El lunes se firma una enésima paz, y temo que sea ineficaz Tres milenios sin paz en Palestina, tres temas pendientes: migración, revolución, imposición

El lunes se firma una enésima paz, y temo que sea ineficaz. Algo podría hablar del tema actual, pero conozco mejor la situación de hace 3000 años (hacia el 1000 a,C.) y puedo escribir sobre ella con un poco de autoridad, evocando los tres problemas sin respuesta, lo mismo en el si X a. C, que en é XXI d.C. Perdonen mi atrevimiento. Tras 50 años pensando sobre el tema pienso que algo puedo opinar. Me ha influido mucho el libro de N. Gottwald SJ (1926.2022) de USA sobre las Tribus de Yahvé.
| X. Pikaza

El lunes se firma una enésima paz y temo que sea ineficaz. Algo podría hablar de ella, pero conozco mejor la situación de hace 3000 años, (hacia el 1000 a,C.) y puedo escribir sobre ella con un poco más autoridad, evocando los tres problemas sin respuesta, casi lo mismo en el siglo X a.C, que en éste XXI d.C. Perdonen mi atrevimiento. Tras 50 años pensando sobre el tema pienso que algo puedo opinar. Me ha influido mucho el libro de N. Gottwald SJ de Usa sobre las Tribus de Yahvé.
Una historia parecida a otras
La “conquista” y establecimiento de Israel en Palestina, desde el éxodo de Egipto por el Mar Rojo (Ex 1-15), hasta las guerras de David en Jerusalén y Palestina (2 Samuel) puede compararse con migraciones y epopeyas de otros pueblos antiguos, en línea de esperanza y paz, pero llena de guerras ambiguas donde se mezclan bendición de Dios y batallas de los hombres, como iremos indicando en lo que sigue, sin ocultar sus sombras, con el velado genocidio de cananeos/palestinos.
Los hebreos fueron a conquistar Palestina hace 3.000, pero allí había buenas gentes (los cananeos) y otros también que venían del Norte (los filisterios) vinieron por el mismo tiempo con intenciones y argumentos (buen hierro, buenos soldados) con deseos de conquistar la misma tierra, asentándose en el entorno de Gaza.
El AT (libro de los hebreos/judíos conquistadres de parte de Palestina, entre Siquem y Jerusalén) puede titularse Libro de las guerras de Yahvé (Núm 21,14), Dios guerrero que empezó conquistando la tierra de Israel a través de una serie de pactos y guerras de tribus de Israel, que suelen interpretarse en la línea de tres hipótesis, es decir, de tres problemas.:
– Emigración. Contra la hipótesis anterior se elevan datos de carácter religioso, arqueológico y exegético que nos llevan a pensar que los israelitas se instalaron en Palestina poco a poco, como emigrantes pacíficos que fueron creciendo hasta que llegó un momento en que se hicieron más fuertes que los “autóctonos” y se establecieron como dueños de la tierra, no sólo por guerra sino por mestizaje y pactos de coexistencia. Llegaban como nómadas (semi-nómadas) de los desiertos de Siria, Sinaí y la estepa trans-jordana y se hicieron “árbitros” del conjunto social, en pacto o guerra intermitente con otros pueblos también fuertes del entorno (fenicios, filisteos, sirios, moabitas e idumeos).
Algunos escapaban de la esclavitud de Egipto, otros venían por razones económico-sociales, en busca de una tierra donde vivir en “relativa” libertad. Iban llegando en oleadas intermitentes, del XVI al XI a.C., para establecerse de manera en parte pactada en parte de ocupación pacífica en las zonas montañosas de Jude, Samaria, Galaad o la alta Galilea, regiones poco habitadas, instalándose allí, en proceso de sedentarización que les puso en contacto con las ciudades cananeas de la zona costera y los bajos valles palestinos.

El proceso parece haber sido básicamente pacífico. Los cananeos controlaban las rutas comerciales y el poder militar, manteniendo bajo vigilancia a pastores y agricultores. Pero en un momento dado, desde el siglo XI-X a. C., la. balanza del poder se fue inclinando hacia el lado de los agricultores/pastores (pre-) israelitas, a quienes impulsaba además su experiencia religiosa, vinculada al Dios de sus antepasados (pastores y guerreros) y su vida más austera, mientras las ciudades cananeas, arrastradas por la decadencia del imperio egipcio, que ejercía sobre ellas un protectorado colonial, fueron decayendo, pues no tenían fuerzas para oponerse al avance religioso-social de las tribus israelitas, que las fueron absorbiendo, en pequeñas guerras o de un modo pacífico.
– Revolución social y guerra civil. En aquel tiempo los pastores, más que nómadas, capaces de realizar grandes travesías por el desierto, eran trashumantes, moviéndose en un círculo más pequeño y constante de tierra entre la estepa y las tierras de cultivo, como sucedía en otras partes de la cuenca del Mediterráneo. Antes del XIII a.C. (domesticación del camello, razias madianitas) no parece que hubiera invasiones de nómadas lejanos que tomaron posesión de Palestina.
Por otra parte, proto-israelitas en conjubto no eran grandes tribus de nómadas que, habiendo crecido en número, ocuparon el vacío de poder de las ciudades cananeas, sino qu muchos de ellos estaban afincados desde antiguo en el entorno y desde allí pudieron ir apoderándose de la tierra de Canaán a través de una revolución popular que transformó la estructura social del conjunto de la población, a través de mestizaje cultural, social y religioso, con un tipo de guerra civil incluida
-Imposición violenta, guerra de Conquista
– Invasión violenta. Toma como base los datos teologizados de la primera parte del libro de Josué (Jos 1-12 donde se supone que el pueblo, crecido de antemano bajo la opresión de Egipto, va madurado a la vida en lucha, en intensas travesías de desierto, acercándose a los vados del Jordán, como un conjunto organizado, ejército de doce tribus, conquistando por las armas Palestina en tres campañas militares, dirigidas por Josué, aniquilando a los vencidos (sin dejar en vida a ninguno, por prescripción de su dios terrible de la guerra, y repartiendo entre los vencedores la tierra desierta de enemigos (Jos 13-22).
En este contexto se utiliza, en forma de confesión de fe la terrible definición de Dios como “terror de Isaac” (Gen 31, 42); pues el mismo Isaac, a quien su padre Abraham debía haber sacrificado, según la “akedah” de Gen 22, se convierte en durísimo guerrero que sacrifica en guerra a todos los enemigo, hombre, mujeres y niños[1].
Esta perspectiva, desarrollada por la escuela del Deuteronomio y asumida por algunos historiadores y arqueólogos modernos, sobre todo norteamericanos, supone una visión dualista y destructiva de la guerra: Unos pueblos serán eran buenos, y otros, malos; por eso fue necesaria una política de guerra y tierra quemada frente a los perversos, como en la política actual de algunos estados que se creen llamados por un Dios de guerra para expulsar/matar a los “salvajes” indígenas anteriores.
La hipótesis de la conquista suponía que los israelitas formaban ya un pueblo unitario de nómadas militarizados, que tomaron la tierra de Canaán por guerra, viniendo de fuera. En contra de eso, la hipótesis de la migración supone que los israelitas eran trashumantes pacíficos que fueron entrando en Canaán, hasta crecer y adueñarse de las ciudades de la tierra, que habían perdido el poder antiguo, bajo protectorado egipcio (como muestran las cartas diplomáticas del XIV-XII aC., conservadas en Tell Amarna Egipto).
Entre esos proto-israelitas había nómadas estrictamente dichos, pastores trashumantes y campesinos marginales que habitaban en la zona montañosa; otros eran siervos de señores feudales cananeos, aparceros de sus latifundios ymercenarios diestros, habiru, ladrones e caminos y campesinos turbulentos que amenazan el frágil equilibrio feudal de las ciudades egipcias de Canaán, con proletarios militares y otros habitantes dislocadas, que no se habían constituido todavía como pueblo.
De un modo especial influyen los campesinos libres de la zona montañosa central de Palestina donde no había logrado imponerse el poder feudal de las ciudades bajo dominio egipcio. Unos mismos intereses económicos y un tipo parecido de costumbres y creencias les fue vinculando hasta formar el grupo social más significativo de de la tierra. También influyen en el surgimiento de Israel algunos fugitivos de Egipto, representados, quizá, por grupos de levitas y/o antepasados de los benjaminitas y efraimitas, portadores de una ideología sagrada de fuerte libertad.
Una epopeya divina, con ayuda del mar
Los hebreos conquistadores conservan el recuerdo de la esclavitud a que se habían visto sometidos en (o bajo poder de ) Egipto (Ex 1) con la pretensión de que Dios mismo les sostiene en su camino (cf. Ex 3, 7-8), con el recuerdo (muy elaborado) de una intervención salvadora en el paso del Mar Rojo, venciendo así a los cananeos o palestinos anteriores, hasta aniquilarnos a todos en el mar, hundiéndolos en el océano del mar Rojo o del Mediterráneo:
Yahvé retiró el mar con un recio viento solano que sopló toda la noche. A la vigilia de la mañana miró Yahvé el campamento de los egipcios... y conturbó su campamento: agarrotó las ruedas de sus carros, haciéndolos avanzar pesadamente, y los egipcios dijeron: huyamos...15.
Ese recuerdo, repetido y celebrado como memoria básica por los descendientes de aquellos que se sintieron liberados de Egipto, constituye la base de la lucha de liberación de los hebreos, el principio de constitución del nuevo pueblo de Yahvé, con su “derecho sagrado” sobre los cananeos/palestinos y de adueñarse en nombre de un Dios de libertad la tierra “prometida”, que ellos interpretaban como propia. El recuerdo histórico y/o teológico del paso del Mar Rojo, con el terror de Yahvé, la crecida del agua, los carros del ejército enemigo que no pueden maniobrar en un espacio pantanoso son un elemento constante en las batallas de los “voluntarios” de Israel contra, egipcios o cananeos, con carros de guerra y ejércitos profesionales.
Revolución social, ejercito del pueblo, pacto de conquista
Israel se formó, según eso, a partir de unos habiru (mercenarios desclasados), campesinos trashumantes, fugitivos de Egipto, que se fueron vinculando en conjuntos tribales, unidos por consanguinidad y oposición al sistema feudal de las ciudades cananeas (o de Egipto), creando una comunidad (=federación) de tribus, no imperial, pero bien cohesionada en clave económica, social y religiosa.
Las tribus formaron, según eso, una sociedad igualitaria, pero sin estado central, a diferencia de los estados cananeos (bajo “protectorado” Egipcio), dirigidos por un rey y por una clase superior sacralizada con vínculos divinos. Pues bien, las nuevas tribus de Israel, opuestas al imperio militar egipcio, se vincularon ante su Yahvé, su Dios, conforme a un pacto que les obligaba a destruir el sistema imperial, militar y religioso de cananeos y egipcios:
- Cuando marche mi ángel ante ti y te introduzca
- en la tierra del amorreo, del hitita y ferezeo...
- no adores a sus dioses ni les sirvas, ni fabriques
- lugares de culto como los suyos,
- sino que los destruirás; derribarás sus piedras sagradas…Ex 23, 23-24).
Las palabras del texto anterior forman parte de un pacto de conquista, constitución sacral y/o social del pueblo (cf. Ex 34,10-11; Jc 2,1-5; Dt 7 y 20), instituido probablemente en Gilgal, santuario central israelita, cercano a Jericó, que vinculaba a los federados de Yahvé, que se comprometieron a luchar contra los cananeos, destruyéndolos en guerra y destruyendo su sistema socio-religioso, matando a los antiguos señores de la tierra. Esta era la hipótesis de N Lohfink, nuestro profesor de Roma17
Los israelitas no mataban uno a uno a todos los cananeos, ni arrasaron sus ciudades, como dirá la teología oficial Dtr (deuteronomista), sino que se opusieron básicamente contra la oligarquía cananea y destruyeron, en guerra sagrada, sus signos de opresión, ligados al rey y al culto de sus dioses De todas formas, mirada desde nuestra perspectiva, la conquista israelita de Canaán pudo tener aires de genocidio, como en las conquistas de entonces, un genocidio avalado “pacto de Gilgal”, círculo de las doces piedras sagradas, junto a los vados inferiores del Jordán, cerca de Jericó:
Cumple lo que yo te mando y arrojaré de ante tu faz al amorreo, cananeo, hitita, fereceo, jebeo y jebuseo. No hagas alianza con los habitantes del país donde entrarás, porque serían un lazo para ti. Derribarás sus altares… Ni tomarás a sus hijas por mujeres de tus hijos, pues cuando se prostituyan con sus dioses, prostituirán a tus hijos (Ex 34, 10-16).

Para conquistar guerra hay que m conquista y “genocidio
Conforme al pacto de la conquista y tierra son de Dios y el derecho de Dios es lo primero. Por eso, los israelitas deben arrojar o aniquilar a los antiguos habitantes, en gesto religioso: "para que no te prostituyas", para que no te contamines con la idolatría de esos pueblos. Por eso, "drribarás sus altares, destrozarás sus piedras santas, talarás sus árboles sagrados". El Dios de esta guerra es celoso y fiero: “A los habitantes del país los pondré en tus manos y tú los echarás de tu presencia” (cf. Ex 23, 30-33; Dt 7, 1-6).
Dios aniquila, por su ángel destructor, a los dueños anteriores de la tierra, pues los no israelitas, enemigos de Dios, no tienen derecho a la vida y propiedad en Palestina. El mismo Yahvé liberador, santo y celoso, que había sacado a los cautivos (hebreos) de Egipto, justifica y promueve la muerte de sus adversarios.
Varios textos antiguos, internamente vinculados (Ex 23,20-33; 34,10-16; Dt 7 y 20; Jc 2,1-5) presentan la conquista de la tierra en ese contexto de pacto guerrero que incluye dos cláusulas correlativas:
1) De parte de Dios, una promesa: ´´Dios introducirá al pueblo en la tierra y ellos, los israelitas, la conquistarán manu militari: Dios promete su ayuda a los israelitas sin condición previa y asegura que Israel podrá ser dueño de todo Palestina.
2) De parte de Israel: compromiso de cumplir los mandatos de Dios y a matar (destruir) a los cananeos, que son los habitantes no judíos de la tierra. Esta segunda obligación tiene un aspecto o fundamento religioso:”Para que no os contaminen con su idolatría” (Cf. N. Lohfink, Das Hauptgebot, 172 ss).
Una primera versión de ese pacto aparece en Ex 34,10-16: “Yo voy a hacer contigo un pacto... Cumple lo que hoy te mando y yo arrojaré de ante tu faz al amorreo, cananeo, hitita, fereceo, hebeo y jebuseo. No hagas alianza con los habitantes del país donde vas a entrar, porque sería un lazo para ti. Derribarás sus altares, destrozarás sus estelas, talarás sus árboles sagrados... Ni tomes a sus hijas por mujeres para tus hijos, pues cuando sus hijas se prostituyen con sus dioses, prostituirán a tus hijos con sus dioses”
El pueblo de Israel se considera, por ley sagrada, dueño de la tierra de Palestina y por eso puede arrojar o destruir a sus antiguos habitantes, según su le sagrado «para que no te prostituyas, es decir, para que no te contaminen con su idolatría», es decir, para que no seas como los cananeos.
Este pasaje nos sitúa ante de una persecución estrictamente religiosa, de tipo genocida: derribarás sus altares, destrozarás sus estelas, talarás sus árboles sagrados. Los antiguos cananeos son privados de toda base social y sacral, sin posibilidad de ejercer su culto, de vivir conforme a su cultura. Más aún, desde el momento en que religión y cultura van unidas, la exigencia de persecución se traduce en rechazo de todo contacto humano, en un verdadero genocidio:
He aquí que envío un ángel ante ti, para que te defienda en el camino y te haga entrar en el lugar que te he dispuesto. Acátale, escucha su voz, no le resistas, pues no perdonará tu rebelión... Si escuchas su voz y haces cuanto yo te diga, seré enemigo de tus enemigos y oprimiré a quienes te opriman.
Mi ángel irá delante de ti y te introducirá en la tierra del amorreo, del hitita y pereceo, del cananeo, jeveo y jebuseo a quienes yo exterminaré. No adores entonces a sus dioses ni les sirvas, no fabriques lugares de culto como los suyos. Al contrario, destruirás y derribarás sus piedras sagradas... Los habitantes del país los pondré en tus manos y tú los echarás de tu presencia. No harás alianza con ellos ni con sus dioses y no les dejarás habitar en tu país, no sea que te arrastren a pecar contra mí, adorando a sus dioses, que serán para ti una trampa (cf. Ex 23,20-33).
Dios aniquila a los antiguos dueños de la tierra, la guerra de conquista es guerra santa; Dios la dirige y por lo tanto son malvados o enemigos de Dios los que se oponen a Israel en su proyecto, pues carecen de derecho a la existencia. La persecución y expulsión (aniquilación) de los cananeos) se concibe no sólo como derecho, sino como obligación cultural y religiosa: “para que no te contaminen, para que no seas como ellos”. Esta persecución y genocidio se concreta en forma de conquista de una tierra ajena, por la aniquilación o expulsión de sus antiguos habitantes.
Expulsar a otros, para quedarnos nosotros
Los mismos israelitas que habían salido de Egipto buscando libertad se conciben ahora como mensajeros del Dios de la libertad, y en nombre de ese Dios se arrogan el derecho (patente de corso) deber de exterminar a los cananeos, como enemigos de Dios y de la libertad Para que no exista duda en la exigencia de esa ley de guerra y conquista nos fijamos en el texto paralelo del Deuteronomio:
Cuando el Señor, tu Dios, te introduzca en la tierra... y expulse a tu llegada a pueblos más grandes que tú -el hitita, girgasita, etc.-, cuando el Señor, tu Dios, los entregue en tu poder y tú los venzas, los consagrarás sin remisión al exterminio. No pactarás con ellos ni les tendrás piedad... Demolerás sus altares, destruirás sus estelas... quemarás sus imágenes. Porque tú eres un pueblo consagrado al Señor, tu Dios; él te eligió para que fueras, entre todos los pueblos de la tierra, el pueblo de su propiedad “ (Dt 7,1-6; Cf. 7,17-26).
Los cananeo aparecen como enemigos de Dios, indignos de existir sobre una tierra que Dios ha dado a Israel. La persecución es total; no se limita a no pactar, o no casarse con cananeos, sino que implica una lucha de exterminio. Como razón se pone el hecho de que Israel es pueblo santo, y libre que habita en cercanía de Dios y no se puede marchar con las costumbres religiosas de los antiguos habitantes de la tierra.
El descubrimiento de la identidad sagrada de Israel (pueblo elegido) ha suscitado una reacción correlativa de rechazo por la que se niega el derecho de la vida a quienes tienen la culpa de haber nacido diferentes, de haber habitado desde tiempos remotos anterior en una tierra que los israelitas se atribuyen como propia, por el pretendido derecho de un Dios de libertad convertido en opresión.
Un derecho como el precedente debería haber suscitado una actitud universal de ocupación y exterminio; los israelitas deberían haber conquistado toda su pretendida tierra, desde el norte de Siria (paso de Hamat, junto al Éufrates,) hasta el torrente de Egipto (más allá de Gaza, desde el gran Mar Mediterráneo, hasta el mar de Oriente, Mar Muerto) (Cf. Gen 28, 13-14¸Ex 23, 31).
Fuera de esos límites los habitantes de la tierra tenían el derecho a la vida y desarrollo de su propia religión, aún en el caso de caer bajo el dominio militar de los israelitas, como establece Dt 20,10-18, distinguiendo entre las ciudades de la tierra prometida (sus habitantes han de ser exterminados) y las ciudades de otros pueblos remotos (a los que se respeta la vida).
Aplicación del Deuteronomio. Una nueva ley para justificar lo hecho
La escuela del Deuteronomio es responsable no sólo de la redacción del libro de su nombre (Dt) sino también de los libros que han narrado de forma unitaria la historia de Israel hasta el exilio (de Josué a 2 Reyes). En todos ellos se mantiene como norma y presupuesto la expulsión o exterminio de los antiguos cananeos o palestinos, autóctonos de la tierra de Israel. La derrota y destrucción (expulsión) es un presupuesto constante de la “ley de Dios”:
“Harás lo que el Señor, tu Dios, aprueba y de esa forma te irá bien, entrarás y tomarás posesión de esa tierra buena que prometió el Señor a tus padres, arrojando ante ti a todos tus enemigos” (Dt 6,18). “Si ponéis por obra los preceptos que yo os mando... El Señor irá por delante, expulsando a esos pueblos más grandes y fuertes que vosotros...” (Dt 11,22-23). (Cf. Dt 12,29; 19, 1 etc.).
Lo que es bendición de Dios y vida de abundancia para Israel, supone destrucción y muerte para los cananeos. El esquema subyacente no es de tolerancia y colaboración mutua sino de enfrentamiento, lucha social y exterminio de los enemigos. Para que uno viva tiene que morir el otro. Lógico será que se le mate y le persiga[2]
Desde esta perspectiva teológica ha redactado el autor de Josué, perteneciente a la escuela del Deuteronomio (Dtr), la historia “canónica” de la entrada de Israel y la conquista en de la tierra prometida. Con recuerdos de las tribus de Efraín y Benjamín, tradiciones de Josué y con “espíritu exigente del pacto o ley de conquista”, han trazado los autores deuteronomistas las líneas básicas de una historia rápida y triunfal de la conquista israelita de Palestina, que siguen tomando como normativa muchos judíos sionistas actuales (2025), no todos los judío.
La toma simbólica de Jericó, que no ha sido atestiguada a partir de los testimonios arqueológicos, se convierte en paradigma de toda la conquista. Ordenados en ritmo sagrado, presididos por el arca de Yahvé, los israelitas se apoderan “milagrosamente” de la ciudad fortificada de Jericó, una de las ciudades más importantes de la hostoria mundial y mataron como manda la ley a todos sus habitantes:
Sonaron las trompetas. Al oír el toque lanzaron el alarido de guerra. Las murallas es desplomaron y el ejército dio el asalto a la ciudad, cada uno desde su puesto, y la conquistaron. Consagraron al anatema (o exterminio) todo lo que había dentro: hombres y mujeres, muchachos y ancianos, vacas, ovejas y burros, todo lo pasaron a cuchillo (Jos 6, 20-21).
Por si fuera poco y para mostrar la exigencia de cumplir esa ley de conquista se narra el caso de Acán y su exterminio: Fue condenado con toda su familia por haberse apropiado en la conquista de un objeto que debía ser exclusivo de Yahvé (Jos 7). Se sabía que no todos los cananeos habían sido exterminados: era fácil encontrarse con los restos de los antiguos pobladores de la tierra de Israel hasta tiempos más recientes. Para explicar este dato, que estaba en clara contradicción con los principios del exterminio de los cananeos o palestinos, tiene que acudirse a razones excepcionales, como en el caso de Gabaón (Jos 9). Pero, cuando las cosas marchaban bien, cuando los israelitas cumplían el mandato de Dios y eran fieles a su promesa tiene que aniquilan a los habitantes de la tierra (cf. Jos 8).
Conclusiones. La historia expuesta en las observaciones precedentes resulta tan diáfana y clara que no requiere conclusiones. Sin embargo, con el fin de situar estos datos en un contexto más amplio, añadiré tres observaciones
a) Debemos estudiar bien la historia, teniendo en cuenta las tres hipótesis que hemos presentado al principio de estas reflexiones: Invasión pacífica, revolución social, conquista militar. Pueden vincularse elementos de las tres hipótesis, situando la invasión o surgimiento de Israel en Palestina dentro de la historia de migraciones y conquistas de la mayoría de los pueblos de la tierra Así emigraron e invadieron tierra griegos y latinos, celtas y germanos, árabes, hispanos, anglosajones y rusos. Pero en esa línea tampoco podemos “sacralizar” y absolutizar la conquistar antigua o moderna de Israel en Palestina.
- b) Israel no fue mejor (ni peor) que otros pueblos antiguos o modernosRn ese contexto, debemos seguir afirmando que los israelitas han sido y siguen siendo un pueblo importante, excepcional, en sus victorias y sus derrotas, de tal manera que se les ha acusado y se les puede seguir acusando de haber tomado a o otros pueblos como inferiores. En ese contexto se debe entender la novedad de Jesús, que ha sido y sigue siendo un judío/israelita radical Según el evangelio, Jesús no ha querido matar a los cananeos ni a los romanos para proteger la religión de los hebreos, sino amarles y ayudarles para que de esa forma puedan descubrir la novedad y valor del evangelio universal de Dios. Lo que puede salvar la identidad de un pueblo no es matar al enemigo ni perseguir al adversario, sino abrirse al diálogo humano, cultural y religioso entre .
- c) La biblia judía contiene una crítica interna, es decir, una anti-lectura de esa visión violenta de la conquista, empezando por Amós y Oseas y siguiendo por Isaías II-III (40-65), por Jeremías y Ezequiel. No creo que haya existido ni exista en el mundo ningún pueblo que hara realizado una autocrítica mayor que el pueblo judío. Esto es algo que no se aplica sólo a Jesús, a Pablo y a los primeros cristianos, sino a cientos y miles (millones) de judíos que han sido y siguen siendo testigos de comunión y diálogo pacífico entre todos los pueblos. Los caminos de conquista violenta y de persecución contra el adversario social y religioso han sido superados por el Cristo judío, fundador del cristianismo. Pero muchas veces la iglesia de Jesús no ha sabido asimilar la lección de su maestro, volviendo a recaer en las posturas del peor Israel. Por eso ha perseguido más de una vez al adversario, ha condenado -en razón de una pureza de la fe mal entendida- a los que piensan de una forma diferente.
NOTAS
[1] Cf. A. Torres Queiruga, Del Terror de Isaac al Abba de Jesús, Verbo Divino, Estella 1999.
15 Cf. M. Noth, Exodus, ATD, 5, Göttingen, 1968, 80-95; J. Plastaras, Il Dio dell’Esodo, Marietti, Torino, 1976, 118-121.
17 Cf. N. Lohfink, Das Hauptgebot, AnBib, 20, Roma, 1963.
[2] G. G. Von Rad, Der Heilige Krieg im Alten Israel, Zwingli, Zürich 1991, 68-69.
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