El mito de la “Virgen” María (A. Pániker, El sueño de Shitala)

Agustín Pániker, hijo y sobrino de grandes estudiosos hispano-hindúes, es uno de los pensadores hispanos más influyentes de este momento, tanto por sus libros como por su trabajo en la dirección de la Editorial Kairós (Barcelona, España.

Ahora quiero presentar su último libro menos sistemático, pero quizá más fascinante que los anteriores, concebido como un viaje al interior del mundo de las religiones o, mejor dicho, al corazón de lo sagrado, en diálogo con las tradiciones de Oriente y Occidente, de la mano (o desde el sueño) de Shitala, una de las grandes diosas de la tradición índica, que nos permite penetrar con ella en el mundo de algunos grandes símbolos religiosos.

– Uno de los aspectos menos investigados en ciencia de las religiones es el papel jugado por las mujeres en la religión. No me refiero a cómo se ha visto a "la mujer" desde las religiones (que, dicho sea de paso, no salen demasiado bien paradas), sino en cómo las mujeres han vivido y practicado la espiritualidad, fijándome de un modo especial en las tradiciones rituales femeninas en la India. Pero lo toco en otros capítulos, ya que muchas de las transformaciones contemporáneas de la espiritualidad están lideradas en gran medida por mujeres.


El libro (publicado en Kairós, Barcelona 2011) tiene 344 páginas, con 91 breves apartados, divididos en 12 secciones (Topofilia, Sobre la Religión, Religiones, Antropología y práctica religiosa, Silencio, Inmanencia, Símbolos, Mestizajes etc.). Entre esos apartados hay uno dedicado a la Virgen María (págs. 226-230) que reproduzco a continuación. No es un estudio teológico, ni es una meditación cristiana, sino un bello intento de comprensión religiosa de un hondo símbolo cristiano.

Espero que mis lectores cristianos, que han podido recordar conmigo varios rasgos de la Navidad, entiendan el valor de esta evocación religiosa. Gracias, Agustín, por estas páginas que me atrevo a reproducir, y por todo el libro.

Agustín Pániker

Agustín Pániker es editor y escritor. Ha sido co-director del programa radiofónico “L’Hora de la Ciència” (1984-1985) y director de la revista Ser uno mismo (1990-1991). Ha publicado (siempre en Kairós) El jainismo: historia, sociedad, filosofía y práctica (2001), Índika: una descolonización intelectual (2005), Los sikhs: Historia, identidad y religión (2007) y El sueño de Shitala (2011).

Es profesor en el “máster d’història de les religions” de la UAB-UB y ha sido profesor en el “máster en estudios de Asia y Pacífico” de la UB y en el “máster en inmigració i educació intercultural”de la UB. Ha escrito numerosos artículos en revistas de divulgación y en publicaciones universitarias sobre las sociedades, las religiones y las culturas del mundo. Colabora en distintos medios de comunicación y con frecuencia da seminarios y conferencias sobre distintos aspectos de la India y Asia.


El mito de la “Virgen” María (A. Pániker)

El “mito” no goza de buena reputación hoy en día. Hasta el punto que algunos de sus significados en boga son los de “farsa” o “cuento”. Pero por mucho que queramos desembarazarnos de los mitos, nuestra psique está constituida por ellos y no puede vivir sin comunicar con los símbolos mitológicos.

Dicen que recontar un mito es traer el mundo de lo sagrado al plano de lo profano. El mito da respuesta a muchos de los interrogantes que cada sociedad se pone sobre cómo son las cosas. Por ejemplo, cantidad de mitos de diferentes culturas narran el origen del mundo y los sucesos que acontecieron y debido a los cuales el ser humano es lo que es. Somos el resultado de sucesos míticos. Por ello la gente se comporta en congruencia con el mito. Lo reactualiza e imita. Gracias al mito podemos entrar en contacto con algo que nos trasciende. Los mitos están para ser vividos.

Veámoslo –de la mano de Hans Küng– con el ejemplo de María, la Madre de Dios, a quien muchos conocen simplemente como la “Virgen”, una figura religiosa que ha sido moldeada por sus seguidores según un modelo arquetípico y coherente. Su mito revela muchísimo de lo que el cristianismo (católico) encapsula.

A propósito de María y su virginidad, no obstante, el historiador tiene algo a decir.

En los estratos más antiguos del “Nuevo Testamento”, que son las “Cartas de Pablo”, no se menciona el nacimiento virginal de Cristo ni se cita a María por su nombre. Sólo hay una referencia –y muy de paso– al hecho de que Jesucristo “nació de mujer”. Aparece en “Gálatas”, probablemente escrita en el año 57.

La siguiente referencia a María es la del “Evangelio de Marcos”, fechado hacia el año 70. Aquí incluso el tono de Jesús hacia María (y los hermanos de Jesús) raya lo irrespetuoso. Hay quien piensa que este pasaje indica que María aún no reconocía la mesianidad de su hijo.
Es sólo en los siguientes “Evangelios” que encontramos el origen del mito del nacimiento virginal de Cristo. El principal objetivo del autor del “Evangelio de Mateo”, fechado hacia el 75-90, era presentar a Jesús como el cumplimiento de las profecías del “Viejo Testamento”, como cuando en “Isaías” se decía que una doncella (‘almah) encinta daría a luz a un hijo.

En el “Evangelio de Lucas”, que es de entre el 80 y el 90, ya se describe la Anunciación –del arcángel Gabriel– y la Visitación –de María encinta a su prima Isabel–, que tan importantes serán en las tradiciones marianas. Y es sólo en los textos apócrifos del siglo II, como el “Protoevangelio de Santiago”, que encontramos las historias que formarán la base para las doctrinas de la Iglesia sobre la Virginidad Perpetua de María (dogma oficial en 649), la Inmaculada Concepción (1854) y la Asunción de María al Cielo (1950).

Si ponemos este desarrollo en contexto histórico, todo cobra otro sentido. Durante los dos primeros siglos de su existencia, la Iglesia estaba inmersa en un magma greco-romano repleto de divinidades y héroes –como Baco, Apolo o Perseo– que habían tenido madres humanas fecundadas por dioses. Con la historia de María que acabaría por triunfar, podía ponerse de manifiesto la naturaleza dual de Cristo. Por un lado, humano. Por el otro, Divino.

Mucha tinta se ha vertido acerca de la traducción de la hebrea ‘almah (doncella) por la griega parthenos (virgen) realizada por la “Biblia Septuaginta”, en la que se basó Mateo. Lo importante a retener no es si se trata de una buena o mala traducción, sino las valencias que el término “virgen” tenían para el traductor, inmerso en un mundo helénico, repleto de diosas olímpicas parthenoi, como Artemisa, Hestia y, naturalmente, Athena.

El otro motor que ha alimentado el desarrollo del culto de María ha sido la necesidad de una figura arquetípica que encarnara sublimes virtudes femeninas: pureza, virginidad y maternidad, según las concibió y articuló el antiguo cristianismo.


Aquí el historiador puede sacar toda su artillería para mostrar que esta historia es una crasa desviación de los hechos, pues más allá de lo que sucediera con la concepción de Jesús, María no podía ser perpetuamente virgen, ya que se dice que tuvo otros hijos (no reconocidos, claro está, por la Iglesia católica, aunque sí por los protestantes). ¿Entonces?

Lo que tenemos entre manos es un símbolo local esforzándose por convertirse en un arquetipo universal. Ya pueden decir los hechos lo que quieran, que es la metahistoria, la verdad superior del arquetipo la que cuenta para el creyente. María encarna el ideal de feminidad preferido de Occidente durante casi dos milenios: el maternal.

Pero, a la vez –y posiblemente espoleado por el énfasis de Pablo en la castidad y el celibato– se dice que María está en un estado espiritual de perpetua virginidad; es decir, encarna el nuevo discurso de la sexualidad construido por el cristianismo en el mundo mediterráneo. Los que tratan de mostrar la incongruencia de esta aseveración no es que no estén en lo cierto, sino que pierden el punto de mira del devoto. Como diría Ludwig Wittgenstein, el historiador (o el ateo) y el creyente están metidos en diferentes “juegos de lenguaje”.*

Un científico ateo, por ejemplo, puede presentar pruebas y evidencias en contra de la existencia de Dios; y un creyente puede aportar sus evidencias en favor de su existencia. Según Wittgenstein ambas posiciones no son mutuamente excluyentes ni contradictorias, ya que no están en el mismo “universo de discurso” o “juego de lenguaje”. Hablan de cosas diferentes y proponen reglas distintas. Por eso no se ponen de acuerdo. Esta posición –pluralista y no-objetivista– parte de la idea de que no podemos situarnos en un punto neutral en el que juzgar un juego de lenguaje (o cosmovisión) frente a otro. Esto es pertinente en el caso de la religión, ya que suele conformar un esquema conceptual autocontenido. Decir que un pronunciamiento religioso es correcto o no dependerá de si se ha realizado desde dentro de la comosvisión de esa religión o desde afuera. Y ojo que esa idea de que la religión forma un sistema internamente coherente y, por ende, irrefutable desde el exterior, es propia de muchas otras ramas del saber; de la propia ciencia, sin ir más lejos.


María representa el nuevo ideal de feminidad y constituye el nuevo rostro de la Diosa-Madre o Madre-de-Dios (Theotokos, que será dogma en el 431). Pero eso no es todo. Es gracias a María de carne y hueso que el Espíritu se manifiesta en el mundo como el Hijo de Dios. Por tanto, ella está perpetuamente vinculada al despliegue divino. No puede ser una simple israelita, madre biológica de un carismático líder mesiánico. O sí lo es, pero teniendo en cuenta que –desde el plano sólo accesible por la fe– esa extraña concepción y nacimiento irregular constituyen la revelación y manifestación divinas en la Tierra.

Desde una óptica mariana, la virginidad es el símbolo de la presencia divina en María. Por tanto, María no es –como las diosas mediterráneas a las que viene a sobreimponerse– una mera consorte humana de Dios. Es una mortal, una simple creyente (casi el arquetipo del o la creyente) que es Madre de Dios.

La virginidad de María no es un hecho biológico y factual, sino teológico y de la fe. No se está falsificando la historia ni distorsionando la realidad. El proceso de mitologizar viene a ser como el destapar una realidad arquetípica o espiritual. Si nos ponemos en el lugar del creyente, desde una perspectiva más “émic”, la virginidad de María representa una verdad más profunda; a ser integrada, creída o vivida.

Un mito no proporciona un punto de vista científico de cómo sucedió un evento determinado. Existe una fortísima tendencia a entender el mito como un tipo de ciencia o de teología. Pero eso es entender el mito bajo otra cosa de lo que dice ser: mito. La explicación mítica es a la vez ritual y soteriológica; es decir, es trans-racional. De ahí la enorme riqueza simbólica y la importancia del mito en las religiones.

Si la figura de María resuena en su interior, ¿qué importancia tiene la génesis de su mito? Ahora bien, si dicha figura no le guía espiritualmente, entonces el mito se convierte en un mero punto de vista dogmático o teológico y, con frecuencia, en un “cuento”, incapaz ya de competir con los nuevos mitos del deporte, del espectáculo o del cine, que son los que ahora nos constituyen.
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