Margarita Maturana: beata de Berriz, mercedaria universal

Había nacido en el “botxo” de Bilbao el año 1884 e ingresó como monja en el antiguo “beaterio” mercedario de Berriz, Bizkaia (convertido ya en monasterio contemplativo) el año 1903. Fue por tanto una “beata”, convertida en monja, que abrió su comunidad a las misiones, fundando una congregación de Mercedarias Misioneras. El delegado del Papa con el obispo de Bilbao la beatifican hoy (22 de octubre de 2006) en su vieja catedral del Señor Santiago de las Siete Calles de Bilbao. Así empieza a ser oficialmente lo que fue al principio, una beata de Bérriz.
Con esta ocasión quiero ofrecer unas breves reflexiones que recogen la “vida oficial” de la beata Margarita, con sus virtudes y trabajos al servicio de la iglesia para desembocar en unos recuerdos personales. La beata Margarita ha sido y sigue siendo para mí una figura de familia. Así quiero presentarla, con palabras de su portal electrónico: mercedariasmisionerasdeberriz.net/m_margarita.htm

Vida Oficial


Margarita ingresa en el colegio-internado de Bérriz en 1901. Su madre quería alejarla de un novio marinero que no era aceptado por ella.Después de pasar un año y medio en el internado de Bérriz, regresa a su casa, y el novio vuelve a visitarle. Pero... ya todo era distinto.

En Bérriz, Margarita descubrió que Dios la llamaba para vivir desde Él con radicalidad, para entregar toda su vida a Jesús y a los demás. En su casa, creyendo que era otra de sus locuras juveniles, le dicen que espere, que se lo piense... Pero ella, firme y decidida, al año siguiente (1903) entra en el convento de Bérriz.

Su vida entonces se centró en el gran ideal de vivir con radicalidad el Evangelio: seguir a Jesús y entregarse, desde la oración y la vida de comunidad, a todos los seres humanos. El encuentro con Jesús era su mayor alegría. Encontrarse con un amigo, escucharle y descubrir qué quería de ella cada día.
Mujer de carácter alegre, abierto, de una gran sinceridad, siempre atenta a las necesidades de l@s otr@s, organiza con las niñas del colegio una activa correspondencia con los leprosos del sanatorio de Fontilles.

Hacia el año 1920 empezó en España un gran movimiento misionero. Desde China y las Islas del Pacífico llegaron a Bérriz misioneros que traían los aires de tierras y pueblos también amados por Dios. Y Margarita vibraba con todo esto. Sentía que Dios las llamaba a hacer algo también desde su convento de clausura. Organizó con las colegialas, tómbolas, rifas, cartas a misiones... y en sus oraciones, las necesidades de estos pueblos que sufren estaban siempre presentes.
Todo este movimiento del colegio contagia a las monjas, empieza a interrogarles, y Margarita descubre con el apoyo de todas ellas que una nueva llamada: "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación" (Mc.15) Margarita llevaba muy dentro el ideal de la Merced: La liberación de los cautivos. Impulsada por este ideal, descubre que Dios les señala un nuevo camino de entrega y nuevo modo de concretar el carisma liberador: compartir la Buena Noticia de Jesús con aquellas personas que no le conocen. Unas mujeres que habían entrado en un Convento de Clausura para dedicar sus vidas a la contemplación, a la oración por los demás, ven en las necesidades de los empobrecidos y empobrecidas y de quienes no conocen la Buena Noticia de Jesús que Dios les llama a salir a otros continentes. Una vez más aparecen las dificultades:

Necesitaban la autorización del Papa para poder dejar la clausura, Se les pedía una votación secreta en la que todas estuvieran de acuerdo. Por unanimidad las 94 monjas del convento acogieron con gozo el impulso nuevo del Espíritu que las llevaba más allá de lo que les era conocido. Hoy nos cuesta imaginar qué suponía irse desde una aldea de Vizcaya hasta China. Allí llegó el primer grupo de Mercedarias en 1926.

En pocos años las Mercedarias llegaron también a las Islas de Oceanía y Japón. Margarita acompañó en dos ocasiones a las misioneras y así pudo conocer las tierras y las gentes con las que tanto había soñado. El 23 de Julio de 1934, a los 49 años, muere dejando tras de sí un nuevo Instituto misionero. Las Mercedarias Misioneras de Bérriz continuamos este sueño compartiendo nuestra vida con otros pueblos: Filipinas, México, Guatemala, Estados Unidos, Nicaragua, República Democrática del Congo, Perú, Ecuador, Japón, Micronesia, Taiwán, Zambia,

La beata Margarita desde el monte. El maestro Don Ángel

Mi primer recuerdo de la beata Margarita fue desde la montaña, el verano de 1951, según creo. Un cura famoso por su música y su sabiduría (Don Ángel Isasi-Isasmendi) nos llevo por Larrano al collado de Astola, en el macizo del Amboto, para introducirnos en el Señor de la Montaña y contemplar todo el Duranguesado: de Elgueta a Zornotza, del Oiz al Amboto. En el centro, en la subida a Trabakúa podía divisarse un gran edificio. Le preguntamos a D. Ángel y nos dijo que eran las Mercedarias de Berriz. Nos sentó en el suelo y nos fue contando la historia.

Había sido un beaterio antiguo de hermanas mercedarias, que vivían abiertas al pueblo, trabajando en las tierras y rezando en la iglesia parroquial. Eran beatas de pueblo, buenas mujeres, solteras y devotas, al servicio de la parroquia y de los pobres, trabajando con el resto de la gente y rezando por los cautivos y oprimidos del mundo, bajo la dirección espiritual de los mercedarios de Burceña, que vivían en la gran curva de la ría de Bilbao.

Después fueron monjas. Según el Concilio de Trento tenían que cerrar el muro de la huerta y “encerrarse” en clausura, para dejar de ser beatas y ser monjas, es decir, contemplativas. Tenían que separarse del pueblo, dejar de trabajar con la gente y no salir ni para misa a la parroquia de allí abajo. Pero en Bérriz había poco dinero y las beatas no podían cerrar el muro y tener dinero para trabajar ni para pagar al capellán. Así, a lo largo de dos siglos, cuando venía el visitador de Burceña (cada cuatro años), hacía que escribieran en el libro de actas: “Conforme al Sagrado Concilio, se ruega a las hermanas que se encierren en clausura etc. etc.”. Pero, claro, por encima del Concilio de Trento estaba la necesidad de la vida, la realidad de Berriz, bellísima tierra. Pero, al fin, se hicieron monjas y vivieron por un tiempo en clausura (todo el siglo XIX).

Margarita Maturana las hizo beatas del mundo. Así nos lo contó D. Ángel: “Vino una monja buena y muy lista, de Bilbao… y quiso que las antiguas beatas de Berriz fueran beatas misioneras para el mundo”. Tuvo que luchar mucho, pero convirtió el convento en Congregación Religiosa de misioneras que están en todo el mundo, sobre todo en China y en las mil islas del Pacífico”. Le dijimos que tenía que ser difícil ir tan lejos. Y nos contestó, enigmáticamente, con su inmensa sorna bondadosa: “Más difícil me parece que estén cien mujeres juntas en ese caserón, encerradas en sus rezos, que cuatro o cinco perdidas en las islas de Paupasia” (creo que dijo ese nombre).

Un viaje en bicicleta para conocer a la beata Margarita

A los pocos días me monté en la bici y, sin decir nada a nadie, porque había que hacer unos kilómetros por la general Bilbo-Donosti, bajé por Matiena, subí por Olakueta y llegué hasta el convento. Tenía ganas de ver. Dejé la bici contra el muro y entré en la iglesia. Me pareció un poco triste, quizá tenía poca luz. Fui mirando los altares uno a uno: La Virgen de la Merced, santos mercedarios… Di la vuelta entera, dos o tres veces. Entonces descubrí que dos monjas estaban en coro y me miraban fija, fijamente. Debían estar adorando al Santísimo, que yo ni siquiera había visto. Pero me hicieron señas desde arriba, como diciendo “qué quería”, indicándome la puerta y la dirección de la portería.

Quiero ver a la beata Margarita. Fui a la portería, llamé y salió una monja, amable, cariñosa: “Quería ver a la beata Margarita”. Se río al oírme y me dijo “no es beata”, pero ha sido una monja muy buena. Me preguntó quién me había dicho que era “beata”. Le conté y le dijo: “Don Ángel, el cura de Abadiño”. Entonces se río mucho más y me contó su versión de la historia. Era bonito, era un tiempo en que las monjas de paraban a razonar con los chavales.

Yo le dije que quería verla, que pensaba que estaría en un altar, que los había mirado todos, pero que no me parecía que estaba, pues los santos que allí había eran muy viejos. Amablemente me respondió y me dijo que no estaba en la iglesia. Que su cuerpo estaba enterrado en el cementerio del convento, que si venía otro día me podría enseñar su tumba. Pero que ella, la beta Margarita, estaba con las misionras en todo el mundo. Me dio una estampa y terminó diciendo: “Algún día la harán beata y entonces la pondrán en la iglesia”.

Una beata del mundo.

Han pasado más de cincuenta años. Lo que nos enseño Don Ángel sigue siendo para mí el retrato más hermoso de la beata Margarita. Después he ido muchas veces a Berriz, de visita, de cursillos… He conocido a mercedarias misioneras en Perú y en Ecuador y en otros lugares del mundo. He conocido mucho a hermanas chinas y a hermanas de la Micronesia… He sabido y sé por ellas que la Margarita, la beata de Berriz es ya beata universal de la iglesia, sin necesidad de que mi amigo R. Blázquez y el delegado del Papa la beatifiquen en su iglesia de infancia, la catedral del Señor Santiago.
Hoy es el día solemne. Una hermana mercedaria de Berriz me ha mandado dos invitaciones para asistir desde un lugar especial a la ceremonia. Pero no vamos a ir. Estamos allí, estoy allí, recordando a las muchas hermanas de la Beata Margarita que he conocido, admirado y quiero a lo largo de los años. Desde mi casa en el Monte las saludo a todas y las deseo mil fortunas.

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