Mujer y Dragón: Una teología, dos modelos: uno emergentista, otro apocalíptico.

a) Hay un modelo armónico y progresivo, de equilibrio básico, en línea de sistema. Las cosas se despliegan y son el equilibro, como sabe la narración de Gen 1 (sacerdotes). En esa perspectiva se sitúa bácicamente Galetel, lo mismo que Ireneo, Tomás (¿o Hegel?). Los desequilibrios quedan asumidos dentro de un esquema más alto de conjunto, en un Orden lógico.
b) Hay un modelo conflictual o conflictivo. En esa línea se sitúa Gen 2 (mujer y serpiente), con gran parte de los profetas y apocalípticos. En ella avanza el Apocalipsis. La realidad es un choque, un riesgo constante. Ella se despliega por contrastes, como “polemos” o guerra, en una línea que ha sido “razonada” (o simbolizada) por Heráclito y Agustín, por J. Fiore y quizá K. Barth. En esa perspectiva se sitúa lo que he venido diciendo sobre el Apocalipsis, que no es un “pronósticos” de catástrofes futuras, sino un modo/modelo conflictural de entender la realidad y de vivir en ella.
Algunos podrían comparar estos modelos a los de la física corpuscular y ondulatoria… Por ahora no tenemos un “modelo unificado”, a pesar de los intentos de muchos pensadores. Pienso que ambos modelos (y otros posibles) son buenos, que no podemos quedarnos en uno o en otro.

Ayer expuso su modelo emergentista Galetel. Hoy le dejo la palabra al Apocalipsis, siguiendo en la línea de la 4 mujeres del pasado día dos, que quizá algunos recuerdos. Veré el tema de la primera mujer (la Gran Madre) enfrentada al primer enemigo (el Gran Dragón). El tema es el mismo de Gen 2 (Eva y la Serpiente), aunque mirado desde una perspectiva cósmica.
Esta teología (simbología) de Mujer y Dragón es poderosa y dice algo que quizá no se puede decir de otra manera. Fijaos bien: ni Mujer ni Dragón son Dios, sino signo de algo más alto. En la lucha entre Mujer y Dragón nos hallamos. No empecéis razonando: ved, sentid… Estamos ante un símbolo básico de la realidad, que no dice todo, pero dice mucho. ¿Por qué al principio hay un Dragón-Macho y una Madre-Mujer? ¿Por qué no se aman? ¿Por qué el tema es la maternidad, el futuro de la vida…? Las respuestas quizá podréis verlas en el texto.
Éste es el modelo de las películas, modelo de artistas y pensadores geniales,.. que han seguido bebiendo de las aguas del Apocalipsis y, en especial, de este texto de mujer y dragón (con aplicaciones a San Jorge y a gran parte de la mitología posterior). Éste es un texto básico del modelo apocalíptico, que se distingu (pero no se opone) al emergentista de ayer... Una gozada, un terror, de texto. Duro pero lleno de espearnza. El Dragón no puede vencer a la Mujer. La muerte no puede devorar al principio de la vida.
El texto es largo; que lo lea quien tenga tiempo y ganas. Así aparece en el fondo de mi comentario al Apocalipsis; los días próximos seré mucho más breve. Buen día. (Entre las imágenes una de W. Blake, cristiano protestante genial, no superado todavía en el arte visionario del grabado)
Un texto clave.
El Apocalipsis es un drama escatológico donde los momentos y riesgos de la humanidad, en su dimensión histórica, en su valor social, aparecen como encarnados en algunas de las figuras más significativas de la tradición cultural de la humanidad. Entre ellas están la Mujer, el Dragón y el Hijo; ellos definen el riesgo y sentido de la realidad:
[Cielo, Mujer]
Y apareció una señal grande en el cielo:
una Mujer, revestida del sol, con la luna bajos sus pies
y en su cabeza una corona de doce estrellas;
y estaba encinta y gritaba en dolores de parto, torturada por dar a luz.
[Cielo con Dragón]
Y apareció otra señal en el cielo y era esta:
un Dragón rojo, grande, con siete cabezas y diez cuernos
y sobre sus cabezas siete diademas;
y su cola arrastró un tercio de los astros del cielo y los arrojó sobre la tierra.
[Hijo]
Y el Dragón se colocó delante de la Mujer que debía dar a luz,
a fin de devorar al a su Hijo (tekton) cuando lo alumbrara.
Pero ella dio a luz un Hijo (huion) Varón,
que debe pastorear a todos los pueblos con vara de hierro.
[Rapto]
Y su Hijo fue raptado hacia Dios y hacia su Trono
y la Mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios,
y allí la alimentan mil doscientos sesenta días (Ap 12, 1-6) .
Cf.
He desarrollado el tema en Apocalipsis, Verbo Divino, Estella 1999. Cf. también. R. B. Allo, Jean. L'Apocalypse, EB, Gabalda, París 1971; O. Böcher, Die Johannesapokalypse, EF 41, Wiss. Buchgesellschaft, Darmstadt 1988 (10 ed. 1975); J. Bonsirven, El Apocalipsis de San Juan, VS, Paulinas, Madrid 1966 (10 ed. 1951); Ch. Brütsch, La Clarté de l'Apocalypse, Labor et Fides, Ginebra 1966 (10 ed. 1940); R. H. Charles, The Revelation of St. John, I-II, ICC, Clark, Edimburgo 1971 (10 ed. 1920); J. M. Ford, Revelation, AB 38, Doubleday, Nueva York 1975; E. Lohmeyer, Die Offenbarung des Johannes, HNT, Tubinga 1953 (10 ed. 1926); P. Prigent, L'Apocalypse de saint Jean, Labor et Fides, Ginebra 1981 (trad. it.: L'Apocalisse de S. Giovanni, Borla, Roma 1985); H. B. Swete, The Apocalypse of Saint John, Londres 1909. Orientación bibliográfica en R. Rábanos, y D. Múñoz León, Bibliografía joánica. Evangelio, Cartas y Apocalipsis, 1960-1986, BHB 14, CSIC, Madrid 1990; U. Vanni, "Rassegna bibliografica sull'Apocalisse" RBibIt 24 (1976) 227-238; Id., "L'Apocalypse johannique. État de la question", en Lambrecht, J. (ed.), L'Apocalypse johannique et l'apocalyptique dans le Nouveau Testament (BETL 53), Leuven Univ. P. 1980, 21-46; A. Yabro Collins, Reading the Book of Revelation in the twentieth Century, Inter 40 (1986) 229-242.
Cf. M. Eliade, El mito del eterno retorno, Alianza, Madrid 1985. Sobre historia y mito, cf. R. G. Collingwood, Idea de la historia, FCE, México 1972; P. Gardiner, Naturaleza de la explicación histórica, UNAM, México 1971; K. Löwith, El sentido de la historia, Aguilar, Madrid 1973; J. Ortega y Gasset, Historia como sistema, Espasa-Calpe, Madrid 1971; R. Bultmann, Historia y escatología, Studium, Madrid 1974; O. Cullmann, Historia de la salvación, Península, Barcelona 1967; J. Daniélou, El misterio de la historia, Dinor, San Sebastián 1963.
1. MUJER CELESTE, TIEMPO MÍTICO.
Mujer y Dragón son espacio y tiempo primigenio. Según la mayoría de los mitos teogónico-cosmogónicos, ella, Mujer, es lo primer: signo celeste y positivo de Dios (misterio de la vida), madre fecunda que lleva en su entraña al Hijo salvador. También el Dragón está al principio, pero no es poder activo sino re-activo, no es principio engendrador (no da de sí) sino destructor (devora lo engendrado); no quiere ni puede comer a la Mujer, pues si lo hiciera todo habría terminado: la tiniebla habría aniquilado a la luz y al hacerlo el Dragón quedaría para siempre en solitario, encerrado en su dinámica de muerte sin fin. El Dragón tiene una realidad envidiosa y negativa: vive de matar al Hijo de la Mujer, a la que amenaza (y cuida) para aprovecharse de su fruto. Mujer y Dragón parecen oponerse eternamente (una engendra, otro devora) y su oposición es la esencia de una historia en la que todo pasa (está pasando) sin que nada cambie, como indican las religiones cósmicas o de la naturaleza. Sobre esta base se elevan la mayor parte de los mitos de la humanidad. En ellos la mujer no vale por sí misma, sino porque genera y alumbra hijos que son para la muerte, es decir, para el Dragón .
Lógicamente, este Dragón de Ap 12 quiere espera el parto de la Mujer, para devorar la vida que ella engendra. Pero en ese caso el argumento cambia: la Mujer alumbra y el Dragón no puede devorar al Alumbrado; la tiniebla no vence a la luz, la Muerte no apaga a la Vida. Pues bien, esa "sorpresa" del triunfo mítico de la vida (del Dragón que no puede devorar al Hijo de la Mujer) aparecía en muy diversos pueblos, sobre todo en el Mediterráneo oriental, como atestigua Hesíodo en su Teogonía. Son muchos los mitos que en el principio de la humanidad descubren y narran la victoria del Hijo de la Mujer sobre el Dragón: la Vida ha nacido y renace, sin cesar, en ritmo de eterno retorno; eso significa que no estamos condenados a la muerte, podemos mantenernos y vivir sobre la tierra, apoyados en la fecundidad de la Mujer-Madre y en su Hijo (que en el fondo somos nosotros) .
_ Dualidad. Las dos figuras (Mujer y Dragón) forman una pareja originaria. En perspectiva israelita deberíamos decir que detrás (por encima) de ambas se halla Dios, creador trascendente. Pero el mito no conoce un Dios más alto: Mujer y Dragón simbolizan el todo sagrado, son revelación dual de lo divino.
_ Apertura. Lla misma dualidad exige un momento ternario: la solución del drama o enfrentamiento de Mujer y Dragón está en el Hijo que ha de nacer y será devorado por el Dragón o defenderá a la madre y matará al Dragón. Esta victoria del Hijo, narrada de varias formas por el mito o por la experiencia de Israel y el cristianismo define el sentido de la vida y de la historia, como indica lo que sigue.
Pero no adelantemos acontecimientos. Por ahora, la Mujer es el origen bueno de la vida: ha dado a luz al Hijo triunfador (pastor de pueblos), que es "raptado" al cielo, burlando así la fuera del Dragón. Pero la Mujer desde ahora no puede permanecer ya en el cielo del mito (donde estaba en 12, 1), ni alcanzar todavía el cielo nuevo y nueva tierra del triunfo final de las bodas (cf. 21, 1-2), sino que debe escapar y refugiarse en el desierto de la historia, donde la alimenta el mismo Dios (cf 12, 6) y la persigue el Dragón (cf. 12, 13-17). La lucha celeste del mito primero (Mujer y Dragón) se convierte de esa forma en batalla a lo largo de la historia, a lo largo y a lo ancho de un mar donde se extiende la fuera del Dragón apresurado, al que le queda poco tiempo (12, 13). El Hijo varón ha sido elevado; pero el resto de los hijos o simiente de la mujer (es decir, los humanos), caen bajo la furia del Dragón, en el comienzo de la historia (12, 17) .
Con esto destacamos ya elementos que debemos precisar después. Por ahora nos basta con decir que Ap 12 acude al mito para presentar la oposición fundamental entre Dragón y Mujer, protección divina y persecución. Ciertamente, ofrece rasgos y motivos de tipo judío y cristiano; pero su esquema y lenguaje de fondo es mítico. De todas formas, la diferencia entre mitos y cristianismo no debe absolutizarse: el mensaje cristiano sigue enraizado en el trasfondo de las religiones naturales; ciertamente, ha dialogado con la esperanza de Israel y la sabiduría de Grecia, pero puede y debe conservar también un fondo de mito.
En su raíz, el mito de Ap 12 es teogónico e intemporal: evoca el nacimiento siempre repetido del Hijo divino en la vida de los hombre. Por el contrario, el evangelio será antropogónico e histórico: narra el surgimiento del humano definitivo (no de un Dios que muere), anunciando así la culminación del tempo. El mito es universal por repetido: trata de aquello que siempre vuelve, del principio materno de la vida. Por el contrario, el evangelio será universal por su hondura histórica: narra la historia de María, mujer concreta y Madre de Jesús que alumbra para siempre al Salvador. Pero de esto tratará la segunda parte del trabajo .
2. APOCALÍPTICA. MADRE ISRAEL, CONSUMACIÓN HISTÓRICA
Ap 12 ha de entenderse también en contexto israelita, donde la Mujer ya no es Diosa eterna, sino el mismo pueblo de la alianza, grávido de Dios, abierto al futuro del nacimiento mesiánico. En ese contexto, los temas anteriores (Dragón y Mujer, nacimiento y victoria del Hijo...) cobran matices diferentes. La Mujer no se encuentra solo en un principio, como signo del poder materno de la realidad sagrada (naturaleza engendradora), sino en el camino y meta de la historia, para desvelarse plenamente como Madre en el momento final, cuando Dios haga que nazca y triunfe su Hijo victorioso, destruyendo a los poderes adversarios que han ido imponiéndose en la historia. De forma paradójica, alumbrando a su hijo divino, la Madre primera viene a presentarse como maternidad final, plenitud de la historia .
En ese nivel, la Mujer no es ya Madre celeste, sino Pueblo histórico de Israel, que ha recibido la Palabra de Dios y así camina, grávido de Vida y perseguido sobre el mundo (cf. Ap 12, 17). Ellos, los israelitas apocalípticos, se sienten Pueblo-madre, portador de una promesa de vida, pero amenazado. Les ha enriquecido Dios con su presencia y por eso alcanzarán (=alumbrarán) la salvación, pero el Dragón perverso les persigue despiadado sobre el mundo, en una historia doliente que puede entenderse en dos sentidos: dolores de parto, por la salvación que nace; dolores de persecución, porque el Dragón se eleva amenazante contra el pueblo. La Madre no sufre solo la angustia del parto (ôdinousa), sino que es torturada (basanizomenê) por los poderes diabólicos de la historia (cf. Ap 9, 5; 11, 10; 14, 10-11; 18, 7.10; 20, 10).
La Mujer de cielo se vuelve así figura de Israel y más en concreto de Jerusalén, Ciudad-amiga de Dios, esposa querida del Salvador, conforme al simbolismo de la Madre-Hija Sión . El mismo Israel, pueblo de la alianza, viene a interpretarse como Ciudad materna, llamada a colaborar con Dios en un camino de búsqueda dolorosa, que culminará en el nacimiento mesiánico (apocalíptico) de la salvación. No es diosa que alumbra al héroe primordial de los antiguos mitos. Tampoco es persona y madre mesiánica individualizada (como María), sino el mismo pueblo que avanza en camino de maternidad mesiánica. En esa línea, conforme a la visión de universalidad que ofrecen varios textos de la apocalíptica judía, esta Mujer en dolores de parto desborda el nivel israelita y puede presentarse como Madre Humanidad, recuperando de esa forma la figura de Eva, como supone nuestro texto, al identificar al Dragón de Ap 12, 3-4 con la antigua Serpiente, Diablo o Satanás, que engaña al orbe de la tierra (Ap 12, 9)que se enfrentó a la Mujer primera, a la que el mismo Adán llamó Eva (=Hawwah), que significa madre de todos los vivientes (Gen 3, 20).
De esa forma, en el principio de la historia humana no encontramos a un varón (Adán), sino más bien a una mujer con nombre de y figura de diosa: Eva, la viviente, significa casi lo mismo que Yahvé, aquel que hace ser. Todo el sentido y futuro de la historia humana ha quedado de esa forma condensado en la lucha en el Dragón y la Mujer. Adán desaparece de la escena primer, no interviene (sólo aparece como "esperma" o descendiente de la mujer, Hijo salvador). Protagonistas son ellos: un Dragón que pretende devorar la vida, una mujer que la suscita, como dice el Dios del texto antiguo: pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; ella pisará tu cabeza, mientras tú acecharás su calcañal (cf. Gén 3, 15). De la Madre-Israel pasamos de esa forma a la Madre-Humanidad (Eva), de manera que Ap 12 nos lleva de la esperanza nacional judía al mesianismo universal, lo mismo que hace Pablo en Rom 5. Pero, en contra de Rom 5 y de la dogmática posterior, Ap 12, 1-6 no ha condensado a los humanos en un Adán masculino, sino en Eva, mujer y madre de los vivientes: ella es humanidad fundadora, símbolo humano del origen divino del cosmos.
Del mito pagano (con la Madre divina de todos los seres) pasamos a la experiencia proto-lógica y escatológica de Israel, que ha situado en el principio y fin de la historia a una Mujer, que es la Eva del principio y será Madre final, siendo a lo largo de la historia madre perseguida. Ningún texto puramente judío había condensado, que sepamos, las cosas de esta forma, proyectado la figura de la Mujer-Eva en el principio y meta de la historia. Pero lo ha hecho el vidente del Ap, mostrándose así un judío radical, porque sabe que el Mesías-Hijo ya ha llegado, realizando así la salvación primera y final. De esa forma, la humanidad, que Gen 3 simbolizaba como Mujer-Eva viene a expresarse en la Madre escatológica del salvador. Eso significa que no estamos perdidos en los ciclos del eterno retorno, pues no hay retorno y giro incesante, sino cumplimiento final de la historia. De la Mujer fundante (humanidad) de Gen 3, que recibió la promesa de vencer al Dragón por medio de sus hijos, pasamos a la Madre de Ap 12 que da a luz al Hijo vencedor del Dragón, en simbología que asume y sobrepasa el nivel israelita.
En un plano, esta Mujer ya ha dado a luz, de manera que podemos afirmar que el Hijo de Dios ha nacido (=ha resucitado). Pero, al mismo tiempo, Ap 12, 1-6 proyecta y anticipa una esperanza que no se ha cumplido todavía: seguimos en dolores de parto, inmersos en una historia sometida a los desgarrones del alumbramiento mesiánico, como sabe y dice, en un contexto convergente el mismo Pablo, al afirmar que la creación se angustia y gime, esperando la redención, que es la libertad gloriosa de los hijos de Dios (Rom 8, 21-22). La Madre de Ap 12 ha dado a luz al Hijo; nosotros seguimos esperando, doloridos y jubilosos, esa misma filiación, proyectando en la Madre que alumbra el signo de la vida que triunfa (triunfará por siempre) de la muerte. Es claro que hemos podido descubrir y descubrimos en María, madre de Jesús, los rasgos de aquella Madre del principio y del final, que está al fondo de Ap 12 .
En esta plano, la Mujer es Israel y su Hijo una figura mesiánica (individual o colectiva) que Dios suscitará al final, como han destacado los comentaristas de Ap 12: cf. R. H. Charles, I, 315 s; D. W. Hadorn, 129-130; M. Kiddle, 219 s; E. Lohse, 62; H. B. Swete, 149 s (referencia completa de estos y otros comentarios de Ap, en X. Pikaza, Apocalipsis, EVD Estella 1999; A. Feuillet, Le messie et la mère d'apres le chapitre XII de l'Apocalypse, RB 66 (1959) 55-86; M. García Cordero, El libro de los siete sellos, Salamanca 1962, 130-136; J. Michl, Die Deutung der apokalyptischen Frau in der Gegenwart: BZ 3 (1959) 301-310.
El desarrollado el tema en Hija Sión. Origen y desarrollo del símbolo, EphMar 44 (1994) 9-43. Cf. también Dios judío, dios cristiano, EVD, Estella 1996, 98-101. María y el Espíritu Santo, en Varios, Mariología fundamental, Sec. Trinitarios, Salamanca 1995, 144-192. Sobre la mujer de Gen 2-3, cf. M. Navarro, Barro y Aliento. Exégesis y antropología de Gén 2-3, Paulinas, Madrid 1993. Sobre Gén y Ap, cf. H. Gunkel, Schöpfung und Chaos in Urzeit und Endzeit. Eine Religionsgeschichtliche Untersuchung über Gen 1 und Ap Joh 12, Göttingen 1895; S. Benko, The Virgin Goddess, SHR 49, Leiden 1993, 83-136; L. Cerfaux, La vision de la femme et du dragon de l'Apocalypse en relation avec le Protoévangile: EphThL 31 (1955) 21-33.
3. PERSONAJES DE LA TRAMA (AP 12, 1-4).
Leamos Ap 12, 1-5 a la luz de Gen 3. Al principio pudiera pensarse que sólo hay Mujer sobre el cielo, alumbrando como sol la vida humana. Pero luego descubrimos que en el mismo cielo, lugar del que proviene toda vida, formando parte del camino de la historia, está el Dragón (amenaza de muerte), como han señalado antiguos mitos. Sólo al enfrentarse a su potencia destructora y superando el riesgo de Prostitución (engaño) y muerte, con la ayuda del Hijo mesiánico, esta Mujer desplegará su humanidad concreta y triunfante como Novia.
_ La Madre es principio sacral y así aparece como primera de las constelaciones, en el mismo cielo, como signo y clave de todo lo que existe, Mujer-humanidad en parto, madre engendradora. No es la Madre tierra de algunas culturas (como la andina), sino Madre cielo o, mejor dicho, Cielo materno. En ese nivel, evocado por Gen 2-3, se sitúa la Mujer Sagrada, divinidad femenina del poder generador: todo cambia; nacen y mueren los individuos, pero ella permanece, como madre, por encima de la muerte. Esta es una divinidad antigua, vinculada al no conocer el bien y el mal: sacralidad natural, en plano de inconsciencia, inmortalidad primera (vive de dar a luz y así alumbrando sin cesar permanece). Esta es la primera Eva: humanidad originaria, que todavía no ha nacido a la conciencia (individualidad y decisión entre el bien y el mal); es humanidad que ama la vida, pero todavía no es persona, sino simple vida que "sueña", anticipando el futuro de una inmortalidad vinculada a la falta de conciencia y decisión ética.
Así podemos añadir que es Madre sacral, Humanidad generosa que engendra (da de sí) a pesar del dolor que ello implica. Gen 3, 16 suponía que el dolor de maternidad es posterior, consecuencia de un "pecado": "parirás con dolor tus hijos". Por el contrario, nuestro texto (Ap 12, 2) supone que el dolor pertenece a la misma condición de la Mujer primera o Madre: ella es celeste, pero no impasible, ni inmutable (está de parto); es gloriosa, pero no en puro placer, sino en el dolor de dar a luz, pues gime en la angustia de la maternidad. Por su misma condición de Madre, signo de Dios que es divino dando de sí, padece esta Mujer. Sabe sufrir dando la vida, siendo de esa forma humanidad fecunda, cercana a Dios, como sabe en otra perspectiva mesiánica Lc 2, 34-35. Por eso, esta Mujer es ante todo humana: principio y signo de una humanidad abierta a la vida, en medio del dolor, de forma generosa. .
_ También el Dragón celeste y amenazador es un principio social y sacral. Si sólo hubiera madre no habría humanidad, pues ella es engendradora (fuente de vida), pero le falta personalidad: por eso, debe recorrer un camino de maduración arriesgada en la historia, bajo la amenaza del Dragón, que es negatividad y violencia que parece necesaria para el despliegue actual de la vida. En principio, el Dragón puede mostrarse como ambivalente o positivo, no sólo en otros pueblos (como China o México), sino incluso en la Biblia (cf. Ester 11, 2-12). Pero pronto, a partir del mismo texto del origen (Gen 3), descubrimos que este Dragón es duda y miedo, sospecha frente a Dios y deseo de una autonomía que parece vinculada con la muerte. No es fuente de vida, sino fuerza destructora que se expresa en forma de Dragón: todo nace (Madre), todo muere (Dragón), para nacer de nuevo, dentro de una totalidad más amplia que se despliega como eterno retorno: nacimiento y muerte, generación y corrupción.
Así gira el camino de la historia: vida y muerte, nacer y perecer, yin y yang, eterno retorno de maternidad y perecimiento ¿No es este el sentido de la realidad, el principio y meta de todo lo que existe? Pero la experiencia israelita ha superado ese nivel sacral y eterno (nacimiento y muerte), para destacar el sentido de la vida, expresada en la Mujer, y de esa forma ha presentado al Dragón como Enemigo de Dios: Leviatán o Tannín, monstruo de las aguas amenazadoras, Hidra de siete cabezas, que Yahvé derrotó para fundar la historia buena (cf. Is 27, 1; Sal 74, 13; 91, 13; Job 7, 12; 26, 13). Nuestro texto le define, partiendo de Gen 3, como "serpiente antigua, que se llama Diablo o Satanás, aquel que engaña a todo el universo" (Ap 12, 9). Así se define, como principio de mentira y muerte (cf. Jn 8, 44), que no viene directamente de Dios sino que brota de la misma historia de la humanidad.
Se dirá que seguimos en el mito y es cierto: Ap 12 1-5 emplea un lenguaje cifrado de señales pues quiere decir lo indecible y mostrar lo indemostrable: el origen positivo de la vida (Mujer), la envidia violenta de la muerte (Dragón). En una primera perspectiva, parece que el Dragón forma parte de la estructura de bi-valente de la realidad, interpretada en sentido teológico o antropológico. En sentido teológico, el Dragón empieza siendo un "momento" de Dios, un elemento de su misma estructura conflictiva. En sentido antropológico, el Dragón pertenece a la misma conflictividad existencial de la vida huma: a la envidia o deseo de muerte que llevamos con nosotros.
Pues bien, ahora se rompe esa estructura dual, de manera que Dios aparece sólo como ser divino y el hombre como humano, en la historia. Por un lado, Dios debe mostrarse divino, ser de de pura claridad, amor gratuito y triunfador; por eso debe expulsar de sí mismo los "rasgos de Dragón", es decir, de envidia y muerte, como vendrá al mostrarse al fin del drama, cuando el Dragón sea vencido para siempre, derrotado y arrojado al estanque de fuego y azufre, por los siglos de los siglos (cf. Ap 21, 10). Por otro lado, integrados en el mismo proceso de revelación de Dios, los humanos mostrarán también su humanidad completa, venciendo y destruyendo al Dragón que llevan dentro de sí, en proceso que conduce a las bodas finales de la Mujer-Novia y el Cordero degollado (Ap 21-22) .
Evidentemente, el Apocalipsis no responde a las preguntas finales que nosotros podemos plantearle en línea teológica (¿cómo se separa el Dragón de Dios?) y antropológica (¿cómo vencemos al Dragón interior que llevamos dentro?). Pero hace algo más hondo, mucho más importante: va señalando los poderes del Dragón dentro de la historia y sociedad y nos enseña a superarlos. Si preguntamos )dónde está? responde mostrándonos la fuerza destructora de las Bestias y la Prostituta de la historia (Ap 13; 17-18), que se expresan y encarnan en unos poderes sociales concretos, opuestos al don de la Madre, a la entrega del Cristo Cordero (cf. Ap 5), sobre todo, al amor definitivo de las Bodas .
El mismo texto nos muestra, sin necesidad de esfuerzos exegéticos, que el signo del Dragón (y el de la Madre) vienen a expresarse en nuestra propia vida social, en la trama y riesgo de la historia. Precisamente los signos celestes de Ap 12, 1-3, que parecían sacarnos de la tierra y de la historia, nos introducen más poderosamente en el misterio y responsabilidad de esa historia donde se juega y decide (define) nuestra vida. Hemos hablado de la metamorfosis de la Mujer: ella se transforma y puede (debe) convertirse, venciendo la prueba del Dragón y de sus Bestias, en Novia del Cordero divino, mujer de amor. El Dragón, en cambio, no puede tener metamorfosis buena: ciertamente, toma la figura de las Bestias (Ap 13) y revela su poder por medio de la Prostituta (Ap 17), en gesto social de perversión; pero todos se encuentra condenados a morir por siempre: caerá la Prostituta, el Cordero "cazara" a las Bestias y Dios mismo expulsará al Dragón por siempre del espacio y tiempo de la vida .
Al referirse a los poderes enemigos de la vida humana, el Apocalipsis no habla en principio de personas, sino de estructuras o instituciones sociales: ni el Dragón tiene que ser una persona, ni tampoco las Bestias o la Prostituta. Por eso, cuando más tarde (Ap 19-20) le mande al infierno o condene, el texto no alude a la condena de personas en concreto, ni siquiera de los emperadores de Roma. En contra de eso, la misma dinámica del Apocalipsis presenta a los poderes positivos en forma de personas: Dios existe en sí, el Cordero sacrificado es Jesús... Desde ese fondo se puede añadir que la Mujer es más que signo de la humanidad, de Israel y de la Iglesia, tomando formas personales, por ejemplo en la Madre de Jesús. Sólo en esa perspectiva podemos hablar de una mariología personal en el fondo de los textos que iremos comentando. Esta es una de las grandes diferencias entre el mal y el bien: el bien, que se expresa también por instituciones, se concreta y encarna en personas; por el contrario, el mal está expresado de manera preferente por instituciones, de manera que no puede encarnarse (al menos en perspectiva de Apocalipsis) en unas personas concretas a las que pudiéramos echar la culpa y condenar al infierno.
4 SENTIDO: PRINCIPIO DE LA TRAMA (AP 12, 5).
Ap 12, 5 ha roto ya el posible equilibrio anterior entre Mujer y Dragón, alumbramiento y muerte, superando así el esquema de eterno retorno de la sacralidad y llevándonos, desde el tiempo mítico de los signos en cuanto tales, a la experiencia israelita de la intervención creadora de Dios en la historia. En esta perspectiva se ilumina poderosamente el tema, de manera que el mito se vuelve matriz de un pensamiento histórico y social, vinculado al camino creador de la humanidad:
1. La Mujer dio a luz a un Hijo que fue raptado hacia Dios y hacia su Trono... (Ap 12, 5). El mito del tiempo cíclico supone que el Hijo ha de ser para el Dragón: debe nacer para morir (ser devorado) y renacer de nuevo, en giro sacral que no acaba, porque siempre retorna lo que ha sido. Pues bien, el texto rompe ese equilibro circular, introduciendo en escena la figura de un Dios superior antes oculto: el Hijo ha nacido de la Mujer amenazada por el Dragón (no conocíamos al padre), pero Dios lo ha "raptado", arrancándolo de las fauces del Dragón, para elevarlo hasta su Trono, dándole así el poder verdadero. De esa forma, Dios viene a mostrarse en verdad como Padre final, plenitud de todo lo que existe. El Dragón, que podemos entender como "sistema de muerte" (poder que crece alimentándose de otros), se ha visto frustrado: es un monstruo o sistema fracasado; el humano no es por tanto un "ser para la muerte", sino para la vida de Dios.
2. El Hijo ha de pastorear a los pueblos con vara de hierro... (Ap 12, 5b, con imagen de Sal 2, 9; cf. Ap 2, 26-27; 19, 15). Conforme al Salmo 2, el Rey mesiánico se encuentra rodeado de pueblos enemigos que amenazan con matarle; pero él se eleva sobre el Monte Sión, con la ayuda de Dios (su Padre), para hacerse rey universal y gobernar (=pastorear) de esa manera a todos los pueblos "con vara de hierro", esto es, con gran fuerza, de modo que nadie podrá ya vencerle. Para el Apocalipsis, este Rey mesiánico es el Hijo nacido, que, dejándose matar como Cordero (cf. Ap 5), vencerá al Dragón enemigo de su Madre, para convertirse en novio-esposo de esa misma madre, convertida al fin en Novia (cf. Ap 21-22). Pero no adelantemos temas: por ahora nos basta con saber que la victoria final de la Vida está vinculada al nacimiento y triunfo del Hijo, que asume el dolor de su Madre y la defiende, destruyendo al Dragón enemigo.
De pronto, tras el nacimiento y rapto del Hijo (Ap 12, 5), cambia el escenario y la Madre tiene que escaparse del cielo, huyendo al desierto, donde el mismo Dios la guía y alimenta (Ap 12, 6). De esa forma pasamos de la Madre celeste a la Madre-Mujer perseguida, dentro de la historia, introduciéndonos de forma mucho más concreta en la trama de la historia. Los signos celestes (Mujer y Dragón) quedan en un segundo plano y se vuelve dominante el relato profético, de tipo apocalíptico y mesiánico.