Dom 10.10.21. Ciento por uno, como un kibutz de Cristo. La economía del Reino (Mc 10, 28-30)

Éste es uno de los textos más luminosos y manipulados del evangelio. Suele referirse a la “vida eterna”, mientras Jesús lo aplica en principio, expresamente, a la vida en este mundo, en una línea que puede compararse con los kibutz (קיבוץ, comunas de la tradición judía).

Esta imagen del "ciento por uno" en campos-casas-familiares se ha solido aplicar en la Iglesia a ciertas comunidades de "eclesiásticos", monjes y “místicos” ultramundanos. Pero Jesús la aplica a Pedro y a todos sus seguidores cristianos, que han de formar un tipo de "comunicas agrícolas" de posesión y producción común (casas, campos), como familias ampliadas, generosas, abundantes en bienes, trabajo y afecto comunitario.          

Puede ser una imagen de naturaleza, carretera y hierba

Introducción y texto

Hay pocos textos más tergiversados. Leído de un modo directo, sin prevenciones o presupuestos ajenos al evangelio, es un pasaje claro como el sol (como podrá ver quien siga leyendo). Pero ha encontrado tremendas resistencias, tanto en un contexto eclesial (al menos desde el siglo XIII d.C.) como en un contexto económica.

             Leído “sin glosa” (como decía Francisco) es un texto transparente, lo entiende hasta un niño (sobre todo un niño): Así como el buen grano en buena tierra produce “el ciento por uno” en más granos(Mc 4, 8 par), los bienes del hombre, puestos al servicio del Reino de Dios, producen el ciento por uno en campos, casas y familia (al servicio de todos).

            Éste es un texto y programa cuyo fuego revolucionario ha sido (y sigue siendo) apagado, tanto en muchas iglesias como en la vida económica y social. Por las resistencias que ha encontrado (y sigue encontrando), éste es un texto "peligroso", pero ha llegado el momento de leerlo y ponerlo en práctica “sin glosa” (como decía Francisco), si la iglesia y todos los que decimos serlo queremos ser cristianos.

Estamos jugando el futuro no sólo de la Iglesia, sino de la vida en el mundo. Por no poner el “uno” al servicio del Reino, perdemos el “ciento”, esto es, la misma vida, como podrá ver quien siga leyendo.

            La parte anterior de este evangelio del domingo (Mc 10, 17-27) trataba del hombre rico que abandona a Jesús, porque no quiere “venderlo todo y dárselo a los pobres”. Esta parte final (Mc 10, 28-30), con la pregunta de Pedro y la respuesta de Jesús, es la más hiriente y más prometedora.

Pedro, símbolo de todos  los discípulos, dice a Jesús que ellos lo han dejado todo para así seguirle. Jesús le responde ofreciendo (iniciando con su vida) el camino del ciento por uno, “que parece imposible para los hombres”, pero no para Dios, como he puesto de relieve en  Evangelio de Marcos  y en Teología y economía.

Se trata, pues, de dejar todo, pero no para ir a solas (como en la imagen de arriba), sino para crear conjuntos, kibutz קיבוץ, agrupaciones comunitarias, mesiánicas, de cien madres-hermanos-hijos-compañeros, con campos y casas compartidas (imagen 2: Kibutz Ginosar, Genesaret, en el Mar de Galilea, lugar donde Jesús  dijo quizá las siguientes palabras, para judíos, cristianos y "otros"): 

Pedro comenzó a decirle: Mira, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Jesús respondió: En verdad os digo: No hay nadie que haya dejado casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o tierras por mí y por el evangelio, que no reciba el ciento por uno en el tiempo presente en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, con persecuciones, y en el siglo futuro la vida eterna (Mc 10, 28-30)

Esta palabra recoge un núcleo esencial de la historia de Jesús, pero ha sido reelaborado por la Iglesia, como formulación básica de su programa de comunicación personal, familia y económica. Significativamente no habla de “dinero”, pues los bienes fundamentales de sus seguidores no son “monetarios”, sino de familia y casa/campo, situándonos en el lugar donde pasamos de la posesión individual/egoísta (en línea de Mammón) a la comunión gratuita, tanto a nivel de personas (cien hermanos, hermanas…), como de casas/campos.

Háblales de Jesús: El ciento por uno

Esta imagen del ciento por uno recoge el imaginario más antiguo de Jesús y de sus primeros seguidores, en un contexto agrícola de campos compartidos, no en las ciudades helenistas donde proclamará su mensaje Pablo. Pues bien, este contexto arcaico y esencial nos permite descubrir el aspecto más rico y exigente de la economía mesiánica, vinculada de manera estrecha a la familia (es decir, a la solidaridad social) y al campo (casa y tierra compartida), en la línea de las promesas de Abrahán, de la toma de Canaán por los israelitas y del año sabático y jubilar del Antiguo Testamento, es decir, de todo lo que hemos visto en la primera parte de este libro.

 Presentándose ante Jesús como portavoz de aquellos que “han dejado todo y le han seguido”, es decir, de sus discípulos (cf. Mc 10, 23), Pedro se está situando en un ámbito de Iglesia, distinguiéndose del rico del pasaje anterior,  que no quiso dejar la riqueza, y rechazó de esa manera la llamada de Jesús. El texto le presenta así como “discípulo ideal”, no como “apóstol”, sino como representante de una comunidad (iglesia), desde un esquema campesino donde se vinculan tierra y familias, que aparecen así como auténtica riqueza (como en la historia de Abrahán).

Pedro se presenta como un hombre sin tierras (campos) ni casa propia, un hombre sin “propiedades”: pobre universal, exilado (sin tierra), sin estructura familiar de poder… ¿Qué se puede hacer así, sin tener nada…? ¡Imaginaos bien: Un Pedro/Pobre, sin tierra ni estado vaticano o español, sin cuentas de dinero, sin casa…. ¿Qué se puede hacer asa, con ese principio? De manera significativa, Jesús le ofrece, campo y familia (tierra y descendencia), que son la auténtica riqueza, pero no dinero:

Dios o el dinero

Quien haya dejado casa o hermanos o campos, por mí y por el evangelio...Conforme a la parábola de Mc 4, 3-9,  dejar casa, campos y familia significa “sembrarlos” (invertirlos al servicio del Reino de Dios).  Casa y campo se vinculan, pues la propiedad agrícola, de la que se come, resulta inseparable de la casa, en la que se vive, siendo familia.

Pedro dice “hemos dejado todo por el Reino”. Eso significa “hemos sembrado todo para el Reino”.  En esa línea, Jesús había dicho al hombre rico que vendiera y diera todos sus bienes a los pobres, al servicio del Reino. Pues bien, ese gesto de “vender y dar todos los bienes  a los pobres” se interpreta aquí de una forma muy precisa: “invertirlos”, ponerlos al servicio de la comunión mesiánica, una comunión en la podrán obtener el ciento por uno, en casas/campos y familia (como el buen grano de trigo en buena tierra, que produce el ciento por uno).

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            Este pasaje incluye dos elementos (dar a los pobres siguiendo a Jesús y compartir en comunidad recuperando así el ciento por uno) que están vinculados y son complementarias. Nos hallamos ante la misma dinámica que subyace en el “amor al enemigo” de Mt 5, 35-45. (a) Sólo allí donde se empieza amando de manera radical a los enemigos puede amarse de verdad a los amigos (de Jn 13, 34). (b) Sólo allí donde se empieza dando a todos los pobres (Mc 10, 21) se podrá obtener y compartir el ciento por uno en la comunidad (Mc 10 30).

Se empieza así dando todo en gratuidad, pero no para perder lo que se tiene, sino para tenerlo de manera más intensa, y así multiplicarlo, creando un espacio en el que se logra y comparte el ciento por uno (como en las multiplicaciones, con grupos de cien o de cincuenta: Mc 6, 40). Esta multiplicación del ciento por uno no es sólo de panes y peces, como en las alimentaciones de Mc 6, 31-46; 8, 1-8 par., sino de hermanos/familia y casa/campos; ella define la nueva lógica de Jesús, en un mundo donde la vida no se entiende ya como dominio de unos sobre otros, sino como experiencia de riqueza compartida (que es propia de la Iglesia, pero que se abre a todos los necesitados)[1].

‒ Dejar casa (oikia) y familia (hermanos…). Se trata en el fondo de lo mismo, pues casasignifica familia (con los diversos tipos de parientes) y vivienda con sus pertenencias (en especial los campos, que son bienes de producción y consumo). Dejar casa implica abandonar la estructura concreta de un tipo de familia, desde la perspectiva del varón patriarcal, en línea de dominio y separación frente a los de fuera. Se trata, pues, de superar una economía doméstica de tipo particularista donde cada familia corre el riesgo de vivir para sí, en contra (o separada) de las otras, para crear una familia abierta de hermanos y hermanas (plano horizontal) y de madres, hijos (en línea vertical, sin la figura de un padre dominador que aquí desaparece). En ese contexto, los campos son expansión y entorno de la misma casa/familia, fuente de riqueza, de trabajo y alimento.

            Aquí no se dice ya sólo que se entreguen los bienes a los pobres en general, sino que, supuesto eso, tras haber dicho al rico que venda todo y lo regale sin más a los pobres, Jesús puede afirmar que los bienes, así vendidos/dejados pueden y deben compartirse “en familia”, en grupos comunitarios de madres/hermanos/hijos con casas y campos. De esa forma, el don anterior (darlo todo) se convierte en principio de multiplicación (ciento por uno) en un plano de vida familiar, trabajo y de comunicación de bienes.

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Es normal que en este contexto no se hable de dinero, dentro de una economía agrícola de subsistencia, donde la riqueza familiar (madre/hijos/hermanos…) y agrícola (casa/campos…) se produce en común, se regala y se comparte, superando el sistema exterior de mercado. Se abandona o rechaza, por tanto, una economía de compra/venta donde la “plusvalía” del trabajo y de los campos se convierte en dinero, insistiendo en la creación de unos lazos directos de comunión y familia, creados por un trabajo común (en línea de producción agrícola, en un contexto campesino), sin un capital o dinero particular separado del despliegue de la vida.

‒ Una familia no patriarcal.Dejarlo todo por Jesús o el evangelio no es ya venderlo y darlo a los pobres (Mc 10, 17-22) porque los pobres no se encuentran fuera, ni los miembros de la comunidad pueden entenderse como ricos, sino que es compartirlo en línea de comunidad. Pues bien, al dejarlo todo por el Reino (como en las alimentaciones: Mc 6, 35-44; 8, 1-11), puede multiplicarse y se multiplica todos, en plano familiar (madres, hermanos-hermanas e hijos) y económico (casas, campos). El ideal no es, por tanto, crear pequeñas “islas económicas de bienestar familiar y económico” en medio de un mundo, de pobres, sino transformar la humanidad entera, desde los pobres, en línea de comunicación gratuita de la vida y de los bienes[2].

Jesús no niega por tanto el valor de la familia, ni del campo/trabajo, sino todo lo contrario: Quiere bendecir y multiplicar familia y campo (trabajo), pero en un camino en el que ya no existe un “padre” superior: Se deja un padre, una madre, unos hermanos…, para recuperarlo todo de un modo más alto.  Significativamente, en la recuperación del ciento por uno ya no lugar para un padre superior (como poder, jerarquía)  sino sólo para madres, hermanos e hijos).

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Se supera así la familia patriarcal, para crear comunidades de tipo materno, fraterno y filial, en un contexto de campo/casa abierto a todos, en comunicación de bienes, trabajos y afecto, desde los más pobres. En el fondo de ese gesto (y del compromiso de la Iglesia) no hay por tanto una simple ascesis (renuncia, rechazo del mundo, quizá en la línea del Bautista), sino una búsqueda más alta de comunión humana y de riqueza, un ascenso de nivel, que nos permita descubrir el sentido y alcance de la comunicación de bienes.

 ̶ En este kairos (tiempo) el ciento por uno… y después la vida eterna. En principio Jesús no distinguía entre este tiempo (Reino en el mundo) y Vida eterna, pues ambos planos estaban vinculados en un mismo horizonte de vida, y en esa línea prometía el ciento por uno en este mundo, prometiendo e iniciando de esa forma un tipo de vida “eterna”, que puede mantenerse por encima de la muerte… La tradición posterior ha separado esos momentos (este mundo, vida eterna…), para indicar así que el camino de comunicación de familia y campos en este mundo está abierto a la vida eterna

Jesús promete el ciento por uno de riqueza (casa, campos) y familia (casas, familiares) para este mundo, y así lo mantiene el texto de Marcos. No busca y traza un programa para el más allá (para un cielo ideal), sino que traza el camino de un cielo real, en este mundo, un cielo que es el ciento por uno en vida, en campo-trabajo, en familia-comunión  de humanidad.

            Éste ha sido el proyecto de Jesús, el camino de su “iglesia”, una comunidad de hermanos-amigos, que superan tipo de producción y comunicación anterior (de ganancia por la ganancia, como en el ejemplo del rico que le abandona) que comparten en este mundo casas-campos-trabajos-familia, no para no-tener nada, sino para tenerlo todo multiplicado, en bienes y en amor, solidaridad, de madres, hermanos, hijos (todos amigos…).

Todo esto con persecuciones, es decir, con dificultades.Por promover esta nueva economía y familia y por iniciar a realizarla mataron a Jesús, los representantes de un poder que no quiere compartir: Sacerdotes de un tipo de templo, soldados de un imperio económico Este proyecto de familia abierta, donde se trasciende el poder (no hay posesión exclusiva de bienes, todo se regala y comparte) y se supera el patriarcalismo dominante del entorno significa una inmensa protesta, un cambio de paradigma. Éste es el mayor de todos los “peligros” para una sociedad como la nuestra, fundada en el tener, en la posesión particular de unos contra otros…

            El programa de Jesús ha suscitado el rechazo y persecución de la sociedad establecida, empezando por el mismo ambiente familiar de Jesús, donde algunos de sus parientes le han rechazado. En ese contexto podemos afirmar que a Jesús le mataron precisamente por promover este proyecto de comunicación familiar y económica.

El seguidor de Jesús ha de superar un tipo de economía egoísta (no en el sentido puramente interior, ascético), sino en el sentido social y familiar. El proyecto de Jesús expresa en la creación de un tipo de propiedad abierta, al servicio de los pobres. Pero no de una propiedad “fracasada”, sino triunfadora, al ciento por uno.

Jesús pide a Pedro y a su gente que lo deje todo, como ha dicho al rico que le quería seguir, pero no para quedar sin nada y morir, sino al contrario, para recuperarlo toco en comunión de bienes y familia, para crear una forma de vida compartida, de trabajo en el campo y consumo, en línea de solidaridad, gratuidad laboral y multiplicación (con cien madre, hermanos…).

Los que siguen a Jesús tienen que abandonar su tipo de familia antigua y sus bienes “por mí o por el evangelio”, es decir, por la causa de Jesús, al servicio de la comunidad universal del Reino. Se abandona así un tipo de vida porque se ha encontrado una superior, una realidad más importante, la nueva humanidad del Reino, donde no tiene sentido hablar ya de judíos y no judíos, de hombres y mujeres como separados, pues desaparece la figura del padre (que era representante de un tipo de estructura familiar y social de tipo patriarcalista)[3]. 

Comparación posterior:  

Dos proyectos y caminos de Iglesia: Mc 10, 28-31 (vender, producir y compartir el ciento por uno) y Hch 2-4 (vender y gastar todos, sin producir más, hasta la muerte.

 Estas palabras de Mc 10, 28-31 nos sitúan ante un modelo primigenio de Iglesia, entendida en forma de comunidad de vida (familia), de trabajo y bienes. Éste es el modelo de familia-comunidad que Marcos ha situado en el momento fundamental de su evangelio, en el camino de ascenso de Jesús a Jerusalén. Éste es, por otra parte, un modelo que puede y debe distinguirse del que Lucas ofrece en Hch 2-4, al evocar la vida de la primera comunidad, sea la de Pedro y los Doce tras la experiencia pascual de Jesús, sea la de Santiago y su grupo en un momento posterior.

Evangelio de Marcos

Como seguiré indicando, la diferencia está en que Marcos nos sitúa ante una comunidad de producción y comunión, para este mundo, mientras que Hechos propone una comunidad de consumo final, pero no de producción, para el reino de los cielos, pero abandonando el reino de este mundo, en contra de Jesús. Los cristianos de Hech 2-4 no quieren crear una familia de vida en la tierra, sino de espera de Reino. En el fondo, aunque parezcan muy creyentes y muy “buenos”, ellos van en contra del mandato de Jesús:

Los creyentes… vendían bienes y posesiones y las repartían según las necesidades de cada uno (Hch 2,45). No había entre ellos ningún necesitado, porque los que poseían casas o campos los vendían, y entregaban el dinero a los apóstoles,  que entregaban a cada uno según su necesidad (4, 34). Todos los creyentes vivían en unión y tenían todas las cosas en común, dando a cada uno según su necesidad.  Partían el pan en las casas y comían juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón (Hch 2, 44-47).

Ese es un ideal espléndido, pero no es el de Jesús en Mc 10. Esta “iglesia” de comunión de vida y bienes puede ser la de Pedro y los Doce al principio de la pascua, o la que crearon más tarde Santiago, el hermano del Señor y los “pobres de Jerusalén”, a los que alude Pablo (cf. Gal 2, 10), y de los que seguiremos hablando.

El libro de los Hechos presenta así, al principio de la la iglesia, el ideal y camino de una comunidad de despedida del mundo y de preparación para el fin (o afirmación de que el fin ha llegado), una comunidad (=cooperativa) de venta de la propiedad particular y de consumo comunitario de lo así obtenido, pero no de producción, como supone Mc 10, 28-31. Esta diferencia nos sitúa en el centro de la organización económica (comunitaria) de la iglesia:

− Esta iglesia de Hechos evocan en principio una experiencia escatológica: El tiempo ha terminado, de forma que no tiene sentido el producir nuevos bienes. Por eso, los creyentes venden sus posesiones (campos), dejan de trabajar y consumen en común lo así obtenido, mientras llega el Cristo, en una fraternidad conmovedora, pero sin futuro.

A diferencia de eso, Mc 10, 29-31 planifica una comunidad de comunicación activa, de trabajo y producción, para crear un tipo de abundancia distinta (ciento por uno). Por eso, los discípulos no venden ya los bienes raíces o inmuebles (casas, campos), para darlos a otros de fuera, sino que los trabajan en común, para producir unidos, a fin de compartir de esa manera con los pobres los bienes producidos, en un contexto de familia ampliada.

            De un modo lógico, el libro de Hechos sólo evoca esta comunicación de bienes en clave de consumo, no de producción, en una línea que tiene rasgos luminosos, pero que olvida la tarea de la vida y que ha llevado de hecho a la comunidad en pobreza, como supone Gal 2, 10 y la colecta de Pablo: Cf. 1 Cor 16, 1-3; 2 Cor 8-9; Rom 15, 25-27).

En la línea del evangelio de Marcos, este tipo de comunión escatológica y consumo interno de bienes, sin producción ni apertura a los restantes pueblos, resulta al fin improcedente, y por eso, él (Marcos) propone, en nombre de Jesús una “gran familia” de comunión y producción compartida de bienes, que no espera la llegada del fin (que venga Cristo y resuelva desde fuera los problemas), sino que va creando un camino abierto hacia ese fin, con la promesa del ciento por uno en este mundo. Según eso, el Jesús de Marcos no propone una iglesia de consumo escatológico, sino la creación de un tipo de familia abierta, de producción multiplicada de bienes y de relaciones.

Este modelo de Marcos vincula dos temas centrales del evangelio: (a) La multiplicación de la comunidad/familia, compuesta de hermanos, madres, hijos, una especie de “iglesia” de comunicación personal, que supera el modelo tradicional judío… (cf. Mc 3, 21. 31-35). (b) Y la multiplicación de un tipo de “riquezas” (casas/campos, cf. 10, 22), entendidas en línea de propiedad, trabajo y consumo común, no porque llega el Reino que lo resolverá todo, sino para crear precisamente el Reino.

En esa línea nos había situado ya de alguna forma la experiencia más profunda de Gn 12,1-9, donde se dice que Abrahán lo dejaba todo para ponerse en camino hacia la tierra prometida de la humanidad reconciliada. El nuevo Abrahán que es Cristo nos invita así a seguirle, ofreciéndonos una experiencia radical (centuplicada) de bienes y familia, de tierra y pueblo.

De esa forma, Jesús hace posible el surgimiento y disfrute de nuevos valores económicos y familiares (que son inseparables), con el ciento por uno de casas/campos, madres, hermanos, hermanas e hijos… (cf. Mc 3,34-35: pues todo el que cumple la voluntad de mi Padre es mi hermano, mi hermana y mi madre). De esa forma, la renuncia (dejar un tipo egoísta de vida) se vuelve por Jesús principio multiplicación. No se trata de negar, destruyendo lo que hay, sin más, sino de transformarlo y recrearlo, de manera que los mismos bienes (casa, familia, campos) se convierten en valor más alto (ciento por uno), apareciendo al mismo tiempo como signo y esperanza de la vida eterna.

En este contexto, Jesús propone un principio económico de abundancia: Con la ayuda de Dios, en desprendimiento generoso, el hombre puede salvarse en este mundo, alcanzando el ciento por uno de los bienes que han de ser de todos y abriendo así un camino hacia el futuro (recibiendo en plenitud la vida eterna). Ésta es la más honda y verdadera conversión de la riqueza. Pedro y los suyos pensaban que los bienes de este mundo son inconvertibles, y por eso nadie se puede salvar. Jesús responde abriendo un camino de posesión compartida de los bienes en gesto de multiplicación de bienes (trabajo, comunión) y de familia

Jesús ha vinculado bienes económicos (riqueza) y afectivos (familia), con un desprendimiento total que se vuelve principio de comunicación y de riqueza, pues allí donde el hombre regala en gratuidad algo que tiene, recibe gratuitamente el ciento por uno, trabajando el campo, cuidando la casa, compartiendo la vida con cien madres, hermanos/as e hijos). El mismo regalo de la vida se vuelve así espacio de abundancia. Jesús no quiere negación por negación, sino negación para multiplicación.

Frente a la dinámica de exclusión y egoísmo de este mundo viejo, ha suscitado Jesús un camino de gratuidad que multiplica en amor familia y bienes. Allí donde los hombres asumen ese camino su vida se transforma, avanzando por lugares y experiencias de creatividad y gozo sorprendente, de manera que podemos hablar de una recuperación o recreación comunitaria. Los seguidores dejan la familia antigua con su riqueza particular, para compartir otra familia (=iglesia) de personas y bienes, en apertura a los pobres (cf. 10, 21). Gratuitamente dejan todo, pero más gratuitamente lo recuperan en clave de multiplicación, pues el evangelio aplica a las relaciones familiares la dinámica de fondo de la sección de los panes (cf. Mc 6, 14-8, 26, y en especial 6, 35-44 y 8, 1-8).

--En la base sigue estando el principio de la donación y comunión de bienes. Sin este principio de gratuidad, sin el don más hondo de la misión del Reino (cf. Mc 6, 6-12), sin el desprendimiento radical de las riquezas que los creyentes ofrecen a los pobres, es decir, a todos los necesitados (sean o no cristianos), carece de sentido la familia mesiánica.

--Pero ese mismo don de los bienes se vuelve principio de comunicación. Sólo allí donde los miembros de la comunidad ofrecen hacia fuera lo que tienen pueden compartirlo al interior del grupo, recibiendo el ciento por uno de aquello que han dado, pues la pobreza (vivida como gratuidad) se vuelve principio de riqueza superior, de tipo espiritual y material. La Iglesia mesiánica se entiende así como experiencia de comunión de familia, trabajo y bienes.

Éste es el secreto la iglesia mesiánica sin victimismo ni pauperismo. Ciertamente, es necesario darlo todo, cada uno lo suyo, pero ese don es siembra de generosidad que permite recibir y disfrutar en este mundo el ciento por uno del grano sembrado, como sabe la parábola central de Marcos (cf. Mc 4, 8). Es evidente que Jesús ha sembrado reino en toda tierra (entre leprosos y publicanos, posesos y enfermos...). Pero la misma simiente transforma esa tierra y consigue en el mundo el ciento por uno de cosecha en abundancia.

 La nueva comunión o iglesia mesiánica (cien madres/hijos, hermanos/as) aparece así como campo de trabajo productivo y casa grande (espacio de familia: cien hermanos, madres, hijos) de todos los creyentes. Dentro de ella, los hombres pierden su poder patriarcalista (¡no se recuperan cien padres en el ciento por uno!), pero ganan humanidad mesiánica, integrados en el ámbito más amplio de relaciones horizontales (fraternidad) y verticales (madres/hijos). En ese contexto, la fidelidad dual de los esposos (cf. 10, 1-12) recibe su sentido dentro del conjunto más extenso y gratificante de los cien familiares de la Iglesia, de manera que el matrimonio queda resituado dentro de ese ciento por uno de la comunidad de seguidores de Jesús.

[1] Este pasaje ha inspirado de un modo especial a muchas comunidades particulares (religiosos, grupos carismáticos…), que lo han interpretado a veces en claves de egoísmo compartido, pues se forman grupos pequeños de comunicación, sin incluir a los pobres del ancho mundo o del entorno, como algunos monasterios ricos en medio de desiertos de pobreza. Pero, en sí mismo, este pasaje no se puede separar de la palabra de Jesús al rico (Mc 16, 21), cuando le dice que venda todo y reparta su dinero entre los pobres sin más (de su comunidad o de fuera, cristianos o no cristianos). La interpretación “particularista” (compartir los bienes con la comunidad no con los pobres) ha lastrado en gran parte la historia cristiana.

[2] Jesús no crea, según eso, una comunidad aislada, una iglesia particular en un gran mundo de pobres, sino una comunidad abierta a todos, desde y con los pobres, una comunidad que no reserva nada para sí (en contra de otras comunidades), sino que lo comparte todo hacia dentro (entre los cien del grupo) y hacia fuera (hacia los cien grupos semejantes). Mirada así, la comunidad de Jesús no es una isla de riqueza y comunión en un mar de pobreza conflictiva, sino un fermento de transformación de la humanidad. Jesús no pide ya a los seguidores que abandonan las riquezas como tales, sino que abandonen y superen un tipo de posesión y de uso particular/egoísta de esas riquezas (familiares, sociales, materiales), para poder compartirlas-disfrutarlas entre (con) todos), en un plano más alto de comunicación. En ese sentido ha dicho Jesús que Dios puede salvar a los ricos (Mc 10, 27).

[3] Las cosas que el seguidor de Jesús debe dejar son las más valiosas y mejores, aquellas que definen un tipo de identidad judía. El riesgo para el evangelio no es aquí el robo, ni el homicidio, sino un tipo de vida que se funda en las “buenas” relaciones patriarcales de un tipo de familias cerradas en sí mismas, bajo la imposición del patriarca con sus bienes. Aquí desaparece la figura del padre, con las buenas posesiones (casas, campos), pues todo debe compartirse, compartiendo el trabajo y el producto del trabajo entre cien hermanos/hermanas, madres/hijos, desde el evangelio.

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