Día de la palabra. (3) Pedro ¿me quieres? Un Papa amoroso

Pedro y el Discípulo Amado
Pedro dirige la faena (en la línea de lo que podrá hacer luego el Papa de Roma), pero depende de los otros y especialmente del Discípulo amado, y no sólo de Jesús que espera en la orilla, recibiendo los peces que traen los discípulos y ofreciéndoles el pan y el pez del Reino. Pues bien, cuando todo parece haber terminado y los discípulos toman en la orilla el pan de Jesús con los peces de la pesca misionera, el texto sigue, de manera sorprendente:
Después que comieron, Jesús dijo: «Simón, hijo de Juan ¿me amas más que estos?». Le dijo «¡Sí, Señor! Tú sabes que te quiero». Le dijo: «¡Apacienta mis corderos!». Por segunda vez le dijo: «Simón, hijo de Juan ¿me amas?». Le dijo: «¡Sí, Señor! Tu sabes que te quiero». Le dijo: «¡Apacienta mis ovejas!». Por tercera vez le dijo: «Simón, hijo de Juan ¿me quieres?». Se entristeció Pedro, porque por tercera vez le había dicho ¿me quieres? Y le dijo: «¡Señor! Tú lo sabes todo, sabes que te quiero». Y le dijo:«¡Apacienta mis ovejas!» (Jn 21, 15-17).
Pedro recibe una doble misión. Hasta ahora ha sido pescador, esto es, misionero universal, en una línea destacada por la tradición de Marcos, cuando narra las primeras llamadas de Jesús, que convoca a los cuatro primeros discípulos (Pedro y Andrés, los zebedeos) para hacerles «pescadores de hombres» (Mc 1, 16-20). Pues bien, por un cambio que es lógico en el itinerario del evangelio, Pedro-Pescador (que recibe en su barca los peces de todos los pueblos) ha de convertirse en Pedro-Pastor, que cuida y ama a esos peces, transformados ya en ovejas-amigos de Jesús.
Pastores bandidos, pastores amantes
Según la tradición bíblica, hay pastores bandidos, que dicen guardar el rebaño, pero lo dominan a su antojo, para su provecho; hay pastores mercenarios, que actúan por dinero, sin amar a las ovejas, de manera que acercándose el peligro escapan, como sabe la historia y teología israelita (desde Ez 34 hasta el libro de las Visiones o Sueños de 1 Henoc 83-90) y como añade con toda nitidez el mismo Jn 10, 7-13. En contra de eso, Juan ha presentando a Jesús como pastor-amigo de hombres con quienes comparte en amor su existencia. Pues bien, Jesús quiere que Pedro se vuelva pastor de esa manera, sin mando ni imposición, pero cuidando en amor a los demás, como la amante del Cántico que dice «ya no guardo ganado, ni tengo ya otro oficio, pues ya sólo en amor es mi ejercicio» [Cf. JUAN DE LA CRUZ: "ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que ya sólo en amar es mi ejercicio" (Cántico B, estrofa 28). He estudiado el tema en Amor de hombre, Dios enamorado, Desclée de Brouwer, Bilbao 2004].
Así pasamos de la misión o pesca universal (desde la barca de Pedro) al pastoreo también universal que se expresa con el amor que tiene "ojos" para ver, corazón para compartir (cf. Jn 10, 14: «conozco a mis ovejas») y autoridad para acompañar a los demás en la trayectoria mesiánica. No es que Pedro deba cumplir «por amor» una tarea que en sí es pura organización, sino que toda su tarea consiste en animar en amor a los creyentes, de manera que no pueden separarse institución y vida. Por eso, Jesús le empieza preguntando ¿me quieres? No hay más aprendizaje ministerial, ni más conocimiento pastoral que el amor. Pedro ha negado tres veces, ha tenido miedo (como los pastores que ven al lobo en Jn 10, 12) y ha dejado a Cristo, olvidando su palabra y compromiso (cf. Jn 18, 15-18 par), en una historia tejida de traición y negaciones. Jesús le pregunta por tres veces ¿me quieres?, para confiarle después una tarea, que aquí (a diferencia de Mt 16, 17-18) puede aparecer como signo de una función permanente, propia de los ministros de la iglesia.
La función de Pedro
Mateo (cf. 16, 16-19) y Lucas (cf. Lc 22, 31-32; Hech 1-15) habían entendido la función de Pedro en línea de pasado, como algo que él había realizado ya y que pertenece al principio de la iglesia. Juan, en cambio, le presenta como símbolo de una función duradera, que debe conservarse, igual que la función más carismática del Discípulo amado, pues las dos son necesarias. Por eso, Jesús pide a Pedro que le ame intensamente, cuidando de esa forma a sus ovejas. Entendido así, más que un individuo particular, cuya tarea se pueda transmitir a otros individuos (misioneros u obispos, presbíteros o papas, varones o mujeres), Pedro es aquí signo de todos aquellos que realizan tareas misioneras (pesca) y pastorales (cuidado) dentro de la iglesia, sin más autoridad que el amor que cuida y anima.
Cristo había aparecido en Jn 10 como Pastor que ama (conoce) a su rebaño, en gesto que implicaba la entrega de la vida. Pues bien, ahora quiere que Pedro actúe de la misma forma (como hace ya el Discípulo Amado). Por eso le pregunta por tres veces si le quiere y le confía por tres veces su tarea: apacienta mis ovejas, pues el mismo amor de Cristo es amor a los hermanos (cf. Jn 13, 34-35). De esa forma, Juan asume y reformula el ministerio petrino dentro la iglesia, como servicio de amor a los creyentes no como autoridad separable del amor. Un sistema administrativo necesita eficiencia, no amor; el capitalismo quiere racionalidad, no cariño. En contra de eso, el ministro de Jesús (varón o mujer)h a de ser testigo de amor, como el Discípulo amado.
Normalmente, quien guarda ganado no ama, sino que se impone sobre las ovejas, creando instituciones o sistemas objetivos de control social. Por el contrario, quien ama no guarda ganado, sino que vive en grupos de pequeña intimidad, liberado de las tareas del sistema. Pues bien, superando esa división, Jesús quiere que en Pedro se vinculen y enriquezcan amor y servicio, intimidad y pastoreo. En ese sentido, todos los que aman son "pastores" en la iglesia. Pero hay una diferencia: al Discípulo amado le basta con amar, no se le pide que apaciente de manera programada a las ovejas; por el contrario, los pastores, como Pedro, deben traducir el amor en pastoreo, de manera que el ¿me quieres? se vuelve tarea: ¡apacienta a mis ovejas!.
Pedro amante-pastor
Esta iglesia de Pedro que es Amante-Pastor (contemplativo-organizador) no puede volverse sistema, pues por esencia el sistema hace abstracción del amor (no le interesan las personas) y resuelve los problemas en forma legalista. Pedro, en cambio, es hombre de amor y su pastoreo no puede entenderse simplemente como oficio. Este evangelio (Jn 21) ha condensado en Pedro a todos los ministros de la Gran Iglesia, que han de traducir el amor en pastoreo y han de expresar su pastoreo como amor. No dice cómo han de hacerlo en plano externo, ni cómo se instituyen sus servicios (¿serán obispos y presbíteros? ¿profetas y maestros?), pues eso es secundario y puede cambiar según tiempos y lugares. Por eso, este pasaje no alude a un tipo de hombres concretos, que deben presidir sobre la iglesia (como han hecho los Papas), sino a todos los ministros de la comunidad, que son autoridad de amor. Más que de unos hombres y/o mujeres especiales se habla aquí de una dimensión universal de la iglesia que pesca (atrae a los hombres en la noche del lago) y abre para todos un espacio de amor.
Por todo eso, decimos que el Discípulo amado debe aceptar el ministerio de Pedro y Pedro la libertad del Discípulo amado, como indica el final del pasaje: «Cuando eras joven tú mismo te ceñías e ibas donde querías...; cuando seas mayor extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará donde no quieres» (Jn 21, 18). Esto lo dijo «indicando la muerte con que iba a glorificar a Dios» (Jn 21, 19). Este pasaje supone que Pedro ha muerto, cumpliendo el encargo de Jesús a favor de sus ovejas (cf. Jn 10, 11): ha ratificando su misión con el martirio y puede presentarse como signo de todos los pastores, ministros de amor, que deben aceptar a su vera la presencia del Discípulo amado, como sigue indicando el texto: «Jesús le dijo ¡Sígueme!.
La autoridad del amor
Pedro ha recibido una autoridad de amor y debe ejercerla siguiendo a Jesús y cuidando a sus ovejas, sin imponerse sobre el discípulo amado ni fiscalizarle. Contra la patología de un pastor (jerarca), que quiere tener la exclusiva y por eso vigila a los otros, ofrece su palabra nuestro texto, con el buen recuerdo de Pedro, que ha muerto por las ovejas de Jesús, dejando que a su vera siga el Discípulo amado. De esta forma ha definido los ministerios eclesiales, que nunca han de ser signo del poder particular de algunos, ni expresión de dominio o jerarquía sobre los demás, sino llamada y ejercicio de amor. Se ha dicho que la ley es ordinatio rationis, orden o despliegue de la racionalidad. Pero Juan sabe que los ministerios o tareas pastorales de la iglesia, simbolizados en Pedro, no son expresión de una ley (de un derecho), sino expansión de amor (ordo amoris) donde no puede darse imposición de unos sobre otros, pues toda la vida cristiana es encuentro personal de conocimiento y donación de vida: «Yo soy el buen pastor y conozco a mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; a esas también debo atraer y oirán mi voz, y habrá un rebaño y un pastor» (Jn 10, 15-16).
Pero no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado (Jn 17, 20-23).
Una autoridad que no es todo: el discípulo amado sigue a su aire
Oameta del amor critiano ha sido trazada por Jn 17: «que los creyentes sean uno, como nosotros somos uno», en Padre con el Hijo, en Espìritu: Dios mismo como amor mutuo. El ideal no es un tipo de unidad de imposición jerárquica, como en la filosofía platónica y el el orden imperial de Roma, sino la unidad de comunión y diálogo siempre concreto entre los hombres y mujeres de la tierra. Sólo en ese contexto podrá hablarse del papado y de otras instituciones de la iglesia.
Existen en el mundo otros principios y poderes, vinculados a la racionalidad económica y política, nacional o imperial (militar) y todos ellos se mueven en un plano de ley o de talión. Pero Juan sabe que el movimiento de Jesús no se expande y expresa como ley, sino como amor gratuito. Ese mismo amor, reflejado en la trayectoria y enseñanza del Discípulo Amado, puede y debe estructurarse de un modo social, como indica el símbolo de Pedro, que se aplica a todos los ministros de la iglesia.
En ese contexto se añade una palabra final que define el sentido de todolo anterior.Pedro se va con Jesús, pudiendo creer que tiene todos los poderes, todos los controles. Van los dos, creando Iglesia:
Pedro dio vuelta y vio que les seguía el discípulo a quien Jesús amaba. Fue el mismo que se recostó sobre su pecho en la cena y le dijo: "Señor, ¿quién es el que te ha de entregar?"
Así que al verlo, Pedro le dijo a Jesús: --Señor, ¿y éste qué?
Jesús le dijo: --Si yo quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué tiene esto que ver contigo? Tú, sígueme. (Jn 21, 20-22)
Pedro cumple su tarea... Pero el Discípulo amado tiene su propia independencia, de manera que puede ir también, haciendo su camino, sin que Pedro le controla. Hay un amor que desborda toda autoridad. Hay un libertad que está más allá de todos los mandamientos y deberes
Actualmente, la palabra «pastoreo» nos resulta extraña y muchos quisieran sustituirla por otra menos vinculada a la imposición de los hombres sobre los animales. Pero el pastoreo de Jesús es conocimiento o diálogo de amor, abierto hacia todos los hombres. Las ovejas de Jesús no son animales, no están sometidas a un pastor que las dirige y organiza desde fuera, en un gesto que podría ser incluso bondadoso y paternalista, sino amigos con quienes el pastor puede y debe dialogar en igualdad: «No os llamo siervos, porque el siervo no conoce lo que piensa su señor; os llamo amigos, porque os he manifestado todo lo que el Padre me ha dicho» (cf Jn 15, 15). Esta es la autoridad de Jesús y ella se expresa en forma de diálogo de amor, en libertad, como suponían igualmente Mt 18, 6-20 y Hech 15, 28.