Éste es, a mi juicio, el primero de sus retos de la iglesia. ¿Debe ella bautizar sin más a todos los niños de una sociedad que sigue siendo sociológicamente cristiana, pero sin vivir el evangelio? ¿Puede garantizar a todos los bautizados un espacio de crecimiento en libertad y de maduración cristiana, en una comunidad que le eduque prácticamente en la fe?
El tema no es si los niños (o sus familiares inmediatos) están preparados para el bautismo, sino si la iglesia puede abrirse como pila bautismal de vida compartida para todos los que vienen todavía al bautismo.
-- ¿No habrá llegado el momento de dejar quizá a un lado el bautismo masivo de todos los niños que nacen en una sociedad mayoritariamente cristiana, para bautizar solo a los que viven en un contexto donde se tienen la certeza de que van a madurar en la fe?
--¿Hay que contar a los bautizados y establecer certificados públicos oficiales, con documentación? La "documentación" del bautismo no será la v vida de la comunidad? Sigo así reflexionando sobre los temas de la postal de ayer, pero insistiendo en la necesidad de superar la burocracia del bautismo.
(Imagen 1: Pila/estanque bautismal romano-bizantina de Marbella, muy parecido a los antiguos estanques bautismales del judaísmo)
Imagen 2: Bautismo en serie, a la orilla del mar, en Nueva Ginea, Iglesia Adventista
1. Bautismo en el judaísmo.
El bautismo es símbolo profundamente humano, vinculado al carácter polivalente del agua, que es principio de vida y ocasión de muerte, fuente materna y potencia destructora . La Biblia relaciona el agua con la creación (Gen 1-2) y juicio (diluvio: Gen 6-8), con la salvación del pueblo, la muerte de los perseguidores (Mar Rojo: Éxodo) y la entrada en la tierra prometida (Jordán: Josué 3-4). Los judíos del tiempo de Jesús destacan su carácter lustral y legal: limpia y purifica de manchas a los sacerdotes y fieles.
El rito básico de re-nacimiento israelita era la circuncisión de los varones y, por otra parte, el perdón oficial no se lograba con agua, sino con sacrificios , pero la misma Ley pedía agua (lavatorios y bautismos), para que se purifiquen los sacerdotes, al empezar y terminar sur ritos (cf. 2 Cron 4, 2-6; Lev 16, 24-26). Los bautismos eran instrumento de purificación para aquellos que han contraído alguna mancha ritual, que les separa de la comunidad: así deben bautizarse los leprosos curados (Lev 14, 8-9; cf. 2 Rey 5, 14) y aquellos que han tenido relaciones sexuales, poluciones o menstruaciones... (cf. Lev 14,16-24) .
El judaísmo oficial ha destacado la pureza que se logra oficialmente en el templo, con sus sacrificios. Pero algunos grupos han buscado otras formas de pureza y comunión, centradas en ritos bautismales y códigos alimenticios. Para muchos, el agua se vuelve un elemento central de la acción religiosa. Las casas de judíos puros (y ricos) tienen piscinas purificatorias (miqvot), para "limpiarse". Los esenios de Qumrán se bautizan al menos una vez al día, para la comida ritual (cf. 1Q 5, 11-14). Hay también hemero-bautistas, como Bano, que se purifican a diario (incluso varias veces), para hallarse limpios ante Dios, participando así en la pureza de la creación.
2. Juan Bautista
ha dado al bautismo un carácter profético de preparación y purificación ante el juicio, destacando más el aspecto escatológico. No sabemos si otros profetas lo habían entendido de esa forma. Sólo la memoria de Juan nos ha llegado y debemos recogerla, pues él ha preparado y enmarcado la primera institución cristiana. De manera extraña y significativa, tras la muerte de Jesús, sus seguidores bautizarán a los creyentes, en gesto que sólo se entiende a la luz de Juan.
(1) Gesto profético y único. El bautismo de Juan marca la irrupción del juicio de Dios. Por eso, la tradición le llama baptistés (=bautizador, Bautista). No dice a los demás que se bauticen, sino que lo hace él mismo, como enviado de Dios. Sin duda, se siente llamado a bautizarles, como profeta del fin de los tiempos.
(2) Juicio apocalíptico: hacha, fuego, huracán ¿Nueva creación? El rito de Juan se vincula con imágenes de dura destrucción, que expresan el fin de este mundo, la vuelta al principio del caos, antes que el tiempo existiera. Es como si todo debiera brotar otra vez de ese caos (Mt 3, 11-12par). Existe, pues, un Poder superior y a su luz quiere ponernos Juan Bautista, de una vez y para siempre, superando así la norma y ritmo de repeticiones incesantes de este mundo viejo.
(3) ¿Tierra prometida? Jordán. Juan no bautiza en cualquier agua, sino en el río de los recuerdos, que se abrió antaño para que el pueblo entrara en Palestina: allí donde acaba todo y Dios realiza su juicio puede empezar todo, de una forma nueva: entramos ya en la tierra prometida.
(4) Perdón sin templo. Los evangelios dicen que el bautismo de Juan era de conversión para perdón de los pecados (cf. Mc 1, 4 par). Ciertamente, él ofrecía más que una "purificación" de manchas rituales, cosa que hacían otros muchos: proclamaba el perdón, superando así los rituales del templo. Los sacerdotes de Jerusalén perdonaban de un modo sacral, como funcionarios de un sistema de purificación oficial de los pecados. Juan, en cambio, lo hace sin sacrificios ni altares, preparando en el desierto, ante el Jordán, la llegada del nuevo orden de Dios; por eso, su acción es revolucionaria.
3. De Jesús a la iglesia
(1) Jesús ha empezado compartiendo el bautismo de Juan, como discípulo suyo, ratificando el cumplimiento y fin de la historia precedente. Pero después ha superado esa visión, no en línea de crítica o rechazo sino de plenitud o desbordamiento. El evangelio dirá que el mismo Dios Padre se ha mostrado a Jesús en el bautismo, confiándole una tarea más alta, en línea de nuevo nacimiento. Allí donde Juan afirmaba que el mundo termina, dirá Jesús que la vida verdadera empieza. La experiencia de muerte del bautismo se abre de esa forma a la esperanza del reino.
(2) La iglesia ha vuelto a bautizar "en nombre de Jesús". Ese gesto es extraño, pues el mensaje de Jesús no incluía elementos bautismales. Puede haber influido la conveniencia de tener un rito distintivo, el recuerdo del mensaje y figura de Juan, la experiencia de Pentecostés interpretada como bautismo en el Espíritu... Lo cierto es que la iglesia empieza a bautizar "en nombre de Jesús", no en la línea de las purificaciones bautistas (esenias), sino para ratificar el cumplimiento escatológico de aquello que Juan había evocado y anunciado.
4. Un signo que se hace pronto universal
Al recrear y mantener el bautismo de Juan, pero desde la perspectiva de Jesús, la iglesia ha tomado una opción trascendental. No sabemos quién lo hizo, pudo ser Pedro (cf. Hech 3, 38); es más probable que haya sido los cristianos de tendencia helenista. Tampoco sabemos si al principio entraban todos en el agua o bastaba el "bautismo en el Espíritu", como renovación interior. Lo cierto es que el bautismo se hace pronto un signo clave de pertenencia cristiana, la primera institución visible de los seguidores de Jesús. Conocemos las dificultades de la iglesia con la circuncisión (cf. Hech 15; Gal 1-2), pero nadie se ha opuesto al bautismo, entendido como afirmación social y escatológica, signo de la salvación ya realizada en Cristo.
(1) El bautismo cristiano es escatológico y pascual. Por un lado mantiene a los creyentes en continuidad con Juan y el judaísmo, que lo realizaban. Pero, al mismo tiempo, expresa y expande la nueva experiencia de la muerte y pascua de Jesús, en cuyo nombre se bautizan sus fieles.
(2) El bautismo es signo de iniciación y demarcación. Quienes lo reciben nacen de nuevo, insertándose en la muerte y resurrección de Jesús (cf. Rom 6). De esa forma se distinguen y definen a sí mismos, como indicará muy pronto la fórmula trinitaria (en el nombre del Padre, Hijo y Espíritu: Mt 28, 16-20).
(3) El bautismo es signo de universalidad, que supera la división de estados y sexos, como sabe Gal 3, 28: "ya no hay judío ni gentil, macho ni hembra...". La circuncisión discriminaba, como signo en la carne (para judíos y varones). El bautismo es igual para varones y mujeres y todos los humanos.
(4) El bautismo es un signo democrático. ¿Quién bautiza? El signo de Juan estaba vinculado a su persona y sólo él podía realizarlo. El de Jesús se abre a todos los humanos (cf. Ef 4, 5). Quizá por eso, la iglesia no ha creado una institución especial de bautistas (cf. 1 Cor 1, 14-17), ni lo ha reservado a presbíteros y obispos, ni a los hombres. Todos los cristianos (varones y mujeres) pueden bautizar, de manera que son por sí mismos celebrantes, ministros de la liturgia cristiana de la vida.
5. ¿Bautismo universal, bautismo de niños?
Entendido en la línea anterior, el bautismo no tiene por qué hallarse vinculado a la niñez, sino que puede y debe celebrarse también en situación de vida adulta. Pero en sentido fuerte la iglesia lo ha relacionado especialmente con los niños, de manera que su celebración puede entenderse como nacimiento desde Dios, para la vida universal, para la comunión gratuita de sus hijos.
La Iglesia no bautiza al niño en nombre del sistema, de un estado, de una patria o de una economía, sino para declararle Hijo de Dios (en nombre de la Trinidad) para la vida universal, en fraternidad humana, comprometiéndose a ofrecerle un lugar donde podrá crecer en esa fraternidad y para ella. De aquí brota, a mi juicio, el primero de los retos de la iglesia. ¿Debe bautizar todavía, en este tiempo (año 2013), garantizando al niño, en nombre de los padres y de la comunidad creyente, un espacio de crecimiento en libertad gratuita y gozosa? ¿Puede hoy hacerlo en verdad y mantener su ofrecimiento a lo largo de la vida del niño?
Ciertamente, las afirmaciones tradicionales sobre un bautismo que borra el pecado original, y que permite que los niños vayan al cielo si mueren, siguen siendo válidas en un sentido simbólico. Pero nadie las toma ya de una manera literal estricta. Bautizados o no, los niños son hijos de Dios y pertenecen al misterio de su Vida, al camino de su cielo. La iglesia no les bautiza para quitarles un pecado de muerte (de manera que si no hubiera bautismo irían al limbo o al infierno), sino para celebrar de un modo solemne su nacimiento a la Vida, que es don del Padre, camino de gracia, que se abre a la fraternidad universal y nos permite superar los riesgos de ley y muerte del sistema.
El tema no es si los niños (o sus familiares inmediatos) están preparados para el bautismo, sino si la iglesia puede abrirse como pila bautismal de vida compartida para aquellos a quienes bautiza. La cuestión consiste en saber si las comunidades cristianas son hoy “madres y maestras de paz”, lugares de crecimiento en evangelio.
6. Conclusión ¿Contar a los bautizados? ¿Certificado de bautismo?
El bautismo ha corrido el riesgo de convertirse en un acto de burocracia eclesial, de manera que para muchos parece que lo que importa es el certificado de bautismo, para establecer así el número de bautizados, es decir, de cristianos… ¡Como si la Iglesia fuera un club o partido donde se cuentan los números de los afiliados!.
La iglesia no es uns institución de control burocrático, sino gratuidad y encuentro personal. Por eso, en principio, ella no necesita documentación legal, sino comunión en perdón y amor; ella debe ofrecer su “casa” (la casa y camino de Jesús) bautizando a los que se comprometen… pero sin contar su número
De manera consecuente, en muchos siglos, ella ha vivido sin más papeles que los vinculados a la memoria de Jesús (Biblia), sin necesidad de archivos ni justificantes. Pero después, como heredera del imperio romano, ha creado la primera administración racional de occidente, con archivos de bautismo y matrimonio, nombramientos ministeriales y una chancillería y burocracia ejemplar al servicio de su propio sistema.
El sistema social realiza sus servicios burocráticos en perspectiva escolar y laboral, económica y policial, jurídica y sanitaria. A ese nivel importan los papeles: archivos informatizados identifican y controlan a los individuos, según tarea, trabajo o número. Cierta administración eclesial, quizá por mimetismo, se ha dejado arrastrar en esa línea y produce estadísticas y números, hojas de bautismos y matrimonios, certificados y firmas, de manera que algunas parroquias y diócesis parecen oficinas de estadística. Gracias a Dios, ese movimiento de burocratización no se ha universalizado de manera consecuente y pienso que llega el momento de pararlo.
La iglesia en cuanto tal (en su vida y sus celebraciones) es un lugar donde no hay más documentación que palabra (sí, no: Mt 5, 37), proclamada, escuchada, compartida, por una comunidad que la recibe en el recuerdo del corazón. Por eso, pienso que ella debe dejar la burocracia, en manos del sistema ¿Para qué hace falta certificado de bautismo, si el bautismo no queda inscrito en la memoria cordial de la comunidad que acoge al candidato y en la fe del mismo neófito que crece a partir de ella?
La iglesia es memoria viva de comunión personal. Los papeles son necesarios para la administración oficial del sistema, donde está en juego el dinero y cada uno actúa como función, no como persona ¿Qué sentido tendría acreditarse con papeles en una reunión de hermanos en familia? ¿quién iría a justificar con documentos su presencia en una cena de amistad? Por eso, allí donde la pertenencia debe justificarse con papeles y no por la palabra de presencia y testimonio, la iglesia se vuelve sistema impersonal.
Ciertamente, los cristianos tendrán que hacer papeles al ponerse en contacto con la sociedad civil, cuando inscriben sus instituciones, de inspiración evangélica, en el contexto administrativo o judicial de entorno: los tendrán que hacer ante el César, pero no ante Dios, pues. Dios no necesita documentaciones, ni las necesita la comunidad creyentes, fundada siempre en la palabra personas de sus fieles. El César, en cambio, los necesita y sólo al entrar en contacto con el César han de emplearlos los cristianos.