Tarancón y el “caso Pikaza”. Un recuerdo emocionado

No quiero que pase este año, el 110 de su nacimiento, sin ofrecerle públicamente mi agradecimiento. Otros han analizado su figura y han cantado sus valores humanos y cristianos. Yo sólo puedo ofrecerle mi pequeño homenaje de teólogo sancionado, como fue sancionada mi madre, que también le admiraba, por ser quien era, y porque había querido resolver en concordia fraterna el “caso Pikaza”, como entonces se decía.

Yo había escrito un libro ingenuo y “virginal”, llamado Los Orígenes de Jesús (Sígueme, Salamanca 1976), reflexionando sobre algunas cosas que decía la exégesis normal del Instituto Bíblico de Roma sobre la familia de Jesús, con su nacimiento por el Espíritu, su identidad humana y su relación con el Espíritu.

Pasaron tres años sin que nada se moviera, hasta que hacia 1979 empezaron a entrechocar las aguas. Algunos teólogos (incluso de la P. de Salamanca) se lanzaron a decir que contenía varias herejías, y la Conferencia Episcopal de España creó una comisión para su estudio. Descubrí que casi todos los colegas de la Pontificia sabían algo y me daban consejos sobre cómo subir al castillo y resolver las cuestiones que me amenazan, sin que pudiera orientarme en los meandros de la parte baja.


Pero un día, pienso que a mediados del año 1980, me llamó el Cardenal Tarancón, Presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) y Gran Canciller de la Pontificia y sólo entonces empecé a ver más claro.

Aquí empieza la historia que hoy quiero recordar, la de un Tarancón hombre y cristiano admirable, quizá el único obispo o cardenal que quiso resolver mi caso en línea de diálogo de fe, es decir, de humanidad creyente.

Ésta es una historia que no he contado a nadie, a no ser en un contexto muy íntimo, por pudor y por deseo de silencio (no me ha gustado hablar de "mis cosas"), pero hoy quiero hacerlo, por agradecimiento al Card. Tarancón, casi 40 años después, porque él se puso conmigo en la línea del Papa Francisco, como recordé hace 3 días en este blog, firmando con el Papa copto Swadros un documento donde sólo piden fidelidad a los tres primeros concilios. Tarancón me dijo algo parecido: basta que aceptel el credo pequeño (el apostólico o romano). Quiso resolver así mi caso, pero no pudo no le dejaron, como podrá ver quien siga leyendo.

En un comedor reservado del Regio de Salamanca

No sé el día, estará en los papeles de la U.P. de Salamanca, pero fue sin duda en el año 80, pues a principio del 81 Tarancón dejó de ser Presidente de la CEE. Me llamó el Rector de la Pontificia (hoy card. F. Sebastián) y me dijo: Tarancón quiere hablar contigo. Hemos reservado un comedor privado en el Regio.

Y allí fuimos. El rector vino con su secretario (profesor J. L. Acebal, q.e.p.d.) para que diera fe de lo que pasara. Tarancón vino sólo, sin nadie de la CEE ni de la C. para la Doctrina de la fe. Comimos los cuatro, hablando de cosas generales de la Iglesia y la política del momento. Empezando los postres, Tarancón encendió su puro, sacó unos folios de su cartera y me dijo:

Me han mandado que te lea estos folios, aunque eres una buena persona

− Me han mandado que te traiga y te lea en persona este informe y que busque contigo una solución para tu caso, y así quiero hacerlo, como Canciller de la Universidad y Presidente de la CEE y como cristiano. Está firmado por cuatro obispos de la Comisión de la Fe, entre ellos J. M. Cirarda, a quien debes conocer, por vasco. Está muy enfurecido por lo que dices en el libro de los Orígenes de Jesús, y no quiere que sigas en la Universidad de la Iglesia, porque no aceptas su doctrina. Estos cuatro obispos dicen haber leído tu libro y ha escrito un informe bastante largo y negativo, aunque confiesan al final que “eres una buena persona”, un buen cristiano... Y eso es lo que más les intriga y quizá más les molesta…

Le pregunté ingenuamente “y cómo saben que soy buena persona”. Tarancón me miro por encima de las gafas, a través del humo de su puro y me dijo:

− No preguntes eso. Si lo dicen es porque lo han investigado y lo saben, y porque te han “vigilado”, y han preguntado al Provincial de la Merced, por si podían buscar con él alguna otra solución, pero el Provincial les ha debido decir que no tenía nada contra ti, que eras un buen religioso y un buen cristiano, y que no puede ni quiere darte otro destino.

No veo lo que dices sobre un posible nacimiento irregular de Jesús

Tarancón siguió leyendo los folios. Yo no los tengo, creo que no se los pedí, ni me los ofreció, quizá tenía miedo a indiscreciones… Deben andar en algún archivo de la CEE, en Añastro, no voy a ir a buscarlos… Y así siguió leyendo hasta que se paró en lo del Nacimiento Virginal de Jesús, para comentar despues:

− Dicen que niegas el nacimiento virginal… Pero por lo que veo no debe estar muy claro, me parece que son deducciones que ellos sacan. Por lo que dicen debes dejar el tema abierto, en un sentido académico… De todas maneras me extraña muchísimo que digan que tratas de la posibilidad de que Jesús fuera un hijo extra-matrimonial de María…

En ese momento le paré y le pedí permiso para hablar…

− Mire, Monseñor, yo no planteo aquí el tema de la fe de la iglesia, ni quiero solucionar un tema de teología dogmática… sino que me limito a estudiar exegéticamente los textos, sin sacar conclusiones de fe; hago como me enseñaron los jesuitas en el Bíblico de Roma. Me limito a exponer lo que dice la Biblia, con pleno respeto y libertad, como pide el Concilio, dialogando, investigando… Como habrá podido advertir por lo que dicen los obispos, como teólogo, no me pronuncio, en ese nivel, no soy capaz de saber cómo fueron las cosas…Y por lo del nacimiento irregular no tenga miedo. Es un tema que están discutiendo muchos católicos y protestantes, tanto en Alemania como en Estados Unidos. Parece haber indicios de que en el nacimiento de Jesús debió ocurrir algo “distinto”, como supone el mismo evangelio de Mateo. Simplemente he presentado el estado de la cuestión, en un par de notas científicas. En ningún momento quiero ir en contra de la fe de la Iglesia, bien entendida, ni decir que María tuvo algún tipo de relación extramatrimonial (por violación o por simple engendramiento sin varón).

El tema de Jesús, hijo de Dios, y la persona del Espíritu Santo

Mons. Tarancón aceptó mis aclaraciones, pidiéndome sólo que fuera siempre respetuoso con la fe de los creyentes sencillos. Y pasó después a leer otro par de folios de mis censores sobre mi visión de la identidad de Jesús como Hijo de Dios y sobre la naturaleza de la persona del Espíritu Santo. Parece que decían que yo no creía que Jesús fuera Hijo eterno de Dios, como Logos divino, antes del tiempo, como decía, a su juicio, el Concilio de Nicea y el credo Niceno-Constantinopolitano, el largo de la misa,, sino que afirmaba que el mismo Jesús hombre era hijo de Dios…

Parece que mi forma de entender el Espíritu Santo, como relación dual del Padre y del Hijo y como principio histórico de la creación, no les convencía a esos obispos. En ese momento, cuando el Card. Tarancón estaba llegando al final de los folios y del puro, hice un gesto, pidiéndole que me dejara hablar, como en el caso anterior, de la Virgen María. Pero en ese momento se negó, de manera muy cortés, pero muy firme:

− No, no. No necesito ni quiero que me des tu opinión muy sabia, no voy a escuchar ahora una de tus clases de teología. He pensado mucho en lo que dicen estos cuatro obispos… y en lo que debes decir tú, aunque no he leído tu libro entero, y he visto muy claro que no sé quién tiene razón, si ellos o tú, ni me importa, pues yo soy un obispo y no un teólogo de escuela. Creo que estas cosas se pueden y se deben discutir, y me enfada mucho que haya obispos, que quieren meterse e imponer su opinión en cuestiones de pura teología, en unos momentos en que cambia la exégesis y la forma de pensar de la gente.

Dos cosas me pidió: Que confesara el credo pequeño y que fuera fiel a la Iglesia

Volví a hacer un gesto de que quería hablar, pero tampoco ahora me dejó. Me dijo que ésta no era una discusión de teología, como querían algunos obispos, sino una temática de Iglesia, esto es, de confesión y vida de fe, de comunión y de diálogo, de forma que hubiera espacio en ella para todos. Que no podía soportar que quisieran echar de la iglesia a gente como yo por sus opiniones discutibles, pero necesarias, en t eología. Y en ese contexto, con toda claridad, desde la fe de la iglesia, como “pastor”, no como teólogo, me pidió dos cosas.

Y al escucharlas me sentí como como una liturgia de Vigilia Pascual, cuando el celebrante pregunta a los asistentes sin creen, si se comprometen… En ese momento sentí y supe que Tarancón me hablaba como obispo y como cristiano, yendo a lo esencial, cosa que ni antes ni después han hechos obispos y cardenales que me daba la impresión de que sólo querían presentar y resolver el tema en un plano legal, de apariencia de fe, quedando bien con el Vaticano de aquel momento. Tarancón, en cambio, me dijo así:

− Te voy a preguntar dos cosas y quiero que seas serio, porque eso de enseñar teología en una Universidad de la Iglesia es algo serio:

Primera pregunta: ¿Tú crees en el Dios de Jesús y en Jesús Hijo de Dios? Más en concreto: ¿Confiesas el Credo? No, no hace falta que me recites el credo largo de Nicea-Constantinopla, que tiene cosas para resolver entre teólogos, como eso de la “mismo naturaleza que el Padre” y demás. Eso lo discutís y lo aclaráis en clase, si podéis, lo del concilio de Constantinopla y Calcedonia. Yo quiero sólo que me digas si crees y confiesas la fe del credo pequeño, el de tu abuela, eso que llaman el credo romano o de los apóstoles que dice simplemente: “Y en Jesucristo, su Hijo, nuestro señor…, que nació, que padeció, que resucitó, y en el Espíritu Santo…”.

Yo le respondí emocionado que sí. Había pensado que me llamaban para una discusión teológica, y descubrí que Tarancón sólo me pedía una simple confesión de fe, de palabra, no por escrito, de hombre a hombre… Y cuando estaba saliendo de mi asombro, él siguió en la línea de su credo pequeño, allí donde dice: “y en Iglesia católica, el perdón de los pecados, la comunión de los santos…”. También esta vez la pregunta fue muy sencilla, también de hombre a hombre, de pastor a cristiano:

Segunda pregunta. ¿Tú crees en la Iglesia? Ya sabes que creer en “ser fiel”. ¿Tú quieres ser fiel a esta Iglesia, no para tomarla sin más como es, sino para mejorarla? ¿Estás contento de ser cristiano y quieres vivir en la Iglesia concreta, con honradez, buscando el bien de todos, a pesar de posibles disensiones teológicas?

También aquí le respondí que sí, que lo que yo quería es caminar en los caminos de la Iglesia, como teólogo, en confianza y libertad…


No me escribas a la conferencia episcopal, allí está Jesús

No me dejó hablar mucho más. Estaba terminando el puro y pensó que la cosa estaba resuelta, añadiendo simplemente que tenía que ir a Roma para resolver algunas cosas al final de su mandato como Presidente de la Conferencia Episcopal, para pedirme al final:

− Por favor, esto que me has dicho escríbemelo en una carta, diciéndome las tres cosas que me has dicho: Que quieres trabajar con libertad, como exegeta; que crees en la divinidad de Jesús y del Espíritu Santo, como dice el credo más antiguo de la Iglesia, y que quieres mantenerse hondamente en la iglesia, con fidelidad

− Lo haré, no se preocupe, le respondí… (Y entonces, para mi gran asombro, él añadió…):

− Mándame la carta a mi casa de San Justo, por favor, como carta privada. No escribas a la Conferencia Episcopal, porque allí está Jesús y él y otros quieren manejar estas cosas de otra forma.

En ese momento no supe quién era Jesús, aunque tan pronto como salí al acabar la reunión, después que Mons. Tarancón me diera un abrazo de complicidad creyente, caí en la cuenta de que se trataba del famoso Iribarren, Secretario de la Conferencia Episcopal, casi vecino de mi pueblo, tras el Amboto... Me dio una pena infinita. Me di cuenta de que a él, al mismo Tarancón, le estaban manejando más que a mí.

Hizo lo que pudo, pero no pudo resolver el “caso”

Todo lo que sigue de esta historia debería contarse en otro momento, con más tiempo, aunque algo he dicho en un libro titulado Las Siete Palabras de X. Pikaza (PPC, Madrid 1996). Aquí sólo quiero añadir algunas cosas, que han marcado mi vida, y que se inscriben en el gran cambio de la Iglesia española y universal a partir del año 1981/1982,

− Tarancón fue a Roma, llevando entre otras cosas mi palabra de fe y mi compromiso eclesial, con mi carta firmada (¡debo tener una copia, pero no sé en qué papeles, no sé si entre los de Tarancón estará el original, aunque no en Añastro!). Pero en Roma no le hicieron ningún caso a sus propuestas, y mucho menos a mi confesión de fe, ni quisieron aceptar la forma en que él quiso resolver “caso”. Tampoco le hicieron caso en otros asuntos muchos más importantes, y rechazaron su forma de entender la Iglesia en España.

− A principios del año 1982 me llamaron a Madrid A. García Gasco (que debía ser de la Comisión de la Doctrina de la fe, luego arzobispo de Valencia) y J. Iribarren (secretario de la CEE, 1977-1982)… Fue el día en que se constituyó la Asociación de Teólogos Juan XXIII. Estuve por la mañana en Añastro, por la tarde con la Asociación. Pero no he vuelto después, pues ni unos ni otros me han llamado, y así he preferido andar a mi aire, con la libertad de los hijos de Dios. Iribarren y Gasco estaban muy serios. No me hablaron de Tarancón, como si no hubiera existido, como si yo no hubiera tenido ninguna entrevista con él. Me presentaron otros papeles, y debí firmar algo. Pero no estoy seguro de ello.

− Avanzado el año 1982, me llamó el nuevo presidente de la Comisión para la Doctrina de la Fe (1981-1984), el obispo de Plasencia, Mons. Antonio Vilaplana. Me invitó a comer en su apartamento del palacio episcopal, con su mejor coñac, calentado en copa grande de mechero… Y me dijo que lo de Tarancón no había valido de nada. Que se habían reído de él en Roma, que era demasiado ingenuo, demasiado bueno para el Vaticano… Que ahora debíamos arreglar las cosas de otra forma, y que él lo haría en Roma. Me pidió que escribiera no sé qué, que escribí… Pero más que mi “caso” hablamos del suyo, porque esperaba ser Arzobispo de Barcelona, después de N. Jubany…

− Tampoco Vilaplana arregló nada, y así el año 1984 fui despedido de Salamanca… y así deambulé entre Roma, Verín y Salamanca (aunque no en la Universidad), varios años, a solas con mi teología que ya no era ingenua, mientras parecía que muchos olvidaban a Tarancón.

− Tres años (1987) después me escribió el Card. A. Suquía, nuevo presidente de la CEE, una carta que debo conservar, no sé si lo hizo como amigo (amigo de familia de una tía mía) o porque se sentía responsable de mi caso… Él había hecho la tesis doctoral sobre San Ignacio de Loyola, y así me pedía que me sometieron en todo, incluso contra mi parecer, al parecer de la Iglesia. Quizá se sentía responsable de algo.

El año 1989 volví a dar clases en la Pontificia de Salamanca, pero en condiciones "humillantes" (que no expusiera temas de fe, sino "marías" (temas de pura Biblia,
filosofía o fenomenología,
pero las cosas no eran como habían sido, ni la Universidad, ni la Iglesia, ni yo… Sólo ahora, con Mabel, pasados casi 40 años, en este año de gracia 2017, vuelvo a recuperar mi ingenuidad teológica.

Muchas cosas han pasado… y en el fondo todas para bien. Pero entre lo bueno, de lo más bueno ha sido mi encuentro con Mons. E. Tarancón, a quien de mucho, mucho más de lo que él quizá ha creído. Ahora, a los 110 años de su nacimiento se lo quiero decir.
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