27.7.25. Dom 17 TO. Pedid y se os dará, buscad y hallareis, llamad y se os abrirá. Meditación oriental, oración cristiana (Lc 11, 1-13)
Este es con el Padres-Nuestro de Mt 6, la enseñanza de Jesús y el libro de los Salmos el capítulo más importante de la Biblia sobre la oración cristiana,
Cientos de miles de trabajos se han dedicado al tema, distinguiendo o comparando la meditación oriental, tipo Yoga, como iluminación interior (auto-conocimiento silencioso de la propia verdad) con la oración cristiana (comunicación o dialogo consigo mismo, con otros y con Dios).
| Xabier Pikaza

Introducción
El evangelio de hoy insiste en las tres palabas fundamentales de la oración bíblica,, cristiana que son:
-Pedid (αἰτεῖτε), esto es, abrirse en amor y confianza a la vida como don y aprendizaje, en diálogo con Dios.
- Buscad (ζητεῖτε) la propia identidad, el camino propio, en comunión con otro. Buscadores nos han hecho Dios y la vida; búsqueda apasionada, eso es la oración, con los salmos, con el evangelio
- Llamad (κρούετε), tocad a la puerta de Dios y de los hombres y mujeres con los que vivís, caminando juntos.. Hay cientos y miles de puertas cerradas en nuestra vida... Tenemos que llamar, llamarnos unos a otros y y abrir nuestr puerta, en comunión con otros. .
Lea cada uno el evangelio de este domingo y saque sus propias consecuencias, con eso basta, no hace hace falta más. Por si alguien tiene tiempo suficiente y quiere entretenerse ofrezco las reflexiones que siguen, conforme a mi estilo, partiendo de mi comentario sobre los evangelios y de mi diccionario de la Biblia. Buen domingo de verano europeo a todos
Texto
Lucas 11, 1-13
Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos." Él les dijo: "Cuando oréis decid: "Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación.""
Y les dijo: "Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: "Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle."
Y, desde dentro, el otro le responde: "No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos."
Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues así os digo a vosotros:
Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿Cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?"
Qué es orar

Orar es pedir y compartir: Pedir dando y dar compartiendo, bendecir el pan da cada día, dando gracias al Dios que nos los ofrece y a los hermanos con quienes lo trabajamos, recibimos y compartimos, en comunión de vid<. Por eso he querido unir en ests reflexión que ahora realizo a partir de Lc 11, 1-13 los dos temas centrales de la petición y el del pan compartido, trabajando y gozando, a fin de que podamos compartir la vida, haciéndonos comida (alimento vital) unos de otros y para otros[1]
El ser humano nace indigente,
y necesita de otros no sólo para pervivir y crecer biológicamente, sino también y, sobre todo, par renacer como humano, ser de palabra y voluntad. Por eso, imitando la fórmula de Hech 17, 28, podemos afirmar que, viviendo en Dios (naciendo de él), los hombres ncemos y vivimos de la palabra y amor de otros seres humanos (padres y educadores). Así nacen (nacemos) de niños) pidiendo con nuestro llanto y necesidad no sólo cuidado físico, sino una respuesta de educación (lenguaje y amor) de otros seres humanos, de forma que en ellos y por ellos vivimos, nos movemos y somos.
Un hombre o mujer que nace y es abandonado muere en unas horas. Un hombre o mujer que nace y es recibido biológicamente con comida y vestido, pero sin palabra/amor no madura como humano, no adquiere lenguaje, no puede relacionares, de forma que acaba muriendo.
Si otras personas (padres, educadores) no hubieran respondido a nuestra petición recién nacidos y no nos hubieran educado en la palabra no habríamos “crecido” (nacido) como humanos. No pedimos exigiendo por ley, sino porque somos solidarios unos de los otros, hermanos en Dios. Por eso, toda petición es un acto de fe o confianza en aquellos a quienes pedimos, empezando por Dios
Entre los elementos de la oración de Jesús, sobresale la petición como diálogo con Dios y experiencia de comunicación interpersonal. Dios abre en ella un espacio y camino de vida para el hombre, y los hombres, por su parte, pueden dialogar con Dios y así caminan y comparten vida unos en/con otros, en intimidad, de forma que pueden decir como Jesús y el Padre “nosotros, los hombres, somos uno (Jn 10, 30; 17, 21).
No vamos a solas hacia Jesús como si Él fuera la cumbre de una inmensa montaña separada de todo, sino que Dios camina con (hacia) nosotros, en gesto de solidaridad y comunión interpersonal. Siendo transcendente (más allá de este mundo) el Dios de Jesús no se encuentra lejos, fuera, al exterior de nuestra vida, sino dentro de ella, en nosotros, con nosotros, de tal manera que en él y por él vivimos, nos movemos y somos, como existencia en compañía, también nosotros, traduciendo la comunión con Dios en forma de comunión interhumana (amor al prójimo).
A través de la encarnación (Jn 1, 14)
Dios hace a los hombres capaces de irse hacerse sí mismos (en Dios y por Dios), pero habitando al mismo tiempo unos en otros, a través de un proceso de llamada y respuesta, de petición y respuesta, en una con.-versación que se expresa no sólo en este mundo (mientras vivimos biológicamente), sino también más allá de este mundo, superando por recuerdo personal o por resurrección las fronteras de la muerte.
Orar es no sólo dialogar con Dos, sino dialogar unos con otros (traduciendo el amor a Dios en forma de amor mutuo), en alianza/comunión de vida. Algunos aliados temporales se vinculan para realizar una obra (con un fin determinado), de manera que acabada la obra acaba la alianza. Los aliados de por vida se vinculan no sólo para obrar, sino para convivir y enriquecerse mutuamente (como en un matrimonio), siendo uno en el otro y sabiendo ambos que sólo así pueden realizar la tarea más honda (que puede ser especial la educación de los hijos).
En esta línea hablamos de alianza entre el hombre y Dios, no sólo para co-operaren la acción sino para con-vivir, ser y actuar unos en otros: Dios en los hombres, los hombres en Dios y unos hombres con otros. Dios no es sólo aliado estratégico, sino amigo personal, y así podemos fiarnos de él como él tiene fe en nosotros. Él nos ha dado libertad para ser y actuar en su mundo (tierra). Nosotros confiamos en él para realizar su tarea, sabiendo que el principio de todo conocimiento es la fe mutua (confiar en él y él en nosotros). De un modo semejante podemos hablar de una fe y conversación inter-humana: Los seres humanos vivimos en Cristo, unos en otros y con otros, como ha puesto de relieve San Pablo y su escuela teológica.
Creer no es aceptar cosas no vistas

sino confiar unos en otros (hombres en Dios, unos hombres con otros). En el principio de todo conocimiento (y de toda colaboración con Dios) hay un gesto de confianza mutua, que es el sentido y fundamento de toda oración: Creer en Dios (vivir en alianza con él) es saberse en sus manos, y dejar que él realice su acción más alta en y con nosotros. Creer en Dios significa comprometernos a realizar con él su Reino, esto es, a ser en él “reino de vida” divina encarnada.
Este motivo fue analizado y discutido de manera intensa por pensadores hispanos del siglo XVI. Éstá fue quizá la mayor discusión de la teología católica y cristiana de los últimos siglos, animada por Domingo Báñez OP (1528-1604: sistema de la pre-moción) y Luis de Molina SJ (1535-1600: sistema del con-curso). Dejando a un lado otros matices, me atrevo a decir que más que un tipode pre-moción (lo que Dios hace en nosotros), lo que en el fondo se discute es el conocimiento mutuo, es decir, el hecho de convivir unos en otro, Dios en los hombres por encarnación y los hombres en Dios y entre sí por in-habitación. De forma lógica, las tradiciones bíblicas han interpretado la presencia e influjo de Dios como «palabra» de conocimiento, es decir, como diálogo personal en amor.
Las tradiciones bíblica saben que Dios y el hombre comparten la vida, se conocen y vinculan mutuamente, de manera que se puede hablar de un ser y obrar común (de Dios en el hombre, del hombre en Dios) que expresa y define (decide) nuestra identidad humana (en una perspectiva que bíblicamente puede interpretarse desde el discurso de Pablo en el Areópago de Atenas: Hch 17).
Lo que se discutía era una la mayor de las cuestiones religiosas y sociales de la historia cristiana: Qué quiere hacer Dios en (con) nosotros, y qué queremos y podemos y hacer nosotros en (con) Dios, no sólo en un nivel de intimidad personal sino de actuación física y biológica. Se trata de «hacer» o, mejor dicho, de hacernos humanos, de convivir unos hombres y mujeres en otros, en el interior de la acción de Dios, trazando así una historia que nos define y desborda, desde el presente y futuro de Dios, que ha de ser nuestro espacio de futuro.
No se trata sólo de conocer aquello que podemos hacer, sino de decidirnos y hacerlo (apostando por la vida de Dios, que es en el fondo la clave y raíz de nuestra vida) pues de ello depende nuestra forma de seguir habitando en este mundo enigmático, abierto a grandes posibilidades, todavía sin explorar, pero también a grandes riesgos conforme a la alternativa de vida o muerte que plantea Dt 30, 15. En ese sentido, la historia es un riesgo y tarea de Dios, como han descubierto sorprendidos los cristianos sabiendo que el Cristo de Dios ha sido crucificado por ser fiel al camino del Reino.
Hay un mundo externo, sin interioridad (al menos conocida), un mundo que parece pasivo frente de Dios, como si Dios lo fuera todo, por sí mismo, sin nadie real a su lado o frente a él. Pero Dios ha querido crear (implantar) en ese mundo seres libres, capaces de escucharle (acoger su voluntad) y responderle, de forma que el sentido y futuro de la creación depende de ellos (de nosotros).
El hombre es indigente y abundante,
ser que necesita de otros, ser que desborda de sí mismo hacia otros. Nace como niño que no puede sostenerse sobre el mundo, y así empieza mendigando con su propia pequeñez y llanto la respuesta de padres o educadores;por eso, un niño a solas, abandonado, que no pide y no recibe, es inviable, no puede realizarse como humano. Una persona que pretenda ser autónoma y renuncie a pedir la ayuda o presencia de otros se vuelve anti-persona. Así dice Jesús:
- Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá;
- porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra
- y a quien llama se le abre (Mt 7, 7-8)

No pedimos humillados, temblorosos, como siervo que mendiga ante su amo. No pedimos tampoco desde arriba, como el amo que se impone al siervo. Ni pedimos exigiendo, con la ley en la mano. Pedimos porque somos solidarios, en un clima de confianza y mutua ayuda, pedimos porque amamos y sabemos que nos aman. Por eso, toda petición comienza siendo un acto de fe: al pedir a Dios su ayuda, le decimos que este mundo es suyo, confesamos su presencia creadora en nuestra vida y realizamos en el mundo la obra que él nos ha confiado
Dicen algunos que Dios tiene un plan preestablecido, de manera que nosotros no podemos cambiar sus intenciones. Si es así, ¿por qué pedir? Resultaría preferible conocer y aceptar su voluntad y no hacer ya peticiones. Esta observación tiene un momento de verdad: Dios no es aprendiz de creador, ser vacilante que no sabe qué hacer y que cambia a capricho su acción y voluntad conforme a lo que nosotros le pidamos. Pero después que eso ha quedado firme, debemos añadir: Dios es amigo que dialoga con los hombres, por el Cristo, de manera que comparte con nosotros la tarea de su reino. Eso significa que, en misterio superior, sin dejarse manejar desde fuera, pero en amor Dios nos habla y nos responde.
Dios no ha trazado nuestro itinerario (los caminos de su reino) de una forma solitaria, sin contar nadie (con nosotros). Al contrario, él ha creado el mundo para colaborar con los hombres, y de esa forma va trazando un camino que nosotros, a la vez, vamos trazando con él. La historia no está escrita, la vamos escribiendo en Dios y con Dios, en un camino dirigido hacia la plena salvación por Cristo. De esa forma, al pedirle que venga y nos ayude (en cada caso de la vida), estamos influyendo en su venida.
Misteriosamente, trascendiendo las posibles leyes necesarias del mundo, desde el fondo de su gratuidad, Dios nos atiende, alienta en nuestra vida, cumple nuestras peticiones... La manera de expresar y concretar esta oración es siempre misteriosa. En realidad, nunca sabemos pedir como conviene (cf. Rom 8, 26), pero al hacerlo, aunque lo hagamos como ante un espejo borroso (1 Cor 13, 12) vamos explorando en el camino que conduce a la morada del Dios en quien vivimos y somos. Por eso es necesario que el Espíritu venga en nuestra ayuda y que nosotros aprendamos, viviendo en el Espíritu. Por eso, él ha querido hacernos libres, de manera que su voluntad o acción viene a quedar «influenciada» por la nuestra. En esta perspectiva han de entenderse nuestras peticiones.
- Dios actúa en y por el hombre, y en un sentido lo hace todo (se hace siempre lo que él quiere, pues élsiembra en el amor y corazón del hombre una respuesta que el hombre viene a darle después libremente). Un creador limitado sería incapaz de suscitar vivientes que se vuelvan libres y que puedan responderle. Su actividad avanzaría en una sola dirección, del hacedor hacia su hechura, del constructor hacia la cosa construida; sólo Dios sería responsable de todo lo que existe. Pero si el creador es omnipotente (como Dios) él puede suscitar seres vivientes que asuman su libertad y se realicen como libres, de manera que acojan su llamada y le respondan libremente, de forma que Dios mismo haga aquello que quieren los hombres.
- El hombre influye en la acción de Dios, colaborando libremente con él, pues Dios le ha dado libertad para realizarse y libremente debe escucharle y responderle, colaborando con él (como hace Dios con Jesucristo). Si no fuera así no habría encarnación. Si Dios obligara a Jesús desde fuera, imponiéndole a la fuerza su voluntad, no se podría hablar de encarnación. El hombre no influye sobre Dios por su poder autónomo o grandeza, por sus obras entendidas en un plano legalista, sino por amor, en libertad, porque Dios ha decidido respetar en amor, dejando que las voces de Jesús (que son voces de historia) influyan en su propia voluntad eterna, que no es intemporal, sino que está encarnada en el tiempo.
Por eso, Dios quiere (=Dios debe) venir y suplicarnos,
pidiendo que le respondamos. Creándonos libres en amor, Dios omnipotente ha venido a convertirse en dependiente de nosotros, de forma que debe escuchar lo que pidamos, para respondernos. Toda la Escritura es testimonio de esa doble petición (de ese doble influjo). Los pedimos a Dios bienes de la tierra: pan, salud… Por su parte, Dios nos pide amor y debe atender cuando le amamos.
En un momento supremo de amor, cuando los hombres se vuelven transparentes a su gracia, el mismo Dios viene a mostrarse suplicante, como padre ante el hijo, como esposo ante la esposa… o viceversa. Nosotros, creaturas libres, podemos darle a Dios algo que el mismo Dios, siendo infinito, no tiene: Amor de creaturas, personas de la tierra. Si no nos escuchara y respondiera no sería Dios, ni nosotros seríamos creatura libre en sus manos.
Dicen algunos que Dios tiene un plan preestablecido, de manera que nosotros no podemos cambiar sus intenciones. Si es así, como he dicho ya ¿por qué pedir? Resultaría preferible conocer su voluntad, dejar que él haga y no hacer ya peticiones. Esta observación tiene un momento de verdad. Ciertamente, Dios no es aprendiz de creador, ser vacilante que no sabe qué hacer o qué pedir y que cambia a capricho su acción y voluntad conforme a lo que nosotros le pidamos. Pero, quedando eso firme, debemos añadir que Dios es amigo que dialoga con los hombres, por el Cristo, de manera que comparte con nosotros la tarea de su reino, despertando nuestra conciencia en amor, y dándonos aquello que pedimos.
El Dios de Cristo no tiene un plan cerrado de antemano, sino que va modulando su plan en diálogo de amor y vida con los hombres. Eso significa que Dios nos atiende, acompaña nuestra vida, nos espera, escucha y cumple nuestras peticiones... La manera de expresar y concretar esta oración es el secreto mayor de nuestra vida. En principio, no sabemos pedir como conviene (cf. Rom 8, 26), pues Dios aparece ante nosotros como en un espejo borroso (1 Cor 13, 12). Pero después, dejando que el Espíritu venga en nuestra ayuda, vamos descubriendo a Dios y aprendemos a pedir, viviendo en él y compartiendo su vida en la nuestra.
Dios nos necesita (Etty Hillesum,1914-1943).
Dios ha querido hacernos libres, haciéndose dependiente de nosotros. En esta perspectiva han de entenderse nuestras peticiones.
- Dios actúa y en un sentido lo hace todo, sembrando en el amor y corazón del hombre una respuesta que éste debe darle libremente. Un creador limitado sería incapaz de suscitar vivientes que se vuelvan libres y que puedan responderle.
- El hombre influye en la vida de Dios, pues Dios le ha dado espacio libre para realizarse y libremente debe respetarle y responderle. El hombre no influye en Dios por ley, sino por amor, en gratuidad, en oración.
En esa línea añadimos que Dios quiere venir y suplicarnos, pidiéndonos que respondamos a su petición con nuestras peticiones. Toda la Escritura es testimonio de ese cruce de peticiones. Los hombres comenzamos suplicando a Dios los bienes de la tierra: pan, salud… Por su parte, Dios nos pide y ofrece amor y fe. En un momento determinado, cuando los hombres se vuelven transparentes ante el gozo de Dios y ante su gracia, el mismo Dios viene a mostrarse suplicante, como padre que ante al hijo, como los esposos entre sí. Nosotros, creaturas libres, podemos darle a Dios algo que el mismo Dios, siendo infinito, no tiene: amor de creaturas, presencia personal sobre de la tierra.De esa formaayudamos a Dios, haciéndole presente (divino) en el mundo. Más que imponerse sobre nosotros, Dios nos pide amor, que colaboremos con él, como indica E. Hillesum, desde un campo de concentración nazi:
Te ayudaré, Dios mío, para que no me abandones,
- pero no puedo asegurarte nada por anticipado.
- Sólo una cosa es para mí cada vez más evidente:
- Que tú no puedes ayudarnos, que debemos ayudarte a ti,
- y así nos ayudaremos a nosotros mismos[2]
Así se expresa E. Hillesum, judía amiga de Jesús, condenada a morir en un Lager nazi, por la “justicia” de imperio de falsa tradición cristiana. Conforme al shema judía (Dt 6, 6-9), en la línea del evangelio de Mateo, ella supo creer en Dios (aceptarle), apostando por él, con los pobres y condenados de la historia, a los que responde libremente con amor, como ha respondido a Israel y a Jesús.
Los hombres no podemos darnos totalmente la vida unos a otros
en sentido radical, pero podemos negarla, negándonos a nosotros mismos. No podemos salvarnos, es decir, culminar nuestro camino en Dios (por nosotros mismos), superando la violencia desencadenada actualmente sobre el mundo, pero podemos acompañar y ayudar a Dios para ´que él nos sostenga, para que transforme por dentro nuestros corazones, de manera que no luchemos unos contra otros, hasta matarnos todos, sino que compartamos la vida de Dios sobre la tierra.
Ya en el Antiguo Testamento se dice que Dios escuchó a Moisés y se arrepintió de su amenaza, perdonando a los israelitas, dejándoles en vida a pesar de su pecado (Ex 32). Toda la historia del pentateuco (tras el pecado que condujo al pueblo a la derrota y al exilio, como sabe el conjunto de los salmos penitenciales) está fundada en la certeza de que Dios escucha a los pecadores penitentes y perdona por amor su pecado.
Este Dios bíblico no es pre-destinación (todo decidido de antemano), ni puro talión (ojo por ojo, diente por diente). En contra de eso, la Biblia israelita sabe que Dios conoce y perdona, que Dios escucha y responde, como ha hecho con el pueblo de Israel tras el exilio, como ha hecho con Jesús en la historia suprema de su pascua y resurrección. Nosotros dependemos de Dios, pero, en un sentido muy profundo, Dios depende también de nuestra petición, como han puesto de relieve, de principio a fin, los evangelios sinópticos.
El pan nuestro de cada día
En este contexto, la primera oración del hombre es oración por la comida, es decir, por la supervivencia. Según eso, la primera espiritualidad está vinculada a la comida y, en especial, a la comida compartida.
Pasaban un sábado (cf. Lc 6, 1) por entre sembrados, y sus discípulos comenzaron a arrancar espigas mientras caminaban. Los fariseos le dijeron: ¡Mira cómo hacen en sábado lo que no está permitido. Y les respondió: ¿No habéis leído alguna vez lo que hizo David, cuando tuvo necesidad y sintió hambre él y los que lo acompañaban? ¿Cómo entró en la casa de Dios en tiempos del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes de la ofrenda, que sólo a los sacerdotes les era permitido comer, y se los dio además a los que iban con él? Y decía: El sábado es para los hombres y no el hombre para el sábado (Mc 2, 23-27 par).
Lógicamente, discípulos de Jesús celebran la fiesta del sábado, a campo abierto, bajo el cielo, sobre el templo de la tierra, tomando y frotando espigas, cosa en que, en sentido ritual, estaba prohibida en sábado, mostrando que no los rituales más sagrados del sábado y del templo están al servicio del gozo de la vida y de la alimentación de los hombres:
‒ Ante el hambre, todos los alimentos son comunes y han de ponerse al servicio de los hombres: “Cuando siegues la mies de tu campo... no recojas la gavilla olvidada; déjasela al forastero, al huérfano y la viuda” (cf. también Lev 19, 9-10; Dt 23, 25-26). Estrictamente hablando, los discípulos de Jesús no son forasteros, huérfanos ni viudas, pero tienen hambre, y en caso de hambre todos los alimentos son comunes, como ha interpretado la tradición cristiana.
‒ Según eso, la primera espiritualidad, el sentido radical de la oración es la comida, pues en Dios vivimos y nos movemos. En contra de eso, un tipo de ley ritual Israel prohibía todo trabajo en Sábado, y muchos pensaban en tiempo de Jesús frotar y desgranar espigas era un trabajo sacramente prohibido en sábado., Jesús responde que el hambre es anterior a la ley del Sábado y del Templo.
El pan es lo primero
y los “bienes” del templo y de la religión han de estar al servicio de los hambrientos, es decir, de la comida gratuita, compartida, al servicio de los necesitados. El principio de la liturgia cristiana es la comunión gratuita del pan y la palabra, esto es la comunicación de vida entre los hombres, pues el mismo reino de los cielos (conocernos, mirarnos y querernos unos a los otros (cf. 1 Cor 13) se entiende y expresa en forma de comida:Cuando des una comida o una cena,
- no llames a tus amigos, ni hermanos, ni parientes, ni vecinos ricos;
- no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa.
- Cuando des un banquete, llama a los pobres,
- a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso,
- porque no te pueden corresponder, pues te recompensarán
- en la resurrección de los justos. (cf. Lc 14, 12-16).
Ésta es la primera eucaristía: “Cuando des una comida o una cena…”. La iglesia posterior ha reglamentado de un modo ritual, jerárquico y mistérico, la comida o cena de los cristianos, como signo y presencia de Jesús resucitado. Pero antes que esa cena especial, propia de cada día del Señor (=domingo), está la comida o cena común de los que se reúnen para compartir la cena de amor, como regalo de vida, es decir, el pan y la palabra gratuidad, donde aquel que ofrece gratuitamente a los demás comida o cena (palabra y alimento compartido) actúa como mediador del Reino de Dios y ministro de su salvación.
Desde aquí se entiende y aplica este primer “petición del Padre nuestro”: “El pan nuestro de cada día dánosle hoy”: Que compartamos el pan nuestro de cada día”, el pan que yo (=nosotros) damos a los demás, comiendo con ellos, esto es, compartiendo lo que somos y tenemos, en forma de alimento/vida y de palabra. Jesús se pone así a la “comida mercantil”, esto es, de mercado, donde todo, empezando por la vida de los hombres y mujeres en objeto de mercado, en un mundo como el nuestro en que todo se compra y vende, donde todo se compra y vende, con ricos que invitan a ricos (para ser invitados por ellos) y compran con dinero el servicio de los pobres a los que así dominados.
‒ La sociedad de mercado convierte la comida (vida) en lucha mutua, “condenando” a muerte o servidumbre los vencidos o a los menos favorecidos por un tipo de “fortuna” (de falsa providencia) vinculada a la riqueza desigual de los diversos territorios, a la forma de ser de las personas y, sobre todo, al ansia de riqueza de los ricos. Esta sociedad de mercado empobrece a los mismos ricos que, al cerrarse en sí mismo, en endogamia egoísta, terminan destruyéndose a sí mismo. Sólo allí donde abren la mesa invitando a los cojos‒mancos‒ciegos,) los ricos podrán descubrirse como humanos, no simplemente como ricos, abriendo así espacio de eucaristía de la vida (pan y la palabra compartida).
- La espiritualidad de Jesús rompe el muro de las clases sociales, la separación de puros e impuros, a fin de que todos pueden compartirel mismo cuerpo, de la misma vida. Conforme a la ley del jubileo (Lev 25), cada 49 años las tierras debían repartirse entre todos, conforme al ideal del “jubileo”. Pues bien, toda comida en la línea de Jesús viene a entenderse como un verdadero jubileo, que no sólo vincula en una mismo humanidad de amor a pobres y ricos, sino que “perdona” los pecados, como han visto bien los fariseos y escribas murmurando: “Este acoge a los pecadores y come con ellos” (Lc 15, 1).
En esa línea se puede hablar de eucaristía y terapia de alimentación, como sacramento y encuentro de comunión, en la línea de Jesús que come (synesthiei) con los “pecadores” (los pobres), ofreciéndoles así su espacio de vida y perdón. No les ofrece una limosna, no les escucha un momento, para luego retirarse a comer por separado, no les impone un tipo de penitencia para perdón de los pecados, sino que crea espacios de comida (eucaristía) con aquellos a quienes los limpios (aquí fariseos y escribas) expulsaban de la ley sagrada.
En esa línea, el primer problema de la iglesia, tal como ha sido entendida por Pablo (Gal 2) y por Hech 15, ha sido la separación entre cena del Señor (misa como oración litúrgica de ritos sagrados) y mesa común, donde cada uno invita a los demás y todos se invitan mutuamente para comer y dialogar. Muchos cristianos de entonces (hacia el 49 d.C.) pensaron que los seguidores de Jesús podían mantener sus diferencias siempre que tuvieran una misma “fe de fondo”, sin necesidad de comida compartida.
Primera multiplicación. Compartir los panes.
Pues bien, en contra de esa separación en la comidarespondió Pablo con gesto apasionado, diciendo que “la verdad del evangelio” es la comida compartida, el diálogo con Dios interpretado y desplegado como diálogo de pan y palabra entre los hombres (synesthiein: cf. 1 Cor 5, 11; Gal 2, 12). Éste fue el primer reto de la Iglesia tan pronto como ella se extendió fuera de Jerusalén y de su entorno, para hacerse universal en Antioquía. Desde ese fondo cuenta el evangelio las “multiplicaciones” (comunicaciones) de pan y de palabra de Jesús:
Como se hacía tarde, los discípulos se acercaron a decirle: El lugar está despoblado y ya es muy tarde. Despídelos, que vayan a los campos y aldeas del entorno y compren algo de comer. Y respondiéndoles les dijo: Dadles vosotros de comer. Ellos le contestaron: ¿cómo podremos comprar nosotros pan, por valor de doscientos denarios, para darles de comer? Él les preguntó: ¿Cuántos panes tenéis? Id a ver. Cuando lo averiguaron, le dijeron: Cinco panes y dos peces. Y les mandó que se reclinaran todos por grupos de comida sobre la hierba verde, y se sentaron en corros de cien y de cincuenta. Él tomó entonces los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los fue dando a los discípulos para que los distribuyeran. Y también repartió los dos peces para todos. Comieron todos hasta saciarse y recogieron doce canastos de pan y de sobras del pescado. Los que comieron los panes eran cinco mil hombres (cf. Mc 6, 35-44)
Este relato marca al paso de un mercado de compra-venta a una oración (bendición) de de comunión alimenticia.. Los discípulos no oponían ninguna objeción cuando Jesús impartía gratuitamente, pero se extrañan y empiezan a negarse cuando les pide que alimenten a la muchedumbre con sus panes y peces, pues ellos piensan que podemos y debemos ser hermanos en doctrina (teoría), pero no en la vida (la comida). No es que en principio se opongan, pero empiezan pensando que no tienen (que no hay) pan para todos.
En contra de la oposición de los discípulos, Jesús insiste en la “oración” (comunión) de la comida. Desde una visión de mundo de mercado (compra/venta), los discípulos se oponen y se declaran incapaces de alimentar a tanta gente (haría falta muchísimo dinero). Por eso, quieren despedir a los que han venido: ¡Que se vayan, que compren quienes puedan! De esa forma quieren resolver el tema de la humanidad (el hambre, la falta de comunicación) acudiendo a la lógica del capital y salario: todo se vende, todo puede comprarse con dinero. En contra de eso, Jesús les invita a vivir en gratuidad: Dadles vosotros... ¿Cuántos panes tenéis?... (Mc 6, 37-38).
De esa forma supera el talión económico (ojo por ojo; pan por pan, pan por dinero), proclamando un principio superior donación y gratuidad (dar y compartir). El problema de la humanidad no es la carencia (falta de producción, escasez para el consumo), sino la falta de comunión de bienes y vida. Los hombres actuales (principio del siglo XXI) hemos aprendido a producir, de forma que la tierra ofrece bienes para todos. Pero no sabemos y/o no queremos compartir: seguimos encerrados en los bienes que tenemos, cada uno, cada grupo; no sabemos, no queremos multiplicarlos al servicio de todos en forma de comida y comunicación humana.
- El principio de la oración es la comida, sin necesidad ministros superiores, ni ceremonias de pureza, ni templos ni ritos, pues el rito es la misma vida, la comunicación de palabra y alimento comida. Por eso, los relatos de multiplicaciones, superando la barrera de clase o grupo social, nos conducen a un espacio y tiempo pueden encontrarse todos, judíos y gentiles, cristianos y no cristianos, sobre el ancho campo de la vida[3].
- Esta es comida sagrada (bendición de Dios), siendo profana, pues se comparte el pan y oración de todos, que así aparecen como celebrantes con Jesús. Normalmente, los hombres han buscado y elevado oraciones en grandes momentos (fiestas) y templos, donde se han reunido todos de forma sagrada, mientras las casas de unos y otros se han seguido manteniendo separadas, unas de ricos (de abundancia), otras de pobres (hambre y miseria). Los grandes templos (catedrales) de fiesta sacral se han podido volver lugares de separación y división de unos contra otros, ratificando así la oposición real entre los hombres.
Jesús, en cambio, quiso comer y compartir (orar, comunicarse en conversación y comida unos con otros), compartiendo todos palabra y alimento. De esa manera, “mirando al Cielo, bendijo y partió lo panes y los dio a los discípulos para que los repartieran...” (Mc 6, 41). Esta es la comida orante de la Iglesia (humanidad) reconciliada). Al escoger este signo del pan multiplicado/compartido (con peces) Jesús ha querido situarse y situarnos al principio de la historia, en un lugar de paso y encuentro universal, al descampado (cf. Mc 6, 32), sin exclusión de nadie, sobre la hierba común (6, 39).
Jesús insiste en el “ritual originario” de la comida, vinculada a la palabra de enseñanza (Mc 6, 35-44), como sacramento (oración) de vida común y enseñanza en forma de en comida universal, con enseñanza para todos (Marco) y curación de los enfermos (Mt 14, 13-21). Por eso, la comida (oración) de Jesús es mesiánica, es decir, universal y se realiza en el campo de Galilea, como lugar de nueva y más alta enseñanza (Marco), de nueva y más alta salud (Mateo).
Ciertamente, sobre esa comida de oración (espiritualidad) mesiánica (=cristiana) pueden proyectarse imágenes y rasgos de fiestas especiales, como ha hecho la iglesia más tarde al ritualizar la “eucarisía”, en forma de misa solemne. Pero Jesús ha hecho algo más sencillo y profundo: Ha querido situar a sus seguidores y amigos en la base y fuente de la fiesta de la vida, del pan y los peces compartidos, de la comunión de palabra y salud (de curación) de todos, como ha puesto de relieve Mt 15, 29-38 al vincular curación y comida, en vez de enseñanza y comida como hace Mc 6, 35-44).
Jesús insiste en el rito real de la comida compartida: no necesitan días especiales para reunirse y celebrar, ni templos santos exclusivos, ni cultos separados para descubrir la grandeza de Dios. Les bastan unos peces y unos panes, para compartirlos, en comunión abierta todos los pueblos, bendiciendo y dando gracias a Dios, enseñando y curado, compartiendo así la oración de la vida (Eucaristía). Lógicamente, si llevan consigo ese signo del pan mesiánico, sin mala levadura de imposición política (Herodes) o pureza ritual (fariseos), sus seguidores podrán embarcarse sobre el mar de la historia, sin miedo a perderse, como sabe Mc 8, 14-21.
A través de este “rito” de comida compartida, en grupos de diálogo y comunión vital, Jesús ha querido extender su mesa (existencia) a todos los pueblos. Por eso, los discípulos de Jesús no se reúnen en torno a un pan y vino de pureza, para separarse de los transgresores de la ley (como en Qumrán), sino al contrario: Ellos ofrecen a todos los que vienen sus panes y sus peces. Estos judíos mesiánicos (cristianos de Galilea), seguidores del profeta nazareno, acogen a todos y sw distribuyen, sobre la hierba verde, bajo el ancho cielo, en grupos de cincuenta o cien (Mc 6, 39-40), prasiaí, prasiaí, en corros de comunicación humana, para que así puedan conocerse, compartir la mesa y dialogar en forma de presencia del reino de Dios[4].
Segunda multiplicación, un pan para todos en la barca(Mc 8,1-9).
La multiplicación de Mc 6,30-44 par), presentaba la comida como banquete ofrecido por Dios a Israel, el pueblo de las doce tribus, a todas las naciones. Ésta insiste en lo mismo, pero recogiendo otros aspectos importantes. Por eso, los evangelios de Marcos y Mateo (cf. 15, 32‒39) han sentido la necesidad de repetir, desde esta perspectiva, el tema de las comidas de Jesús, para poner de relieve la trascendencia y apertura de su proyecto:
Por aquellos días se congregó de nuevo mucha gente y, como no hubiera comida, Jesús llamó a los discípulos y les dijo: Tengo compasión de esta gente: llevan tres días conmigo y no tienen que comer. Y si los despido en ayunas, desfallecerán por el camino, pues algunos han venido de lejos. Sus discípulos le replicaron: ¿Quién podrá saciar aquí a todos estos con panes en el desierto? Y les preguntó: ¿Cuántos panes tenéis? Ellos respondieron: Siete. Mandó entonces a la gente que se sentara en el suelo. Tomó luego los siete panes, dio gracias (eukharistêsas), los partió y se los iba dando a sus discípulos para que los repartieran. Y los repartieron a la gente. Tenían además unos pocos pececillos. Y habiéndolos bendecido (eulogêsas) mandó que repartieran también estos. Comieron hasta saciarse y llenaron con las sobras siete cestos. Eran unos cuatro mil (Mc 8, 1-9).
La escena recoge elementos anteriores, interpretándolos desde la perspectiva de los pueblos paganos del entorno, en perspectiva de compasión. Jesús ha recibido a muchos hombres y mujeres que han venido a escucharle palabra. Ahora, pasado un tiempo (tres días), debe despedirles, pero no pueden ir hambrientos, pues algunos han venido de lejos (quizá de tierra pagana: apo makrothen: 8, 3). Es tiempo de comida compartida.
-Escasez. Frente al deseo de Jesús, ha destacado Mc 8, 4 la incredulidad de los discípulos: no entendieron la enseñanza y signo de Mc 6, 30-44. Siguen sin entender. Los primeros discípulos sintieron la dificultad de ofrecer comunión (palabra y pan compartido) a miles y millones de hambrientos. Ahora no aducen falta de dinero (Cf. Mc 6, 37), sino escasez de comida (cf. Núm 11, 12-15: ¿Quién saciará a todos estos...?
-Abundancia. Frente al realismo miedoso de los discípulos, Jesús destaca la abundancia que se genera y pone en marcha allí donde los dones de la vida se regalan. No quiere dar una lección a los de fuera (¡que aprendan, que cambien...!), sino animar a sus discípulos, para que ellos empiecen dando lo que es suyo. No pregunta ¿cuántos panes tienen? sino ¿cuántos tenéis? (8, 5). Esta es la lección más difícil de vida, la verdadera transubstanciación: Que la Iglesia regale sus panes, que comparta con todos su comida. En este contexto, allí donde sus discípulos no sólo dan lo propio (panes y peces), sino que se vuelven servidores del banquete que ellos mismos ofrecen, se inicia y culmina la iglesia como expresión de gratuidad (eucaristía).
Actualmente (año 2025) vivimos en una cultura de abundancia miedosa. Cuanto más tenemos más tememos perderlo (que no sea suficiente). Sobra pan, derrochamos comida. Pero no sabemos o queremos compartir, con una nueva enseñanza (Marcos), con una nueva salud (Mateo). Nuestro problema no es la escasez de bienes, sino la falta de voluntad para compartirlos. Por eso es importante la indicación del fin del texto: sobraron siete cestos... (Mc 8, 8). En la multiplicación anterior sobraban doce (6, 43), uno por cada discípulo de Jesús o por cada tribu de Israel. Ahora siete, para humanidad, siete días de la creación (Gen 1).
Marcos ha situado esta segunda multiplicación en tierra pagana (cf. Decápolis: Mc 7,31), pues él (su Iglesia) debe saciar (khortasai) no sólo a los hijos israelitas (cf. Mc 6,42; 7,27), sino a todos los que vienen (cf. Mc 8,8). Ésta es la verdadera liturgia, el rito fundante de la iglesia, como eucaristía (acción de gracias) y eulogía (bendición).
La vida entera aparece centrada en la comida. La vida es alimentarse juntos, dialogando en amor (aprendiendo y compartiendo). La vida entera es, al mismo, una bendición, un don, un regalo ofrecido y compartido. En esa línea, la Iglesia de Jesús ha de entenderse como institución de generosidad divina y humana, que se ratifica en la cena solemne de despedida y en k eucaristía misionera, abierta a todos los pueblos del mundo,
Jesús no reúne y alimenta a los que vienen para servirse luego de ellos construyendo con ellos un reino de poder social, un templo, una administración y un ejército, como quieren hacer, según Jn 6, 14-15, aquellos que se reúnen tras la multiplicación ante la sinagoga del Cafarnaúm. Al contrario, a los que han comido, Jesús les envía nuevamente a sus lugares de origen), como fermento de evangelio, buena nueva de humanidad reunida en torno al pan y los peces (pan y vino) de la eucaristía.
Los cristianos no forman comunidades cerradas, en torno a unas comidas ritualizadas en sentido celota (reino nacional) o esenio (separados de Qumrán), sino que se reúnen, en nombre del Jesús pascual, a campo abierto, compartiendo panes y peces, para iniciar un proyecto y camino de comunión universal. No forman pequeñas comunidades establecidas en casas (cf. Mc 2, 1-12; 2, 13-18; 3, 20-35; 4,10-12), sino que puede reunirse en grupos de cuatro mil o cinco mil adultos. No necesitan edificios exclusivos, no crean grupos de clausura, sino que siguen habitando en sus aldeas y/o pueblos, pero se reúnen a veces por un tiempo, para compartir palabra y comida, sobre la tierra común, bajo el cielo universal.
NOTAS
[1] He desarrollado el tema en Fiesta del pan y Alternativa ecológica. Cf. Borg, M., Conflict, Holiness and Politics in the Teachings of Jesus, Mellen, New York 1984; Brandon, S. G. F.,Jesus and the Zealots, Manchester University Press 1967; Brown, R. E. La muerte del Mesías I-II, Verbo Divino, Estella 2004/2006; Oakman, D. E., Jesus and the Economic Question of his day, Mellen, Lewingston 1986.
[2] Cf,.Una vida conmocionada Editorial Anthropos, Bardelona, 2008; El corazón pensante de los barracone, Cartas, Anthropos Barcelona 2005: E. Frank, Con Etty Hillesum en busca de la felicidad, Sal Terrae, 2006; Paul Lebeau, Etty Hillesum. Un itinerario espiritual. Amsterdam, 1941-Auschwitz, 1943, Ed. Sal Terrae, Santander 2000; José I. González Faus, Etty Hillesum. Una vida que interpela,. Sal Terrae, Santander 2008.
[3] Algunas religiones y ritos enfrentan a los hombres. Ideologías y políticas sacrales les distinguen, conforme a las escuelas y templos donde acuden para cultivar sus distinciones. Pues bien, Jesús les reúne o, más bien, les acoge en el ancho campo, sin preguntarles por su origen y creencia, para ofrecerles la palabra de la vida, el pan y peces que a todos sirve de alimento.
[4] De esta forma emerge la abundancia: hay panes y peces para todos. La tradición bíblica había elaborado la tradición del maná (Jn 6), para indicar la bendición y providencia de Dios sobre el pueblo, en el desierto. Pues bien, ese maná se expresa ahora por los panes y peces que la comunidad de Jesús pone al servicio de todos, como enseñanza (Marcos) y salud (Mateo) de Reino.