(Papas 7) Vuestra casa quedará desierta, lleno de Dios el mundo

No se trata de derribar con violencia los muros,
pues tampoco Jesús destruyó físicamente el viejo templo (lo saquearon y quemaron más tarde, de formas diversas, los celotas y legionarios, que luchaban entre sí por el control del sistema). Pero Jesús y la mayoría de los grupos cristianos lo habían abandonado ya (como supone el evangelio de Marcos, lo mismo que Mt 23, 37-39), antes de que ardiera en las llamas de la guerra, pues habían descubierto y edificado otra casa de fraternidad (la iglesia), en el campo extenso de la vida, sin necesidad de instituciones legales y sacrales.
También nosotros debemos abandonar un tipo de Vaticano actual y debemos hacerlo por amor, sin agresividad, sin lucha externa, con ternura y gratitud, con gran pena, por lo que ha sido. Debemos abandonarlo precisamente ahora, cuando parece que se eleva triunfante, con grande hojas, como la higuera de Israel (Mc 11, 13), para situar las tiendas de campaña de la iglesia de Jesús (cf. Jn 1, 14) en el ancho camino de la vida, buscando con otros hombres y mujeres el surgimiento de un servicio de unidad distinto, que represente a los pobres de Dios. Entonces podremos apelar de nuevo a las llaves de Pedro, como signo de potestad e infalibilidad evangélica.
No buscamos incendios ni guerra, ni que el templo vaticano arda y acabe, con archivos y museos,
con documentos de curia y curiales, con su banco y su pequeña guardia de suizos, sus cardenales, obispos y monseñores y/o funcionarios de segundo grado. Pero queremos que pierda su función (que se disuelva), mientras la iglesia verdadera emerge y crece en otro espacio, donde comienzan ya a juntarse los discípulos de Jesús. Algunos, sienten mucha prisa: les gustaría que llegaran nuevos romanos (como el año 70 d. C.), quemando el Vaticano, de manera que sólo quedara una “zona cero” de ruinas con la memoria de Pedro. Otros, más escépticos, sostienen que debe acabar no sólo el Vaticano, sino también la iglesia, pues todo en ella es folklore y sistema de dominación... Nosotros queremos que el Vaticano se mantenga como testimonio de una historia pasada, pero que la iglesia realice de un modo diferentes su tarea de evangelio al servicio del conjunto de la humanidad.
En esa línea, queremos sacar a la iglesia fuera del sistema de los trece poderes del Vaticano que hemos visto en los días anteriores, no porque ellos sean perversos, ni sus portadores inmorales (¡que no lo son!), sino porque expresan un poder sagrado y no responden ya a la autoridad del evangelio, en la línea de Pedro.
Esos trece poderes son lógicos y han sido quizá necesarios, en una línea de unificación sagrada de la religión. Más aún, ellos constituyen un monumento admirable de sabiduría jurídica, en perspectiva romana y helenista, pero han cumplido su función, ya no responden a la novedad del evangelio ni a los problemas actuales de la humanidad.
Es posible (quizá conveniente) que algunas de las estructuras del Vaticano actual continúen existiendo por un tiempo.
Más aún, queremos que la reconstrucción eclesial (y papal) se realice sin invasiones y guerras o rupturas interiores, como solía suceder en el pasado, sino en diálogo de amor.
Pero es evidente que habrá tensiones, como indicarán los apartados que siguen, pues el anuncio de evangelio, que las mujeres han de trasmitir a Pedro (cf. Mc 16, 1-8), resulta inseparable de una fuerte denuncia, dirigida contra aquellos que parecen monopolizar la herencia cristiana. Pero esta será una denuncia de amor y ternura (retomando evangélicamente los temas de Mt 23).
Suponemos que las críticas de Jesús en Mt 23 van dirigidas en contra un tipo de cristianos, no contra judíos que se hallaban fuera de la iglesia. Las grandes «novelas papales» de hace un siglo (V. SOLOVIEV, El relato del Anticristo [1899], Scire, Barcelona 1999 y R. H. BENSON, El amo del mundo [1906], Gili, Barcelona 1956) anunciaban para este tiempo (comienzo del tercer milenio) un choque violentísimo entra el Papa (Vicario de Cristo) y los representantes del Anticristo, con un tipo de fin del mundo. En contra de eso, a pesar de la dureza extrema del tiempo en que vivimos, estamos convencidos de que el mundo seguirá y de que el papado se reformará en línea de evangelio, sin catástrofes ni guerras finales de la historia.
Queremos que caiga este tipo de Vaticano,para que el nuevo Pedro salga al ancho mundo, caminando, como el viejo Pedro...
-- que dejó Jerusalén, antes que ardiera, para buscar a los pobres de Jesús y recibir su aliento en todos los lugares de la tierra, siguiendo el camino de Pablo y de otros, que le precedieron
-- que volvió a dejar Antioquía, después de haber animado aquella iglesia en tiempos difíciles...
En el fondo, al fin de todo, nos da igual un tipo de caída o de otra... pues el tema no es caer, sino levantarse y caminar, para el nuevo mundo que se acerca, mundo de Dios, que nosotros queremos recorrer.
Queremos tener un Papa, por eso le queremos
disponible,
dialogante,
cercano
muy falible, para así mostrar la infalibilidad de Jesús...