Diez años... Benedicto XVI renunció al papado tras publicar “Infancia de Jesús”. Libro y comentario

El tercer libro sobre Jesús (21.11.2012) fue el último de los grandes gestos del papa Ratzinger, que, a los tres meses de publicarlo (11.02.2013), renunció al papado.

Hubo otras razones para su renuncia, pero es importante el hecho de que sus últimos pensamientos como papa estuvieran dedicados a la infancia de Jesús  

          La revista Concilium me pidió una recensión sobre ese libro  (J. Ratzinger,/Bendicto XVI, "La infancia de Jesús" Concilum 351 (2013) 139-146) que aquí presento de nuevo), añadiendo algunas reflexiones, tomadas de mi Historia de Jesús, que yo escribí en ese contexto: “Si no os hacéis como niños…·.

RATZINGER/BENEDICTO XVI. LA INFANCIA DE JESÚS (X. P. Concilium 351 (2013) 139-146 (Reflexión escrita en enero 2013, antes de la renuncia papa)

 Acaba de aparecer (21.11.2012), al mismo tiempo, en varios países e idiomas, en grandes tiradas, con mucha propaganda de mercado, el tercer y último volumen de J. Ratzinger / Benedicto XVI (=R/B) sobre Jesús de Nazaret, titulado La Infancia de Jesús. Es más breve que los anteriores (176 págs.), pero ha sido recibido con más interés, por la importancia que la Iglesia ha dado históricamente a los temas (Identidad de Jesús, Anunciación, Virginidad, Nacimiento en Belén, Magos de Oriente) y por el hecho de que hoy sean ampliamente discutidos en las comunidades.

No es un libro ordinario, ni inmaduro, sino todo lo contrario: Es bueno, incluso muy bueno, de alta densidad, equilibrado, sapiencial, en la línea de las visiones medievales de Jesús, que iban exponiendo los “misterios” de su vida, siguiendo la Escritura, no los dogmas teológicos. Además, retoma y encuadra los motivos centrales de los volúmenes anteriores (2007, 2011), centrados en la vida, muerte y resurrección, según el kerigma del Nuevo Testamento.

Benedicto XVI abandona el Vaticano - BBC News Mundo

Es quizá la obra cumbre del autor (y de una generación especial de teólogos del entorno  del Vaticano II), aunque quizá Ratzinger no debería haberlo publicado como Benedicto XVI, pues el ministerio Papal no se ejerce con libros discutidos como éste, aunque sean buenos, sino abriendo espacios de vida y pensamiento donde quepan todos los cristianos, incluso (sobre todo) los que piensan de un modo distinto. 

Ciertamente, él dijo de manera expresa que “este libro no es en modo alguno un acto magisterial, sino únicamente expresión de mi búsqueda personal… de manera que cualquiera es libre de contradecirme” (vol I, Madrid 2007, pag. 20). Pero es difícil distinguir entre Ratzinger hombre, que ofrece su experiencia personal del evangelio, y Benedicto Papa, que expone con autoridad su teología básica.  Se trata, pues, de una obra de dos planos.

Es obra de Ratzinger teólogo, que reflexiona como creyente y teólogo sobre la infancia de Jesús, en un plano de meditación y exégesis canónico/dogmática, conservando y actualizando un tipo de tradición espiritual (sin asumir los aspectos más folclóricos del tema: animales de la “gruta”), pero sin diálogo real con aportaciones de la exégesis histórico-literaria. Por eso, muchos estudiosos se sienten decepcionados, pues juzgan que el autor no ha sido fiel a la letra y mensaje de los textos bíblicos, sobre los que él sobrevuela de un modo magisterial y piadoso.

Pero es también obra de Benedicto papa, que ha tenido el atrevimiento de ofrecer a la Iglesia una palabra autorizada, aunque dividida, sobre Jesús. Muchos piensan que no es saludable que un Papa (signo de fe universal) se introduzca en la disputa de las interpretaciones teológicas, que pueden ser discutidas, como él mismo ha dicho, y añaden incluso que hubiera sido mejor que renunciara al papado (como R. Williams, Primado de Inglaterra), para culminar su obra teológica.  Pero otros afirman que es sano (y ejemplar) que un Papa en ejercicio abandone su "sillón" ex cathedra y tome el camino llano de las disputas, discusiones e interpretaciones, relativizando (compartiendo) su magisterio, de manera que su obra valga por lo que el Papa expone y muestra, por lo que ayuda (y dificulta) para entender los evangelios, en diálogo con otros a quienes él mismo (y sobre todo él) debe escuchar.

Ésta es una obra de Iglesia, escrita para creyentes, con quienes R/B (Ratzinger/Benedicto XVI) comparte  su fe, leyendo la historia de Jesús desde aquello que dicen (piensa que dicen) los profetas y la Iglesia, desde una tradición piadosa más que desde la misma letra, paradójica, cortante y sanadora, del evangelios. Muchos cristianos la leerán (la hemos leído) con aprovechamiento; pero esta obra quiere abrirse al gran público, y así la han promovido Papa y asesores, publicándola en editoriales de gran tirada, para que se pueda vender fuera del ámbito teológico/eclesial. Por todo ello, me atrevo a presentarla como obra agri-dulce:

Es obra dulce. Me gusta que el Papa se introduzca en la disputa de las interpretaciones; y muchas de sus reflexiones me resultan atractivas, sugerentes, incluso geniales, de manera que espero, con el Papa, que “a pesar de sus límites, este pequeño libro pueda ayudar a muchas personas en su camino hacia Jesús y con él” (pag. 8). En esa línea, pienso que “lo que Mateo y Lucas pretendían –cada uno a su propia manera‒ no era tanto contar ‘historias’ como escribir historia, historia real, acontecida, historia ciertamente interpretada y comprendida sobre la base de la palabra de Dios... Los relatos de la infancia son historia interpretada y, a partir de la interpretación, escrita y concentrada” (pag. 24).

Pero es también una obra agria, pues algunas de sus interpretaciones parecen menos conformes al texto y poco apropiadas para el momento actual, sobre todo por su forma de entender la historia.  Pienso con R/B que “en María, la humilde virgen de Nazaret, se produce un nuevo inicio, comienza un nuevo modo de ser persona humana” (pag. 15). Le sigo cuando afirma que “en Mateo y Lucas no encontramos nada de una alteración cósmica, nada de contactos físicos entre Dios y los hombres: se nos relata una historia muy humilde y, sin embargo, precisamente por ello de una grandeza impresionante” (págs. 61-62). Pero descubro después que R/B no ha desarrollado esos principios, no ha dicho en cada caso que, en perspectiva humana, todo sucede “humanamente”, sin rupturas que puedan probarse o buscarse en un plano biológico, material. Parece que no ha podido integrar los dos impulsos (lectura creyente e histórico/literaria). Por eso me atrevo a matizarle (no a contradecirle, como él pedía), en algunos temas, siguiendo el orden del libro:

¿De dónde eres tú? Revelación e historia. R/B recoge la mejor tradición del entorno del Vaticano II (1962-1964), donde él actuó como teólogo influyente, sustituyendo una escolástica anterior, de tipo conceptualista, por una teología espiritual, patrística y simbólica. Esa sustitución fue clave, pero resulta insuficiente, pues sigue interpretando el evangelio como experiencia sacro-sacerdotal, menos propia del movimiento de Jesús, sin recoger su impulso mesiánico. Parece que tiene miedo de asumir las consecuencias del análisis histórico-crítico, como si la revelación fuera una superestructura sacral y no el descubrimiento del valor divino (de la trascendencia de la misma historia). En esa línea me parece ya poco afortunada su forma de sacralizar a Juan Bautista, ignorando el carácter profético radical de sus tradiciones de fondo.

Anunciación y concepción virginal. R/B se apoya gustoso en K. Barth que «ha hecho notar que hay dos puntos en la historia de Jesús en los que la acción de Dios interviene directamente en el mundo material: el parto de la Virgen y la resurrección del sepulcro, en el que Jesús no permaneció ni sufrió la corrupción. Estos dos puntos son un escándalo para el espíritu moderno. A Dios se le permite actuar en las ideas y los pensamientos, en la esfera espiritual, pero no en la materia» (pag. 62). Pero esa “intervención” no es igual en la concepción y en la resurrección, y probablemente no debe entenderse en sentido material (¡sobre todo en la concepción/parto de María!), como supone R/B que, a mi juicio, ha perdido la oportunidad de replantear el tema en la línea de su Introducción al cristianismo (1968), donde había destacado el valor personal (dialogal) y no físico-material de la concepción de Jesús. En aquella línea (retomando el sentido de la verdadera tradición) debería haber desarrollado el sentido integral de la concepción de Jesús, que nace totalmente de Dios naciendo (y por nacer) totalmente de un hondo amor humano.Este libro era una buena oportunidad para haberlo hecho, y pienso que R/B la ha desaprovechado. No se trataba de negar, sino de afirmar y explicitar la experiencia originaria de la Biblia, desde el verdadero Dios/hombre de Calcedonia.

Un año escondido | Hoy

Nacimiento en Belén, importancia pascual de María. La obra ofrece momentos de gran honradez, como R/B, al afirmar en el entorno de la Adoración de los Magos, que no sabe por qué ellos encuentran sólo a la Madre con el Niño (pues falta José). En ese contexto, él evoca la importancia de la “madre del rey” en las tradiciones israelitas, pero no insiste en el tema. El estudio de ese dato le habría permitido valorar el carácter post-pascual de los relatos de la Infancia, con la importancia de María como Gebirá (Señora-Madre) en la Iglesia de Jerusalén, como saben los investigadores (al menos desde R. de Vaux, Instituciones del AT, 1960), comprendiendo el sentido (y valor) eclesial de la figura de María. Por minusvalorar esta carácter pascual de la Infancia de Jesús, muchas afirmaciones de R/B pierden rigor crítico (y riqueza simbólica), pues quieren buscar la historia allí donde no está la historia evangélica.

Relato de los Magos. R/B insiste en su historicidad, a pesar de reconocer que casi ningún exegeta la admita (buscado el apoyo “problemático” de K. Berger). Aquí se descubre bien la riqueza y fragilidad del libro, que, defendiendo una historicidad fáctica de la narración, no ha captado su historia profunda, ni ha podido recibir la ayuda que le habría ofrecido san Pablo, con su mesianismo universal (aunque más en línea de occidente). Este relato abre, simbólica y teológicamente, la puerta de la misión de Oriente y vincula a Mateo con Pablo, siguiendo una larga tradición israelita. La búsqueda de un historicismo anecdótico no ha permitido que R/B comprenda y desarrolle el hondo sentido histórico-político del texto, que ofrece una expresión sangrantes y realista de la Realpolikit, con las exigencias más duras de una política del poder, que no se detiene ni ante el asesinato de los niños.

Muerte de los Inocentes. Es sorprendente (y lógica) la falta de sensibilidad de R/B ante ese relato, del que ha ofrecido una lectura erudita, piadosa, literariamente impecable. Pero su misma erudición (haggadah de Moisés, Flavio Josefo…) le impide descubrir el tema: Un poder que se busca a sí mismo asesina (utiliza, maltrata…) a los niños de Belén, del mundo entero. Ese motivo (con el signo del buen niño salvado y salvador) es central en muchos mitos (convencimientos) antiguos, en Israel (Moisés), Grecia (Zeus burla a Cronos) y en otros pueblos del entorno, pero R/B no lo ha visto, y así no ha podido destacar la constante de un poder que, al ponerse como fin de sí mismo, termina matando a los niños.

Mateo no toma a Herodes como un rey especialmente malo, sino como representante del poder, como los grandes imperios bíblicos, desde el Faraón egipcio hasta los reyes helenistas (1-2 Macabeos). Es, además, un rey judío, actuando en colaboración, al menos implícita, con la jerarquía eclesiástico/religiosa de Jerusalén; esa colaboración de sacerdotes/escribas, que se inhiben y callan ante el crimen (¡tras haber informado!) constituye una constante la historia de los poderes religiosos, y es significativo que R/B no lo haya destacado.

En ese contexto se entiende el “cambio” en la cita de Jeremías 31, 15, que R/B ha explicado muy bien, en un plano técnico, pero que a mi juicio no ha entendido. Jeremías vive y proclama su mensaje en un tiempo de esperanzas parciales (al comienzo de su ministerio…), por eso dice que Madre/Raquel será al fin consolada (aunque en su obra conjunta ese tema podría discutirse). Pues bien, la cita/interpretación de Mateo 2, 18 ha visto el tema de un modo más “evangélico”, evocando el riesgo de destrucción universal de Raquel (que llora en su tumba) y de la humanidad entera; por el camino de Herodes nos acabaremos destruyendo todos, sin remedio.  

Desde ese fondo de riesgo total (sabiendo que el poder destruye todo lo que se opone a su dominio) ha contado Mateo la historia de Jesús, que se refugiará (será refugiado) en Egipto de donde volverá como nazareo (para liberar a los hombres de la muerte…). R/B ha comentado con mucha precisión ese texto, pero no ha captado su mensaje político, antiguo y moderno. A veces el deseo de probar la historicidad fáctica (concreta) de un pasaje, y su valor sagrado, impide ver su contenido y mensaje histórico más hondo. Es una pena que R/B haya pasado de largo ante un mensaje tan fuerte y consolador como el de Mt 2 (y el Lucas 1-2): A pesar del intento de los herodes antiguos y modernos (todos somos en algún sentido Herodes), Dios dirige con su providencia al Niño para hacerle salvador nazoreo.

Jesús Nazoreo. R/B ha comentado con precisión la vuelta a Nazaret, insistiendo en Jesús como “nazoreo” (Mt 2, 23), mostrando su agudeza crítica ante un tema y título por el que resbalan casi todos los investigadores (identificando nazareno y nazoreo). Benedicto XVI lo aborda con profundidad, distinguiendo ambos términos, aunque a mi juicio su conclusión acaba siendo parcial, pues tiende a unir nazir (consagrado) y nezer (retoño), para presentar a Jesús como consagrado de Dios (descendiente del tronco sagrado de Jesé), a quien se debe culto religioso.De esa forma nos sitúa ante un Jesús litúrgico, en la línea de la adoración posterior de la Iglesia. Mi visión no se opone a la suya (como señalo críticamente en La historia de Jesús, Verbo Divino, Estella 2013), pero insiste en otro aspecto: Jesús no es “nazir” como consagrado (en una línea más cercana a Juan Bautista), sino “nezer”, en el sentido de heredero mesiánico (davídico) con una tarea socio/religiosa, en el sentido más intenso de la palabra. Él aparece así como liberador, con un compromiso humano integral, y muere como pretendiente davídico al parecer fracasado (según el “título” de Jn 19, 19). Ciertamente, el movimiento de Jesús tiene un sentido religioso, pero inseparablemente vinculado a la liberación social, a la causa de los crucificados. En esa línea, a diferencia del Papa, pienso que el título "nazoreo" no alude en principio a la naturaleza de Jesús (en línea de dignidad sagrada), sino a su misión mesiánica (de implantación del Reino). A Jesús no le mataron simplemente por "ser", sino por actuar como nazoreo, siendo así un peligro para las autoridades del templo y del imperio.

Epílogo. Perdido en el templo. R/B ha incluido al final de su libro un epílogo sobre la escena de Jesús niño en el templo (Lc 2, 41-2). Su comentario sigue siendo brillante, pero quizá pasa de largo ante un hecho fundamental: Jesús niño no se pierde, sino que “abandona” en un sentido a los padres, al cumplir los doce años (fiesta de mayoría edad: Bar Mitzvah), en Jerusalén para dedicarse a las cosas de su Padre, que serán las de todos los hombres, en especial los pobres. Este Jesús que “deja” a sus padres traza una forma nueva de entender a la familia: En un momento dado, el buen niño-joven, para serlo, debe “romper con el padre y la madre” para descubrir y trazar su autonomía, cosa que R/B parece velar. 

Con ese Jesús que abandona a sus padres, para abrirse de un modo personal al misterio y tarea de la entrega mesiánica (que empieza a desplegarse desde el templo, para al fin superarlo) culmina el libro de la Infancia de Jesús. Es un final hermoso, pero insuficiente (agri-dulce), y quizá debería completarse con la visión de Jesús tektôn, artesano (Mc 6, 4), con las implicaciones que ese “oficio” tiene para la visión de la infancia y de la tarea posterior de Jesús.

Historia de Jesús

AMPLIACIÓN DE X. PIKAZA

(tomada de HISTORIA DE JESÚS, Libro escrito y publicado el año 2013, en el contexto de la renuncia de Benedicto XVI; de ese libro tomo las reflexiones que siguen)

El libro de Benedicto XVI “vale” por lo que el Papa expone y muestra, por lo que ayuda (y dificulta) en la lectura de los evangelios, no por su autoridad de Papa ex cathedra, sino por su autoridad como teólogo (mejor o peor) y como creyente (que quiere ser animador de fe para otros creyentes, en la línea de Jn 21). Pero es, al mismo tiempo, una obra importantísima para entender los últimos pensamientos y para situar las últimas decisiones de J. Ratzinger como Papa, desde la perspectiva de su “gran separación”: Deja el papado y vuelve a introducirse (como Jesús) en el “templo de Dios” (una casa de oración, a la sombra del gran Vaticano).

Es obra de Iglesia, escrita para los creyentes. Ratzinger/Benedicto quiere compartir su fe (su lectura evangélica) con los fieles cristianos. Medita con ellos, desde las Escrituras, leyendo la historia de Jesús desde aquello que “dicen” (pensamos hoy que dicen) los profetas, leídos por una tradición piadosa, más que desde aquello que dicen los evangelios como textos históricos. Es bueno que lo haga. Son muchos los cristianos que leerán (hemos leído y leeremos) la obra con aprovechamiento. Gracias, Ratzinger/Benedicto.

Es obra abierta al gran público. Ratzinger/Benedicto (o alguno de sus asesores) ha visto que la lectura eclesial era reducida, pues el tomo tomo anterior de su libro (Jesús de Nazaret II), publicado en una editorial “católica” (Encuentro, Madrid 2011), se vendió muy poco; por eso, el Papa ha “vendido” los derechos de este tercer volumen a una editora comercial “muy comercial” (que busca ventas, no pastoralismos). Es evidente que le interesan los lectores (y quizá los dineros…). Sea como fuere, bienvenida sea esta obra en el Planeta de los libros.Es una obra agridulce. Así, al menos así la siento

Es “dulce”: Me gusta que el Papa entre en la disputa de las interpretaciones, y además muchas cosas de las que dice me resultan atractivas, sugerentes, como habrá podido ver quien haya seguido las dos postales anteriores. Espero con el Papa que “a pesar de sus límites, este pequeño libro pueda ayudar a muchas personas en su camino hacia Jesús y con él” (pag. 8). En ese nivel pienso, con el Papa que “lo que Mateo y Lucas pretendían –cada uno a su propia manera- no era tanto contar ‘historias’ como escribir historia, historia real, acontecida, historia ciertamente interpretada y comprendida sobre la base de la palabra de Dios... Los relatos de la infancia son historia interpretada y, a partir de la interpretación, escrita y concentrada” (pag. 24). Lo que pasa es que una vez situamos aquí varía el margen que unos y otros (el Papa y otros cristianos como él) damos a las interpretaciones.

Es agridulce. Pienso con Ratzinger que “en María, la humilde virgen de Nazaret, se produce un nuevo inicio, comienza un nuevo modo de ser persona humana” (pag. 15). Éste es, dicho sea de paso, el argumento central de mi  Historia de Jesús. Pienso también con el Papa que “en Mateo y Lucas no encontramos nada de una alteración cósmica, nada de contactos físicos entre Dios y los hombres: se nos relata una historia muy humilde y, sin embargo, precisamente por ello de una grandeza impresionante”.

En esa línea, tras escribir este libro de la infancia de Jesús,  J. Ratzinger decidió dejar de se Papa, y se retiró como niño a una “casita” a la sombra del Vaticano, para ser papa escondido, como niño obediente a la Palabra. Desde ese fondo ha querido compartir algunos pensamientos con Ratzinger post-papa, que pueden ayudarnos a entender su evangelio  

  1. Nazoreo, estirpe de David.

 Jesús había nariso hacia el 6 aC, al final del reinado de Herodes el Grande, cuando Galilea estaba pasando de una agricultura autónoma de subsistencia a una economía comercial centralizada . Era de Nazaret de Galilea, aunque su familia puede haber sido oriunda de Belén de Judá, siendo portadora de promesas mesiánicas, como suponen Mt 2, 1-8 y Lc 2, 4 al decir que era betlemita (al menos en sentido simbólico).

Es posible que Nazara/Nazaret fuera un pequeño asentamiento de nazoreos, vinculados en su origen a Belén, lugar del retoño (nezer) del árbol de Jesé, padre de David (cf. Is 11, 1; cf. Miq 5, 2). Varios testimonios (Rom 1, 3; 2 Tim 2, 8; Mt 1, 20; Lc 1, 27) sitúan a Jesús en la tradición regia de David. Nació en un mundo dominado por Augusto, emperador romano, bajo control del Herodes, rey judío, y de su hijo Antipas, etnarca-rey de Galilea, pero se sintió llamado por Dios a ser “rey”.

Marcos dice sólo que Jesús que pro-venía de Nazaret de Galilea (Mc 1, 9), que era hijo de María, y que tenía otros hermanos (Mc 6, 3). Mateo 1-2 y Lucas 1-2 han descrito su nacimiento, pero no en forma de crónica, sino como testimonio creyente, y sus relatos han de interpretarse como historia mesiánica (o profecía historizada), aunque con un fondo histórico. Ambos suponen que Jesús, hijo de María y José, se hallaba vinculado a Nazaret de Galilea, pero añaden que su vida ha de entenderse partiendo de David, que provenía de Belén, y sitúan allí su nacimiento, por obra del Espíritu, destacando así su continuidad y diferencia con David (cf. Mt 2, 1-6 y Lc 2, 4) (4) .

Pablo sabe que Jesús era hijo de David según la carne, pero no concede importancia teológica a ese dato, a no ser por contraste, al afirmar que fue crucificado, suponiendo así que, a ese nivel, había fracasado (Rom 1, 3-4; cf. 2 Cor 5, 16). Pues bien, ese fracaso constituye un momento esencial de la “revelación” de Dios: Su muerte en cruz que, en un plano, muestra su fracaso como mesías de David (según la carne) viene a presentarse en otro plano como revelación más alta de Dios, pues su misma “cruz” (derrota) es principio de resurrección, pues por medio de ella Dios le ha constituido Hijo suyo en poder. Eso significa que Jesús no es Hijo de Dios por haber triunfado como hijo de David, sino más bien por haber fracasado, superando ese nivel. Precisamente aquel que ha sido derrotado en un nivel de carne, sin cumplir las promesas de David (siendo crucificado como nazoreo y muriendo en Cruz por su fidelidad a Dios), ha sido constituido Hijo de Dios por la resurrección (5). La vida de Jesús sólo se entiende partiendo de su muerte. Lo mismo la vida de Ratzinger, sellada por su renuncia al papado, que fue una especie de muerte adelantada.

Reinterpretaciones. Situar el nacimiento.

 Pablo sabe que Jesús nació en una familia de tradición davídica (Rom 1, 3), para añadir que a ese nivel ha fracasado (¡ha muerto en Cruz!), de forma que él sólo es hijo de Dios (y Mesías verdadero) por la resurrección. Mateo y Lucas matizan esa afirmación, añadiendo que Jesús no es sólo es hijo de David en un nivel de carne (hijo de José), sino que ha nacido en un plano superior, por obra del Espíritu. Los dos (Mt 1, 1-15; Lc 3, 24-38) transmiten y aceptan la genealogía davídica de Jesús, pero la relativizan, añadiendo que fue concebido de modo virginal, por el Espíritu (8).

‒ En un plano histórico, Jesús, hijo de José (esposo de María), de Nazaret de Galilea, nació en una familia con pretensiones davídicas y era quizá originario (al menos simbólicamente) de Belén. Así pudo haber sido desde su misma infancia (familia) un pretendiente mesiánico, en línea nacional (como parece indicar Lc 4, 22, donde José aparece como nacionalista judío). Pablo acepta ese origen, pero añade que Jesús sólo ha sido Hijo de David en un nivel “de carne” (Rom 1, 3-4) y que su historia mesiánico-carnal no le interesa (cf. 2 Cor 5, 16), pues ella pertenece a un nivel “intra-israelita” y limitado (cf. Rom 9, 5). Sobre el fracaso de ese mesianismo davídico de Jesús, muerto en cruz sin cumplir las promesas (pero en fidelidad a Dios), se eleva el mesianismo más alto de Cristo, Hijo de Dios crucificado y resucitado. En esa línea se mantiene Marcos, que recoge la tradición de Jesús hijo de David (10, 47-48), para rechazarla después, diciendo que no es “hijo”, sino señor de David (Mc 12, 35-37).

‒ Los evangelios de la infancia (Mt 1-2 y Lc 1-2) suponen que el nacimiento de Jesús ha vinculado un elemento carnal y otro "espiritual" (o quizá mejor "personal"). No van contra Pablo (destacan el valor de la muerte-resurrección del Cristo), pero quieren recuperar (sobre Pablo y también sobre Marcos) el mesianismo histórico-davídico de Jesús, que habiendo surgido en un nivel de carne, ha nacido también por obra del Espíritu, de forma que es Hijo de Dios siendo Hijo de David.

Así recobran y recrean el sentido y alcance salvador del mesianismo davídico, en clave de Espíritu, desde el proceso total de la vida de Jesús y, en especial, desde su muerte y resurrección, pues saben (con Pablo y Marcos) que un tipo de mesianismo carnal ha fracasado en la cruz. Frente a Rom 1, 3-4, que parece oponer carne (historia terrena) y espíritu (pascua-resurrección), los evangelios han unido ambos niveles: Jesús es mesías universal (Espíritu), siendo carnal (en la línea de David). En esa línea, Mt y Lc mantienen su filiación davídica (por José), aunque la interpretan en forma de adopción divina y van precisando su sentido a lo largo de su vida, muerte y resurrección.

‒ El cuarto evangelio (Jn 1, 14) destaca la importancia de la carne de Jesús, pero le presenta como Logos de Dios, sin insistir en las tradiciones mesiánicas. En contra de Rom 1, 3-4, que oponía la “carne” del nacimiento davídico al “espíritu” de la resurrección, Jn 1, 14 afirma que el Logos de Dios se ha hecho “carne” en la vida de Jesús. Ciertamente, Juan sabe que Jesús es hijo de María, cuya figura ha destacado simbólicamente, en línea eclesial, aunque no cite su nombre (Jn 2, 2; 19, 25) ni suponga que ella ha concebido de forma “virginal”. Juan sabe además que Jesús es hijo de José, cuya figura y nombre cita expresamente, quizá en un contexto de mesianismo davídico (cf. Jn 1, 45; 6, 42), pero criticando, al parecer, la postura de aquellos que vinculan el mesianismo de Jesús con Belén y David (cf. Jn 7, 40-44). A su juicio, lo que define a Jesús como enviado e hijo de Dios no es el lugar de nacimiento (Belén o Nazaret), ni su posible concepción virginal, sino su filiación divina (es el Logos de Dios) y su entrega total por el Reino, haciéndose carne, esto es, plenamente humano.

Concepción por el Espíritu

 El credo de la Iglesia confiesa que Jesús “nació de la Virgen María”, dando al nacimiento un sentido “teológico” y presentándolo como expresión de una presencia especial del Espíritu (historia) de Dios, a través de la madre (María). Ése es un credo que no ha sido formulado desde el principio, sino que ha ido expresándose a lo largo de medio siglos, a través de unas visiones que nos sitúan en la raíz de la vida de la iglesia, pues, contando el nacimiento de Jesús, los evangelios reflejan la experiencia de sus comunidades, un misterio de fe (de evocación creyente) que no puede imponerse o demostrarse en un plano exterior, pero que resulta esencial para entender el sentido de Jesús. Lo que dicen los diversos textos no es ficción o mentira, sino historia interpretada y valorada desde la fe, una forma de expresar la encarnación o presencia de Dios con categorías simbólicas, creyentes

‒ Hacia el 52/56 dC, Pablo afirma que Jesús nació humanamente de mujer, bajo la “ley” (Gal 4, 4), como descendiente (hijo) de David según la carne/ley (Rom 1, 3-4), pero suponiendo que ese nacimiento (¡necesario a su nivel!) carecía de potencia salvadora, pues no importa el Cristo de la carne, un judío fracasado (muerto en Cruz), sino el hecho de que ha sido constituido Hijo de Dios universal por su muerte y resurrección, liberándonos así de la “ley”, es decir, del mismo mesianismo davídico (cf. Rom 1, 3-4).

Jesús no fue Mesías Universal por ser hijo de David (según la carne), sino por la “crisis” (fracaso y muerte) de lo que esa filiación implica. Así destaca la paradoja central del mesianismo: (a) Jesús no es Cristo, Hijo de Dios, por ser Hijo de David, sino porque, habiendo “fracasado” en ese plano, Dios le ha resucitado. (b) Pero ese “fracaso carnal” (crucifixión) ha sido transformado y recreado por la resurrección. Eso significa que, muriendo como Hijo de David (en la carne), Jesús ha sido resucitado como Hijo de Dios (por el Espíritu); su misma fidelidad carnal (como Hijo de David) ha hecho posible su resurrección. De esa manera, la filiación davídica se inserta, permanece y culmina (por contraste) en la filiación divina de Jesús resucitado.

‒ Hacia el 70/74, Marcos escribe una biografía mesiánica de Jesús Hijo de Dios, insistiendo como Pablo en su muerte-resurrección, pero añadiendo (en mirada retrospectiva) que él era ya Hijo de Dios en su vida “adulta”, como mensajero del Reino (después de su bautismo: Mc 1, 9-11). Eso significa que no vivió ni murió como un “hombre cualquiera” (cf. Flp 2, 6-11), sino como Hijo de Dios, de manera que las cosas que hizo y que dijo (y que le llevaron a morir en cruz) eran ya revelación, es decir, historia de Dios. Jesús no aparece aún como Hijo de Dios por su nacimiento, ni por su filiación davídica (discutida y posiblemente negada en 12, 35-37), sino a partir de su experiencia post-bautismal, a lo largo de su misión en Galilea y en Jerusalén. Según eso, más que como hijo de David fracasado en la cruz (como parece indicar Rom 1, 3-4), él muere como Hijo de Dios y portador de su reino.

Ciertamente, Marcos sabe que la madre se llamaba María y que tenía varios hermanos (cf. 6, 2-4), pero él no ha contado su nacimiento, añadiendo además que Jesús se ha distanció de su madre y sus hermanos, porque ellos no supieron comprender ni aceptar su misión, el carácter universal (no davídico) de su misión y de su entrega hasta la muerte. Eso significa que Jesús no es Hijo de Dios por nacimiento, sino por llamada de Dios y por decisión de Reino (13) .

‒ Años más tarde, hacia el 80-90 dC, Mateo y Lucas recogen una tradición ya establecida que presenta a Jesús no sólo como Hijo de David en un plano judío (como supone Rom 1, 34 y ratifica Rom 15, 8: servidor de la circuncisión), ni sólo como Cristo, Hijo de Dios a partir de su bautismo (Mc 1, 9-11), sino como Hijo de Dios desde (a partir de) su mismo nacimiento, por obra del Espíritu, asumiendo y superando la genealogía de David (que sigue en un plano de “carne”).

Desde ese fondo, con gran finura teológica, ellos afirman que Jesús es Hijo de Dios desde (por) su mismo nacimiento humano, de manera que toda su biografía (de nacimiento a muerte) puede interpretarse como historia de Dios. En un plano, esa afirmación de fondo (fue concebido por el Espíritu Santo) podría entender en forma mitológica, si el Espíritu divino se tomara como un agente físico, que actúa y engendra por María, sin intervención (influjo) de José. Pero el Espíritu Santo no debe entenderse a ese nivel, como un posible sustituto del padre humano, sino que es el mismo Dios que actúa y se expresa de un modo divino en la historia humana. Eso significa que Jesús es Hijo de Dios (Dios hecho historia) siendo un hombre pleno, desde su mismo nacimiento (14).

‒ Finalmente, hacia el 100 dC, el evangelio de Juan, que conoce sin duda la “historia” de la concepción por el Espíritu, ha prescindido de ella, no para negarla, sino para decir lo mismo de otro modo, pues lo que importa no es la forma externa en que Jesús nació, sino el hecho de que, siendo un hombre de la historia, él es la misma Historia/Palabra de Dios, Logos divino hecho carne, es decir, esencia y vida humana. Ciertamente, Juan es un gran escritor, respetuoso con otras tradiciones, y no niega expresamente la concepción por el Espíritu y la “virginidad” de María, pero no necesita esos símbolos, sino que los trasciende (asumiéndolos de otra manera), al decir que Jesús es radicalmente divino siendo totalmente humano (historia humana de Dios). Jesús no es Hijo de Dios porque ha tenido un tipo nacimiento “sobre-humano” en un plano de carne, sino porque es el mismo Dios hecho Palabra/Historia en la historia de los hombres.

‒ María es una virgen (parthenon), es decir, una muchacha joven capaz de concebir. Está desposada con un hombre de la casa de David, pretendiente mesiánico. Pero Dios supera esa línea mesiánica (davídica), diciendo a María (por su Ángel) que ella concebirá, dando a luz un niño que «será Hijo del Altísimo, y se sentará en el trono de David, su padre», de un modo que rompe la genealogía israelita (Lc 1, 31-32). De manera consecuente, ella que había acogido sin preguntas la presencia del ángel (Lc 1, 29), debe preguntar ahora: «¿Cómo será eso pues no conozco varón?» (1, 34).

‒ El misterio que el texto desea transmitir no es la virginidad biológica de María, sino la filiación u origen de Jesús: ¿Será sólo el Hijo de David, en un nivel del mesianismo israelita? ¿Será Hijo de Dios superando (¡no negando!) la filiación davídica? Entendida así, la pregunta de María (¿cómo será eso pues no conozco varón?) es ya propia de cristianos, que confiesan a Jesús Hijo de Dios resucitado (en la línea de Rom 1, 3-4). En ese fondo se entiende la respuesta: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, por eso lo que nazca será Santo, Hijo de Dios» (Lc 1, 35). En esa línea, porque ha acogido la presencia de Dios que se hace “historia” en Jesús, los cristianos dicen que María es Virgen.

Tradición y novedad, genealogías.

 La primera Iglesia no se interesó por la cuestión biológica de la concepción y nacimiento de Jesús, sino por algo más importante: El origen humano “divino” (universal) de Jesús. De esa forma quiso saber y decir cómo se cumplió y se superó desde el comienzo de la vida de Jesús la esperanza de Israel, de manera que el mismo Hijo de David pudiera ser Hijo de Dios, por el Espíritu de Dios, a través de María .

Jesús formaba parte de una familia de varios hermanos que, en principio, pueden considerarse hijos de María y de José: «¿No es éste el carpintero, hijo de María y hermano de Jacob (Santiago), de José, de Judas y de Simón? ¿No están también sus hermanas aquí con nosotros?» (Mc 6, 3). El intento de interpretar a esos hermanos como primos/as o hermanastros/as de Jesús (hijos de un primer matrimonio de José) se sitúa en un plano posterior de experiencia y simbología cristiana. Parece claro que el hecho de formar parte de una familia numerosa ha marcado la formación de Jesús.

En ese contexto se entienden las genealogías que, en sentido estricto, no quieren fijar un hecho biológico (citar el nombre de sus antepasados), sino poner de relieve la tradición de Jesús (que proviene de la humanidad y de la historia de Israel), marcando al mismo tiempo su «ruptura», pues, naciendo de José (en la línea de David), él ha superado el plano de la generación carnal, siendo expresión y presencia del Espíritu de Dios. Avanzando en esa línea, los textos actuales de Mateo y Lucas dicen que Jesús ha sido israelita (por María y José), aunque de hecho, en lo profundo, ha superado ese nivel, pues no ha nacido simplemente de José (ni siquiera de María), sino de Dios, engendrado por su Espíritu 

En ese sentido, siendo distintas y estando al servicio de objetivos diferentes, las dos genealogías (Mt, Lc) tienen un fondo común y una misma intención:

Asumen la historia mesiánica de Israel, centrándola en José para transcenderla, diciendo que José (eslabón final de la genealogía), no es el “último” padre de Jesús). Ellas muestran que el mismo Dios dirige la historia de los hombres y mujeres, para decir al fin que su “salvación” nace y se hace historia en Jesús. Parece difícil pensar que ellas provengan de un “archivo” nazoreo de esos familiares, pues esos archivos solían conservarse (confeccionarse) sólo entre familias sacerdotales y de la nobleza, como en los asmoneos, y además no concuerdan entre sí. A pesar de eso, ellas quieren decir que la familia de Jesús formaba parte de los “nazoreos” que se consideraban descendientes (del nezer) de David, aunque lo expresen de formas diferentes (20):

  1. Mateo 1, 1-17 ha recogido (y elaborado) una genealogía abrahámica y davídica, poniendo a Jesús al final de tres grupos de catorce generaciones. Eso supone que ya se han cumplido seis septenarios o semanas de generaciones (pues cada grupo consta de dos septenarios), de manera que con Jesús empieza la séptima semana o cumplimiento de la historia, conforme a una lógica normal de la apocalíptica judía. Así ratifica la tradición israelita, haciendo a Jesús descendiente de Abrahán (dos septenarios de generaciones), hijo de David (dos septenarios) y heredero del exilio israelita (otros dos).
  2. Pero, al mismo tiempo, supone que Jesús ha desbordado el plano de la “buena” historia israelita, pues añade que proviene de cuatro mujeres irregulares y sufrientes, poseídas por hombres poco ejemplares, de manera que él se inserta en el ancho espacio de la historia universal de exclusión y sufrimiento, pues ellas fueron rechazadas por la familia (Tamar), no integradas en el grupo (Rahab), exiladas (Rut) o adúlteras (mujer de Urías). Jesús aparece así por ellas como Mesías de los rechazados de la sociedad.
  3. Lucas 3, 23-37 presenta la genealogía en orden ascendente, desde Jesús hasta Adán (Dios), no desde arriba (Abrahán) hacia Jesús, como Mateo.No cita a mujeres, ni siquiera a María, madre de Jesús, sino que se limita a trazar una austera lista de varones, desde José (a quien se tomaba como padre de Jesús), hasta Adán (Dios), sin aparentes diferencias o marcas distintivas. Por otra parte, de Jesús hasta David, Lucas no sigue la línea regia, como Mateo, y por eso no incluye entre los antepasados de Jesús a Salomón y a sus descendientes, sino a otros davídidas no reyes, en la línea de Natán (cf. 2 Sam 4, 14; 1 Cron 3, 5), como si la tradición monárquica que siguió a David hubiera sido equivocada. Todo intento de compaginar las listas de Mateo y Lucas carece de sentido: ni uno ni otro han querido ofrecer una genealogía crítica (biológica), sino trazar las claves mesiánicas del origen de Jesús.

Jesús abandona a sus padres, Jesús perdido en el templo (Lucas 2, 41-52)

             Esta escena, construida de forma simbólica (no podemos decidir su historicidad), destaca la piedad de los padres y la sabiduría de Jesús, niño prodigio, dialogando con los maestros de Jerusalén. Así aparece como adolescente sabio que, a los doce años, como bar/ben mitzvah (hijo de los mandamientos), dialoga ya con los letrados del templo de Jerusalén. Los judíos actuales celebran esa fiesta de mayoría de edad a los trece años. No se sabe cómo lo hacían en tiempos de Jesús, pero es claro que Lucas evoca una celebración de ese tipo.

Pero la novedad no está en ese dato de piedad, ni tampoco en la sabiduría de Jesús, que podría compararse a la de Flavio Josefo, historiador judío algo más joven, que se presenta a sí mismo como niño prodigio:

«Yo fui educado con un hermano mío, llamado Matías, hijos los dos del mismo padre y de la misma madre; progresaba mucho en la instrucción, destacaba por mi memoria e inteligencia; y cuando apenas había salido de la infancia, hacia los catorce años, todos me valoraban por mi afición a las letras, pues continuamente acudían los sumos sacerdotes y las autoridades de la ciudad para conocer mi opinión sobre algún punto de nuestras leyes que requiriera mayor precisión» (Autobiografía II, 8-9).

Josefo se auto-presenta de un modo más pretencioso, pues no sólo dialoga (pregunta y responde), sino que enseña y actúa, con catorce años, como maestro de maestros de la ley, pero sin “romper” con sus padres. Hay otra diferencia. Josefo pertenece a una familia sacerdotal rica, sin más obligación ni tarea que estudiar (para luego gobernar).

Jesús, en cambio, es de familia de campesinos obreros, de manera que su ocupación directa es el trabajo, no el estudio; él no vive en Jerusalén, sino que va para la fiesta… y luego se queda en el templo, sin el permiso de sus padres, abandonándoles de un modo sangrante (en contra de todas las tradiciones del buen judaísmo patriarcal).

Jesús y la familia de los buscadores de Dios. Como buenos judíos, María y José siguen peregrinando cada año por la fiesta de la pascua. Llevan al niño a Jerusalén, allí celebran el recuerdo de la libertad de Dios como principio de toda esperanza para el pueblo. Una vez, al cumplir los doce años, Jesús se queda sin decir nada a sus padres; eso significa que les “abandona”, que se declara abiertamente independiente… a los doce años, tiempo de la madurez comunitaria (ritual y personal) para un judío de entonces.

Quien no sienta el escándalo de este abandono no entenderá el pasaje, ni el sentido de la iglesia

Lógicamente, sus padres, angustiados, vienen a buscarle y le encuentran en el templo. Evidentemente, la madre le pregunta: ¡Niño! ¿Por qué te has portado de esta forma con nosotros? ¿No sabías que tu padre y yo te buscábamos angustiados? (2, 48).

Es la pregunta normal, la angustia de los padres por el ser querido. Pues bien, Jesús no se excusa, ni pide perdón, sino que responde de una forma hiriente, trazando desde este momento (doce años) su propia independencia, ante Dios y ante la vida. Quien no ha sido capaz de romper en un momento dado con los padres (con un tipo de tradiciones), al servicio de todos los hombres y mujeres, no puede entender el evangelio, por más misas de familia que se celebran (¡que benditas sean!)

¿Por qué me buscabais? ¿No sabéis que debo ocuparme de las cosas de mi Padre? (2, 49)

Ésta es la palabra clave. Hay una familia formada por el padre y la madre, que han engendrado y madurado a Jesús para la vida, para la autonomía… Pues bien, precisamente porque ha sabido recibir la buena lección de María y de José, a los doce años, Jesús se declara independiente, abierto a la familia de la voluntad de Dios, que es su Padre.

José y María le han educado en fidelidad y  libertad para el mesianismo judío de la Ley. Pues bien, al llegar el momento de maduración de su vida (¡a los doce años!), Jesús se independiza, se queda en Jerusalén sin decirles nada.

Ciertamente, después de este gesto, esperando el momento de su manifestación definitiva, Jesús vuelve a Nazaret y se muestra sometido a ellos (hypotassomenos, en palabra que emplea Ef 5,21 hablando de la mutua sumisión de los creyentes).Pero en realidad, de un modo fuerte, Jesús ha mostrado independiente respecto de su madre y de su padre. Ellos no pueden controlar a Jesús, ni educarle a su manera (para sí mismos). Tienen que dejar que Jesús escoja su camino mesiánico. Confiar en ese hijo distinto, estar dispuesta a escucharle y seguirle de una forma activa esa es la tarea de María: Ellos (sus padres) no entendieron la palabra que les decía (Lc 2, 50). Y ella (su madre) conservaba todas estas cosas en su corazón (Lc 2, 51b).

Ésta es la palabra esencial: Los padres no entienden al hijo, no pueden entenderle, pues el hijo no es de ellos (para una obediencia pasiva), sino que es de Dios, es decir, para la autonomía personal, para la nueva familia de la humanidad. Aquí se sitúa la grandeza de María al final de este pasaje. Ella renuncia a manejar a Jesús, a imponerle su criterio. Hace algo mucho más grande: ¡Cree y colabora! Así participa en el camino mesiánico de su hijo.

En un lugar fundamental del AT se nos dice que, al llegar a madurar, «el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a la mujer, formando así los dos una sola carne» (Gén 2,34). Pero Jesús no ha madurado todavía como esposo, ni abandona a sus padres en un gesto público de boda. Les deja en el momento de su madurez personal, a los doce años. Jesús no se pierde en el templo… sino que abandona a sus padres para marcar su independencia. Desde entonces la madre que ha entregado todo por Jesús viene a encontrarse como madre abandonada. La soledad de su abandono sobre el mundo podrá ser interpretada después como signo del Reino.

  Como madre angustiada le dice María: «¡Hijo!, ¿cómo te has portado de esta forma con nosotros? Tu padre y yo te buscábamos llenos de dolor» (Lc 2,48). En un primer momento, el camino de liberación que María canta en Lc 1,51-53 se expresaba en el gesto de cuidado por un niño que no puede valerse por sí mismo. Pero ahora, la misma edad exige que Jesús rompa el estadio precedente de cariño cercano y obediencia infantil para asumir su responsabilidad de Hijo divino. De esa forma, ha respondido: «¿Por qué me buscabais? ¿no sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?» (Lc 2,49).

Quizá esta respuesta supone que sus padres ya sabían algo de ese misterio del Padre, especialmente su madre. Sabían que el camino de Jesús es diferente y que no puede predecirse de antemano. Y sin embargo el día en que Jesús lo asume y rompe el equilibrio antiguo de familia ellos se angustian: la misma cercanía se les vuelve señal de lejanía; han de perder al que sirvieron como niño, para descubrirle como salvador en el misterio de Dios Padre.

 Quizá podamos destacar aún otro rasgo de esta escena y descubrir en ella el signo de la muerte de Jesús y de su pascua. Jesús abandona a los padres de este mundo, que le buscan por tres días, dominados por la angustia. Pasados esos días de dolor le encuentran en un gesto de pascua anticipada que les abre hacia la altura de Dios Padre (cf. Lc 2,46.49) Aunque esta referencia pascual no se halle literalmente demostrada, pensamos que teológicamente es verdadera.  

María no comprende la palabra de su hijo (Lc 2,50).José, que es signo del AT, no le puede ayudar en esta empresa. Tampoco le resultan suficientes las palabras del ángel que anunciaban la realeza de su hijo (cf. Lc 1, 32-35), ni tampoco la palabra de utopía que ella misma ha proclamado cuando evoca la justicia final sobre la tierra (Lc 1,46-55).

Pienso que el problema se ha desenfocado cuando pretendemos saber si es que María conocía o no el carácter divino de su Hijo. No es la divinidad en un sentido estricto lo que aquí se pone en juego. En juego está el camino de Jesús, su forma de responder a Dios Padre, la manera de trazar y realizar su misión sobre la tierra. Pues bien, María, fundada en el camino de Israel y en su experiencia anterior (anunciación y nacimiento), no comprende. Ciertamente, ella no puede comprender porque es el mismo camino de la cruz el que ha empezado a desplegarse ante sus ojos, de una forma misteriosa.

Pues bien, en este contexto de Jesús “perdido” en el templo he vuelto a situar la renuncia de Benedicto XVI al papado, hace ahora (2023) exactamente diez años.  El Papa Ratzinger pensaba que tenía claras las cosas del papado (es decir, el camino de la iglesia, su papado). Así actuó cuando era Prefecto para la Doctrina de la fe. Así siguió pensando en sus primeros años como Papa. 

Pero, siendo Papa, siguió pensando en Jesús y, al final, descubrió que, por fidelidad a Jesús (como él) debía renunciar a un tipo de papado, retirándose para Dios (para las cosas de su Padre, como niño que se abre a la vida), retirándose a un pequeño monasterio familiar a la sombra del Vaticano. Han pasado ahora, desde entonces, 10 años, una fecha y unos años importantes en el camino de la Iglesia católica.

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