Hijo de Dios, nacido de Mujer. Nueva lectura de Gal 4, 4

Texto
Cuando llegó la plenitud de los tiempos
- envió Dios a su Hijo
- nacido (genomenon) de mujer (ek gynaikos)
- nacido bajo la ley (hypo nomon)
- para que rescatara a los que estaban bajo la ley
- para que alcanzáramos la filiación (Gal 4, 4).
Ha llegado la plenitud de los tiempos: termina el transcurso normal de la historia, encerrada en la ley, envuelta en contradicciones de esclavitud social y pecado religioso; se despliega el tiempo de la libertad en que se cumplen las promesas, conforme al designio salvador de Dios que expresa su verdad y cumple así su obra. La historia humana queda de esa forma incluida y fundada en el misterio de la acción creadora y plenificadora por medio del envío de su Hijo .
Por esta venida filial hace acaba la situación previa de sometimiento servil, conforme al argumento de Gálatas (especialmente a partir de Gal 3, 21) que culmina en la última frase del texto citado: envió a su Hijo... para que alcanzáramos la filiación. Así se contraponen las dos economías, es decir, los tiempos de la acción de Dios:
Dos estadios
- Hubo un tiempo (estadio) de ley en que el ser humano aparecía como siervo de Dios, sometido a sus mandatos y dispuesto a ser esclavizado por las leyes, estructuras o personas del mundo. Es el tiempo del judaísmo, que concibe al hombre como ser atrapado por el duro yugo de las obras, obligado a cumplir unos mandatos que Dios mismo le impone desde fuera. Es el tiempo en que unos hombres pueden y de alguna forma deben ser esclavizados por los otros para existir (sobrevivir) sobre una tierra fundada en la violencia.
- Ahora ha llegado el tiempo (estadio) final de la filiación y se revela ya la vida que brota de la entraña de Dios: es tiempo de libertad fundada y avalada por el mismo Hijo divino que nace bajo la ley, es decir se somete a los imperativos y servidumbres de este mundo viejo (cf Flp 2, 6-11), para liberar a los humanos. Frente a la vieja esclavitud que determinaba la existencia de los hombres se define aquí y despliega el principio de filiación, entendida como experiencia de cercanía de Dios y libertad humana. Los hombres emergen ya y culminan desde el fondo del mismo despliegue divino (en el contexto del Hijo de Dios).
Nacido de mujer
En ese fondo ha de entenderse la palabra: nacido de mujer. No envía Dios a su Hijo a modo de fantasma que sigue estando fuera de la historia, sin hacerse parte de ella. No le envía en un estadio ya maduro, después de haber nacido y crecido previamente como todos. Le envía haciéndole surgir como humano (=nacido de mujer), de tal forma que misión divina y generación humana (de mujer) constituyen dos facetas o momentos del único misterio. Desde ese fondo se entienden los tres planos o funciones de María:
- Por un lado, ella aparece vinculada a la historia israelita. Es evidente que está sometida a la ley, lo mismo que su Hijo y lo está de un modo especial como mujer, según ha precisado con enorme detalle la legislación judía (cf Lev 12, 15; Misná, Nashim). En ese aspecto, la madre del Hijo divino es una mujer sometida a la norma legal israelita que regula de forma minuciosa lo tocante al sexo femenino (menstruación, matrimonio, parto...).
- Ella es símbolo de la humanidad generadora, conforme a un dicho común, que define al ser humano como nacido de mujer (Job 14, 1; 15, 14; 25, 4; cf también Mt 11, 11; Lc 7, 28). La madre de Jesús aparece en la línea de Gen 3, 20 que ha presentado a la mujer como Eva (=Vitalidad), por ser madre de todos los vivientes. Más allá de cualquier ley religiosa o nacional (de toda vinculación israelita), la madre del Hijo divino se muestra aquí como fuente de vida. Por eso, ella es expresión del mismo ser humano en cuanto capaz de crecer y multiplicarse (cumpliendo así la palabra de Gen 1, 29) .
- Finalmente, ella aparece especialmente vinculada con Dios y con su Hijo. Este es un signo que debe matizarse con muchísimo cuidado. Es evidente que el texto (Pablo) supone que Dios carece de mujer en plano teogámico y de hijo a nivel de generación cósmica, superando así el mito pagano más usual del mundo antiguo. Pero debemos añadir que, uniendo Dios, mujer e Hijo, Pablo evoca unos símbolos míticos (paganos) de gran fuerza en todo el mundo antiguo. En su acción misionera concreta, Pablo ha desarrollado la relación que hay entre el Dios de Cristo y la ley israelita. Pero en el fondo de este texto, al evocar el símbolo de la mujer que engendra al Hijo de Dios, Pablo desborda de hecho de hecho la perspectiva puramente israelita.
Dios y la mujer
Pablo no ha dicho nada sobre la relación de Dios con la mujer de la que nace su Hijo, pero es evidente que su texto suscita grandes preguntas, sobre todo al ser leído en una cultura pagana (mítica). Todo texto (especialmente al situarse en el límite y/o centro del misterio) evoca más de lo que afirma. Lo mismo hace el nuestro: sin decirlo expresamente, supone que el Dios engendrador es masculino (es patriarca o Padre).
Por eso, su mismo desarrollo nos lleva al lugar donde los hombres, liberados de la esclavitud de la ley por el Hijo, pueden dirigirse a Dios diciendo ¡Abba! ¡Oh Padre! (Gal 4, 6).
Tanto el Padre como el Hijo resultan implícitamente masculinos. Es evidente que en este contexto la mujer de la que nace el Hijo, engendrado/enviado por el Padre, recibe especial importancia. Dentro de su teología, y partiendo de la tradición israelita, Pablo podría haber formulado el nacimiento del Hijo de Dios desde el esquema de Rom 1,3-4, definiéndole como:
- nacido del esperma (genomenon ek spermatos) de David según la carne
- constituido Hijo de Dios en poder, según el Espíritu de Santidad,por la resurrección de entre los muertos (Rom 1, 3-4).
Los paralelos con Gal 4,4 son evidentes. Es cierto que Rom ha distinguido el nivel histórico (¡hijo de David!) y escatológico (¡hijo de Dios por la resurrección!), pero los ha vinculado en el mismo Kyrios Jesucristo de manera que, al menos en la redacción actual, supone que el hijo histórico (mesiánico) de David es el mismo Hijo de Dios. De un modo muy significativo, el Dios engendrador (que no recibe título de Padre masculino) actúa de manera patriarcal: realiza su paternidad a través de la promesa y acción generadora de David, varón mesiánico.
El esperma del que nace el Hijo de Dios
En el nivel de la carne (=humanidad), el Hijo Jesucristo nace de la semilla o esperma de David. Es evidente que el esperma se toma en sentido simbólico fuerte, sin cerrarse en el plano del líquido seminal, como saben los comentaristas. Pero imagen que está al fondo del término sólo resulta significativa en un contexto patriarcal donde el padre/varón instaura con su fuerza generante activa la genealogía. Parece que no influyen las mujeres: se limitan a recibir un semen masculino, sin definir de forma expresa el nacimiento del niño. Este es el nivel más israelita del surgimiento de Jesús: un padre humano (David) aparece como mediador y signo del origen/envió del mismo Hijo divino. Expresión de Dios es el padre-varón, no la madre. La misma acción genealógica, patriarcal del varón viene a presentarse como manifestación visible (histórica) del misterio engendrador de Dios .
Tres posibilidades
Conforme a esta visión, reasumiendo el motivo de Gál 4, 4 y la palabra más abarcadora de Gen 1,28 (retomada en Mc 10,6), habría tres posibilidades simbólicas de comprensión de la paternidad/maternidad humana en el surgimiento de Jesús:
- El hijo de Dios podría ser hijo de varón y mujer. Se podría haber desarrollado la línea dual de Gen 1, 28: varón y mujer los hizo Dios, con capacidad de crecer/multiplicarse y dominar la tierra. Los dos padres humanos deberían presentarse (en su poder generador y su capacidad de dominio sobre el mundo) como imagen histórica (creada) del Dios increado. Desde el Dios suprasexual (no es padre ni madre) sino vida fundante y sentido de aquello que aparece en el varón/mujer (padre y madre) podríamos haber formulado una teología matrimonial del nacimiento de Jesús: al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envió/engendró a su Hijo eterno, haciéndolo nacer de un hogar o matrimonio israelita. Ni el padre (José) sería patriarca dominador (al modo de David), ni la madre (María) podría haber tomado luego (a veces) rasgos de madre divina de tipo hierogámico. La misma antropogonía o nacimiento humano, mirado en claves de dualidad sexual, vendría a presentarse como signo y lugar de manifestación histórica del Hijo de Dios. El Dios fundante a quien llamamos de ordinario Padre vendría a presentarse en plano de eminencia misteriosa como verdadero Padre/Madre del Hijo divino, nacido en el mundo a través de una pareja engendradora.
- El hijo de Dios podría llamarse hijo de un hombre patriarcal. Se podría haber desarrollado la línea patriarcal de Rom 1,3-4, destacando la función masculina del padre humano de Jesús, a quien se debería presentar como verdadero David, engendrador del Mesías. Esta me parece la línea dominante del mesianismo israelita donde la ley del padre (sangre y semen) garantiza la pureza genealógica. En esta perspectiva, la mujer resulta sometida: está al servicio del semen (la pureza familiar) del varón que marca el sentido y función de la genealogía. El poder generador del Padre Dios se expresaría a través de su representante humano, el padre de familia israelita. Este debía ser el fondo y sentido de surgimiento del mesías, conforme a la visión de base de Rom 1, 3-4. En esa línea se sitúa la pregunta, quizá polémica, sobre la función de David como padre mesiánico del Cristo en Mc 12, 35-37 par. Pues bien, de una manera sorprendente, el testimonio masivo del NT ha rechazado esa postura: no entiende a Jesús desde la línea genealógica israelita: sólo superando bien la ley del padre puede hablarse del surgimiento salvador del Cristo.
- Es dominante (normativa) la línea materna, reflejada en Gal 4,4: Dios envía a su Hijo... nacido de mujer. Estrictamente hablando, desde la antropología de aquel tiempo, al decir que el mesías es nacido de mujer no se está negando sin más el esquema biológico de un surgimiento dual (de la unión varón/mujer). Lo que se critica y supera es el esquema de surgimiento genealógico donde el varón aparece como fuente de ley, definiendo el lugar vital y ser del hijo. El NT ha sentido el peligro de un patriarcalismo mesiánico que supondría una confirmación del judaísmo, un sometimiento a los principios básicos de la historia israelita. Esta ruptura o negación del padre histórico (humano) se proyecta hacia el origen mesiánico del Cristo, de forma que sólo Dios puede mostrarse como Padre verdadero de Jesús, con los posibles riesgos que esta imagen suscita (como iremos viendo en lo que sigue).
De manera expresa (quizá sin haberlo pretendido, pues iría en contra de Rom 1,3-4), Pablo asume en Gal 4, 4 esta última postura. Así abre (o descubre) un camino que recorrerá gran parte de la mariología posterior, convirtiendo ese símbolo en palabra dogmática, precisa.
La historia de María. Cuatro riesgos
A Pablo no le importa (al menos aquí) la historia concreta de María con sus posibles sentimientos y decisiones personales sino el surgimiento de Jesús como Hijo de Dios. Pero en ese contexto ha tenido que hablar de su madre, pues ella forma parte del envío divino del Hijo. Pues bien, ese símbolo del Dios que envía/engendra a su Hijo, nacido de mujer dentro de la historia, suscita grandes posibilidades y dificultades teológicas:
Resigo de Hierogamia. - Se quiera o no, queda abierto (o al menos evocado) el camino de la hierogamia, es decir, de aquella concepción en la que un Dios cohabita con la Diosa para engendrar hijos divinos. Es claro que Pablo respeta la diferencia teológica (el Padre es divino, la madre humana), pero el tipo de unión engendradora tiende a vincular de manera estrecha a los que participan del mismo proceso generativo.
Riesgo de demonizacion del sexo masculino.- Al decir que el Hijo “nace de mujer” (silenciando la función del varón) se corre el riesgo de tomar la aportación seminal masculina como mala o al menos como opuesta a la acción de Dios o en el momento culminante del surgimiento mesiánico: da la impresión de que Dios sólo puede engendrar a su Hijo allí donde encuentra o suscita un “hueco” o vacío de varón. La misma falta de un padre humano aparece como signo de presencia de un padre/varón en lo divino.
Riesgo de divinización de María. - Por su parte, la mujer que ha engendrado a Jesús, entendida de algún modo como consorte de Dios, puede perder su humanidad y convertirse simplemente por mujer (y madre) en símbolo divino. Así se devalúa su aspecto personal (su camino de fe, su libertad concreta) en el lugar donde ella aparece más como divina. Es como si María ya no existiera desde sí (en su responsabilidad arriesgada y creadora, de mujer histórica) sino desde algo exterior a su persona (como irradiación divina). Así se corre el riesgo de divinizar un tipo estrecho de mujer y maternidad, en vez de potenciar su camino personal de amor, en clave de unión comunitaria.
Riesgo de subordinación de María- Finalmente, en esta perspectiva se puede terminar subordinado a la mujer (representada por María), sometiéndola a un nuevo patriarcalismo representado por los varones que, negados a un nivel (no intervienen engendrando a Jesús), vienen a mostrarse a otro nivel como signo del Dios Padre o del Cristo varón que redime a los humanos, como supone una lectura dominante de Ef 5, 22-33: los esposos son cabeza, las esposas cuerpo; los esposos son Cristo (ministros activos), las esposas iglesia (que escucha y acoge reverente la palabra). En el fondo, los varones serían expresión de Dios-Padre, las mujeres de María-Madre. Así la elevación de la mujer/madre del Cristo puede acabar suscitando un desplazamiento de las mujeres concretas en la iglesia.