Exorcismos: 1. Tema bíblico (sobre un Curso de los Legionarios de C. en Roma)

El curso lo imparte el Ateneo Reina de los Apóstoles, de La Legión de Cristo, bajo la dirección de P. Barrajón, en Roma, a un tiro de piedra del Vaticano.

Significativamente, el "demonio" más conocido del Nuevo Testamento era un militar de Gerasa (Mc 5), rica ciudad trasjordana, que se llamaba a sí mismo Legión, un legionario romano enloquecido, a quien Jesús "liberó" de su enfermedad (su locura violenta).

Pues bien, ahora,los legionarios de Cristo de la nueva Roma imparten lecciones de exorcismos , van por el curso XIII, para toda la cristiandad católica, y lo hacen de un modo muy profesional (lo sé de buen fuente), pero tengo la impresión de que no presentan los exorcismos de Jesús y de la Iglesia de un modo radicalmente evangélico. en plano individual y social, terapéutico y religioso.



Para conocer esa oferta de los Legionarios sobre exorcismos, en Roma, pueden verse sus páginas web, con el programa del curso presencial, dirigido por D. Pedro Barrajón (16-21 abril, Roma: https://sacerdos.org/es/exorcismo-y-oracion-de-liberacion/ ), o con programas de otros cursos on line, para exorcistas clérigos y colaboradores, en línea pastoral (cf. http://www.alterchristus.org/actividades_CursoExorcismo.htmla).

He "trabajado" algo sobre el tema, colaborando con un famoso exorcista, en la misma Roma, pero me interesa sobre todo su aspecto teórico, en línea bíblica y religiosa, política, social y terapéutica, y con ocasión de este curso de los Legionarios, quiero reproducir un trabajo que escribí para el Diccionario de las Tres Religiones (págs. 399-404, sin incluir la parte musulmana, escrito por mi amigo y colega A. Aya).

Presento hoy sólo la parte de las religiones y el Antiguo Testamento. Seguiré exponiendo el tema en días sucesivos: ¡Buena Semana de Pascua pascua a los amigos de mi blog!

EXORCISMOS

1. Judaísmo

El tema de los exorcismos nos sitúa dentro de la riquísima doctrina judía sobre Satán y los demonios, entendidos como poderes que pervierten la vida del hombre sobre el mundo y la misma realidad del mundo.

1. Visión general.


Los demonios (del griego daimón, con diminutivo en daimonion) constituyen uno de los elementos más constantes de la religiosidad an¬tigua. Se supone que arriba, en un plano superior, puede haber un Dios fundante, Padre de los dioses y principio de todo lo que existe. O también puede pen¬sarse que hay un tipo de divinidad abarcadora, que se identifica con el equilibrio básico y el movimiento del conjunto de este cosmos. Pero al lado de ese Dios-Divinidad suele extenderse un mundo de poderes sobrehumanos, de númenes, de dioses o de espíritus, que influyen en la vida de los hombres de una forma benéfica o perversa. Este es el campo en que se mueven los «daimones». Se trata de poderes que ac¬túan y se expresan en los planos más diversos de la realidad: en la fuente, el árbol o la piedra, el bosque o la montaña sagrada. Pero ellos se desvelan especialmente en los hombres: en su excitación poética o su enfermedad, en su poder o su impoten¬cia.

Originariamente esos espíritus-daimones no son malos. Carecen de carácter moral y se harán buenos o malos según las circunstancias. Esa distinción moral de los espíritus parece haber sido introducida en el mundo occidental antiguo, básicamente, por los persas y después por los judíos. Sea como fuere, estos demonios llenan el es¬pacio intermedio entre Dios y los hombres (la tierra). Por eso se en¬cuentran, por un lado, sometidos a los dioses (o Dios), que tienen el poder de controlarlos y encauzarlos. Y por otro se hallan vinculados, de una forma especial, casi constante, a diversos elementos de la tie¬rra, en los que muestran su poder o en los que habitan: lugares apropiados, rui¬nas, fuentes, rocas..., hombres.

La variedad de los demonios era inmensa. Pueden ser débiles o fuertes, superiores o inferiores, buenos, malos. Por regla común, cuan¬to más grosero y material fuera un demonio, ofrecía más peligro para el hombre. Especialmente dañosos eran aquellos que odiaban la luz y necesitaban un lugar húmedo para subsistir, pues escogían de morada el cuerpo humano produciendo enfermedades. Otros, en cambio, eran benéficos; servían a los hombres de ayuda en el saber (profecía, magia, adivinación) y les traían buena suerte. La conciencia de la diversidad de los demonios y el conocimiento de sus poderes y simpatías conducía directamente a la magia, como medio de utilizar (o conjurar) sus fuerzas. Por medio de sacrificios, ofrendas y fórmulas se intentaba expulsarlos o atraerlos.

2. La particularidad judía.

Satán y los demonios. En sentido amplio se puede afirmar que los judíos, en las capas populares, han participado de la fe ambiental en los demonios, como testifica una y otra vez la Biblia Hebre. Sin embargo, Israel ha comprendido de una forma cada vez más clara lo siguiente: a) Los de¬monios no participan del ser divino; pertenecen, si es que existen, al mundo creado y se encuentran totalmente sometidos al Dios único. b) Los demonios que amenazan la estabilidad y autonomía de la vida hu¬mana pertenecen al mundo malo, un mundo que rechaza a Dios y se encuentra ya próximo a la ruina y, por eso, deben ser vencidos y expulsados del mundo de los hombres. En otras palabras, los demonios, cualquiera que haya sido su origen- se han determinado por conver¬tir en siervos de Satán, el príncipe de luz que se rebela contra Dios e intenta derribar su reino. Por eso es necesario que estudiemos la figu¬ra de Satán o el Diablo.

En la conciencia teológica del judaísmo precristiano, originalmente Satán pertenecía al mundo de lo angélico que estaba dividido en dos funciones principales. Por un lado hallamos al ángel de Yahvé, que es la expresión de la presencia (la actuación) de Dios entre los hombres. Ángel significa mensajero y un mensajero de verdad carece de autono¬mía. Por eso, el ángel de Yahvé no es más que el mismo Dios que, sin dejar de ser lejano, trascendente, original se hace inmediato entre los hombres y les habla, les protege y les conduce en el camino (cf. Ex 14, 19; Gen 21, 11-12; Jc 6, 17-18; Ex 3, 2-3 etc.).

Por otro lado, y con funciones muy distintas, están los ángeles: son como una especie de consejo espiritual que constituye ls familia de Dios, que le acompaña sin cesar y exalta su grandeza. Esta corte de Yahvé parece ser una adaptación israelita de la vieja imagen oriental y cananea, según la cual, «El» (Dios primordial) se encuentra rodeado y asistido por los otros dioses (o sus hijos). Israel no conoce más que un Dios. Por eso, los dioses han quedado convertidos en su «corte» (ángeles, espíritus).

Pues bien, entre los ángeles que forman la corte de Yahvé y que de acuerdo con la vieja terminología politeísta reciben el nombre de sus «hijos», debe haber como en las cortes de este mundo un funcionario que defienda el interés de Dios y observe los pecados de (os hombres. acusándoles delante de su trono. Tal es el personaje que aparece en Job 1 y que se llama, con su nombre de trabajo, el «satán», que significa «aquel que prueba» o adversario. Ciertamente, ese «satán» no es toda¬vía el personaje odiosamente siniestro de la tradición posterior, pero demuestra rasgos antihumanos, pues parece complacerse en la miseria de Job y en su caída. Esas notas antihumanas de Satán se acentúan en Zac 3, 1-9. Satán, fiscal divino, acusa falsamente al sumo sacerdote y busca por encina de todo su condena. Dando un paso más, 1 Cron 21, 1, concede a Satán un nombre propio y le convierte en seductor que incita al Rey David lle¬vándole al pecado. Todavía es mensajero de Dios, aunque ya sea la fi¬gura mala de su corte, algo así como el signo de amenaza que pesa sobre el hombre desde el mismo centro del consejo del Dios Altísimo.

3. Pecado y posesión diabólica.

Etiologías. Lo anterior es prácticamente todo lo que la Biblia Hebrea dice acerca de Satán y sus funciones. Por eso nos sorprende el hecho de que, pasado relati-vamente poco tiempo, el judaísmo y en particular la literatura apoca¬líptica posea una «satanología» minuciosa y extensa y haya desarrollado diversas formas de exorcismos, como muestra la historia de Jesús de Nazaret y de su entorno judeo/palestino, conde los exorcismos son habituales. Como causas de ese desarrollo citamos las siguientes: la influencia persa y la explicación del problema del mal (la teodicea).

La influencia persa, que puede haberse iniciado con la conquista de Ciro (540 a. de C.), sigue actuando aún después de la unificación cultural del Oriente realizada por Alejandro Magno y sus sucesores helenistas, en los tres últimos siglos antes de Cristo. Ha influido desde Persia el dualismo que enfrenta, de manera escatológica, a los espíri¬tus buenos y malos, que son encarnación y signo de los dos reinos contrapuestos. Es más, un origen semejante parece haber tenido la visión de los espíritus buenos, como personificaciones de las fuerzas de la naturaleza (estaciones, astros, vientos) y como guardianes de los hombres. Sin embargo, es necesario precisar: la tradición persa posterior concibe el poder del mal, Angra-Mainyu, como espíritu increado, primordial, in¬dependiente del Dios bueno, aunque se espera que al final del gran combate de la historia habrá de ser vencido por Ahura-Mazda, Señor bueno. Para Israel, Satán y sus demonios fueron creados por Dios y, por lo tanto, no son independientes aunque pueden presentarse como responsables de la condición actual del mundo, es decir, de su caída y su pecado. Hay una gran «posesión diabólica» de la humanidad. Tiene que haber un gran exorcismo o liberación de lo diabólico.

La especulación judía sobre Satán es también una teodicea: quiere resolver el problema de la perversión y el sufrimiento humano. Se pre¬siente que el antiguo Dios se encuentra cada vez más alto y, además, parece incapaz de responder a las preguntas del pecado, del dolor y la injusticia que plantean en este tiempo los hombres que quieren conocer el origen y sentido de sus males. El judío sabe, por un lado, que Dios ha de ser bueno. Por otro lado observa que el mal se ha desborda¬do y que penetra los resquicios más profundos de la vida: lo diabólico llena la existencia individual, la política de los imperios bestiales (cf. Dan 7), las raíces mismas de la tierra. Por eso ya no existe más remedio que afirmar que todo está en la mano de poderes enemigos que destrozan, que destruyen y que matan.

Esto significa que Satán (Satán y otros espíritus) se alzaron contra Dios: se han pervertido internamente y determinan la existencia de los hombres y la marcha de la tierra. Ciertamente, Dios es todavía el Señor de antiguos tiempos: juez definitivo y poder originario. Pero ese Dios ha permitido, en una especie de misterio incomprensible, que Satán, su servidor y mensajero se convierte en enemigo poderoso con-cediéndole, en un tiempo, la capacidad de dominar la tierra. Ese tiem¬po es por desgracia el nuestro. Así se explica la existencia del mal, de la injusticia, el sufrimiento de los justos y la muerte. Desde aquí se plantea el tema del origen de los males. La caída de Satán y la “posesión diabólica” de gran parte de la humanidad suele explicarse de tres modos: como perversión sexual; por alzamiento contra Dios; y por negarse a servir a los hombres.

a) El motivo de la perversión sexual se expresa en el símbolo de la unión de los hijos de Dios (espíritus divinos) con las hijas de los hombres (Gen 6, I¬4). Amplifica y elabora extensamente ese mito el autor de l Henoc 6-36, refiriéndose a 200 «vigilantes» (espíritus que observan noche y día sin cansarse) que descienden a la tierra, se cruzan con las hijas de los hombres y engendra los gigantes primitivos. De la carne corrompida de estos monstruos han surgido los demonios, que pervierten a los hombres de la tierra.

b) Otros textos judíos presuponen un alzamiento contra Dios. Lo refiere 2 Henoc 29, 4-5 diciendo que Satán (Satanail), llevado de una idea irreali¬zable, pretendió poner su trono más arriba de las nubes, a la altura del poder de lo divino. Dios, como respuesta, le arrojó desde la altura, juntamente con sus ángeles rebeldes, obligándole a volar sin Fin sobre el espacio del abismo, desde donde pervierten a los hombres.

c) Hay, finalmente, una tercera tradición que relaciona la caída de Satán con la exigencia de servir a los hombres. Dios hizo a Adán según su imagen y ordenó a los ángeles servirle (o adorarle). Satán, al que se llama el adversario (Vita Adae et Evae 17, 1), unido a sus ánge¬les se opuso al cumplimiento de la orden y Dios le arrojó de la gloria. Llevado por la envidia, Satán sedujo a la mujer en el jardín del Parai¬so, originando así todas las miserias de la tierra.¬

Todas estas concepciones presuponen lo siguiente. 1) Hay un príncipe perverso (un gran espíritu) que ha roto la armonía de Dios sobre la tierra. 2) Con él existen otros muchos espíritus malos: son los ángeles rebeldes que acompañan a Satán en la caída o simplemente los «demonios», que se encuentran sometidos al poder del Diablo. 3) Todos los hombres se encuentran, de algún modo, per¬didos y sujetos a la tentación de lo diabólico y en especial algunos que han caído directamente bajo su influjo (los posesos).

4. Un mundo demonizado.

Conforme a lo anterior, podemos distinguir dos figuras.

(a) La primera es Satán. La Biblia griega y el lenguaje popular le apli¬ca el nombre de Diablo (diabolos, el detractor), y en los libros de aquel tiempo ha recibido numerosos nombres. Los más utilizados pa¬recen haber sido los que siguen. Es Satán (el tentador), el príncipe de los espíritus perversos que en el NT se convierte a veces en príncipe del mundo (de este mundo) Un 12, 31; 16, 11; 14, 30). l Henoc le llama Semjaza y Azazel, las luminarias que han caído de lo alto pervirtiendo todo el mundo (1 En 6-13). Según el libro de los Jubileos (Jub 10-11) el jefe de los malos espíritus recibe el nombre de Mastema, que parece significar lo mismo que Satán y su función consiste en pervertir, en acusar y en castigar a los humanos. El Testamento de los XII Pat. (cf TestBen 3) ha acuñado un hombre que ha de hacer fortuna: Belial (el que pervierte), que es principio del mal y del engaño de tal forma que los hombres se dividen en aquellos que obedecen a Dios y los que siguen el engaño de Belial o la tiniebla.

(b) El Diablo, tiene un gran imperio de espíritus perversos. Sin llegar al dualismo estricto de los persas, ese imperio se concibe un poco como doble del reino de los cielos. Existe en ambos casos un príncipe supremo (Dios, Satán); hay una corte de siervos y enviados que ejercen las funciones de su amor (los ángeles de Dios, los demo¬nios del Diablo.

Como hemos visto, no existe certeza absoluta sobre el origen de los demonios, aunque ellos tienden a verse como “hijos” de los ángeles caídos, es decir, como las fuerzas enemigas que proceden de los gigantes (fruto de la unión de las mujeres de la tierra y de los ángeles del cielo). Ellos pueden concebirse simplemente como espíritus que acompañan a Satán en su pecado y su caída pervirtiendo ahora la tierra. Sea cual fuere ese origen, lo cierto es que Israel ha unido para siempre la figura teológico-apocalíptica de Satán (el Diablo) y la experiencia religiosa universal de los demonios. De esa forma, los exorcismos (lucha contra los demonios) vienen a entenderse como expresión y signo de la gran lucha de la humanidad buena (de Dios) contra Satán. Eso significa que el Diablo ya no es sólo el ad¬versario de Dios, aislado en su altura, sino que es el poder que por medio de los suyos, los demo¬nios, amenaza toda la existencia o vida concreta de los hombres. De un modo consecuente, los demonios dejan de ser ambivalentes (como, por ejemplo, en la Grecia de Sócrates) y se vuelven simplemente malos, emisarios de Satán, perversos.

Sobre ese fondo ha de entender la posesión diabólica o demoníaca. En un mundo helenista o pagano, donde sólo hay, demo¬nios de tipo ambivalente (no hay Diablo malo), la posesión ofrece un carácter neutral, positivo o negativo según los casos. El demonio puede ser inspirador de poetas y filósofos. Por eso, el afirmar que un hombre está inspirado por la fuerza de un espíritu (demonio) puede constituir una alabanza o indicación de una desgracia; puede ser una expresión de genio y santidad o de locura (y perversión).

Para Israel, en cambio, toda posesión demoníaca es negativa, por¬que el demonio (los demonios de la tierra) se hallan dirigidos por la fuerza de Satán, que tienta al hombre para pervertirle, conduciéndole al pecado, a la violencia y a la muerte. La intención del Diablo/Satán se realiza de una forma especial por influ¬jo y presión de los demonios que destruyen interna y externamente la existencia de los hombres. En Israel, el hombre se concibe de una forma unitaria. Cuerpo y alma son momentos de una misma realidad. Lo físico y lo psíquico expresiones de una misma vida. Por eso, la en¬fermedad y el pecado se encuentran internamente unidos. Todo aque¬llo que enajena la libertad (conciencia) de los hombres se concibe a partir de lo perverso.
El primer efecto (o expresión) de la presencia demoníaca en el hombre es el pecado. Con el pecado se asocia íntimamente la enferme¬dad especialmente aquella que hoy llamaríamos psíquica (epilepsia, locura, delirio...) y todo lo que impide que el hombre sea dueño de sí mismo. En algún sentido, toda enfermedad mental y toda destrucción profunda de la vida se concibe como signo de una posesión diabólica. A través de los demonios, Satán convierta a muchos hombre y mujeres en esclavos y servidores de un mundo demoníaco. Dios hizo al hombre responsable y le ofreció la luz del pensamiento. Lo que rompe esa luz y esa responsabilidad es del demonio.

Para el mundo griego (pagano) todo espíritu se pude concebir, en realidad, como divino; Dios lo es todo, es el trasfondo de vida, inspi¬ración, sentido de las cosas; por eso actúa en los que están dominados y dirigidos por la fuerza del demonio (o los espíritus)«. Los judíos, en cambio, han resaltado que sólo Dios es digno de llenar la vida de los hombres: son, por eso, maléficas las fuerzas no divinas. Los espíritus del mal nos convierten en esclavos, nos dirigen a la muerte y la menti¬ra, impidiéndonos tender hacia la meta del futuro que Dios nos ha ofrecido. Los demonios, sea cual fuere la forma que presentan, sea cual fuere la ventaja aparente que pueden ofrecer, son siempre una expresión (presencia) del gran Diablo, de Satán, el enemigo de Dios y de los hombres.


6. Exorcismos.


Frente al peligro de posesión demoníaca se conoce desde antiguo el exorcismo. Se trata de una práctica apotropáica de carácter mágico que pretende alejar los malos espíritus de un lugar, de una acción o una persona determinada. Prácticas de este tipo se conocen ya en el viejo Egipto y se hicieron ordinarias en el mundo helenista. Su tras¬fondo es casi siempre mágico: son gestos, palabras y acciones que in¬fluyen en las fuerzas malas, haciendo que se alejen".

En tiempo de Jesús, el judaísmo estaba lleno de demonios y exor¬cismos. Los mismos paganos consideraban a los judíos como sabios en el arte de la magia, en el dominio de los nombres y las técnicas pro¬picias que ahuyentaban las fuerzas de lo malo. En ese mundo, lleno de la sombra de Satán el tentador, el enemigo, en ese mundo cuajado de demonios y exorcismos, vino a presentarse Jesús, el Galileo, de manera que podemos y debemos entenderle, ante todo, como exorcista judío, el más conocido e influyente de los exorcistas judíos palestinos de su tiempo (y de toda la historia).

Los exorcismos de Jesús se narran siguiendo un esquema conoci¬do. a) Se destaca el carácter peligroso del espíritu o se muestra la du¬reza de aquella enfermedad que ha suscitado. b) El demonio reconoce a Jesús y descubre su carácter sobrehumano. c) Jesús le ordena que se calle, impidiendo de esa forma que se pueda defender utilizando lo que sabe (el nombre de Jesús y su poder). d) A continuación se citan las palabras de Jesús que ordena al demonio de manera solemne obli¬gándole a alejarse. e) Termina el gesto con un signo de expulsión del demonio (o curación del poseído) y la admiración sagrada de los asis¬tentes.

Al actuar de esta manera, Jesús no se distingue externa (o fenome¬nológicamente) de los otros exorcistas de su tiempo. Participa de la mentalidad de sus contemporáneos y utiliza procedimientos o técnicas comunes, como se supone al comparar sus gestos y los gestos de otros judíos (Mt 12, 27). Los textos de aquel tiempo preci¬san también que es necesario hacer hablar a los demonios, descubrir su nombre y su función y conminarles luego a que se callen. Así es mágico el contexto de la curación del endemoniado sordomudo de Me 8, 31-37: meter el dedo en los oídos, tocar la lengua con saliva, utili¬zar una palabra llena de secreto y de misterio. Para situar a Jesús entre los exorcistas judíos de su entorno, podemos citar, a modo de ejemplo, estos testimonios:

a) El libro de Tobías, que forma parte de la Biblia Griega (LXX), pero no de la Hebrea, presenta el más famoso de los exorcismos bíblicos. Allí aparece un “demonio” llamado Asmodeo, que parece significar “el destructor”, y que está especialmente vinculada a Sara (la mujer judía, símbolo de la humanidad). Es un demonio “enamorado y celoso” que mata en la noche de bodas a todos los maridos de Sara, hasta que aparece el joven Tobías, guiado por el ángel Rafael, expulsa/destruye al demonio, quemando el hígado y corazón de un pez. Este demonio Asmodeo está vinculado al sexo. El exorcismo expresa la superación del carácter satánico de las relaciones sexuales y la posibilidad de desarrollar una vida familiar (sexual) liberada del riesgo de la muerte.

b) Grandes exorcistas. Los apócrifos judíos del tiempo de Jesús
suelen hablar de tres grandes exorcistas. El primero es Abrahám, que luchó contra los dioses/demonios de su entorno pagano, para adorar al Dios único. El segundo es Salomon, del que se dice que tuvo el “poder de Nombre” de Dios, que le hizo capaz de expulsar a los genios malignos; en esa línea, cuando se habla de Jesús como “hijo de David” puede estarse evocando la figura de Salomón, experto en el conocimiento de conjuros y medios mágico/religioso para expulsar a los demonios. El tercero, según una reverencia velada de Qumrán (Apocalipsis de Adán), sería Daniel; de todas formas, el exorcismo en la línea de Daniel habría de entenderse en forma apocalíptica, como victoria total contra los imperios perversos.

c) Judaísmo popular. Parece que en Qumrán se practicaban exorcismos de diverso tipo, utilizando para ello fórmulas de tipo sálmico (cf. 11Q11). En esa línea parecen moverse muchos grupos y movimientos judíos que se sitúan entre lo sapiencial y lo apocalíptico, en una línea que ha terminado abriéndose incluso a la gnosis posterior, que espiritualiza el ritual de los exorcismos. En aquel contexto, los judíos aparecen no sólo como pueblo “monoteísta” por excelencia, sino también como pueblo experto en cuestiones sagrada y diabólica, porque Dios ha creado (o domina) los espíritus de la luz y de las tinieblas (cf. 1 QS III, 18-25); Entre los papiros mágicos y las fórmulas de encantamientos y exorcismos de los siglos I a. C. al III d. C. hay una gran cantidad de textos de origen judío.
d) El testimonio de Flavio Josefo.

El más interesante de todos los textos de exorcismos judíos del tiempo de Jesús o un poco posteriores es el que ofrece Flavio Josefo (7/38 al 101 d. C), cuando está hablando de la guerra judía (año 67-70 d. C.). “Conocí a un tal Eleazar, compatriota nuestro, quien en presencia de Vespasiano, de sus hijos, de tribunos y también de gran parte del ejército, libraba de los demonios a los que estaban poseídos por ellos. El método de tratamiento de curación era del siguiente tenor: acercaba a la nariz del endemoniado el anillo que tenía debajo del sello una raíz del árbol que Salomón había indicado y luego, al olerla el enfermo, le extraía por las fosas nasales el demonio, y, nada más caer al suelo el poseso, Eleazar hacía jurar al demonio que ya no volvería a meterse en él, mencionando el nombre de Salomón y recitando los encantamientos que aquel había compuesto. Y Eleazar, en su interés de persuadir e infundir en los presentes el convencimiento de que él tenía ese poder ponía un poco antes un vaso o una pila llenos de agua y ordenaba al demonio en el momento de salir de la persona posesa que los volcara y permitiera reconocer a los espectadores que había dejado a la persona posesa” ( Antigüedades judías 8,42; trad. castellana en Flavio Josefo, Obras Completas II, Acervo, Buenos Aires 1961, 73-74).

(seguirá el próximo día, sobre los exorcismos de Jesús)

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