(Iglesia 1) Jesús y la fundación de la Iglesia. Cinco notas distintivas

He comenzado tratando de “la Iglesia de Santiago”. Pero, a fin de situar mejor el tema, he decidido volver hacia atrás, para fijar el origen de la Iglesia. Hace dos días he presentado los lugares básicos de su primera expansión. Ahora quiero destacar sus notas fundamentales.
(a) La Iglesia actual, separada desde mediados de siglo II del judaísmo rabínico, es el resultado de más de ciento cincuenta años de historia, que nace con la vida y muerte de Jesús, pero que se consolidad a través de una serie de acontecimientos y decisiones ejemplares: las comunidades de Jerusalén y Galilea, los helenistas, la misión de Pablo, la redacción de los evangelios etc. Sólo en la primera mitad del siglo II se puede hablar de una Iglesia cristiana propiamente dicha y de una nueva religión (como veremos en La Gran Iglesia).
(b) Por eso, en un sentido, se puede y se debe afirmar que Jesús fundó la Iglesia. Pero, en otro sentido, hay que decir que la fundaron sus discípulos, en un proceso pascual de varios decenios. Jesús no organizó la Iglesia, sino que anunció y preparó la llegada del Reino de Dios, pero su anunció y la experiencia de su vida desembocaron en el surgimiento de una serie de comunidades mesiánicas, animadas por el Espíritu de Jesús, que se vincularon como Iglesia. Es evidente que él no quiso fijar un organigrama social (como hicieron en Qumrán), ni construir unas instituciones sagradas independientes, capaces de sustituir a las que ya existían, pero su movimiento desembocó de un modo natural en la Iglesia (a través de eso que he llamado la experiencia carismática de sus discípulos).

Dos interpretaciones

En este contexto se pueden dar dos interpretaciones, que van más allá de la pura historia, de manera que deben entenderse de un modo confesional.

(a) Algunos investigadores han afirmado y siguen afirmando que el surgimiento y, sobre todo, el desarrollo y fijación de la Gran Iglesia en el siglo II d.C. es un fenómeno cultural muy complejo, pero no responde a la intención básica de Jesús, ni recoge las claves básicas de su movimiento; de esa manera niega toda relación entre Jesús y la Iglesia.

(b) Otros, en cambio, pueden decir (y decimos) que ese despliegue de la Iglesia recoge la intención fundamental de Jesús, de manera que ha sido él (Jesús) quien la ha fundado básicamente y quien la sigue manteniendo, por obra del Espíritu de Dios. Dicho eso, debemos añadir que la forma de entender esa iglesia (tal como ha sido ha sido fijada por los discípulos de Jesus a lo largo de todo el siglo I y de comienzos del II d.C.) varía según las diversas confesiones cristianas (católicos, protestantes, ortodoxos).

Las notas de la Iglesia

Decimos con el Credo que la Iglesia es una, santa, católica y apostólica… Pues bien, situándonos en un momento anterior, he querido recoger las notas fundamentales de las diversas Iglesias tomándolas como momentos integrantes del despliegue pascual de Jesús:

1. Experiencia compartida. Lo que llamamos la Iglesia ha nacido y se ha expresado durante largos decenios a través de una serie de comunidades que mantienen la memoria de Jesús y que están vinculadas, de algún modo, a Israel, pero que son independientes y se mantienen en comunión unas con otras, siendo capaces de regirse y de organizarse de un modo autónomo, ofreciendo a sus miembros un espacio de convivencia y comunicación, desde la presencia «simbólica» (pascual) de Jesús. En ese sentido podemos hablar de una federación de iglesias.

2. El futuro ha llegado. Las iglesias tienen un concepto mesiánico del tiempo, vinculado al recuerdo de Jesús (a quien conciben como presente, pues ha resucitado) y al pasado de Israel (cuya historia asumen), un tiempo que conciben como abierto hacia el futuro de la culminación escatológica. Sólo cuando la espera de la culminación se alarga, de manera que la parusía de Jesús (con el fin de este mundo) no aparece como algo inmediatamente próximo y los discípulos tienen que organizar de algún modo su forma vida en el mundo, en el tiempo de la espera, desde el recuerdo/presencia de Jesús, puede surgir y surge una iglesia (en el sentido actual de la palabra).


3. Un pasado y unos signos comunes. Sólo hay iglesias donde existe y se cultiva un tipo de memoria celebrativa de Jesús, propia de ese tiempo dilatado de esperanza, marcado por la celebración pascual de la presencia del Señor. En esa línea, no se puede hablar de iglesia cristiana sin el surgimiento de unos signos específico, vinculados a la memoria y acción de Jesús, como son los exorcismos y/o de un modo especial los sacramentos (bautismo, eucaristía…), que definen y distinguen a los seguidores de Jesús, frente a otros grupos judíos de aquel tiempo. En este contexto se sitúa la disputa cristiana sobre comidas especiales (tipo kosher), propias de otros tipos de judaísmo y sobre la circuncisión.

4. Un comportamiento mesiánico. Sólo hay iglesia donde puede hablarse de un estilo de vida especial, en la línea aquello que hacía y decía Jesús, tal como aparece en el Sermón de la Montaña de Mateo o en la experiencia de la justificación por la fe, de la que habla Pablo. Ese estilo de vida constituye una reinterpretación mesiánica de la ley «nacional» del judaísmo, entendida en un sentido exigente (los cristianos pertenecen a un tipo de judaísmo radical), desde la profecía de Israel (con su visión ética) y, sobre todo, desde la experiencia de Jesús.

5. Para todos. Finalmente, sólo se puede hablar de Iglesia cristiana cuando existe una apertura o misión universal del mensaje de Jesús (y de la Ley israelita), superando un tipo de «cerca sagrada» que empieza a establecer, en otra línea, el judaísmo rabínico. El movimiento de Jesús solo se define plenamente y alcanza su propia identidad allí donde las diversas comunidades cristianas comparten un tipo de mensaje y modelo de vida que puede abrirse a todos los hombres, vinculando así la radicalidad de Jesús y la universalidad de su proyecto mesiánico.


Una ampliación erudita

Para la fijación de las cinco notas anteriores, que sirven para delimitar la Iglesia, he retomado, en otra perspectiva, algunos elementos que ha desarrollado G. Theissen, Erleben und Verhalten der ersten Christen. Eine Psychologie des Urchristentums, Gütersloher V., Gütersloh 2007. Éstos son los fundamentales:

(1) Experiencia y vivencia. Más que la experiencia en general (Erfahrung), lo que define al cristianismo es un tipo de vivencia personal (Ereleben), que se expresa en la conversión y en la fe, entendida como poder de transformación (milagros) y de vinculación radical con lo divino. En ese sentido, la Iglesia es una comunidad de experiencia.

(2) Mito y sabiduría. Theissen ha destacado en este campo la dimensión cognitiva del cristianismo, dentro de un mundo que concedía un poder causal y cognitivo a los diversos espíritus (y, en especial, al Mal o Diablo). El cristianismo estaría vinculado, según eso, al paso de Mythos (como puro lenguaje simbólico) a la Weisheit o elaboración sapiencial del mito

(3) Rito y comunidad.. Lógicamente, con el mito-conocimiento va unido el rito que se abre a un tipo de comunicación social. Theissen ha destacado el bautismo, la cena del Señor y los ministerios de la comunidad. Ellos permiten trazar la división entre la Iglesia y las sectas, ya en el principio del cristianismo.

(4) El cristianismo es también Ethos y praxis. El ethos destaca sobre todo la actitud, es decir, la fuente de la conducta, centrada en el amor. La praxis alude más bien a un tipo de conducta externa, que se puede codificar en un tipo de normas objetivas, válidas para el conjunto de los creyentes.

(5) El cristianismo es finalmente mística y gnosis (Mystik und Gnosis). La experiencia mística, de tipo carismático (que es el fundamento de la mutación cristiana) tiene un elemento de gnosis, pero no puede convertirse en pura gnosis o conocimiento esotérico, pues ello desvirtuaría el primitivo kerigma pascual, como han hecho algunas comunidades del siglo II d.C.).
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