Ante la crisis del cristianismo Comunidad y ministerios, cara y cruz de la Iglesia

No reformar, sino recrear,con Francisco, Ignacio y Teresa

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Nos ha tocado un tiempo de recreación, no de simple reforma. El problema no no lo hemos inventado nosotros.

El tiempo nos ha puesto en una encrucijada y debemos tomar una decisión, pues dejar las cosas como están, manteniendo el sistema actual, parece la peor de las soluciones, al menos desde el punto de vista de occidente. No lo debemos hacer por nosotros mismos, sino por fidelidad a la vida humana, a la que nos sentimos llamados a ofrecer una palabra.

Pero no es solamente el tiempo, es Jesús de Nazaret, a quien llamamos Cristo, el que nos ha confiado su tarea de recrear su “cuerpo” es decir su Iglesia. Por fidelidad a Jesús debemos recrear su iglesia, pues de lo contrario ella se pierde en el vacío de la ineficacia, como un cadáver que puede seguir muriendo todavía durante varios decenios.

No se trata de romper con violencia lo que existe. Tampoco Jesús derribó el templo de Jerusalén (aunque anunció su caída), sino que lo derribaron a una celotas y romanos luchando por el control del sistema desde el Imperio o desde la resistencia judía; pero aquel templo estaba ya vacío, muerto, antes que ardiera en las llamas de la guerra.

Un tipo de religión oficial desaparece, pero hay nuevos caminos abiertos, con agua de evangelio. Lo había previsto M. Weber, hace ahora cien años (hacia el 1920), recordando la voz suave (pianissimo) de los grupos juveniles empeñados en buscar sacralidad y construir iglesia. Hoy aquella voz se ha hecho más fuerte, y así quiero presentarla en seis puntos, retomando motivos de “postales anteriores”, de estas últimas semanas.  

  1. A PARTIR DE ESTA IGLESIA. NO HAY OTRA IGLESIA

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Algunos sienten prisa: les gustaría que llegaran nuevos romanos imperiales (como el 70 d.C.) para destruir la sacralidad externa o esqueleto de la iglesia actual. Otros sostienen que ha llegado el apocalipsis: acaba la iglesia, termina el cristianismo, pero acaba también la vida sobre el mundo.

En contra de eso, pienso que las cosas existentes tienen un sentido y que es mejor apoyarse en lo que hay, pues mucho de ello es bueno: fruto de un largo proceso de fe y sufrimiento, camino esperanzadamente abierto. Lo que a veces parece simple iglesia en ruinas (visión de Francisco de Asís en San Damiano) contiene elementos que deben aprovecharse y restaurarse, según el ejemplo de aquel que no quiso quebrar la caña cascada, ni apagar la mecha humeante (cf. Mt 12, 20). Aquí debe aplicarse la paciencia histórica, hecha de ternura ante lo que parecen ruinas[1].

Ésta es nuestra iglesia, en ella seguimos, por agradecimiento, por ternura. La iglesia es lugar donde hemos nacido a la fe y aprendemos a vivir; pero sobre todo es casa donde compartimos el pan y dialogamos, como hermanos-hermanas y madres (cf. Mc 3, 31-25), en madurez humana y búsqueda comunitaria. Pero es una casa viva, y precisamente porque está viva tenemos que cambiarla. Si hubiera muerto del todo no necesitaría cambio.

Ciertamente, la Iglesia ha podido ahogar la voz de vida de millones de creyentes. Pero ella, ella ha dejado resquicios de autonomía creadora, que han explorado genialmente los grandes cristianos como Juan de la Cruz, que muchas veces han debido exilarse interiormente para expresar sus experiencias. De todas formas, en este momento, en general, debemos afirmar que a los ojos de millones de creyentes y no creyentes la Iglesia aparece como   institución obsesionada por la seguridad y control de sus fieles. Dice que es casa de todos, pero los jerarcas monopolizan su palabra, presentándose como Magisterio sagrado, que todos los demás han de acoger con reverencia.

Sin duda, es una institución venerable, que acoge a muchos pobres y ofrece espacio de amor para millones de personas, pero tiene miedo de la creatividad comunitaria y del diálogo leal entre los fieles. Por eso debemos cambiarla, por amor al evangelio. No se trata de dejar a los creyentes solos, cada uno ante su Biblia, como han hecho algunos grupos protestantes, sino de potenciar comunidades, capaces de explorar y tantear, de crear y ofrecer caminos de evangelio (en libertad y comunión), en este tiempo nuevo en que la mayoría parecemos amenazados por el sistema[2].

  1. DESDE JESÚS, EL CRISTO, CON FRANCISCO, IGNACIO, TERESA ETC.

La iglesia sólo existe y es iglesia volviendo a Jesús que es Cristo, como Francisco de Asís, como Ignacio de Loyola (cuya fiesta es mañana), como Teresa de Jesús.

 1. Éste es un tema de estudio leal y de vivencia personal, para revivir la experiencia de Jesús, en mi propio tiempo… Como hizo Francisco de Asís, un evangelio radical, sin glosa, bien estudiado, muy vivido, volviendo a la historia, dentro de la Iglesia, y por eso con inmensa autonomía, en comunión con el Papa y las iglesias “reales”, pero en libertad, como mayores de edad, como responsables del evangelio, como nuevos sacerdotes del Reino, hombre y mujeres…

     Eso significa en comunión con la historia pasada y con el papa actual (como quería Francisco…). Pero sabiendo que todos estamos llamados a ser “papas”, vicarios de Jesús, sus representantes, creadores de Iglesia. En ese sentido es bueno que tengamos un papa llamado Francisco, que nos invita a que todos seamos “franciscos”, es decir, vicarios de Jesús.

2. Este es un tema compromiso con Jesús (como Jesús), como quiso Ignacio, que no fue por ahí para pedirle un cargo al Papa, sino que empezó reviviendo los caminos de Jesús, realizando un ejercicios que suelen llamarse “espirituales”, pero que deberían llamarse mejor “cristianos”, sin más. Uno ejercicios para recrear en mí, hombre o mujer, el camino y compromiso de Jesús a favor del Reino.

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            Éste es el tema de los “ejercicios cristianos”, tras una primera de  descubrimiento personal, tres semanas, mañana y tarde, rehaciendo en la propia vida el camino de Jesús, con un compañero que me sirve de “entrenador”, pero haciendo yo los ejercicios, recorriendo yo en mi propio camino el camino de Jesús, como papa, obispo, presbítero… es decir “ministro de Jesús”, hombre o mujer.

            Después, en un segundo momento, podré discernir mi lugar en esta iglesia (soltero o casado, hombre o mujer, ministro particular de la iglesia o cristiano en plenitud), con otros amigos o socios, compañeros de Jesús, en la tarea de la Iglesia.

3, Este es un camino de amor que supieron recorrer de un modo especial Teresa de Jesús y Juan ce la Cruz, un camino como el Francisco, un camino como el de Ignacio, pero en maduración básica de amor… dentro de un grupo de reforma de amor de la Iglesia, amor en Dios, amor con/a los demás, en comunidades religiosas, en grupos de creyentes, casados o solteros…

   Sin este ejercicio de amor, en gratuidad contemplativa, en pobreza o desprendimiento fraterno, como Francisco, en compromiso de evangelio, como Ignacio, en amor intenso de evangelio, carece de sentido la recreación cristiana.

  1. REINO DE DIOS, DIOS DE LOS HOMBRES

Hogar contemplativo y (por ser) liberador. Muchos de los que somos ya algo mayores en la Iglesia hemos recorrido un camino de compromiso que ha venido marcado, en los años setenta y ochenta del siglo XX, por la teología de la liberación, como recordé en la primera parte de este libro. Lo que entonces sentimos y dijimos continúa siendo válido. Pero ahora, pasados los años, con la nostalgia de un fracaso (los problemas siguen, el sistema resulta imparable) y, sobre todo, con más honda experiencia de Jesús, queremos destacar el aspecto contemplativa de la iglesia, que es hogar de misterio, casa donde se comparte el pan de la plena humanidad, especialmente la palabra que brota de la boca de Dios (cf. Mt 4, 4), en un camino donde destacamos tres palabras.

  1. Libertad. Queremos que la contemplación sea expresión de la más honda autonomía, sin imposición de varones sobre mujeres (o viceversa), sin clausuras dictadas por la jerarquía, de manera que sean los mismos contemplativos quienes busquen y exploren su camino.
  2. Eclesialidad, es decir en “asamblea” o comunión abierta, que eso significa “iglesia”.Queremos que la contemplación sea un aspecto central de la vida cristiana, de manera que haya lugares y momentos donde creyentes puedan reunirse para compartir la experiencia de fe, en silencio o cantando, de un modo temporal o para siempre, ofreciendo al conjunto de la iglesia el testimonio de la experiencia fundante de Cristo.
  3. Encarnación, en medio de historia de los hombresallí donde el ser humano está más estropeado, es decir entre los excluidos del sistema, en gesto de plena gratuidad, sin miedo ante lo que nos pueden decir. Unos dirán que el ciclo cristiano ha terminado: esto se acaba; somos los últimos de una larga historia, dos mil años de Iglesia, mil años de tradición cristiana occidental. Otros tienen miedo y defienden el sistema: se creen llamados a mantener el orden y guardas las estructuras, en plano de dogma y disciplina, como si Cristo les necesitara para mantener la iglesia; normalmente se fijan en cosas secundarias (hábitos y rezos exteriores, estructuras caducas).

Pues bien, a pesar de ello, pienso que este es un tiempo bellísimo para encarnarse de verdad, para sembrar evangelio. No se trata de hacer y programar, en línea de sistema, como si todo dependiera de nosotros, sino de dejar que la Palabra de reino penetre de nuevo en nuestra tierra (Mc 4). Esto es lo que importa: no tener miedo y explorar formas de vida cristiana, desde el evangelio, en comunión cordial con el conjunto de la iglesia, pero sin estar esperando las directrices directas de una jerarquía, que normalmente llega tarde. Se trata de ser iglesia, de acoger la voz del evangelio y de crear vida cristiana, con autonomía, en la línea de todo lo que he venido diciendo en este libro.

  1. NUEVOS MINISTERIOS DE EVANGELIO

  En este fondo destaca nuevamente la importancia de los ministerios sacerdotales, es decir, que brotan del de Jesús, unos de tipo “oficial”, ratificados en forma de “sistema sacral” (obispos, presbíteros…), otros de tipo carismático, por impulso del Espíritu en la comunidades, sin necesidad de una “ordenación jerárquico” (como sabe y dice Pablo en 1 Cor 12‒14 . En este contexto queremos evocar el tema de la recreación de los ministerios, conforme a dos caminos que deben acercarse (completarse), para bien de la Iglesia:

  1. Camino ordenado “oficial”, es decir a capite, desde un tipo de cabeza, empezando por el Vaticano

            No se trata de abandonar las “altas jerarquías” (dejar que ellas mueran, preparar su funeral…), sino de invitarles a salir, aprimerear, a  involucrarse… Así empezó diciendo Francisco en Evangelii Gaudium… Pero no se ve demasiado que la Iglesia‒Vaticano haya empezado a primerear, ni a salir, ni a involucrarse… Se trata de ser autoridad, desde el evangelio.

El Vaticano mantiene una actitud tradicional: insiste en el sistema y actúa como "estado religioso unificado", con nuncios ante las naciones, nombramiento directo de obispos, formación presbiteral en seminarios, celibato, exclusión de mujeres etc. Mirado de un modo exclusivista, este modelo se encuentra a mi entender ya seco, y así me atrevo a confesarlo después de trabajar durante más de treinta años a su servicio, como profesor de seminario y Catedrático de teología de una Universidad Pontificia.

Ese camino, (si no se actualiza y recrea) está acabado (al menos en occidente), por la escasez vocacional y, sobre todo, por el tipo de vocaciones que prepara, desligadas de sus comunidades, separadas de la vida y crecimiento real de los cristianos. Las vocaciones ministeriales han de surgir y cultivarse desde el interior de las comunidades cristianas, que son semillero (seminario) para aquellos que deseen (y sean encargados de) realizar tareas apostólicas, varones o mujeres, célibes o casados, sin desligarse de su entorno y su trabajo humano, tras un tiempo de maduración y prueba, reasumiendo de forma no patriarcal la inspiración de Pastorales.

En principio, sólo las comunidades pueden suscitar y animar ministros de evangelio (especialmente presbíteros y obispos). Es normal que esos ministros conozcan la Palabra, pero no tienen por qué ser especialistas en ella, pues los teólogos se dedicarán básicamente a la enseñanza, no al ministerio de organización eclesial. La forma actual de preparar ministros en abstracto y para todo (celebración y enseñanza, dirección comunitaria y servicios sociales...), elevándoles de nivel al ordenarles de presbíteros (e incluso de obispos), sin referencia a una comunidad concreta en la que puedan compartir la fe, me parece carente de sentido (o vale sólo para casos excepcionales, de posibles misioneros).

  1. Camino carismático…, es decir, “in membris”, desde los miembros de la Iglesia que es Cristo, como dice Pablo en 1 Cor 12‒14.

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Hay comunidades que empiezan a reunirse por sí mismas, sin un presbítero oficial, suscitando desde abajo sus propios ministerios de celebración y plegaria, servicio social y amor mutuo etc, como al principio de la iglesia. Esas comunidades son una bendición, son no sólo el futuro, sino el presenta de la Iglesia.

Son comunidades que han comenzado a compartir la Palabra y celebrar el Perdón y la Cena de Señor sin contar con un ministro ordenado al estilo tradicional, pero sin haber roto por ello con la iglesia católica, sino todo lo contrario, sabiéndose iglesia. Estos "ministros" pueden recibir nombres distintos: a veces se les llaman colaboradores, otra son auxiliares o párrocos seglares, otras asistentes pastorales... Su “eucaristía” no será la misa oficial de la catedral o de un tipo de parroquia organizada, pero es “misa” real, presencia de Dios.

 Lo del nombre es lo de menos. En algunos casos, estos “ministerios” laicales están reconocidos de hecho por la Iglesias (las diócesis), en otros casos no, de manera que tanto las comunidades como sus "ministros" actúan sin respaldo oficial, llegando bautizar y consagrar, a celebrar el matrimonio  y absolver los pecados, de un modo real. Lo que importa no es la validez jurídica de esas celebraciones (del bautismo, de la eucaristía, del matrimonio, del perdón…), sin o con papales oficiales.

Lo que importa, digo, no son los papeles, sino la vida y comunión de esa comunidades.. En caso de conflicto con la jerarquía pueden afirmar que actúan de un modo "privado": lo que presiden no es Eucaristía o Penitencia sacramental, sino celebración real (aunque no oficial) de la Cena y Perdón de Jesús.

Pero esta parece una disputa de palabras. Las comunidades que actúan de esta forma carecen de visibilidad oficial (no tienen comunión ministerial externa), pero pueden estar en Comunión real con el conjunto de la iglesia. Ellas son, por ahora, pequeñas y frágiles, pero estoy convencido de que van a multiplicarse, eligiendo sus ministros (varones o mujeres), para un tiempo o para siempre, conforme a la palabra de Mc 9, 39 no se lo impidáis. Desde el momento en que el sistema sacral pierde fuerza, ellas pueden elevarse, creando una comunión o federación de iglesias, como al principio.

  1. UN ORGANIGRAMA SIN ORGANIGRAMA

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Teológicamente hablando, estas comunidades no integradas (por ahora) en el orden oficial de la Gran Iglesia no plantean dificultades. Así nacieron al principio las iglesias, así eligieron sus ministros, así se federaron formando unidades mayores. Por ahora, la Gran Iglesia no admite ese modelo, pero lo hará pronto, no sólo por la fuerza de los hechos sino, por la misma evolución de sus ministerios oficiales, que irán perdiendo sacralidad sacerdotal “de orden jerárquico”, para convertirse en servicios comunitarios de carácter flexible, desde el interior de las mismas comunidades. De esa forma se irá acercando la iniciativa del pueblo cristiano y la tradición de las grandes iglesias, en un camino de re-forma cristiana que nadie puede asegurar o fijar de antemano.

El organigrama jerárquico de la iglesia actúa es más propio de un sistema burocrático sacral y estamental que de una comunión de seguidores de Jesús. Sólo así se entiende el hecho de que ordene ministros en sí (presbíteros sin comunidad, obispos sin iglesia), como expresión de honor y cambio de estado (elevación estamental), con una fiesta que evoca las celebraciones paganas de concesión de títulos de nobleza.

Muchos de esos ministros absolutos (sin comunidad o iglesia), mantienen un carácter difícil de precisar, de manera que parece preciso que volvamos a los primeros tiempos de la iglesia, que en el siglo V (Concilio de Calcedonia, año 451, en el canon 6 recomendaba (=mandaba) que no se ordenase a nadie si no se le asignaba a un oficio eclesiástico, es decir, una tarea pastoral concreta al servicio de las comunidades. Y los que se ordenaran en contraposición a esta provisión, no debían ejercer sus órdenes).

El Concilio prohibía la ordenación en sí (como establecimiento de un rango superior), sin referencia a una iglesia concreta, a un trabajo creador/animados de comunidad. Conforme a la terminología de Calcedonia (el concilio clave de un tipo de teología dominante hasta el momento actual), un ministro cristiano que perdía o abandonaba su comunidad (o que no tenía una tarea ministerial dentro de una comunidad) dejaba de pertenecer al “clero”, es decir, dejaba de ser obispo presbítero.

Pero no quiero hoy seguir con ese tema. Dejo a los estudiosos de teología e historia que formulen quizá mejor el canon 6 de Calcedonia, que las iglesias establecidas han dejado de aplicar hace tiempo… Dejo abierto el tema de la reforma de la iglesia, con la creación de comunidades vivas, autónomas, en comunión con otras comunidades, en comunión con obispos y papa…

Éste es un tema que exige muchas precisiones, un tema donde lo que importa es recrear la iglesia,  como quisieron desde diversas perspectiva (por hablar de la Iglesia occidental) Francisco de Asís, Ignacio de Loyola y Teresa de Jesús. Sería hermoso poder hablar con ellos, retomar su impulso, el impulso de Jesús, en este tiempo de Dios, año 2019, en vísperas de la fiesta de Ignacio de Loyo. Retomaré  desde aquí el tema otro día.

[1] Ciertamente, el Estado Vaticano debe desaparecer ya, hoy mejor que mañana; y con ese Estado el sistema de la Curia romana, con nunciaturas políticas y congregaciones que expresan el "dominio" de la iglesia romana sobre el conjunto de la cristiandad católica.

[2] El evangelio es camino que nadie puede recorrer por nosotros; así nadie puede darnos soluciones hechas, sino que debemos buscarlas, amarlas, conversarlas, en comunión y conservando por lo menos el derecho a equivocarnos. Allí donde la jerarquía sabe, dice y decide, mientras los demás callan y obedecen (sin tener ni siquiera el derecho a equivocarse), está en riesgo la misma verdad de la iglesia. Aludo al principio de falsación de K. Popper y al título del bello libro de A. Domingo M., El arte de poder no tener razón. La hemenéutica dialógica de H. G. Gadamer, Univ. Pontificia, Salamanca 1991

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