Fe liberadora, fe medrosa... No buscamos a Dios, es Dios quien nos busca (con Pedro Zabala)

La Verdad nos encuentra, no somos nosotros los que la encontramos... Pero necesitamos valentía y mucha sinceridad para dejarnos encontrar y transformas por ella, descubriendo que hay en nosotros algo mayor que nosotros (o mejor dicho Alguien), Aquel que siendo mayor nunca se impone, ni domina, ni esclaviza, sino que abre unos caminos de Vida que cerrados en nosotros mismos nunca hubiéramos descubierto.
La fe es liberadora... precisamente porque nos capacita para dejarnos querer,
para ser liberados y liberar.
El misterio no consiste en que nosotros creamos en Dios y digamos mil credos, sino en que él crea en nosotros, deposite su tesoro de Vida en nuestra vida. Dios, el primer creyentes, antes de Abrahám, antes de Jesús... Él ha creído en nosotros, se ha arriesgado y nos ha engendrado para que vivamos y crezcamos en su seno, como hijos en el "kolpos" (seno) del Padre (cf. 1 Jn).
Somos cobardes, muchas veces, porque queremos vivir sometidos a nuestros dictados egoístas y al dictado de los otros. Nos gusta, en el fondo, que nos manden, que nos digan, que nos impongan lo que somos y debemos hacer... Y si protestamos con violencia y a veces destruimos a los otros (no creemos en ellos) es porque no nos dejamos querer, no creemos en nosotros, no dejamos que Dios nos quiera.
No es que nos sometan, que a veces es cierto,es que queremos vivir sometidos. Es más fácil dejar que nos manden... Es más "seguro" dejar que otros dicten desde fuera lo que somos... Y encima decimos que es "obediencia", y así lo dicen otros (¡tú sométete...!). Pero no nos ha hecho Dios para la sumisión como dice San Pablo en Gal, sino para la libertad en el amor, sin dictados o dictaduras ni de Dios, ni de un Estado, ni de ninguna iglesia o secta.
Pero Dios no dicta, sino que libera, abre una puerta, nos dis-tiende, para que podamos ser nosotros mismos... Está en nosotros sin apoderarse de nosotros (sin poseernos)...
No se impone sobre nosotros, nos deja ser y vivir... en él y por él somos, al menos nosotros,los cristianos, que creemos que Dios ha creído en nosotros y se ha encarnado en nuestra vida... realizando por nosotros su obra creadora.
Buen domingo a todos. Sigo ofreciendo unas pequeñas reflexiones sobre el Dios que nos busca en amor, y os dejo luego con P. Zabala, buena compañía. Gracias Pedro... Diles, si te parece, a nuestros amigos del blog que estás curado para andar por los montes y valles de tu tierra, de la tierra de todos, siendo fermento evangelio, mientras Dios te va (nos va) buscando, día a día.
Introducción. Buscamos a Dios, él nos encuentra (Pikaza)
K. L. Immermann (1798-1840) escribió uno versos famosos sobre el Santo Grial, signo de Dios
"Dios, Misterio sagrado (=Santo Grial) que el hombre religioso busca,
no se aparece o revela porque nosotros le llamemos
sino porque él mismo quiere mostrar su presencia".
Estas palabras provienen de un canto al Caballero que busca fatigosamente el Santo Cáliz (signo de Dios) y al encontrarlo, tras un largo caminar, descubre que no es él quien lo ha venido a descubrir, sino que el mismo Grial ha querido venir a su encuentro.
Dios no es un objeto inmóvil que encontramos en virtud de nuestro esfuerzo, al final de un gran camino. No es tampoco idea superior que formulamos tras búsqueda angustiante. Por eso fracasamos siempre que queremos llegar a conquistarle (conocerle) como algo ya dado (fuera de nosotros) o como algo que nosotros mismos inventamos.
¿Tendrá que desistir el caminante? !De ninguna forma! Eso es el humano religioso: ser en camino, alguien que busca su verdad al buscarse, sobre un mundo en que se arraiga, en el centro de un proceso cultural que él mismo va gestando. Como caminante busca, pero, sobre todo, deja que le llamen, le busquen y encuentren, en experiencia de amor (en conciencia de relación personal).
Busca el hombre a Dios, pero no puede encontrarle por sí mismo, ni en la naturaleza ni por la cultura. Siendo por sí misma insuficiente, esa búsqueda resulta necesaria, pues ella mantiene al humano en tensión y sólo en ella puede desvelarse lo divino. Por eso, el encuentro religioso, siendo expresión de nuestro anhelo, es, al mismo tiempo, un signo de la acción gratuita de Dios que ha tomado la iniciativa, viniendo a buscarnos y enriqueciendo así nuestra búsqueda.
En esa línea, se puede definir la religión como milagro, pues rompe la estructura cerrada de un mundo y de una vida que tiende a dominarnos desde fuera. En la religión viene a desvelarse un poder más elevado que desborda naturaleza y cultura, más que lo que somos, más que lo que hacemos... Un Poder que es supremo no-poder, pues no fuerza, no esclaviza... Es el Poder de la Vida como Don supremo, que descubrimos en Jesucristo.
Esto es religión: ponernos en las manos de Aquel que pareciendo destruirnos nos recrea; prepararnos para ello y encontrarnos (dialogar) con Aquel que nos potencia como humanos.
Tal es el fenómeno original y siempre nuevo del encuentro religioso.
No somos esclavos de un Dios, seres dependientes, sometidos a su poder. No estamos tampoco condenados a vagar sin rumbo, en manos de una vida inconsciente, irracional, que nos lleva al capricho de sus olas. Ni somos, en fin, prometeos obligados a robar fuego a los dioses, creando de esa forma una cultura donde resguardarnos.
Somos, más bien, los amigos de Dios: proceso de crecimiento en amistad es nuestra vida, en medio de una historia que parece condenada a la violencia.
Religión buena (posibilidad de una mala religión) (Pikaza)
Parece que la vida es proceso de violencia y, por eso, son muchos los que han invertido el despliegue lo religioso y han entendido a Dios como garante de un Poder que tiene a los humanos sometidos. De esa forma, el primer gesto religioso se concibe como sacrificio: signo de violencia que aplaca la ira divina y expresa (ratifica) la sumisión de los humanos.
De esa forma, la religión puede venir a presentarse como campo de disputa, lugar de posible opresión (se utiliza a Dios para esclavizar a los humanos)
Pero ella puede y debe desvelarse y desplegarse como gracia suprema (lo divino se muestra en su verdad como poder de realización humana, en gratuidad y encuentro). Así aparece en Jesús, quien para nosotros, cristianos, es religión encarnada, es decir, la manifestación y presencia de la "humanidad" de Dios (Cartas pastorales de Pablo).
Junto a la religión buena (que los cristianos consideran culmina en Cristo y los budista en la iluminación de Buda), que logra ofrecer a los humanos un camino de realización en libertad gratuita y comunión interhumana, se ha venido elevando por los siglos la mala religión que identifica lo divino con un tipo de opresión y/o idolatría. Pero el budismo guarda silencio sobre Dios... Por eso prefiero hablar del cristianismo, que es la religión del Dios Padre creador de vida, que se encarna en Jesús, Vida divina revelada como principio de humanidad.
– Dios verdadero es aquel que busca al humano, sale a su encuentro y le arraiga e impulsa en su realidad de un modo creador, en actitud de gracia. Dios mismo suscita en nuestra vida la pregunta religiosa, siembra aquel afán que no nos deja descansar mientras preguntamos, hasta haberle descubierto. Gracia suya es, según esto, la inquietud del corazón que busca, y gracia, aquella plenitud del que le encuentra (ha sido encontrado por Dios). Pero, a lo largo de los tiempos, los humanos han podido invertir la figura de ese Dios de diálogo y de gracia, interpretándolo a manera de poder que planea por encima de los hombres y mujeres, exigiendo su sangre, justificando la opresión de los poderosos.
– Humano verdadero es por su parte aquel viviente que, desbordando su base natural y superando sus mismas creaciones culturales, es capaz de descubrirse a sí mismo regalado; regalo es todo lo que puede y lo que quiere, pues todo se lo han dado par que lo tenga y lo vida. El hombre es libre siendo dependiente de Dios (dependiente sin depender), pues Dios no se "apodera" de nosotros sino que haciéndonos ser nos suelta, para que podamos ser y vivir en libertad, como amigos, en solidaridad con los hombres y mujeres de nuestro entorno, todos hijos de Dios.
En esa altura decisiva de su vida, el humano se descubre como gracia (efecto de un amor que le sostiene en la existencia) y don personal (se pone en manos de Dios dando su vida a los humanos de su entorno). Pero, de forma constante, muchas culturas religiosas han identificado su religión con un tipo de sometimiento mutuo, justificando con ella las diversas opresiones e injusticias de la tierra.
FE LIBERADORA O MEDROSA (P. ZABALA).
Los cristianos de a pié, laicos sin estudios teológicos, no nos resignamos a ser tratados como menores de edad, dentro de la Iglesia. Estamos dispuestos a asentir a la verdad, una vez convencidos de ella, pero no a que no se nos quiera imponer coactivamente. Somos conscientes de que la razón humana no puede abarcar el misterio de la trascendencia, pero, por eso mismo, nos negamos a aceptar fórmulas arcaicas que pretenden encuadrarlo y definirlo.
Cuando provocativamente, Pedro Casaldáliga, como todo buen profeta, decía que tenemos que estar dispuestos a cambiar de Dios cada minuto, porque el anterior no dejaba de estar contaminado por nuestra tendencia irresistible a fabricárnoslo a nuestra imagen y semejanza, apuntaba a esa inabarcabilidad de lo divino que tiene su correlato en nuestra perenne tentación de manipularlo mágicamente.
Por eso, es inevitable la tensión entre los que se consideran poseedores de la verdad y los que dubitativa y humildemente se consideran buscadores de la misma. Para estos últimos, ningún humano puede monopolizarla, es inabarcable en su totalidad por nuestra mente. Sólo Él la conoce íntegramente o, con más precisión, sólo Él es la Verdad. Los humanos hemos de intentar desvelarla, irle arrebatando, uno a uno los velos que la encubren.
Cierto que no falta la postura de los escépticos, de los que consideran que no existe la verdad objetiva. O dicho de otra manera, que todas las proposiciones son igualmente válidas. Todas tienen el mismo grado de verdad o de error. Es el capricho de quien las enuncia, la única regla de validez. La postura opuesta es la de los dogmáticos, la de los poseedores de la verdad, la suya es la verdadera, todos los demás están equivocados. La conocen o en virtud de su inteligencia superior o por una especial revelación de la que ellos son los únicos intérpretes autorizados. Este dogmatismo es el origen de todos los fundamentalismos, con su carga originaria de violencias y de odios. Fundamentalismos dogmáticos que encontramos tanto en el puro campo de la razón como en el de las religiones.
Estas dificultades para acceder a la verdad, provocan en no poca gente una angustia profunda. La inseguridad sobre si lo que creen conocer es cierto o no, les puede llevar a una situación anímica dolorosa que agobie sus vidas. Para salir de ella, la tentación de abrazar un dogmatismo o incurrir en el escepticismo es comprensible.
Se necesita, creo yo, una indudable madurez humana para aceptar serenamente las limitaciones de nuestra condición finita. Pero no para encogernos resignadamente a esa situación, sino para salir esforzadamente en busca de la verdad, con tropezones y dudas, para irnos acercándonos a ella con paciencia e ilusión. Esta tarea no puede ser solitaria, el esfuerzo conjunto es preciso. Y la herramienta indispensable es el diálogo respetuoso, especialmente con quienes disienten de nuestra postura. Así podremos enriquecernos con la parte de verdad que ellos hayan descubierto y desprendernos de los errores que contenga nuestra posición.
Dentro de nuestra fe cristiana es básica la creencia en la resurrección de Jesús. Pienso que no puede identificarse con una revivificación del cadáver. Se trata de pasar a una nueva vida, con un nuevo cuerpo, espiritual, no sujeto a las limitaciones espacio- temporales. Por eso, no necesito creer en un sepulcro vacío, para aceptar la Resurrección. ¿Histórica o suprahistórica?. Real, Y ¿las apariciones a los discípulos?. Ignoro cómo fueron. Me importa el resultado: ellos tomaron conciencia de que el Crucificado vivía y de que su Espíritu estaba con ellos y se lanzaron a proclamarlo. Y esa proclama, llegada hasta nosotros, es la que guía nuestra experiencia cristiana de hoy.
Creo que la Eucaristía es el memorial de la vida, pasión, muerte y resurrección del Señor. En ese banquete se hace presente sacramentalmente el mismo Jesucristo resucitado para ser comida compartida. Con una presencia real, distinta, pero similar a la que se da cuando el creyente ora en su interior, o cuando dos o más se reúnen en su nombre o o en la persona de todas y cada una de las víctimas de este mundo injusto.
Esa fe abierta, no excluyente, es la que comparto con mis hermanos. Para mí, no se trata de unas reglas abstractas a las que deba prestar un asentimiento teórico. Es vida, experiencia, compartida. Pienso que mucho más que creyentes, somos, hemos de ser "fidentes", personas que nos fiamos del Señor y que estamos dispuestos a seguirLe en la genial aventura de su Reino, una sociedad fraterna, a iniciar aquí, pero cuya culminación tendrá lugar en la Vida venidera, cuando el mal, la injusticia y la misma muerte, sean superadas para siempre.
LA VERDAD, ¿LA POSEEMOS O LA BUSCAMOS?
Pedro Zabala
En el último viaje de Benedicto XVI a España, con ocasión de la JMJ, en un reunión con jóvenes profesores universitarios, en el Escorial, pronunció estas palabras: "no somos ninguno poseedores de la verdad, sino que somos buscadores. La educación es que todos nos pongamos en actitud de búsqueda y generemos en los jóvenes la necesidad de buscar". Sabias palabras de quien no ha olvidado sus años de profesor y no ignora que la enseñanza no es la transmisión mecánica de conocimientos heredados del pasado para que los alumnos los memoricen, sino que desarrolla su profesión en un diálogo fecundo con los estudiantes donde todos aprenden y se enriquecen recíprocamente en la búsqueda conjunta de la verdad. Atrévete a pensar es una consigna diáfana para los que se consideran buscadores de la verdad.
Esta actitud es básica para crear un clima de diálogo en cualquier ámbito. Y mucho más necesario cuando se refiere al religioso. Sea dentro de la Iglesia católica, con otras confesiones cristianas, con otras creencias e incluso con no creyentes. Sí, en ese que el Papa Ratzinger ha bautizado con la denominación Atrio de los Gentiles. Si quienes abordan el diálogo, lo hacen con la presunción de poseer la verdad, toda la verdad y que sus interlocutores están en el error, lo abortan antes de empezar. Esto no supone ningún relativismo, ni renunciar a la propia identidad, simplemente, admitir que ningún humano, individual o colectivamente, puede poseer la verdad, que siempre le acompañará el error y que debe luchar para desembarazarse de él, buscando y avanzando en el camino hacia la verdad. Y que el otro, me pude enseñar, si voy con actitud sincera, tanto a descubrir el error que hay en mí, como a encontrar la parte de verdad que él ya ha descubierto.
Me doy cuenta de que esto puede ser difícil de admitir para quienes, dentro del catolicismo, creen que la verdad se da dentro del Catecismo Oficial y de las definiciones de la jerarquía. Desde luego, opino que un cristiano culto debe conocerlas, pero en su estricto valor, para mí relativo, pues, a mi juicio, vienen a ser como un plano para ir hacia la meta que es el seguimiento de Jesucristo. Pero un plano puede contener errores o quedar obsoleto, si cambia la dirección de las calles u otras circunstancias históricas. La guía es acudir directamente al Evangelio que es Jesús de Nazaret, pero teniendo presente que la Biblia no es un relato histórico que deba ser entendido literalmente. Su lenguaje simbólico ha de ser interpretado, por cada generación creyente, a través de la meditación individual y del comentario dentro de las comunidades, donde se participa la fe. Lectura simultánea a la que debe hacerse de los signos de los tiempos, especialmente del dolor de las víctimas crucificadas tanto por la maldad humana, como por la fragilidad biológica de la finitud en la que vivimos.
La búsqueda de la verdad supone la renuncia total a juzgar a quienes no piensan como nosotros. Repetiré la anécdota que oí de labios de ese capuchino navarro, llamado Fidel Aizpurúa, que con su docta cabeza y gran corazón, utiliza sus grandes conocimientos bíblicos para mover las voluntades al seguimiento de Jesús. Narraba cuando Francisco de Asís, con su exigencia de pobreza radical, era compelido directamente por el Pontífice de entonces a que enjuiciase la actitud del Papado con sus riquezas. Y la respuesta sincera y humilde del "poverello" de Asís: sin juicio, sin juicio. ¡Qué diferencia con nuestras actitudes, tachando de fanáticos, carcas o progres, herejes, ilusos, necios o borrachos a quienes se apartan de los que nosotros juzgamos verdadero! Claro que el colmo es cuando nos atrevemos a juzgar a quienes han pasado a otra vida y nos sentimos capaces de enviarles o a las penas eternas del infierno o a ese invento teológico llamado purgatorio, creado por esa raquítica lógica judicial humana que, afortunadamente, no es la justicia del Abbá de la que nos hablaba Jesús en sus parábolas.