Espíritu Santo, el anti-sistema (con un recuerdo de Montano)

Hay anti-sistemas por doquier, desde los puros “vagos” que no quieren ajustarse al orden actual (aunque viviendo a costa de ese orden), hasta los utópicos creadores que se esfuerzan por abrir nuevos caminos de humanidad solidaria, al servicio de un mundo mejor.

Se ha dicho que algunos anti-sistema han estado (están) acampados en la Plaza del Sol (Madrid) y en la de Cataluña (Barcelona), protestando contra los partidos del sistema… Pero algunos de sus críticos responden que esos anti-sistema acampñados quieren en el fondo “más sistema”, aunque un poco diferente al de los partidos políticos de ahora, con más subvenciones del Estado y con más seguridades.

Por otra parte, hay varios “sub-sistemas” entrelazados: uno económico, otro militar, otros político, otro cultural, otro mediático… (quizá otro religioso, y otro deportivo que para algunos tendría su capital en Barcelona FC). Se suele decir que los conservadores quieren más sistema (del que ahora existe) mientras los “progresistas” quieren romper este sistema… pero quizá lo hacen para crear otro (a su medida) que sea más fuerte que el actual.

Un tipo de sistema ha sido el comunismo soviético, y otro es ahora el capitalismo… y muchos de los que piden más libertad están pidiendo “su” libertad para imponer un tipo de economía que ellos controlan… Éstos y otros temas pueden plantearse en torno al Espíritu Santo y al anti-sistema.

Fiel al espíritu de mi blog voy a ofrecer unas reflexiones sobre el tema partiendo de algo que he enseñado en la plaza de la universidad; así trataré del Espíritu Santo en relación con un antiguo grupo anti-sistema del siglo II d.C., llamado “montanismo” , teniendo en cuenta su relación con el presente, como podrá ver quien siga leyendo.

Para conectar con el post de ayer empezaré recogiendo cuatro comentarios sabrosos que me hicieron ayer y que he querido tener hoy en cuenta en lo que sigue... Las fotos que introduzco me las ha mandado generosamente R. Castellano, amigo, artista, profesor de filosofía, partidario de una ruptura epistemológica... que podría estar vinculada al tema del Espíritu Santo. Gracias Rafael, ésta te la debo.


Comentarios al post del 28 V 11:

Galetel.
El término “sistema” aparece 12 veces en este artículo. Todas con connotaciones negativas.Esto me sugiere preguntarle a Xabier Pikaza: ¿Todo sistema es malo? ¿Puede no haber sistema?¿Cuáles sistemas son buenos? ¿Cualquier obra genuina del E

spíritu de Dios tiene que ser antisistema, anti cualquier sistema ? ¿Puede haber una obra PRO-sistema, pro algún sistema, por el genuino Espíritu de Dios; cómo; cuál?

Francho.
La cuestión que fundamenta todo lo dicho, no es una reflexión teórica, son los hechos: ¿Es posible hoy una experiencia carismática de valor en la iglesia? Y si lo es, dónde están las consecuencias que son la libertad y la ruptura de imprecisiones de humanidad? hechos que expulsan " demonios", apertura a la vida trascendente... y más, que todos sabemos. ¿Tiene alguna posibilidad el Espíritu hoy?

Uno que se pierde.
Javier, es buenísimo y encantador todo lo que expones pero podrías esforzarte en ser algo más sintético. Estoy seguro de que pierdes muchos seguidores-oyentes-lectores por ese modo de exponer tan prolífico. Verdad es que para las tesis y para exponer en clase hay que ser profesional, pero para informar-animar a la lectura y a la vida "del espíritu" hay que ser algo más modesto y pensar en quienes tienen que leer lo que escribes…

Burbu
Responde muy bien a “uno que se pierde” y acaba diciendo:,Pikaza ES DE BILBAO Y LOS DE BILBAO ,NACEN DONDE QUIEREN ,PIENSAN COMO LES DA LA GANA, VIVEN COMO LES APETECE Y MUEREN ,DONDE Y COMO LES SALE DE LOS COJS…

Teniendo en cuenta todo eso y para responder mejor un día a las preguntas de Galetel sobre institución y libertad, sistema y acontecimiento, organigrama y Espíritu... trataré hoy de Montano y sus amigos, un grupo de anti-sistema muy antiguo dentro de la Gran iglesia.

a. Montano y sus amigos, los anti-sistema

El cristianismo es un carisma en acción, pero su impulso pareció apagarse con el desarrollo institucional, codificado por una jerarquía bien instituida. Por eso es lógico que algunos entusiastas quisieran volver a la experiencia directa del Espíritu. Entre ellos, en torno al 155-160 d. C., surgió en Frigia (actual Asia Menor) un tal Montano, a quien muchos tomaron como encarnación o presencia personal del Paráclito que Cristo había prometido, el gran anti-sistema (Jn 14-16).

Tras él (o con él) elevaron una pretensión semejante algunas profetisas (Priscila y Masimila), ampliando el movimiento hasta Roma y África, donde lo acogió Tertuliano (en parte). Ni Montano ni sus sucesores eran herejes en sentido dogmático: No quisieron inventar doctrinas, ni destruir lo anterior, sino ser testigos proféticos de una experiencia de Dios que la Iglesia, jerarquizada como grupo honorable, parecía perder.

Así elevaron una protesta carismática y apocalíptica, como adelantados de la Venida escatológica (fin de los tiempos) que ellos anticipaban con su rigorismo ascético (rechazo del mundo y sus placeres: riqueza, sexo), su entrega personal (disposición al martirio) y su espera emocionada de Jesús:

1. Eran conservadores y renovadores.

No pretendían crear otra iglesia, ajustada al pensamiento político-social del entorno, sino, al contrario, seguir a los profetas ambulantes más antiguos de Jesús, cuya memoria conservan los Sinópticos y la Didajé, actualizando la experiencia de ruptura social y esperanza del Apocalipsis. Eso mismo les hacía renovadores, pues afirmaban que llegaba la revelación final del tiempo, descubriéndose inmersos en la lucha entre el Espíritu de Cristo y el Perverso, de manera que ellos mismos aparecían como encarnación del Paráclito.


2. Eran carismáticos.

Mantenían la experiencia de Pablo (cf. 1 Cor 12-14) y de la iglesia de Jerusalén (cf. Hech 1-3), con el estilo de vida de las comunidades antiguas (que puede remontarse al mismo Jesús) y elevan su protesta contra una iglesia que tiende a introducir (apagar) el evangelio en cauces de orden establecido. En ese sentido, les podemos llamar pentecostales: Acentúan la ruptura, la inspiración profética, el don de lenguas; conocen a Dios por experiencia, cultivan una teodicea de entusiasmo.

3. Se sentían vinculados a la promesa del Paráclito (Jn 14-16).

El autor de Jn y los miembros de su Comunidad habrían sentido desconfianza ante estos nuevos profetas, pues ellos (los de Jn), estaban más cerca de una interioridad gnóstica, en búsqueda interior de la verdad, y afirmaban, además, que el Paráclito venía guiando a su grupo desde el principio. Pero los nuevos carismáticos montanistas se creyeron autorizados para interpretar los textos de Jn como profecía dirigida a ellos, sintiéndose portadores del Espíritu, presencia del Paráclito en el mundo.


4. Defendían una teodicea del fin de los tiempos.

Podemos llamarles milenaristas (= quiliastas), pero más que el reino de Mil Años de los mártires (en la línea Ap 20, 1-6) parece que esperan el nuevo cielo y la nueva tierra de la Jerusalén gloriosa (cf. Ap 21-22). Están convencidos de que llega el fin (al que aludían 1 Tes, 1 Cor y 2 Tes) y en esa línea interpretan las promesas de los evangelios: «No pasará esta generación sin que se cumplan todas estas cosas» (Mc 13, 30 par; cf. Mc 9, 1 par). Es más, ellos conocen el lugar donde vendrá Jesús y se elevará la Nueva Jerusalén: Pepuza, en la región de Frigia. El Dios de Jesús se le mostrará de un modo directo; por eso elaboran una teodicea apocalíptica.


b. La condena de los anti-sistema (de Montano y seguidores)

Montano y sus seguidores (entre ellos Tertuliano) interpretan el evangelio a la luz de la crisis final ya comenzada. Así forman una comunidad escatológica, dirigida por carismáticos o profetas, y expanden desde Frigia una reforma que vincula entusiasmo espiritual y rigorismo ético. No quieren una iglesia nueva y duradera (no hay tiempo para ello), pero se rebelan y chocan con el orden instituido de la Gran Iglesia que, en ese momento, está consolidando su estructura, en formas de tradición organizada y equilibrio o conformismo social.

En esa línea, ellos quieren mantener el estado naciente, la emoción primera, desde una perspectiva que podría llamarse irracional (cf. Tertuliano: credo quia absurdum, porque es absurdo). Rechazan las razones sabias del entorno helenista y de aquellos que tienden a sacralizar el orden. Es normal que la jerarquía condene el movimiento:

«Montano, dando entrada en sí mismo al Enemigo, con la pretensión desmedida de su alma ambiciosa de preeminencia, quedó a merced del Espíritu y de repente entró en arrebato convulsivo como poseso y en falso éxtasis, y comenzó a hablar y proferir palabras extrañas, profetizando desde aquel momento, en contra de la costumbre recibida por la tradición y por sucesión dentro de la iglesia. De los que en aquella ocasión escucharon estas bastardas expresiones... algunos, como excitados por el Espíritu Santo y por un carisma profético, y no menos hinchados de orgullo y olvidadizos de la explicación del Señor, fascinados y extraviados por el Espíritu insano, seductor y descarriado del pueblo, lo provocaban (a Montano), para que no permaneciese ya más en silencio» ( EUSEBIO DE CESAREA, Historia Eclesiástica, V, 7-8).((Recordemos que Eusebio era el teólogo oficial del sistema constantiniano en el s. IV)


c. Verdad (y riesgo) del montanismo, el anti-sistema

Los montanistas fueron condenados por la Gran Iglesia porque rechazaban la estructura externa (oficial) de la comunidad y aceptaban el ministerio de mujeres que se sentían (decían) poseídas por el Espíritu, igual que los varones. Ciertamente, muchos cristianos admiraron su fidelidad, su rigorismo ético, su protesta contra el sistema y su visión de un Dios que no sacraliza el orden establecido, pero en conjunto condenaron este movimiento, cuyos valores y riesgos evocamos, en línea de teodicea.

1. El montanismo es proto-cristiano, pues recoge elementos tradicionales: Libertad interior, experiencia carismática y rigor ético... En esa línea, la encarnación del Paráclito en Montano o en algunos de sus seguidores podía interpretarse como signo de una presencia del Espíritu en la vida de los creyentes y ofrece un correctivo carismático a los riesgos de sacralización de la estructura.

Ciertamente, podemos afirmar con Montano y los suyos la iglesia no es oficina de recuerdos sacrales, administrada por clérigos o sabios que gobiernan sobre el resto de los fieles, sino que ha de ser comunidad de carismáticos, portadores del Espíritu, teodicea viviente. Pero debemos añadir que la protesta pura no es nunca suficiente. Hay que protestar para crear, porque la Vida no es sólo carisma, es también estructura social.

2. El montanismo puede volverse post-cristiano, si postula una revelación distinta del Espíritu (encarnado en Montano o en otros), y si los elegidos se separan de la historia concreta (carnal) del movimiento de Jesús y de las estructuras sociales de la comunidad, con el riesgo de ser traídos y llevados por revelaciones arbitrarias. En esa línea, los montanistas tienden a pasar por alto las mediaciones sociales del cristianismo y así corren el riesgo de identificar a Dios con la inspiración de cada momento.

En contra de Montano debemos indicar que lo propio del Paráclito de Jn 14-16 era recordar la obra y persona de Jesús, centro y cumbre de toda revelación; además, la presencia del Espíritu cristiano se encuentra vinculada a la vida de los fieles en el mundo, de manera que la Iglesia es una teodicea social en la historia (no fuera de ella).

3. El montanismo parece repetirse en algunos cristianos pentecostales de la actualidad, que quieren mantener y cultivar la inmediatez del Espíritu, como encuentro con Dios. Ciertamente, ellos valoran la historia de Jesús, pero se creen inmediatamente abiertos a Dios por el Espíritu, cultivando un carisma que sólo tiene sentido (y sólo puede mantenerse) si el tiempo se acelera y llega, está llegando físicamente, el fin de todo lo que existe. Lógicamente tienden a rechazar las mediaciones ministeriales y sociales, históricas y doctrinales del evangelio, suponiéndose contemporáneos a Pentecostés. Eso les concede gran pureza.

Pero en esa línea los nuevos montanistas/carismáticos se alejan de la historia real y de los conflictos de la vida social, es decir, del evangelio encarnado en la historia los hombres. De esa forma, ellos subordinan el Cristo de la historia actual (con sus pactos y estructuras) a un tipo de futuro que puede acabar siendo quimérico. Así pueden devaluar el presente, quedando en manos de la pura arbitrariedad del mundo.

d. Una cura de montanismo… pero desde el evangelio

Posiblemente, la iglesia actual necesita una cura montanista: Los cristianos deben sentirse vinculados al Espíritu del Cristo, renaciendo de su fuerza, anticipando su venida. Pero esa cura montanista/carismática no puede hacerse a costa de olvidar la identidad evangélica de Jesús (su apertura a los pobres, su oferta de perdón, su realismo social) y la presencia de Dios en la historia.

Jesús fue sin duda un carismático, pero no un rigorista sexual, ni un asceta alejado del mundo. Condenó a los poderosos de su tiempo, pero no rechazó los gozos del mundo, ni la alegría de la vida. Espe¬raba el Reino, pero no lo separó de las tareas del presente, entendido como presencia amorosa de Dios, sobre el juicio y violencia del sistema.

El Dios de Jesús era ante todo el Poder de creación, Principio y portador de una palabra que se encarna en la historia de los hombres, a los que resucita. Por eso, creen en Dios no es salir del mundo y separarse, sino aceptar el mundo con sus contradicciones, descubriendo allí la gracia de la creación. Los cristianos no pueden formar desde Dios una comunidad de separados, limpios, carismáticos, esperando que llegue el fin del mundo, sino todo lo contrario: han de encarnarse con Jesús, ofreciendo las señales de su amor entre los pobres y expulsados del sistema.

El Dios de Jesús es perdón de los pecadores y vida para los enfermos, es comunión que se ofrece a los que no tienen familia o comunión. Montano y los suyos (como otros modernos) corren el riesgo de olvidar este centro de la teodicea cristiana.


Nota final. Atentos al riesgo montanista

En este contexto se entiende el riesgo de los montanistas y de aquellos movimientos modernos que rechazan el valor de la razón, los valores de la historia y la encarnación de Dios. Creer en Dios significa para ellos separarse: dejar el trabajo de la tierra, esperar la llegada inmediata del Cristo Redentor. Piensan que Dios no enriquece este mundo, sino que lo niega. Tienden a ignorar la gratuidad y la exigencia de la comunión fraterna. Por eso han sido rigoristas: Han condenado el aspecto social y gozoso de la fe, la presencia mundana de Dios. Lógicamente, han tendido a crear movimientos aislados: Se separan de los otros (importan ellos, elegidos) y cultivan¬ la experiencia del Espíritu como poder que les desliga de un mundo en el fondo condenado.

De esa forma, su visión de Dios puede volverse principio de arbitrariedad: Corren el riesgo de aislarse, dejando de ser fermento de Dios al servicio de la humanidad. Jesús protestó sin duda contra una ley interpretada en sentido sacral, al servicio de los buenos (que le mataron) y Pablo destacó la libertad del Espíritu frente a toda ley del mundo, pero no fue extático puro, ni fundó su movimiento a partir de ciertas voces que escuchaba, ni cultivó la presencia de Dios en trance, ni quiso crear grupos al servicio de ellos mismos, sino un movimiento de transformación fundado en el Dios de la gracia, desde los más pobres. Pablo tampoco fundó iglesias de carismáticos rigoristas, sino comunidades de creyentes, abiertas a pecadores y pobres. Por eso, la teodicea montanista nos parece insuficiente, contraria a los valores de creación, encarnación y comunión entre los hombres.

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