23.11.25. Cristo-rey de estrellas, músico celeste (Fray Luis de León 1)

 Presenté ayer a Cristo-Rey  de condenados a muerte (evangelio de Lucas) y de  enamorados (Juan de la Cruz). Ahora  comienzo una pequeña serie sobre Cristo-rey, según Luis de León y Juan de la Cruz, altos cantores de Cristo-Rey  en lengua castellana.

Hoy le presento, según Luis de León como rey de estrellas (supra-mundo divino) y músico-música de cielo (armonía universal).

“Mañana”  presentaré a Jesús como rey cristiano, según el mismo Luis de León, con Ascensión al cielo y retorno triunfador (dominador), falsamente cristiano, para culminar  “pasado mañana” con Juan de la Cruz cristiano verdadero.

Quedarnos en Luis de León sería volver a la mística pre-cristiana, que culmina en forma de violencia reactiva y  vengadora, en una línea  muy actual,  pero muy peligrosa  como verá quien siga leyendo “mañana”. 

Así quiero mostrar un camino que, a mi juicio, debe llevar de Luis de León (agustino como León XIV) a un Papa  que retome la línea de  Juan XXIIII, de la “estirpe” de Juan Evangelista y Juan de la Cruz, cristianos encarnados en la humanidad real de Jesús, sufriente y amante, en comunión de verdadero cielo.

Frayluisdeleon Estatua Escultura - Foto gratis en Pixabay - Pixabay

Fray Luis de León, platónico “cristiano”

          El amor platónico ha sido por siglos una referencia fundamental para occidente, de manera que muchos pensadores judíos y cristianos han podido afirmar que el cristianismo ha sido un “platonismo” para el pueblo, un platonismo al servicio de la mística del poder, en manos de “almas superiores” que han utilizado un tipo de espiritualidad cósmico-sagrada para alcanzar así la propia excelencia y dominar sobre  otros[1].

          En esa línea, con todas las reservas pertinentes quiero evocar la obra poética de Fray Luis de León (1527-1591), con su mística platónica de amor cosmos, revestida de un tinte  bíblico, para ocuparme después de la mística estrictamente cristiana de Juan de la Cruz[2].

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Luis de León quería traspasar los círculos más bajos del gran Universo,  para ascender al cielo de la contemplación (cf. XIV, 34), a la montaña pura de la soledad y la visión perfecta de la vida (cf. XIV,35). Su “montaña” (cf. XI, 19) es el signo de la altura celestial, las esferas superiores, donde el cosmos recibe su sentido espiritual y se convierte en expresión de lo divino. En esa línea resulta muy significativo  el poema dedicado A Felipe Ruiz  (X,1-70): 

  • ¿Cuándo será que pueda
  • libre desta presión volar al cielo,
  • Felipe, y en la rueda,
  • que huye más del suelo,
  • contemplar la verdad pura sin duelo? (X, 1-5).

Prisión es signo de la tierra, de toda la existencia  en el mundo concebido como cueva o caverna donde la vida (Dios, los dioses, la fortuna) ha querido encerrarnos por un tiempo en este exilio, un valle de lágrimas, como traduce la oración más popular de los católicos, la Salve o canto dedicado a la Virgen María

Fray Luis puede estar aludiendo a la cárcel de Valladolid donde estuvo preso (1572-1576) por haber  traducido y comentado en castellano el Cantar de los Cantares, en contra de las prohibiciones del Concilio de Trento (1545-1563). Pero su pasión religiosa no estuvo centrada en el Cantar de la Biblia, sino en la mística platónica (pitagórica) del cielo, como espacio matriz de vida humana.   

En esa línea, Fray Luis de León (=FLL)  interpreta la existencia del hombre en el mundo como cautiverio, donde el alma caída padece y se purifica, buscando su retorno a lo divino. La amante del Cantar de la Biblia (sobre el que Luis de León escribió las páginas más lúcidas y fuertes, que le habían llevado a la cárcel) en una línea de enamoramiento interhumano. or el contrario, Fray Luis León  vive, en cambio, de un deseo de tipo espiritual, de amor de cielo,  más alto que los amores interhumanos de la tierra. Por eso,  quiere librarse de este cuerpo de cárcel y cueva  y muerte, para contemplar en libertad, desde la altura del cosmos verdadero, la verdad y sentido de todo lo que existe, en una línea más platónico/pitagórica que judeo-cristiana

Él entiende la vida como un ansia de muerte; pero no de una muerte cualquiera, que nos deja aún más prendidos y perdidos sobre el mundo, sino de una muerte de contemplación poética y espiritual del alma que logra desligarse interiormente del cuerpo para hallar de esa manera su verdad originaria. El cielo de FLL no es contemplación de amor de enamorados transformación en luz y visión cósmica:

 Allí a mi vida junto,

  • en luz resplandeciente convertido,
  • veré distinto y junto,
  • lo que es y lo que ha sido,
  • y su principio propio y ascondido (X, 6-10).

El diálogo santo que San Agustín tuvo con su madre Santa Mónica antes ...

El cielo no es resurrección de la carne (credo apostólico), sino  conversión en luz. El “salvado” supera la ceguera y contempla todo lo que existe en forma de amor celeste. Ciertamente Luis de León no es un gnóstico acosmista puro: no niega el ser del mundo ni tampoco lo condena como simplemente malo, como pueden haber hecho algunos hindúes y budistas. Situado en una tradición que recoge elementos del cristianismo, con rasgos de platonismo y pitagorismo, él concibe el cosmos como entidad dual, con una tierra de carne y  un fondo divino positivo, de puro espíritu, que puede compaginarse con el Padre Nuestro: Hágase tu voluntad (ley suprema) así en la tierra como en el cielo.

Por eso el creador del mundo no es un demiurgo malo, un "dios corporal", opuesto al Dios de los espíritus, sino el arquitecto y albañil del universo en su totalidad, como un demiurgo griego, como el gran arquitecto de una masonería moderna: Entonces veré cómo la soberana mano echó el cimiento tan a nivel y plomo" (X, ll-13).

El Arquitecto (=maçón, albañil) del cosmos es Dios, que ha construido divinamente el universo dividido en dos, aunque nosotros, encerrados en la inferior, no logremos entenderlo. Está, por una parte, el mundo inferior o sublunar, sometido a variaciones y batallas de mil tipos, en las que sufren los hombres condenados a penar en cuerpo frágil, corruptible. Está,  por otro lado, el mundo superior de las esferas perfectas y los astros sublimes, supra-lunares, en su quietud y movimiento, como signo perfecto y patria de Dios para los hombres.

Según eso, el cielo del sabio consiste en saber, conocer por dentro el cosmos, como los iluminados de Dan 12, 1-3, expertos de estrellas, que quieren habitan en un cielo superior de astros místicos, que no se identifican con la resurrección cristiana, descrita  1 Cor 15 y Mc 16, 1-8.

Lógicamente, su deseo platónico cristiano, de liberado de la cárcel inferior del mundo (y de la inquisición de Valladolid) hizo que Fray Luis quisiera salir de la esfera de materia y muerte,  pero no para quedarse en un orden algo superior, pero de abajo, sino para subir al cielo de las altas esferas, abandonando este mundo, no para transformarlo en cielo de amor, como quiso Juan de la Cruz.

¿Qué es lo que verá sobre las bajas nubes, qué Dios le espera en su divino carro, ligero y reluciente (X, 4l-42), como el carro de los dioses del Olimpo o el más celeste de la visión del trono del profeta Ezequiel 1-3, sobre los siete círculos sagrados, contemplando la verdad "en la rueda que huye más del suelo" (X,3-4).

  • Veré las inmortales
  • columnas do la tierra está fundada; ...
  • por qué tiembla la tierra;
  • por qué las hondas mares se embravecen,
  • dó sale a mover guerra el cierzo, y por qué crecen
  • las aguas del océano y decrecen (X, l6-17. 21-25).

El vidente del cielo de Fray Luis de Leónm FLL se transforma, según eso, en Dios celeste, sentado en la suprema cumbre de la rueda más alta y su gozo  será contemplar explicar como Dios,  como querrá más tarde I, Newton (1643-1727), los movimientos de todo el universo  Pero éste conocimiento racional del mundo inferior no le resulta suficiente. Conociendo el por qué de lo que pasa abajo (es decir, conociendo su pasado de caída), el sabio y salvado de FLL quiere abandonar este mundo inferior y  conocer el orden superior: los movimientos celestiales, la luz de las estrellas, los círculos solares... (X, 51-65).

El cielo más alto, el reino del Dios verdadero,  se entiende así en forma de contemplación divina del cosmos superior, a diferencia de Jesús de Nazaret que quiso descubrir e introducir el reino de Dios sobre la tierra, transformada en cielo. En esa línea de Jesús avanzó, por el contrario, Juan de la Cruz, que no huyó y se refugió en un mundo superior, sino que realizó (recorrió)  el camino de  amor en este mundo de pobres, oprimidos y excluidos de la tierra,  en ejercicio de amor enamorado (pues sólo en amor es mi ejercicio: Cántico B 28).

Ciertamente, como hombre de Biblia y cristiano, Fray Luis de León sabe que Dios se ha encarnado en este mundo, pero el Dios de la encarnación de Cristo no le importa o le importa menos. Lo que de verdad él busca es el Dios de la ascensión al cielo, el Dios de arriba, de los astros y de los compañeros de lucha “que hacen guardia sobre los luceros (Himno Cara al sol). 

 Conforme a su inspiración profunda, el Dios de Cristo se encarno por un pequeño tiempo, pero lo hizo para sacarnos del mundo y llevarnos a su cielo estrellas (no de resurrección de enfermos, pecadores y excluidos del mundo).Lo que a Fray Luis le interesa no es el Dios de Jesús, encarnado en los pobres, sino el Jesús que asciende y nos saca del mundo, para que habitemos con él en las altas estrellas, sobre los luceros Lo que le interesa es el cosmos astral  de Dios como expresión de triunfo de las almas superiores sobre/contra  los espíritus perversos.

Imágenes del Apocalipsis del Beato de Liébana

Más que el Dios arquitecto (maçón) de amor a los enfermos, hambrientos e impuros de abajo (Mt 11,1-4) le interesa la arquitectura superior de Dios, que ha creado para los sabios superiores (cf. Dan 12, 1-3) el mundo puro de estrellas lucientes en la noche,(X, ll ss), que no es noche de transformación de amor encarnado como Jesús, sino noche cósmica de estrellas de sabios elegidos victoriosos encendidas en el cielo.

En este plano de apofatismo teológico y de sacralidad cósmica, el camino celeste del sabio/luchador  es un “paseo astral”, en la línea de algunas especulaciones físico-filosóficas de la cábala semi-judía, semi-griega, que llegan al racionalismo de I. Kant en la página final de su,  Crítica de la razón práctica, que vincula le ley superior de la conciencia ilustrada con la contemplación de los astros, triunfadores del cielo.

En esa línea que lleva de Platón a Kant, como racionalismo místico-filosófico de ley cósmica nos sitúa Fray Luis de León, a diferencia de Juan de la Cruz con su Cántico Espiritual cristiano. Así presenta Luis de León   su visión celeste en la "esfera superior", donde se tocan Dios y el mundo: 

  • Veré  sin movimiento
  • en la más alta esfera
  • las moradas del gozo y del contento,
  • de oro y luz labradas,
  • de espíritus dichosos habitadas (X, 66-70).

Esos espíritus de dicha han superado el bajo cuerpo, la cárcel en que estaban encerrados aquí abajo. Ellos participan ya de una corporalidad astral distinta, morando en la esfera del gozo y contento, donde Dios se muestra como pura  claridad entre sus astros cósmicos y humanos, que son los “santos del Altísimo” de Dan 7 y 12, 1-3. Éste es un tema que aparece en muchas de sus poesías. Más que el pecado original de hombre en el mundo al que se refiere San Pablo en Rom 5, reinterpretando el relato de Gen 2-3, a Luis de León le importa el pecado “astral de la caída de las almas superiores, en una línea más platónica (hindú, budista) que cristiana

Fray Luis pensaba como Platón y muchos teólogos antiguos (Filón de Alejandría, Orígenes) que Dios había creado a los seres humanos como “almas superiores” (ángeles) y les había colocado en un paraíso superior, como estrellas divinas, pero que ellos, por razones nunca explicadas,  pecaron y cayeron desde ese cielo superior al mundo inferior; del que deben liberarse, retomando su verdad y plenitud en el espacio propio de su dicha, ascendiendo otra vez a las esferas altas del gran cosmos divino.

FLL no expone estas cosas “profundas” partiendo del Cantar de los Cantares, ni de otros libros de amor interhumano, sino del pensamiento platónico, muy parecido a la mística oriental de un tipo de hinduismo y de budismo, como aparece en su poema VIII, l-80, en el que expone algunos elementos centrales del asombro contemplativo de la mística del cielo.  El alma está perdida en el mundo y tiende a olvidar la grandeza superior  de su origen, mientras vive encerrada en sus deseos inmediatos (riqueza, poder, sexo).

El amor inter personal, que el Cantar de los Cantares presentaba  como fuerza desencadenante de vida y principio de apertura a lo divino, viene a presentarse en esta línea platónico/oriental  como trampa donde el hombre cae y pierde su sentido. El factor de re-creación, que mueve por dentro al ser humano y le abre a la experiencia de lo totalmente distinto en nostalgia y recuperación de eternidad sagrada, es la contemplación de las estrellas en la noche.

Esta visión de la noche presenta una estructura paradójica. Se oscurece el mundo, convertido en cárcel y sombra de muerte para los hombres que estábamos dominados por un amor adulterado (cf. Rom 13, 8-9) y todo lo que antes  parecía importar (negocios, riqueza, poder) pierde su valor. Quedamos vacíos y solos en la noche, deambulando entre fantasmas, dominados por la pena y por el llanto (cf. X, 6. 63).

Pero, rasgando esa tiniebla se ilumina un cosmos superior, simbolizado en las estrellas que aparecen como signo de verdad y de armonía. Contemplando esas estrellas, descubren los sabios que su vida en este mundo es un destierro. Ellos no encajan en esta realidad inferior de lucha y llanto, de ambición y muerte; pertenecen a otra esfera, son hermanos de los astros de Dios. Así exclama Luis de León:

 Morada de grandeza,

  • templo de claridad y hermosura,
  • mi alma que a tu alteza nació
  • ¿qué desventura
  • la tiene en esta cárcel baja, escura?

¿Qué mortal desatino de la verdad aleja así el sentido, que de tu bien divino olvidado, perdido

sigue la vana sombra, el bien fingido?

(Noche serena VIII, 15-25).

           Los astros de la noche son señal de verdad y amor más alto, templo de Dios, son nuestra casa. Por eso plantea el sabio su pregunta: ¿Por qué estamos aquí abajo, padeciendo en la cárcel de la tierra? Es evidente que Fray Luis no puede contestar de con argumentos de razón. Como buen poeta, ha dejado el tema abierto: Que responda cada uno y reinterprete el  mito platónico de la caída de las almas. De un pecado nacemos, pero no de sexo humano, sino de derrumbamiento divinoEn esa línea vamos lejos del motivo central  del Cantar de los cantares de la Biblia.

Para el Cantar, la noche era tiempo de espera y comunión con  amado humano y de búsqueda más honda de amor interhumano más que de mirada a los astros exteriores en la noche (cf. Exposición  al Cantar 3,1). A  diferencia de FLL. según el evangelio, en la línea del Cantar, la revelación más honda de Dios ha de hallarse vinculada al amor de los hombres entre sí, más que a la contemplación de las estrellas..

          En contra de eso, para Luis de León, la gran desventuras, el “mortal desatino de los hombres consiste en que ellos se olvidan de su bien celeste y se afanan por bienes terrestres, perdiendo así el "bien divino", mientras vagan buscando una "vana sombra", un "bien fingido" (VIII, l6-20). En ese sentido, la vida en el mundo es una especie de sueño en el doble sentido de olvido platónico de la verdad y fingimiento cartesiano; no podemos descubrir la realidad, todo nos engaña.

A fin de salir de este sueño de engaños y dudas ideó Descartes un discurso racional (Discurso del método) que nos permite conocer la verdad por encima de toda sospecha ("pienso, luego existo"). Con la tradición platónica, de fondo agustiniano, Fray Luis propone más bien una salida y visión contemplativa, conforme a la cual firmeza de la verdad, la garantía del sentido de la vida se desvela por los astros, en medio de la noche. Esos ángeles-estrella son mensajeros/ángeles de la noche, sobe el falso dóa, mediadores de amor para los hombres, que deben despertar para así vivir en amor verdadero:

  • ¡Oh, despertad, mortales!
  • ¡mirad con atención en vuestro daño!
  • Las almas inmortales,
  • hechas a bien tamaño,
  • ¿podrán vivir de sombras y de engaño?
  • ¡Ay, levantad los ojos
  • a aquesta celestial eterna esfera!
  • Burlaréis los antojos
  • de aquesta lisonjera
  • vida, con cuanto teme y cuanto espera" (VIII, 26-35).

Conforme a la visión de Fray Luis de León, la plenitud del hombre no depende de su pensamiento (contra Descartes), ni de su amor enamorado (contra el Cantar de los Cantares), ni siquiera de su encuentro histórico  con Cristo, sino de su ascenso a la esfera superior del cielo de los astros, que es signo supremo de Dios y la armonía final para los hombres.

La esfera superior de los astros divinos contiene y ofrece la armonía celestial que buscaba Pitágoras, la verdad de las ideas que anhelaba Platón, la bondad de Dios que desean los cristianos. El paradigma sacral de Luis de León no es el Jesús histórico, que curaba enfermos, impuros, pecadores y que  amaba a los varones y mujeres que le acompañaban, sino  Cristo, Señor resucitado, que guía sobre el cielo el movimiento de los astros Por eso, cuando describe el movimiento de los astros (VIII 41-59), como expresión de bienaventuranza (cf. X,1- 70), utiliza palabras de una cosmología mesiánica y sagrada, que  ha sido superada en plano puramente científico, pero que sigue teniendo un hondo sentido simbólico-religioso.

Después de Copérnico y Newton no podemos hablar de esferas celestiales, ni se puede interpretar la bóveda estrellada de la noche como un signo inmediato de Dios, en el sentido de la antigua astronomía/astrología. Pero es evidente que la antigua experiencia sacral del cosmos puede trasponerse en categorías de nuevo conocimiento, como han hecho Teilhard de Chardin, Whitehead y otros pensadores modernos. Según eso, cuando evocamos la visión místico-sacral de Luis de León, el problema fundamental no es, sino filosófico-religioso, pues el cosmos como tal sigue culminando en el Dios de Cristo, conforme a las dos últimas vías de Santo Tomas  (Summa.Th. 1, 2 , 3):

  • Aquí vive el contento,
  • aquí reina la paz; aquí, asentado
  • en rico y alto asiento,
  • está el Amor sagrado,
  • de glorias y deleites rodeado (VIII, 66-70).

De esa forma nos hallamos ante el antiguo y nuevo Dios astral (de estrellas), cumbre del Cosmos, Amor Sagrado. En  X,11-13, ese Dios es arquitecto: mano soberana que establece el orden y estructura de este mundo, "demiurgo" de las tradiciones platónicas, sustentador supremo del mundo, que se manifiesta a los sabios superiores, más que por a los excluidos de la tierra y las víctimas del mundo, como el Dios del Jesús  cristiano.

Ese Amor Sagrado, al que alude Fray Luis de León no es un principio de gratuidad personal  vincula a los amantes (amado con amada); ni es tampoco el Espíritu Santo que dirige el camino de la Iglesia  o el amor a los enfermos, excluidos y oprimidos, de los que se ocupa Jesús, sino el Dios contemplativo o contemplado  de las almas superiores, en unión con la sacralidad de todo lo que existe.

El Amor Celeste no es enamoramiento de amantes en la tierra,  ni protección de enfermos, pobres y excluidos, sino principio de cohesión cósmica, aquella plenitud de vida (realidad, entendimiento contemplatico) que preside y dirige desde arriba la existencia y camino de de los hombres, que se ha revelado en Cristo, pero ese Cristo al que tiende y en el que culmina todo el cosmos es el Jesús de Galilea, el amigo de publicanos y prostitutas, el que cura los pecados promoviendo un camino de enamoramiento universal, sino el señor Cósmico que preside y dirige desde el alto el movimiento de los astros y la vida superior de los salvados,  que son como estrellas en el firmamento (Dan 12, 1-3)

Al final de su camino ascensional, las almas no hallarán sólo al "arquitecto" que les muestra los planos y secretos de su obra cósmico/divina, sino al amor que les atrae, integrando aa todos en su vida y movimiento de cielo para siempre.

Al llegar aquí, Luis de Leon supera la estructura racional del pensamiento, de manera que poema culmina en una estrofa de estructura mística. Cesa la narración, desaparecen las voces de llamada profética o mandato y sólo queda ya la admiración,  aquello que no se puede decir, pero que ha de decirse con expresión de poderoso balbuceo:

 ¡Oh campos verdaderos!

  • ¡oh prados con verdad frescos y amenos!
  • ¡riquísimos mineros!
  • ¡oh deleitosos senos!
  • ¡repuestos valles de mil bienes llenos!  (VIII, 76-80).

El vidente de la Noche serena (no de la Noche oscura de amor enamorado de Juan de la Cruz), en mirada alimentada por la luz de las estrellas (más que por la cruz de amor personal), ha llegado hasta el trono del Amor, que preside con su fuerza de atracción la vida y movimiento de las esferas, en una línea de mística del cosmos que aparece por ejemplo en el libro apocalíptico de 1 Henoc 14. El contemplativo del cielo (Luis de León) no busca el cielo en la mirada y afecto de otros hombres o mujeres, pues conforme a su visión el amor enamorado no aparece (o más bien) desaparece. Lo que emerge es la morada astral de Dios (cf. VIII, 11), el cielo superior del cosmos, en el que se introduce ahora el vidente (que en algún sentido puede compararse con un pensador judío posterior, de origen también hispano, llamado B. Espinosa (1632-1677).

Esa morada de grandeza, que se llama también templo de claridad y hermosura (VIII, l2), viene a presentarse ante el vidente como seno materno del Dios/cosmos. Es claro que el poeta ha recogido aquí el motivo del lugar ameno, que aparece en casi todos los autores del renacimiento como paraíso (campos, prados...). Pero en el fondo de este tema está latente la búsqueda del cosmos madre universal de vida. Amenazado por un mundo hostil, el místico retorna al lugar de la seguridad original, al seno fecundante de la madre divina (el cosmos sagrado), donde encuentra gracia, ternura, cercanía.   

En esta perspectiva han de entenderse los tres últimos sustantivos de la estrofa anterior: mineros o manantiales, de donde brota el agua de la vida (o la vida de los metales); senos, donde el ser se hace deleite, fuente de dulzura; valles, donde crecen las plantas y abundan los bienes (que podrían compararse con los signos divino del mundo de Juan de la Cruz: Montañas, valles ínsulas (CB 14).

El  amante del Cantar de los cantares buscaba a su amada para encontrar con ella y en ella las fuentes de la vida. Pues bien, en contra de eso, el místico neo-platónico de Fray Luis de León, ya no busca ninguna comunicación de tipo “vulgar” entre simples hombres y mujeres, sino la inmersión sagrada en el cosmos que es “eromenos” (objeto y espacio de amor de inmersión del mundo divino, eros sagrado).   

REY MÚSICO: DULCÍSIMA ARMONÍA

 Los temas anteriores se desarrollan y completan en un nuevo poema dedicado A Francisco de Salinas (III, l-50). Las estrellas de la noche, que antes eran expresión de anhelo y búsqueda de Dios, se presentan ahora como portadoras de música sagrada, concordia cósmica, armonía de cielo, como muestra la música más alta del maestro Salinas; cuya melodía nos eleva al nivel de Dios, de tal manera que por ella conseguimos escuchar su latido e introducirnos de verdad en su misterio.

          La tradición pitagórico/platónica entendía el orden cósmico en clave de armonía musical, y así escuchó e interpretó Luis de León, catedrático  de teología la música de Francisco Salinas (1513-1590), también catedrático de la universidad de Salamanca, escribiendo para él un e espléndido poema, que constituye de algún modo la cumbre de su producción “mística”.  

Conforme a este poema, en un mundo que parece entregado a la disputa y al desorden, la música introduce la armonía fundante de Dios interpretada como luz y hermosura divina, cielo en la tierra (III, 2). En esa línea se puede hablar de una religión (de un Reino de Dios) entendidas como música celeste. Por medio de ella, el alma vuelve a sus raíces; supera el olvido y recobra "la memoria perdida de su origen primera esclarecida" (III, 9-10). Música primera fue el lenguaje del alma en las esferas celestiales antes de caer en el caos de este mundo (mito platónico). Música es ahora el lenguaje principal del reconocimiento "y, como se conoce, en suerte y pensamiento se mejora" (III, 11-13).

Fray Luis propone en esa línea una profunda  pedagogía mística de tipo musical. La caída de las almas, entendida como ruptura de las venas divinas del hombre (según la cábala judeo/castellana del siglo XIII), había introducido una ruptura de equilibrio de unidad y vinculación con Dios, como habían afirmado los cabalistas que hablaban de una ruptura de los vasos o venas de sangre (vino de vida, cf. Jn 15) que vinculaban  a los hombres con Dios.

La música recrea el equilibrio universal, haciendo que el  Espíritu de Dios restaure la armonía de vida de las almas, de manera que ellas vuelvan a engolfarse en Dios, conforme al tema órfico-pitagórico del canto que amansa fieras, civiliza salvajes y transforma a los malvados, haciendo que recuperen su ser divino. A través de la música, el hombre recobra su verdad y, recobrándose a sí mismo, asciende a lo divino.

La función que ejercía en el Cantar la atracción interhumana del amante en el amado y viceversa, la ejerce ahora la música, pero con una diferencia: El amor del Cantar de la Biblia era principio de encuentro personal entre seres humanos; la música de F. Salinas,  se interpreta  en cambiocomo medio de ascenso a lo divino, de integración en el Espíritu divino, restauración de as venas divinas del cosmos.

Ésta es, por tanto, una música teológica, mística o de Dios. Superando el desorden y lucha de este mundo, el alma que escucha esa melodía "traspasa el aire todo", supera los espacios y asciende hasta "la más alta esfera", lugar de lo divino, donde escucha la eterna melodía "que es la fuente y la primera" (III, 16-20), consumando el ascenso contemplativo ya expresado en los poemas anteriores.

Pero hay una diferencia. Dios aparecía antes como arquitectoque construye "a nivel y plomo" todo el cosmos (X,11-13) y también como amor sagrado que ofrecí a sus devotos la gloria y deleite supremo de la vida (VIII, 60-70). Ahora se muestra como melodía musical, pues no sólo el mundo está compuesto de música, sino que el Dios supremo es músico y música celeste al mismo tiempo. Por eso,  quien escucha esta ´música 

  • ve cómo el Gran Maestro,
  • a aquesta inmensa cítara aplicado,
  • con movimiento diestro
  • produce el son sagrado,
  • con que este eterno templo es sustentado (Ill, 2 l-25).

Francisco de Salinas para Niños

Abajo queda Salinas, músico ciego y luminoso que evoca con su música de mundo la celestial del  reino universal del cielo. Como verdadero Salinas hallamos ahora en el cielo al Gran Maestro musical que es Dios,  produciendo su armonía con la cítara el son sagrado, con que este eterno templo es sustentado. El mundo entero es templo, una inmensa catedral donde resuena y se escucha jubilosa la música de Dios, que es música y músico a la vez.

 Dios no ha escrito el libro de este mundo en lenguaje matemático o geométrico, como algunos científicos pensaron, partiendo de Pitágoras. El mundo es melodía musical de de un Dios cuyo fiat creador (Gén 1) está compuesto de "sones sagrados", un "templo" que surge y se mantiene a los acordes de la música divina.

La música no es algo que se añade como adorno, sino el ser o esencia de Dios, que no se ha encarnado en carne humana de amor mutuo (Jn 1, 14), sino en la música más alta, sobre-humana que es armonía y realidad total, originaria. Por eso, la caída de los hombres (entendida al modo humano en Gen 2-3 y al modo divino en Platón, Fedón) es pérdida  y ruptura de armonía musical. La salvación se entiende por tanto como recuperación de la armonía, restablecimiento de la música divina, de manera que Música del hombre (Salinas) y música de Dios se vinculan y completan. La música de Dios es la primera, todo el cosmos. Salinas ha sabido escucharla y entenderse, y así responde a Dios, como verdadero “cristo”, encarnación de la música de Dios:  

  • Y como está compuesta
  • de números concordes,
  • luego envía con-sonante respuesta,
  • y entre ambas a porfía
  • se mezcla una dulcísima armonía (III, 25-30).

Conforme al nuevo Testamento, Cristo-Jesús respondía a la música-amor de Dios amando a seres humanos, persona a persona, empezando por los pobres y excluíos. Con el contrario, conforme a esta oda musical, Cristo-Salinas responde al Dios de la música divina con su música humana con-sonante,  que suena conforme a la música de Dios, pues ambas tienen números concordes, y entre ambas a porfía se mezcla una dulcísima armonía. Mezcla de música divina y humana es la “realidad total” (en contra de la formulación con concilio de Calcedonia, 451, que hablaba de una encarnación sin mezcla ni separación (ἀσυγχύτως ἀτρέπτως, ἀδιαιρέτως, ἀχωρίστως sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación).

Escultura: Maestro Francisco de Salinas – 【NOTICIAS de Salamanca】

Dios y el hombre (con Salinas como verdadero Cristo) se vinculan por medio de la música con-corde (que une los corazones) y con-sonante (que une los sonidos), en un mundo, que siendo mundo (creación) se ha convertido en reino de Dios o cielo.

El primer sujeto es la /música de Dios, compuesta de números concordes, quc concuerdan entre sí y con la armonía de Salinas (cf. III,1-10) que escucha la música primera de Dios, que le responde humanamente con números  (III, l1-20), de manera que entre la música  divina del cosmos y la humana de Salinas que responde de un modo concorde se produce  una dulcísima armonía, una liturgia sinfónica del Dios celeste y del hombre divinizado.

La música está compuesta, al modo geométrico de números y ritmos (como el pensamiento cartesiano y la ciencia de Newton), pero con una diferencia: La música pitagórica, platónica, cristiana del cosmos de Fray Luis está al principio, en el fondo místico/religioso (niceno-calcedoniano) de la realidad universal, de Dios y de los hombres. Sólo la música (el arte, la armonía) produce la unión del cielo y de la tierra, que había buscado también la cábala judeo/cristiana (hispana), del siglo XIII, propia  del judaísmo del que descendía Luis de León)

Conforme a la visión pitagórica, la esencia del alma es de tipo musical (está compuesta de números concordes), y en esa línea había avanzado la cábala de los judeo-cristianos, empezando por el profeta Ezequiel (siglo V-IV a.C., con la visión del trono/reino de Dios: Ez 1-3) y culminando en el del Zohar o iluminación judeo-cristiana (cabalista, hispana) del siglo XIII d.C., que está enn el fondo de la poesía cósmica cristianizada de Luis de León.

Por eso, el hombre creyente que escucha y com-prende la música de Dios puede responderle (envía consonante respuesta), de manera que entre ambas melodíaas, la de Dios y la del hombre surge un intercambio místérico, de cielo en la tierra, de tierra en el cielo (entre ambas a porfía se mezcla una dulcísima armonía).

Hemos llegado a la cumbre de lo que se puede llamaar en clave de “religión cósmica”, de mística de la naturaleza divino.  Dios ofrece al hombre su música sagrada, y el hombre le responde de un modo con-sonante, de manera que las dos músicas se escuchan y responden, re-suenan juntas, creando así la armonía suprema de lass dos vidas en una, que es el cielo cósmico (reino de Dios en la vida humana).

Esta visión del texto se refuerza si aceptamos aquellos manuscritos que dicen entre ambos (Dios y el hombre) en lugar de entre ambas (dos músicas)en 3,29. Según eso, no habría armonía de dos músicas que se mezclan, sino también la de dos músicos, el hombre y Dios que aparecen como interlocutores de una misma conversación, artistas de una misma orquesta, representantes de un mismo reino musical.

Con esto superamos el plano del discurso racional y pasamos al nivel de una experiencia mística de tipo cósmico/musical, en un plan do arte (estética), no de ética, conforme a lo que parece buscar de I. Kant en su Crítica del juicio (1790). Así el poema de Fray Luis de León, interpretando la música de F. Salinas, que así aparece como Cristo Músico, Orfeo cristiano, que amansa fieras y concuerda corazones humanos:

  • Aquí la alma navega
  • en un mar de dulzura
  • y finalmente en él ansí se anega,
  • que ningún accidente
  • extraño y peregrino oye y siente.
  • ¡Oh desmayo dichoso!
  • ¡oh muerte que das vida!
  •  ¡oh dulce olvido!
  • ¡durase en tu reposo
  •  sin ser restituido
  • jamás a aqueste bajo y vil sentido! (III, 31-40).

Ésta es una experiencia mística de desbordamiento oceánico. El alma navega, esto es, se desliza suavemente por un mar de dulzura, perdiendo la conciencia de la realidad externa. Es como volver al ámbito materno/divino, al seno resguardado del origen donde cesa el movimiento, se apaga la inquietud y sólo queda la felicidad de una existencia asegurada en el útero divino, a través de un Cristo músico, un Orfeo del cosmos.

El alma navega, es decir, viaja; se deja llevar, flota sin rumbo (es decir, por todos los rumbos, a impulsos de olas, que son los movimientos de la misma música, que es el sentido y esencia divina y humana de toda realidad, en la línea de Pablo cuando Dios que Dios será todo en todos, en todas las cosas (Panta en pasin: 1 Cor, 15, 28)

Éste es un éx-tasis y un-stsis supremo: el alma sale de sí, pierde una conciencia sesgada  de su propia identidad y se deja mecer en la conciencia verdadera de las olas de Dios en las que flota, camina y vive, sin otra ley que la de su música interior (como el creyente de Juan de la Cruz en la montaña del Carmelo, al final de la Subida), de manera que el alma deja de moverse (navegar) por ley externa y y se introduce en el mar de la música de Dios, perdiendo (es decir, ganando)  su verdadera identidad, de manera que no siente ni oye, no responde a nada particular, sino que vive el placer de dejarse vivir en el seno dichoso (total) que es la música del reino de Dios

Es éste un desmayo provocado por el ritmo músical, entendida como son sagrado divino y humano. No hay transformación externa (acción de drogas), sino el trascendimiento radical de una conciencia humana que forma parte de la misma conciencia musical de Dios

[3].En la su Exposición al Cantar 2, 5, Fray Luis había recordado los desmayos de la amada,  vencida  por un gozo superior a la razón, en actitud dichosa de abandono en el amado. Ahora desfallece el mismo poeta; su débil razón sucumbe triunfante  ante el poderoso despliegue de la "música de Dios y de esa forma se abre y queda en manos de su más alta conciencia divina.

Esta enajenación es un reposo que nos hace descansar de los trabajos anteriores, un olvido que supera el olvido precedente, haciendo que de un modo muy profundo comprendamos por intuición superior la esencia de Dios (cf. III, 7). De esa forma, el alma queda perdida al mundo,  en presencia de una muerte entendida como revelación suprema de es Dios en nosotros (cf. III, 36-40).

Fray Luis, hombre de experiencia en el arrobamiento místico del mundo platónico/judío de la cábala, entendida como música de Dios, invita y estimula finalmente a sus colegas, pidiéndoles que emprendan este camino de ascensión contemplativa: "A este bien os llamo, amigos a quien amo..." (III,41-43).  

Él desea, según eso que todos compartan su "viaje" musical; que olviden este mundo (se adormezcan) y despierten al nuevo "bien divino" por medio de la música sagrada (cf. III, 46-50). Quedan en segundo plano otros aspectos de la vida (trabajo, orden social, amor interhumano). El primer lugar lo ocupa esta mística del cosmos divino, de tipo supra-ético, vinculada a la armonía del cosmos y a su música, pues la verdadera religión es estética más que ética, liturgia musical, más que argumentación de razones teológicas, con el Cristo musical llamado Francisco Salinas[4].

 NOTAS

[1] Cf  W. Jaeger, Paideia. Ideales de la cultura griega, FCE, México 1957, 565-588;   A. Nygren, Eros et agupé 1, Aubier, Paris 1962; J. Pieper, Entusiasmo y delirio divino, Rialp, Madrid 1965; L. Robin, La théorie platonicienne de l’amour,  Alcan, Paris 1932

[2]He presentado su vida y obra en Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz. Poesía, Biblia, Teología, Paulinas Madrid 1992.   Vida y obras castellanas de Luis de León en F. García, Fray Luis de León. Obras completas castellanas, BAC 3, Madrid 1944 (5ª ed. en 2 vols. 1991). Cf. O. Macrí, Fray Luis de León. Poesías, Crítica, Barcelona 1982. Cito los poemas siguiendo la numeración establecida.   

[3]Cf. A Peers, El misticismo en las poesías originales de fray Luis de León, en Bol. Bibl. Menéndez Pelayo"22 (1946)111-131.

[4] Cf. A. Alcalá, "Aquesta inmensa cítara". Una estética del éxtasis en la "Oda a Salinas" de fray Luis de León, An.Jur. Escurialense" 17/18 (1985/6) 733-763; A.   Huerta, Música del ser trascendente e inmanente, en Rel. Cultura 22 (1976) 581-593. He desarrollado el tema en Lectura cristiana de los salmos,  Verbo Divino, Estella 2023.

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