Cada uno su enseñanza (1 Cor 14, 26). Escuela de todos, no doctrina de unos pocos.

Presenté ayer el tema, comentando un texto de  Pablo: Cuando os reunáis siendo (=para ser) iglesia lleve cada uno un salmo, exponga  cada uno su enseñanza, ofrezca su  revelación (1 Cor 14, 26). Esos eran, como dije, los pilares de la iglesia: Canto de gozo, enseñanza compartida, contemplación del Dios hecho carne (Jn 1, 14). Insisto hoy en el tema. Destacando el segundo pilar, que es la didajé (=enseñanza).

Puede ser una imagen de una persona y texto que dice "FIRMA DE LIBROS editorial verbo divino Feria del Libro 82 de Madrid PARQUE DE EL RETIRO 26 MAYO DE JUNIO #FLMadrid23 Xabier Pikaza Ibarrondo 26 de mayo De 18:00 20:00 evd Caseta 254 www.verbodivino.es"

 Toda la iglesia era escuela, y  los cristianos maestros unos de los otros.

La Iglesia nació como escuela mesiánica de liberación y humanidad para todas las naciones (“haced discípulos”: Mt 28, 16-20), fermento de vida, de forma que todos pudieran ser iniciadores, beneficiados y seguidores del camino de Jesús, a diferencia de un tipo de rabinismo  posterior, donde algunos se hicieron maestros/rabinos y los demás puros oyentes pasivos.

‒ Fue escuela de comunión,un hogar donde los creyentes aprendían a vivir de un modo mesiánico (para renacer), dando y compartiendo mutuamente lo que eran y tenían, lo que sabían y decían, hombres y mujeres, judíos y gentiles, esclavos y libres (Gal 3, 28).  

‒ Una escuela de conocimiento. Había  en aquel tiempo, diversos saberes especializados, escuelas de leyes y guerra, de poesía o filosofía y religión, pero eran partidistas y parciales, para el triunfo de algunos, dentro de un sistema de poderes. En ese contexto, los cristianos ofrecieron a todos una educación superior de humanidad, abierta a todos los hombres y mujeres, una escuela donde todos eras maestros, aportando cada uno su enseñanza (didajé).   

En esa línea se extendió el camino de Jesús hasta el siglo IV-V d.C., pero luego, al abrirse a todas las clases sociales, sin cambiarlas realmente por dentro, y al volverse Religión de Estado, la Iglesia corrió el riesgo de olvidar su compromiso de educación en la justicia y comunión de todos, para convertirse a veces en un tipo de superestructura sagrada, elevando ciertamente la conciencia del conjunto de la sociedad, pero manteniendo e incluso resacralizando las divisiones existentes.   

Ciertamente, a partir del siglo XII la Iglesia creó escuelas “universales” (=Universidades), desde el año 1088 Bolonia, 1196 Oxford, 1215 Sorbona-Paris, 1218 Salamanca, 1290 Coímbra etc. Nacieron como instituciones cristianas, para estudio del Derecho civil y eclesiástico, pero también para el cultivo de “ciencias” de tipo filosófico-teológico, terapéutico (medicina) y físico-astronómico, de manera que llegaron a ser y son un signo clave del nuevo poder del “conocimiento”, que empezó siendo promovido por la Iglesia, desde el evangelio,pero que después se ha puesto al servicio de los poderes sociales, económicos y políticos del mundo. 

    Desde ese fondo quiero volver al principio de la escuela de la iglesia donde cada uno, según1 Cor 14, 26 tenía y enseñaba la doctrina de su vida. Así se reunián, así creaban cada comingo su escuela:

1. Empezaban cantado, conforme a la inspiración de alguien que tuviera don de canto, creando entre todos una melodía (camino musical) de emoción compartida.

2. Pablo sigue diciendo que ekastos, cada uno (=alguno) exponga una enseñanza de vida. 

     Se traga de una enseñanza de Jesús que “cura por la palabra”  (en logo-terapia) compartida.  Ciertamente, importa lo que se dice, pero sobre todo importa y crea comunidad la forma en que se dice, animando, interpelando, traduciendo la vida y mensaje de Jesús en forma de palabra compartida.  

 Ésta no es una enseñanza autoritaria  de algunos jerarcas  de oficio,  mientras todos los restantes callan y se limitan a decir “amén”, sino el magisterio de la vida de todos los creyentes, que comparten la palabra de Jesús, enseñándose a vivir unos en otros

Dejé ayer pendiente el tema de la “revelación” (apocalipsis), como “eclosión” de vida en el espíritu. Hoy sigo insistiendo la enseñanza compartida, eso que el Papa Francisco está empeñado en presentar como camino sinodal,que empieza desde las comunidades, donde los creyentes son iglesia caminando juntos (syn-hodos).  Es evidente que muchos seguirán protestando, porque les quitan la palabra

     No se trata de devolver la palabra a las comunidades, sino de reconocer que es de ellos, que nunca se la tenían que haber “quitado”, cuando una “casta clerical” (con grandísimos valores, pero con mayores riesgos) se atrevió a presentarse como “dueña de la palabra”, convirtiendo a los restantes cristianos en meros “oyentes” (discentes).

 Una propuesta contestada pronto: fuera las mujeres

La oposición a la propuesta de Pablo fue casi inmediata. Pablo escribió esta carta (1 Cor) hacia el año 57-58, recordando a todos los creyentes (varones y/o mujeres) que era suya la palabra, como ratifica 1 Cor 14, 26. Pero muy pronto, hacia el año 70/90 d.C., un censor-glosista, contrario a Pablo, añadió las palabras “increíbles”, opuesta a Pablo y a Jesús diciendo que pueden hablar todos, pero las mujeres no (pues no tienen palabra, tienen que estar bajo la protección de un marido que les enseñe en caza (1 Cor 14, 33-36).

Sólo con esa “glosa” (que es de miedo y de idea equivocada) un tipo de varones (¡no todos!) tomaron el control de la enseñanza de la Iglesia (en contra de Jesús, en contra de Pablo). No todo se resuelve dejando que hablen las mujeres, pero sin que ellas hablen no se resuelve nada.

     Dejo ese tema así; cualquiera que tenga el mínimo de conocimiento” de los textos sabe que 1 Cor 14, 33-36) es una glosa contraria a lo que dice Pablo en 14, 26. Sin tener eso en cuenta no tiene sentido el camino sinodal que el Papa Francisco quiere promover partiendo de Pablo. 

UNA APLICACIÓN, DOS LIBROS

    Sigo en el contexto de ayer (feria del Libro)  donde presento, ademàs del comentario de los salmos, dos libros que ayudan a situar esta enseñanza universal de los cristianos.   Los argumentos que tengo sobre este tema de la enseñanza compartida en la iglesia los he desarrollado sobre todo en dos libros: un gran Diccionario de la Biblia y un compendio de teología de la Biblia.

DICCIONARIO DE LA BIBLIA. PARA TEMAS DE DIÁLOGO ECLESIAL  

Gran diccionario de la Biblia

 He querido insistir en la enseñanza compartida desde la experiencia de la iglesia,,  escribiendo esta Diccionario «de la Biblia», no para enseñar directamente a otros, sino para ofrecerles unos temas que les puedan ayudar en su enseñanza de laBiblia.

               Este diccionario quiere introducir a sus lectores en el mundo y la palabra de la Biblia de un modo culturalmente rico, respetando las tradiciones de la misma Biblia y de la cultura de occidente, pero desde la perspectiva de una modernidad en la que deben dialogar y dialogan las diversas tradiciones de la historia, vinculadas más que nunca en este tiempo de diálogo universal.

Escribo y presento este diccionario desde un ángulo cristiano, dentro de la confesión católica, y así quiero destacarlo: la Biblia es para mí un libro de fe y de esa manera la entiendo y analizo. Pero, al mismo tiempo, la fe cristiana (o judía), expresada en el relato y palabra de la Biblia, puede abrirse y se abre a toda la cultura humana, a todas las culturas de los hombres, sean o no religiosamente creyentes. Por eso, el lector del diccionario no tiene por qué ser cristiano. Basta con que sea un hombre o mujer que quiera comprender mejor las raíces de su cultura, una cultura religiosa, en gran parte secularizada, que le sigue ofreciendo las claves más hondas de comprensión de la realidad y de la historia.

La Biblia de los cristianos tiene dos partes: un Antiguo Testamento (=Biblia hebrea), que ellos comparten básicamente con los judíos, y un Nuevo Testamento, que ellos añaden al Antiguo. Teniendo eso en cuenta, la Biblia se puede leer desde dos perspectivas principales: una judía, con el «Antiguo Testamento» como único Testamento de Dios; y otra cristiana, donde el Testamento Israelita (nuestro Antiguo Testamento) se vincula con el mensaje y vida de Jesús, a quien sus discípulos llaman (llamamos) el Cristo. Me he querido situar en esta segunda perspectiva, en línea más católica (sin negar el aspecto y dimensión «protestante» de mi fe católico/ortodoxa, dentro de la tradición romana).  

               No olvide el lector que esto es un diccionario, un libro de ayuda y referencia, donde las palabras van por orden alfabético,  de la «A» a la «Z». No es para leerse de un tirón, de principio a fin, sino para tomarlo como obra de consulta, mirando en cada caso la palabra o las palabras que interesen. De todas maneras, unas palabras conducen a otras, de forma que el diccionario puede convertirse en un «racimo» de temas bien entrelazados, como voy indicando en gran parte de las palabras, que remiten con una → a otras más o menos semejantes. He querido que sea fácil de leer y por eso he renunciado a los tecnicismos. No cito nunca en hebreo ni en griego, lo que con los medios electrónicos actuales resulta muy fácil. Procuro que las trascripciones de palabras hebreas o griegas (siempre limitadas) sean fáciles de entender, buscando la claridad castellana más que la total exactitud filológica.  

TEOLOGÍA DE LA BIBLIA, CURSO DE ENSEÑANZA BÍBICA.

La Palabra se hizo carne

He querido escribir este curso como ayuda para entender de un modo unitario los temas y argumentos del diccionario.  

Éste no es un libro de evocación poética (aunque hubiera deseado que lo fuera), sino un texto, es decir, un tratado de la Biblia en su conjunto, un curso de sobria historia y pensamiento, escrito desde una perspectiva creyente, confiando en el mensaje de la Biblia y empleando para desvelarlo los métodos y el arte de la crítica histórico‒literaria, que nos permiten explorar y describir su tema de fondo y su argumento.

Éste es un curso de iniciación, es decir, de introducción en camino del Dios de la Biblia, entendida como libro de identidad cristiana (y judía). No es un manual de historia, ni un tratado de filosofía, sino una exposición razonada del despliegue (marcha, pascua) del Dios que está en el fondo del complejo y fascinante relato del AT y el NT, en línea de maduración humana (Hch 17, 28).

 ‒ No es un estudio de pura historia, aunque sitúa cuidadosamente a Dios y al hombre en un arco de tiempo que va desde el siglo XII a.C. (tradiciones patriarcales) hasta el II d.C. (origen de la Iglesia). En esa línea, más que el despliegue de la idea de Dios en cuanto tal me interesa su identidad, la forma en que emerge y se revela, vinculándose a los hombres que responden y actúan según su palabra.

‒ No es tampoco un curso de filosofía o filología, en línea de investigación académica de los textos originales, en hebreo, arameo y griego, aunque he debido fijarme siempre en ellos. Ciertamente, al afirmar que “la Palabra (Dios) se hizo carne” estoy diciendo que se expresa y de algún modo se “encarna” en las lenguas propias (hebreo, arameo, griego…), pero pienso que ellas pueden traducirse, y las traduzco al castellano, idioma aquí empleado.

Éste es un estudio sobre el Dios de la Biblia, Señor y Salvador de judíos y cristianos, no de las religiones en general. Por eso no ofrezco una investigación general sobre las ideas religiosas comparadas, antiguas y modernas, de oriente y occidente, sino un curso monográfico sobre el camino del Dios de la Biblia, con sus elementos distintivos de tipo personal y social, en línea de justicia y esperanza escatológica.

 ‒ Siendo texto literario de gran calidad, la Biblia es el testimonio de la historia judeo‒cristiana de Dios, y así lo mostraré, en la línea de Eclo 24, cuando dice que el Dios de Israel se hizo Palabra en los libros de Ley (vida) de su pueblo. Avanzando en esa dirección, los cristianos aseguran que Dios se ha revelado plenamente en la “carne” de Jesús, entendida como centro y nervio de la historia universal.

La Biblia, así entendida, forma una biblioteca de textos, con dos testamentos o alianzas (AT y NT) que se unen y completan (conforme a la visión cristiana). No me limito a contar la historia de Israel o de su Ley particular (AT), ni me limito al NT, sino que he recogido y condensado la visión progresiva y unitaria de los dos testamentos, suponiendo que, en su diversidad, ellos ofrecen una visión unitaria de Dios como Palabra.

Éste es un tratado de teología bíblica cristiana, pues entiende y explica su primera parte (el AT) desde la perspectiva de Jesús de Nazaret, judío mesiánico, a quien sus seguidores veneran como Cristo (Hijo de Dios), según el NT. Tanto judíos como cristianos seguimos leyendo y aplicando la misma Biblia Hebrea (AT), pero desde perspectivas distintas: Los judíos la toman como Biblia entera, Testamento de Dios y documento de identidad israelita, aunque su testimonio puede abrirse al conjunto de la humanidad. Los cristianos, en cambio, toman la Biblia Hebrea (y/o su traducción al griego: LXX) como Antiguo o Primer Testamento que culmina y se cumple en la “carne” de Jesús y de la iglesia (atestiguada por el NT), en apertura a todos los pueblos.

Los judíos en general se alegran de que los cristianos leamos su Biblia, pero tienden a pensar que lo hacemos de un modo menos conveniente, pues nos atrevemos a decir que ella culmina en Cristo, de forma que, añadiendo al AT un NT, corremos el riesgo de tergiversar su sentido. En contra de eso, los cristianos piensan (pensamos) que la interpretación judía puede ser reductiva, pues cierra el contenido y despliegue de la Biblia en unos libros y temas que se desarrollan plenamente y se entienden mejor al abrirse por Jesús a todos los hombres.

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