Genoma "divino" del alma. Inmortalidad y reencarnación

No es que haya tenido muchos comentarios a lo anterior, y además algunos me dicen que no trato de la verdad de la iglesia, sino más bien de temas personales. Me ha hecho gracia, pues todos los temas de la Iglesia (es decir, de la fe más profunda) son personales. Por eso debo agradecer el comentario. Más allá de las hojas de los árboles que mueren cada año para volver a nacer el siguiente miramos los seres humanos...
El tema es hondo. Son millones y millones las personas que lo siguen planteando, pues quieren sabe qué son, quiénes son:
-- De dónde vengo y a donde voy (si es que voy a algún lugar)
-- Cómo me llamo (es decir, quién soy) y cómo me encuentro...

Sí, son ciertamente muchos los que parecen haber dejado de pensar en esto. Vivimos sin más, no preguntemos. La vida es corta, el gozo escaso, los trabajos muchos. ¿Para qué pensar en otras cosas? Dicen así o se limitan a repetir sin más lo que otros les han dicho...
Pero el tema de fondo sigue pendiente y mujeres y hombres siguen pensando, sintiendo... y en esa línea me atrevo a decir que media humanidad creen en algún tipo de reencarnación. Por honestidad, por respeto, merece la pena dedicar algún momento al tema.
Quiero indicar desde aquí que no creo en la doctrina de las reencarnaciones, al menos tal como suele formularse entre nosotros, de un modo simplista (como es simplista la visión de las reencarnaciones y de la cadena de la vida que ofrecen estas imágenes)... Pero es bueno pensar en ello, sabernos vinculados a la vida de los hombres y mujeres, de todos los vivientes:

-- ¿Venimos de otros seres humanos, de manera que recibiendo de ellos el genoma biológico recibimos también un tipo de genoma espiritual?
-- ¿Somos una mera variante de un genoma espiritual común... o cada no recibimos una identidad "espiritual" propia e insustituible...?
De ese tema quiero hoy tratar, desde mi gozosa experiencia cristiana. Vincularé hoy la inmortalidad con un tipo e reencarnación, desde la perspectiva de la historia de la humanidad. No quiero defender ninguna postura, quiero ser respetuoso con aquello que han creído y siguen creyendo millones de hombres y mujeres.
1. Tres tipos de inmortalidad
* Inmortalidad de la vida en el eterno retorno del mundo. Esta es la visión de las religiones de la naturaleza, que no creen en la inmortalidad individual de las almas, ni en la resurrección personal de las humanos, sino en la historia de la vida total de la vida. Ciertamente, las almas adquieren y desarrollan un momento de individualidad, de distinción. Pero luego se pierden de nuevo en la totalidad de la vida, en el proceso de conjunto, en el eterno retorno de la naturaleza siempre atada por la muerte.
Conforme a esta visión, no es posible una existencia más allá de la muerte, sino dentro del proceso de la vida en el que todo está regido por la fuerza de la muerte. Los humanos son eternos o inmortales, pero sólo con la eternidad de la naturaleza, dentro de una Vida que no muere (no se crea ni destruye), sino que constantemente se transforma. Por eso, estas religiones veneran a los muertos como signo de la vida que es (se hace) terminando y volviendo a empezar siempre de nuevo.
* Inmortalidad del alma: retorno a lo divino. Las religiones de la interioridad (lo mismo que el platonismo de occidente) tienden a concebir el alma como divinidad caída, ser que por alguna razón misteriosa ha perdido su estatuto sagrado originario, de quietud y felicidad eterna, para introducirse en la rueda de una vida cósmica hecha de muerte. Mientras gira en el mundo, re-naciendo, re-muriendo y re-naciendo, el alma divina está alejada de su esencia original, inmersa en un destierro o cueva hecha de muerte.
Para encontrar su vedad y salvarse, ella ha de volver hacia sí misma, retornar a lo divino, identificándose con su verdad eterna. Esta es la postura básica de las religiones de la interioridad: hinduísmo y budismo, orfismo y gnosis. La inmortalidad o liberación implica retorno del alma a su origen sagrado, volviendo a ser así lo que "ya" era en el principio.
* Inmortalidad de la persona: resurrección. El humano no es un Dios caído (divino o inmortal por naturaleza), sino creatura histórica, con libertad para caminar hacia la vida o destruirse. No es alma inmortal en sí misma, pero puede alcanzar una vida futura más alta y perdurable (eterna en cuanto no tiene fin) por gracia del Dios que le juzga (ratifica el camino de su historia) y le resucita tras la muerte, en nueva creación. Esta es la experiencia básica de las religiones de la historia (judaísmo, cristianismo, islam), que interpretan la existencia como "prueba" donde los humanos pueden destruirse por su violencia, o alcanzar la vida de la resurrección por gracia de Dios.
La experiencia de estas religiones resulta inseparable de la fe en un Dios personal, que acompaña a los humanos (está presente en ellos, especialmente en los débiles), abriéndoles un camino de resurrección. Esta vida que culmina en la pascua no es algo "natural" (que los humanos tienen o consiguen por sí mismos), sino expresión de una gracia: es don de Dios. Por sí mismos, los humanos están inmersos en una historia que puede llevarles a la muerte, pero creen que hay un Dios por encima de esa muerte, un Dios que dirige la historia y que ofrece a los humanos un camino de gracia que culmina en la resurrección.
2. Reencarnación: Salvación del alma divina
Esta visión se edifica, sobre el mito (símbolo básico) de la caída de las almas. En su verdad más honda, los humanos pertenecen a otro mundo, forman parte del ser de lo divino, de aquello que “es” y no puede nacer ni morir. Sin embargo, por un tipo de perturbación, pecado o destino, las almas han descendido y se encuentran atadas a los ciclos de la vida, definida por el constante nacer y morir.
Por eso, están cautivas: se hallan atadas a la materia, son incapaces de comprender y asumir el todo sagrado de la realidad; se hallan atadas a sus deseos, a su propia realidad de cuerpo de violencia, inmersa en la gran rueda de una fortuna (fatalidad, destino) en la que todo lucha contra todo. Eso significa que la misma realidad del alma rueda (gira y gira, nace y muere) en un proceso en el que pueden destacarse estas dos perspectivas:
* Hay metempsícosis o transmigración allí donde el alma, inmersa en el proceso cósmico, va tomando nuevas formas, viviendo de maneras diferentes, en la gran rueda de la realidad. Ella es como una energía que se expresa y manifiesta en los diversos vivientes, como la misma vida que cambia de formas, pero que nunca muere. Hay inmortalidad del alma, hay vida que se transforma y permanece por encima de los cambios.
* Hay palingenesía allí donde, más que transmigración o cambio, existe un verdadero renacimiento. El alma es inmortal, pero ha sido atrapada en el proceso de los giros cósmico (de generación y corrupción), de manera que sufre la muerte. No se limita a cambiar como en las transmigraciones, pasando de un cuerpo a otro, sino que padece y perece de algún modo en cada muerte. Por eso decimos que re-nace o se re-encarna: vuelve a tomar carne, a ser materia girante de la tierra. Siendo inmortal, este constante viaje cósmico constituye para ella una caída, es un estado inferior de existencia.
Resulta a veces difícil distinguir entre transmigración y reencarnación, entre viaje de las almas y experiencia del renacimiento o nueva entrada en el mundo, después de una muerte que puede haber sido traumática. Por eso, aquí unimos estas dos perspectivas, destacando aquellos elementos que marcan y definen su forma de entender la realidad.
* Protesta contra el tiempo. Esta visión supone un rechazo de la esclavitud del tiempo. El ritmo cósmico, que para las religiones de la naturaleza era signo de Dios, viene a desvelarse como lugar de condena y/o cautiverio. El vidente religioso sabe que está atado a las reencarnaciones porque ha descubierto su más honda verdad eterna o divina (de Brahma, no-nacido): por eso puede iniciar un camino de ruptura o superación de esa realidad inferior donde está inmerso, es decir, del tiempo. Para ello ha de purificarse, entrar en su verdad original, superar los deseos y representaciones de la tierra (de la vida cósmica), uniéndose a lo divino.
* Esperanza de liberación definitiva (moksa, nirvana). Esa liberación se entiende como retorno: el humano puede reconquistar su eternidad o se deja reconquistar por ella, superando de esa forma la rueda de las reencarnaciones, en proceso de conocimiento superior (descubrimiento de la verdad divina). La libertad y vida verdadera del humano es lo eterno: retornar a la inmortalidad, recuperar el carácter divino de su vida primigenia. El camino de las reencarnaciones forma parte del tiempo de caída; pero puede convertirse también en signo y camino de liberación, allí donde el vidente va descubriendo su más honda verdad, va alcanzando su forma divina y superando de ese modo el nivel de las reencarnaciones.
Normalmente se vinculan la creencia en las reencarnaciones y la exigencia (esperanza) de la inmortalidad. El paso del alma por el mundo no ha sido, ni es, historia verdadera; no ha sido creación, sino caída. Por eso, no puede haber opción en favor de la vida en su forma actual, pues ello significaría un rechazo de la vida verdadera, continuación del cautiverio. La única opción verdadera por la Vida es aquella que capacita al vidente (a quienes le rodean) para superar el estado actual de cautiverio y lucha sobre el mundo. No puede hablarse de historia verdadera de la vida, tejida en gestos de compromiso en favor de los humanos. La verdadera "compasión" no consiste en ayudar a los demás para que vivan y disfruten con gozo sobre el mundo, sino ayudarles a que se liberen de los deseos de este mundo, en gesto de contemplación interior.
En esta perspectiva, el santo no es aquel que ayuda caritativamente a los demás en plano externo (dar de comer, dar de beber, ofrecer casa y dignidad, como veremos al tratar de Mt 25, 31-46). Esas labores pertenecen al nivel de lo mundano, a los dos primeros momentos del Dharma religioso (vida inicial, compromiso con el mundo y matrimonio). Una vez que el vidente se ha purificado, deja ya esos gestos y busca sólo la renuncia total y la contemplación. Ya sólo ayuda a los demás con el testimonio de su vida liberada.
* Esa liberación es, por una parte, olvido. El vidente (a nivel de sanyyasa) debe superar lo propio del tiempo, borrar la memoria pasada de las cosas (deseos, violencias). Un breve sueño en la rueda dura de las reencarnaciones ha sido esta vida anterior del ser perfecto, que ha descubierto al fin su identidad y ha podido elevarse, más allá de las esferas más altas, hasta su propio ser, que es el ser de lo divino. Ese olvido de las criaturas (por utilizar un lenguaje de la tradición mística cristiana) puede tener un elemento positivo, pues se vincula al despliegue más hondo del alma divina. Pero, mirado en perspectiva cristiana, acaba siendo negativo: la tarea final del vidente no es la caridad (ayudar a vivir a los demás), sino liberarse a sí mismo.
* Por otro, la liberación es encuentro de sí mismo, retorno al estadio original del alma, fusión con lo divino. En este momento no existe verdadera creación, no puede hablarse de novedad de la vida o del humano que se realiza a sí mismo amando a los demás. El liberado no es alguien que llega a su verdad, construyendo su historia, sino alguien que se libera del pasado malo del mundo para volver a lo divino. Difícilmente puede haber aquí inmortalidad personal, salvación del individuo; tampoco puede hablarse de compromiso en favor de la vida de los demás, de caridad suprema entendida en forma de sacrificio por los otros.
Nadie ayuda en realidad a nadie, nadie redime a los demás, dando su vida por ellos. Más aún, estrictamente hablando aquí no se puede hablar de salvación del individuo, de la persona histórica, sino del retorno y plenificación de lo divino. Mi yo no es permanente, perdurable, sino forma pasajera, imperfecta que el alma sagrada ha tomado por un tiempo, al bajar a la materia. Tampoco es permanente el tú de los demas, la vida concreta de las personas del entorno.
Parece que aquí no puede hablarse de una opción en favor de la vida concreta de aquellos que sufren a mi lado. Dios no se ha encarnado, ni puede encarnarse, en la historia pequeña y frágil de este mundo. Ciertamente, Dios se "aparece" como avatara: Vishnú toma las formas de Krisna o de Rama, para revelar su esencia divina, siempre que decae la piedad de los humanos. Pero sigue siendo en su verdad sólo divino: no se identifica con la historia de los pobres de este mundo.
En esta perspectiva, una encarnación de Dios sería contradictoria: iría en contra de la transcendencia y realidad de lo divino. Por otra parte, el sufrimiento de los pobres (hambrientos y enfermos, exilados y encarcelados...) resulta pasajero. No es dolor de Dios, es espejismo. Por eso, la opción por la vida de los pobres y sufrientes del mundo consiste en mostrarles el carácter transitorio de esa vida y sufrimiento. Dios se encuentra fuera, en el plano de lo eterno.