Muerte y Asunción: Historia y Símbolo de fe

Responderé de forma sintética, recordando que estudie con mucha detención el tema, el año 1989, cuando un alumno ya maduro, cuyo nombre y trabajo bien recuerdo (P. R.), quiso que le dirigiera una tesis doctoral en la que demostraba (= quería demostrar), con cierta escolástica tardía hispana (siglos XVII-XIX), que la Virgen no murió, sino que fue elevada en vida al cielo.
Siga leyendo quien quiera conocer el tema (y el sentido de la muerte/asunción de María), que consta de tres partes básicas:
a. Historia de la muerte y entierro de María. Lo que podemos saber: murió y fue enterrada en Jerusalén, donde se conserva la memoria de su tumba.
b. Afirmaciones del Magisterio. Lo que “debemos” creer (culminó su camino y comparte la “gloria celeste” de su Hijo).
c. Reflexión teológica. Lo que nos atrevemos a pensar (María es para los católicos un signo importante del sentido y meta de la vida cristiana).
A. HISTORIA DE LA MUERTE Y ENTIERRO DE MARÍA
1. Las tesis del teólogo P. R.
Son bien conocidas por los especialistas y pueden condensarse de esta forma:
a. La muerte es consecuencia del pecado (según Gen 2-3). María no tuvo pecado original (fue Inmaculada), por eso no pudo morir.
b. La Asunción-Elevación celeste de María puede compararse a la de algunos famosos patriarcas del AT, que tampoco murieron, sino que (siendo justos) fueron elevados al cielo en un Arco de Fuego (como Elías o Henoc).
c. Pablo dice en 1 Tes 4 y 1 Cor 15 que éste es un gran misterio: No todos morirán, pero todos (los justos) serán espiritualizados. Primero resucitarán los muertos…, después “nosotros, los vivos, seremos transformados, subiendo al encuentro del Señor…”. María (por privilegio especial) formó parte de aquellos que al fin de los tiempos no pasarán por la muerte, sino que serán elevados directamente al cielo.
2. Ninguna de esas tesis me convencía (ni me convence)
Estudié el tema con ocasión del trabajo (proyecto de tesis del P. R.)… y conservo claras las ideas desde entonces. Las nuevas lecturas que he realizado sobre el tema (cf. trabajos de Ariel Álvarez: cf. http://es.scribd.com/doc/36473487/Alvarezn494-46) me han confirmado en ello.
a. La muerte “humana” está vinculada el pecado, pero en cuanto realidad biológica ella es un hecho antropológico. Por eso, aunque no hubiera pecado (era Inmaculada), siendo persona humana, María “debía” morir.
b. Las elevaciones o asunciones (de Henoc y Elías, de Moisés o Mahoma) han de entenderse en sentido simbólico.
c. Los textos paulinos (1 Tes 4 y 1 Cor 15) pueden y deben interpretarse en su contexto, no dice nada sobre María.
3. Sobre la muerte (lugar de su tumba) de María.
Sigo exponiendo los resultados del estudio que realicé con ocasión de la tesis “frustrada” del P. R. (que yo hubiera presentado y apoyado como trabajo de teología histórica)
a. El NT (en especial Marcos y Lucas) suponen que María está vinculada a la comunidad cristiana (judeo-cristiana) de Jerusalén, donde normalmente ella debió morir.
b. La iglesia de la dormición de María (en el Cedrón, no lejos del presumible Huerto de los Olivos) es uno de los santuarios más “fiables” de Jerusalén (y tiene un origen judeo-cristiano). Todo nos permite suponer que la muerte-entierro de María está vinculada con aquel lugar desde tiempo muy antiguo (siglo II-III dC). Fue un santuario judeo-cristiana, no “aceptado” por la Gran Iglesia hasta el siglo V. Las últimas excavaciones (con motivo de un corrimiento de tierras) permiten afirmar que allí hubo un santuario funerario muy antiguo, vinculado a María.
c. La tradición de la tumba de la Virgen en Éfeso (aunque avalada por peregrinaciones papales de Juan Pablo II y Benedicto XI) es muy posterior y no tiene, a mi juicio, ningún viso de verosimilitud. Por otra parte, la vinculación de María al Discípulo Amado (según el texto de Jn 19) ha de entenderse en sentido simbólico, de búsqueda de unión de las iglesias: Iglesia judeo-cristiana (representada por la Madre) e Iglesia pagano-cristiana (representada por el Discípulo Amado).
4. Muerte y asunción. Esquema general.
1. La iglesia celebró desde antiguo la “dormición” de María, la Madre de Jesús, desarrollando en ese contexto el símbolo hermoso de la “elevación” de su alma al cielo. Las tradiciones antiguas no hablan de “resurrección” ni de elevación del cuerpo al cielo, sino de “dormición” y de subida del alma al cielo (sin entrar en cómo murió María ni en distinciones de alma y cuerpo).
2. En un momento determinado, que no es momento de precisar, empieza a extender las tradiciones de una “elevación total” de María al cielo, pero sin ponerse a distinguir entre cuerpo y alma. En general, todos los textos antiguos (como el Misteri de Elx) suponen que María murió… y que tras (por) la muerte fue elevada al cielo.
3. Sólo a partir del siglo XVII (como iban mostrando los textos que estudiaba el P. R.) se empezó a extenderé la hipótesis de que María no murió, sino que fue “transformada” y elevada corporal y espiritualmente al cielo, sin haber fallecido. Fueron muchos (aunque no todos) los autores neo-escolásticos que defendían esa postura (María no murió…). Así lo mostraba PR con su habitual vehemencia y con numerosas razones, que nunca llegaron a convencerme (a pesar de que académicamente estaba dispuesto a avalar como director su tesis).
B. AFIRMACIONES DEL MAGISTERIO
1. El dogma. Pío XII
La Iglesia católica moderna sintió la “necesidad” de proclamar como dogma la Asunción de María (cosa a las iglesias ortodoxas nunca se les hubiera ocurrido. Así lo hizo Pío XII, el año 1950, diciendo que
«La Inmaculada Madre de Dios...
cumplido el curso de su vida terrestre,
fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial»
(Denzinger-Hünermann 3903).
a. El texto de la declaración dogmá no dice si María murió o no. Pío XII dejó el tema abierto (con gran pesar de mi doctorando P. R., a quien le hubiera gustado que el Papa definiera que María no había muerto).
b. Este dogma dice que María fue “asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”…, pero no define lo que es cuerpo y alma, de manera que muchos católicos han pensado y siguen pensando que el cadáver de María quedó en el sepulcro del Cedrón, mientras que ella (María), en verdadero cuerpo y alma, como persona) “subió” al cielo (es decir, culminó su vida en el Cristo Pascual).
c. En ese contexto, son muchos los cristianos y católicos que piensan también que en un plano “material” el cadáver de Jesús pudo seguir el curso normal de la descomposición biológica, mientras que él, como persona, en cuerpo y alma “resucitó” y está en la gloria del Padre, como principio de resurrección para todos los hombres. Evidentemente, lo que se aplica a Jesús puede aplicarse aún más a su madare.
d. Son muchos los cristianos que piensan que la resurrección (ascensión/asunción) de los creyentes se realiza en el tiempo de la muerte… aunque siga en camino el proceso de la resurrección universal de los hombres, hasta el fin de este tiempo.
2. Catequesis de Juan Pablo II. María murió de hecho
Mi amigo y doctorando PR era ya un poco mayor para seguir batallando sobre el tema de la muerte de María… Pero de vez en cuando me ponía unas letras diciéndome que seguía con su idea… hasta que llegó la catequesis mariana de Juan Pablo II, el 25 de junio 1997 (cf. http://www.es.catholic.net/mariologiatodoacercademaria/596/1533/articulo.php?id=27217). Para los que tengan tiempo y humor, quiero reproducir la catequesis:
Juan Pablo II, La Dormición de la Madre de Dios (Durante la audiencia general del miércoles 25 de junio de 1997)
1. Sobre la conclusión de la vida terrena de María, el Concilio cita las palabras de la bula de definición del dogma de la Asunción y afirma: «La Virgen inmaculada, preservada inmune de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo» (Lumen gentium, 59). Con esta fórmula, la constitución dogmática Lumen gentium, siguiendo a mi venerado predecesor Pío XII, no se pronuncia sobre la cuestión de la muerte de María. Sin embargo, Pío XII no pretendió negar el hecho de la muerte; solamente no juzgó oportuno afirmar solemnemente, como verdad que todos los creyentes debían admitir, la muerte de la Madre de Dios.
En realidad, algunos teólogos han sostenido que la Virgen fue liberada de la muerte y pasó directamente de la vida terrena a la gloria celeste. Sin embargo, esta opinión era desconocida hasta el siglo XVII, mientras que, en realidad, existe una tradición común que ve en la muerte de María su introducción en la gloria celeste.
2. ¿Es posible que María de Nazaret haya experimentado en su carne el drama de la muerte? Reflexionando en el destino de María y en su relación con su Hijo divino, parece legítimo responder afirmativamente: dado que Cristo murió, sería difícil sostener lo contrario por lo que se refiere a su Madre.
En este sentido razonaron los Padres de la Iglesia, que no tuvieron dudas al respecto. Basta citar a Santiago de Sarug ( 521), según el cual «el coro de los doce Apóstoles», cuando a María le llegó «el tiempo de caminar por la senda de todas las generaciones», es decir, la senda de la muerte, se reunió para enterrar «el cuerpo virginal de la Bienaventurada» (Discurso sobre el entierro de la santa Madre de Dios, 87-99 en C. Vona, Lateranum 19 [1953], 188). San Modesto de Jerusalén ( 634), después de hablar largamente de la «santísima dormición de la gloriosísima Madre de Dios», concluye su «encomio» exaltando la intervención prodigiosa de Cristo, que «la resucitó de la tumba» para tomarla consigo en la gloria (Enc. in dormitionem Deiparae semperque Virginis Mariae, nn. 7 y 14: PG 86 bis, 3.293; 3.311). San Juan Damasceno ( 704), por su parte, se pregunta: «¿Cómo es posible que aquella que en el parto superó todos los límites de la naturaleza, se pliegue ahora a sus leyes y su cuerpo inmaculado se someta a la muerte?» Y responde: «Ciertamente, era necesario que se despojara de la parte mortal para revestirse de inmortalidad, puesto que el Señor de la naturaleza tampoco evitó la experiencia de la muerte. En efecto, él muere según la carne y con su muerte destruye la muerte, transforma la corrupción en incorruptibilidad y la muerte en fuente de resurrección» (Panegírico sobre la dormición de la Madre de Dios, 10: SC 80,107).
3. Es verdad que en la Revelación la muerte se presenta como castigo del pecado. Sin embargo, el hecho de que la Iglesia proclame a María liberada del pecado original por singular privilegio divino no lleva a concluir que recibió también la inmortalidad corporal. La Madre no es superior al Hijo, que aceptó la muerte, dándole nuevo significado y transformándola en instrumento de salvación.
María, implicada en la obra redentora y asociada a la ofrenda salvadora de Cristo, pudo compartir el sufrimiento y la muerte con vistas a la redención de la humanidad. También para ella vale lo que Severo de Antioquía afirma a propósito de Cristo: «Si no se ha producido antes la muerte, ¿cómo podría tener lugar la resurrección?» (Antijuliánica, Beirut 1931, 194 s.). Para participar en la resurrección de Cristo, María debía compartir, ante todo, la muerte.
4. El Nuevo Testamento no da ninguna información sobre las circunstancias de la muerte de María. Este silencio induce a suponer que se produjo normalmente, sin ningún hecho digno de mención. Si no hubiera sido así, ¿cómo habría podido pasar desapercibida esa noticia a sus contemporáneos, sin que llegara, de alguna manera, hasta nosotros?
Por lo que respecta a las causas de la muerte de María, no parecen fundadas las opiniones que quieren excluir las causas naturales. Más importante es investigar la actitud espiritual de la Virgen en el momento de dejar este mundo. A este propósito, san Francisco de Sales considera que la muerte de María se produjo como efecto de un ímpetu de amor. Habla de una muerte «en el amor, a causa del amor y por amor», y por eso llega a afirmar que la Madre de Dios murió de amor por su hijo Jesús (Traité de l´Amour de Dieu, Lib. 7, cc. XIII-XIV).
Cualquiera que haya sido el hecho orgánico y biológico que, desde el punto de vista físico, le haya producido la muerte, puede decirse que el tránsito de esta vida a la otra fue para María una maduración de la gracia en la gloria, de modo que nunca mejor que en ese caso la muerte pudo concebirse como una «dormición».
5. Algunos Padres de la Iglesia describen a Jesús mismo que va a recibir a su Madre en el momento de la muerte, para introducirla en la gloria celeste. Así, presentan la muerte de María como un acontecimiento de amor que la llevó a reunirse con su Hijo divino, para compartir con él la vida inmortal. Al final de su existencia terrena habrá experimentado, como san Pablo y más que él, el deseo de liberarse del cuerpo para estar con Cristo para siempre (cf. Flp 1, 23).
La experiencia de la muerte enriqueció a la Virgen: habiendo pasado por el destino común a todos los hombres, es capaz de ejercer con más eficacia su maternidad espiritual con respecto a quienes llegan a la hora suprema de la vida.
Ésta es, por tanto, la visión de Juan Pablo II, que no es dogmática, pero que es importante en el campo teológico. Como dice Ariel Álvarez (entre sus trabajos sobre el tema, cf. Enigmas de la Biblia II, tema 9, San Pablo Buenos Aires 1998), el Papa justifica su doctrina con tres razones:
1. La tradición fundante de la Iglesia ha sostenido siempre que María fue llevada al cielo después de morir. Sólo a partir del siglo XVIII comenzó a extender, por razones teóricas, la doctrina opuesta: Que no murió.
2. Pensar que María no murió es otorgarle un privilegio que la colocaría por encima de su propio Hijo, ya que Jesús tampoco tuvo pecado y sin embargo murió.
3. Para poder resucitar es necesario antes morir. Sin la muerte previa es imposible laresurrección. Ahora bien, si María no hubiera muerto
¿cómo habría podido entrar en la vida eterna?
Mi buen “amigo” P. R. me comunicó inmediatamente que, en vista del documento de Juan Pablo II, renunciaba a su tesis, a pesar de que las razones del Papa no le convencían. Le contesté diciendo que podía y debía presentar la tesis de un modo histórico, recogiendo las razones de aquellos que pensaban que María no había muerto. Él sabía que yo he defendido siempre la tesis del Papa (María murió…), pero que no me gustaba que renunciara por eso a defender un largo tema teológico. Por otra parte, las razones del Papa (sobre todo la 2ª y 3ª no me convencían…).
A pesar de ella el bueno de P. R. no siguió con el trabajo, que andará perdido por algún cajón, y es una pena… Ya no podrá defender la tesis, pues ni yo estoy en la Universidad ni él sigue ya en los afanes del mundo de la enseñanza. En su última comunicación me ha dicho que sabremos pronto la verdad en el cielo. Yo le he respondido que por ahora prefiero seguir en este mundo, con mis pequeñas certezas y mis dudas.
c. REFLEXIÓN TEOLÓGICA
El dogma de Asunción de María, que Pío XII definió en 1950, pone de relieve la vinculación de la Madre con su Hijo Jesucristo, diciendo: que
«la Inmaculada Madre de Dios... cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial» (Denzinger-Hünermann 3903).
La vida en la tierra aparece así como un curso, una carrera, que se expresa en formas de carne, de riesgo de muerte. Pues bien, cumplido ese curso vital, que había comenzado por el nacimiento, María ha sido asumida (assumpta) a la gloria de Dios, que se identifica con la misma Resurrección y Ascensión mesiánica de su Hijo Jesús.
El dogma no dice cómo murió María, de manera que podría decirse, simbólicamente, que fue arrebatada de un modo directo (sin haber muerto en sentido externo) a la Gloria del Cristo, como 1Tes 4, 17 supone para los justos de la última generación. Sea ello como fuere, la iglesia sabe que María ha culminado su camino, alcanzando la gloria mesiánica de Cristo, su Hijo, y abriendo un camino para el conjunto de la humanidad, que está siendo elevada en carne a Dios.
La antropología helenista, que ha sido dominante en la iglesia, ha venido afirmando que el alma de los justos sube al cielo tras la muerte (porque ella es inmortal), pero que el cuerpo tiene que esperar hasta la resurrección del fin de los tiempos.
En contra eso, situándose en un camino distinto de experiencia antropológica y culminación pascual, este dogma afirma que María ha culminado su vida en Dios, por medio de Jesús, en cuerpo y alma, es decir, como carne personal o, mejor dicho, como persona histórica. De esa manera nos sitúa en el centro del misterio cristiano, vinculado a la muerte y resurrección de Jesús.
Este dogma no niega la muerte, no dice que el alma sea inmortal por su naturaleza; no escinde o separa a María del resto de los fieles, como si a ella se le hubiera ofrecido algo que no se da a los otros, como si ella fuera la única que muere y sube (resucita) al acabar el curso de su vida. Al contrario, este dogma abre para todos los creyentes una misma experiencia pascual, asumiendo con Jesús la muerte. María aparece así como primera cristiana completa, pues la vemos en Jesús y por Jesús como primera de los resucitados.
En esa perspectiva ha de entenderse la tradición de la iglesia, que ha vinculado la Asunción con la Coronación de María como reino del cielo y de la tierra. Evidentemente, se trata de una imagen, pero es muy significativa: a través de su vida mesiánica, al servicio del evangelio de Jesús, habiendo superado toda forma particular o egoísta de búsqueda de sí, María ha sido recibida en el misterio de la Trinidad de manera que el Padre y el Hijo unidos la coronan con el Espíritu Santo (que puede aparecer en forma de paloma).
De esa manera su misma carne queda integrada en el misterio de Dios, pero no en nombre propio, sino en nombre y como signo del conjunto de la historia humana. El mismo Dios que se ha encarnado en Jesús recibe en su gloria la carne de la humanidad. Por eso dirá el Vaticano II que ella no se puede separar de los creyentes, pues su camino sigue siendo el camino de la Iglesia o, mejor dicho, de la humanidad entera, abierta hacia Dios a través de una solidaridad de vida y muerte, de generación y solidaridad encarnada (cf. Lumen Gentium, 63-65).
Carece de sentido hablar de una Asunción (y de una Inmaculada) como privilegios exclusivos (y exclusivistas) de María, pues ello iría en contra del gran principio de la unión de los creyentes en la carne.
Los artículos finales del de la confesión de fe (creo en la comunión de los santos y en la resurrección de la carne) sólo pueden entenderse si es que ellos se vinculan entre sí, de manera que se hable al mismo tiempo de una comunión de la carne inmaculada de la historia (no un plano de ideas o principios generales), para superar así el pecado y la injusticia de la tierra, y de una resurrección de los muertos, en la culminación de historia, donde todo al final llegará a ser inmaculado .
Pero lo que el Papa dice de María puede y debe decirse con ella de todos los que mueren en amor, en la vida de Dios, del Dios que les recibe en su Vida.