Pentecostés, alegría de vivir. No estamos en una caverna

Los sabios y los sacerdotes
La religión se ha identificado a veces con el estamento de los sabios-sacerdotes, y en esa lína, que en la historia de la filosofía y del pensamiento occidental, se ha destacado dos figuras:
Platón, en su República habla de una Caverna donde seguimos metidos; no hemos salido aún de la gran caverna donde habitamos en sombras; sólo los sacerdotes nos ayudarían a ver la luz, a salir de la caverna. Es lógico que estos sacerdotes-guías se hayan tomado como portadores del gran poder se hayan podido tomar como manipuladores.
Nietzsche, en toda su obra y en especial en “Así hablo Zaratustra” supone que los sacerdotes siguen viviendo en cavernas, en pozas hediondas… La verdadera “religión” tiene que ser la superación de la caverna-poza, la vida al aire libre, la libertad
Evidentemente, las cosas son más complejas, pero es claro que esos dos grandes pensadores del comienzo y de la meta de occidente nos están diciendo algo sobre el riesgo y el valor de la religión, tal como ellos la ven representada por los sabios-sacerdotes (que no son sin más los obispos-presbíteros actuales, pero que se relacionan con ellos). En ese contexto quiero presentar una nota sobre el evangelio de Jesús como alegría, con un apéndice en el que ofrezco parte del capítulo de Nietzsche sobre los sacerdotes (par que los lectores que no tienen a mano el texto del Zaratustra puedan orientarse).
Jesús y la alegría. Religión para celebrar: gozo creyente.
La misma historia de Jesús aparece como fiesta: tiempo peculiar, cualificado, internamente rico de alegría, de sorpresa de reino y esperanza. Así puede presentarse como día de victoria de la gracia (cf. Lc 1, 74), día en que Cristo confiesa que Dios le ha enviado para proclamar el año de la remisión y fiesta de la vida sobre el mundo (cf . Lc 4, 18). Esta es la fiesta de Jesús: el día de la plena remisión, el año eterno del perdón, de la hermandad, de la esperanza.
La novedad del evangelio está precisamente en la capacidad de entusiasmo que Jesús ha suscitado, en la admiración de las gentes, en el gozo de los pobres, en la alegría de los humanos antes contristados. Ofreciendo alegría a los humanos: de esa forma aparece Jesús como humanos religioso. Por eso, su camino se ha expandido como un rosario de fiestas, de victoria sobre el diablo, de alegría y saciedad en la esperanza (cf. Mt 14, 13ss; 15, 32ss).
De un modo muy significativo, a la fiesta de Jesús han acudido los más pobres y perdidos, aquellos que no hallaban cabida en otras fiestas de la tierra, los que estaban sin cimiento en la palabra de la ley, los rechazados, marginados de la historia, los leprosos y prostitutas, los tullidos y los publicanos... Para todos ofrece Jesús su camino como tiempo de fiesta, campo de ilusión y de plegaria, de sorpresa, gratuidad y esperanza.
La muerte de Jesús no ha destruido la fuerza y sentido de esa fiesta sino todo lo contrario. Asumida en su raíz, esa fiesta ha desbordado y culminado allí donde los humanos quisieron silenciarla por la fuerza. Por fidelidad a Dios y por fundar la nueva vida en plenitud de los humanos, se ha entregado Jesús a la muerte. Así lo ha establecido cuando, despidiendo a sus discípulos, pronuncia sobre el pan y vino compartido las palabras de su fiesta: esto es mi cuerpo, esta es mi sangre, la sangre de la alianza derramada por vosotros (Mc 14, 22-6 par).
Estas palabras del pan y del vino arraigan la aventura de Jesús en la gran fiesta humana de la comida compartida, en el placer del encuentro, en el misterio de bodas de amor sobre la tierra. Surge así la eucaristía, el signo clave de la fiesta cristiana, actualizada de forma sacramental a lo largo de la historia. Precisamente en ella se explicita la más honda identidad del cristianismo: es la fiesta de la muerte salvadora de Jesús, la resurrección de la carne, el canto a la vida que nos hace empalmar con la experiencia de las religiones de la tierra. Los cristianos son ministros de esta fiesta de vida compartida y alabanza que se abre a todos los hombres y mujeres de la tierra.
El cristianismo (y toda religión) culmina de ese modo como fiesta. El hoy del reino de Dios, inaugurado por Jesús, se ha convertido en tiempo de victoria y de placer de vida. Superando las luchas y fracasos de la tierra, apenados por la amenaza del pecado y de la muerte, los cristianos saben que la vida es don de Dios, que la existencia es ante todo gracia y que ella puede convertirse en ámbito de encuentro gozoso y salvador para los creyentes.
La vida es por lo tanto institución celebrativa: los cristianos ya no tienen nada que hacer (en el sentido de conquistar) sobre la tierra, sino que han de vivir para ofrecer el testimonio de la gracia de Dios en Jesucristo, superando así la crítica de Nietzsche que decía:
"Ellos, los cristianos, soñaron en vivir como cadáveres... Quien vive cerca de ellos vive al lado de negros estanques... Sería preciso que me cantaran mejores canciones para que aprendiera a creer en su Salvador. Sería preciso que sus discípulos tuvieran un aire más de redimidos" (Así habló Zaratrustra, Parte II, De los sacerdotes).
Pues bien, en contra de Nietzsche, el cristianismo y las más hondas religiones de la historia culminan en la fiesta, en el placer de la vida compartida. Pero la celebración cristiana no se centra, como quería Nietzsche, en las figuras de Apolo y Dionisio (dioses griegos de belleza formal y ebriedad vital) sino en la vida entera y en la pascua de Jesús. Esta es la fiesta de la alianza, del amor definitivo con Dios, del encuentro liberador entre los humanos, de la unidad entre los pueblos, fiesta hecha de canto compartido, experiencia de comunión afectiva, placer de encuentro mutuo, como un matrimonio universal de gozo para todos los humanos.
Por eso, los cristianos han de presentarse sobre el mundo como expertos en celebración, situándose en el centro de la historia no para imponerse sobre los restantes hombres y mujeres, sino para animarles con el canto de la vida, con el gozo de la contemplación, con la belleza de una existencia compartida. El mundo no se pierde sólo por falta de conocimiento (de palabra) y carencia de justicia... Este mundo corre el riesgo de perderse porque falta fiesta: sobra mala religión de muerte, falta buena religión abierta al gozo fuerte de la vida..
Desde ese fondo, debemos afirmar que la religión es ante todo una experiencia de fiesta: rito placentero de la vida que se acepta y canta a sí misma, en esperanza de resurrección. Por eso, los creyentes han de ser humanos gozosos, realizados, amigos de la fiesta. Se ha dicho a veces que un Dios que impide reír y cantar, un Dios que no estremece de gozo..., es ídolo y no Dios. Añadimos: una vida cristiana que no es fiesta no es cristiana, ni tampoco religiosa
Apéndice: Nietzsche, Así habló Zaratustra: De los sacerdotes
(He citado un texto del Zaratustra. Presento aquí una una sección más amplia, estremecedora.... Es una sección que ha de leerse críticamente…, muy críticamente, afirmando con la vida que los sacerdotes, es decir, los cristianos, no son, no somos, lo que dice Nietzsche)
Y una vez Zaratustra hizo una señal a sus discípulos y les dijo estas palabras:
«Ahí hay sacerdotes: y aunque son mis enemigos, ¡pasad a su lado en silencio y con la espada dormida!
También entre ellos hay héroes; muchos de ellos han sufrido demasiado - : por esto quieren hacer sufrir a otros.
Son enemigos malvados: nada es más vengativo que su humildad. Y fácilmente se ensucia quien los ataca.
Pero mi sangre está emparentada con la suya; y yo quiero que mi sangre sea honrada incluso en la de ellos». -
Y cuando hubieron pasado a su lado le acometió a Zaratustra el dolor; y no había luchado mucho tiempo con el dolor cuando empezó a hablar así:
Me da pena de estos sacerdotes. También repugnan a mi gusto; mas esto es para mí lo de menos desde que estoy entre hombres.
Pero yo sufro y he sufrido con ellos: prisioneros son para mí, y marcados.
Aquel a quien ellos llaman redentor los arrojó en cadenas: -
¡En cadenas de falsos valores y de palabras ilusas! ¡Ay, si alguien los redimiese de su redentor!
En una isla creyeron desembarcar en otro tiempo, cuando el mar los arrastró lejos; pero mira, ¡era un monstruo dormido!
Falsos valores y palabras ilusas: ésos son los peores monstruos para los mortales, - largo tiempo duerme y aguarda en ellos la fatalidad.
Mas al fin ésta llega y vigila y devora y se traga aquello que construyó tiendas para sí encima de ella.¡Oh, contemplad esas tiendas que esos sacerdotes se han construido!
Iglesias llaman ellos a sus cavernas de dulzona fragancia.
¡Oh, esa luz falsa, ese aire que huele a moho! ¡Aquí donde al alma no le es lícito - elevarse volando hacia su altura!
Su fe, por el contrario, ordena esto: «¡De rodillas subid la escalera, pecadores!»
¡En verdad, prefiero ver incluso al hombre carente de pudor que los torcidos ojos de su pudor y devoción!
¿Quién creó para sí tales cavernas y escaleras de penitencia? ¿No fueron aquellos que querían esconderse y se avergonzaban del cielo puro?
Y sólo cuando el cielo puro vuelva a mirar a través de techos derruidos y llegue hasta la hierba y la roja amapola crecidas junto a muros derruidos, - sólo entonces quiero yo volver a dirigir mi corazón hacia los lugares de ese Dios.
Ellos llamaron Dios a lo que les contradecía y causaba dolor: y en verdad, ¡mucho heroísmo había en su adoración! ¡Y no supieron amar a su Dios de otro modo que clavando al hombre en la cruz!
Como cadáveres pensaron vivir, de negro vistieron su cadáver; también en sus discursos huelo yo todavía el desagradable aroma de cámaras mortuorias.
Y quien vive cerca de ellos, cerca de negros estanques vive, desde los cuales canta el sapo su canción con dulce melancolía.
Mejores canciones tendrían que cantarme para que yo aprendiese a creer en su redentor: ¡más redimidos tendrían que parecerme los discípulos de ese redentor!
Desnudos quisiera verlos: pues únicamente la belleza debiera predicar penitencia. ¡Mas a quién persuade esa tribulación embozada!
¡En verdad, sus mismos redentores no vinieron de la libertad y del séptimo cielo de la libertad! ¡En verdad, ellos mismos no caminaron nunca sobre las alfombras del conocimiento!
De huecos se componía el espíritu de esos redentores; mas en cada hueco habían colocado su ilusión, su tapahuecos, al que ellos llamaban Dios.
Apéndice del apéndice (Contra Nietzsche)
Nunca se ha dicho a mi juicio nada más duro contra el cristianismo (contra un tipo de religión sacerdotal-sacrificial). Freud y Marx fueron críticos mediocres en relación con este Nietzsche. Por eso presento su texto… como meditación, para superarlo. Tomo mi blog quiere ser una protesta contra esta visión del Zaratustra. Como he dicho, Cristo es otra cosa. Buen día.