: de la ciencia, donde impera la razón científico-técnica; de la filosofía, donde impera la razón instrumental; de las ciencias sociales, por ejemplo, de la economía, donde impera la razón contante y sonante; de la política, donde se impone la razón de Estado; de las religiones, donde se tiende a proponer la salvación espiritual más allá de la historia.
La utopía sufre también un maltrato semántico por parte de los diccionaristas, que suelen definirla como plan bueno y muy halagüeño, pero irrealizable, subrayando su imposibilidad de realización y sometiendo a los seres humanos a una especie de fatalismo histórico que da por buena la afirmación “las cosas son como son y no pueden ser de otra manera”, los lleva a instalarse cómodamente en la realidad y a renunciar a todo cambio.
Monseñor Romero no se instaló cómodamente en el (des)orden establecido, ni con-sintió con el pecado estructural, ni hizo las paces con el gobierno, como le pedía Juan Pablo II. Encarnó en su vida, su mensaje y su práctica liberadora la de la utopía, no como un ideal irrealizable y fantasmagórico, sino conforme a los dos momentos que la caracterizan: la denuncia y la propuesta de alternativas.
- Denuncia de la negatividad de la historia, encarnada en los poderes que oprimían y explotaban a las mayorías populares: oligarquía, ejército, escuadrones de la muerte, gobierno de la Nación.
- Propuesta de alternativas, en lenguaje cristiano del reino de Dios como la gran utopía, que Romero traducía en la construcción una sociedad no violenta, justa e igualitaria, y de una “Iglesia de la esperanza”.
La mejor expresión de la utopía de Romero fue la respuesta que dio a un periodista, unos días antes de ser asesinado: “Si me matan, resucitaré en el pueblo”. No estaba hablando del dogma de la resurrección de los muertos, ni de la vida eterna, sino de la nueva vida del pueblo salvadoreño liberada de la violencia, la injusticia y la pobreza. Su resurrección era la resurrección del pueblo.

"Si me matan, resucitaré en el pueblo"
10. Adoptó una actitud anti-imperialista. Romero se enfrentó al Imperio norteamericano en una carta dirigida al presidente Jimmy Carter, en la que se oponía a la ayuda económica y militar de Estados Unidos al Gobierno de El Salvador porque constituía una injerencia inaceptable en los destinos de su país y agudizaba la injusticia y la represión contra el pueblo. Al final la ayuda llegó y sucedió lo que Romero había anunciado: intervencionismo norteamericano, más represión contra el pueblo y asesinatos de poblaciones enteras. Para eso sirvió la ayuda del Pentágono.
11. Exigió el cese de la represión. Constantes fueron sus llamadas a la reconciliación, pero no en abstracto, sino acompañadas de la justicia social y del reparto de la tierra, que es de todos los salvadoreños. No justificó la violencia revolucionaria como respuesta a la violencia institucional del sistema, sino que apeló a buscar soluciones racionales. Exigió al Ejército, a la Guardia Nacional, a la Policía y a los soldados que dejaran de matar a sus conciudadanos en una llamada entre dramática y desesperada en la memorable homilía del 23 de marzo de 1980: “En nombre de Dios…, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!”.
Fue esa llamada la causa de su asesinato, que sucedió el 24 de marzo, un día un día después de pronunciarla.
