La religión de los Incas ¿Fue bueno bautizar a todos, y hacerlo como se hizo?.
En ese contexto es significativa la voz de MARTÍN de Murua (±1550-1620), misionero e historiador vasco, de la Orden de la Merced, que tras muchos años de misión en el altiplano andino escribió una Historia General del Perú, en la que ofrece un buen conocimiento de la religión nativa y de sus implicaciones para la misión cristiana. Murúa fue gran misionero, al estilo clásico. Dice que bautizó él sólo varios cientos demiles de indios, quechuas y aymaras en el Alto Perú, pues a eso se dedicó con la ayuda de un buen personal misionero. Pero, pasados los años, cuando se hace viejo y escribe la historia de aquella zona, afirma que esos bautismos fueron dimidiados y, en el fondo, inválidos, por tres razones principales:
a) No se había evangelizado a los indios
b) Se les había impuesto el cristianismo a través de la conquista, y no por pura misión evangélica
c) El bautismo iba unido a la exigencia de trabajo de los “encomenderos”, que obligaban a los bautizados a explotar sus minas
Quiero ofrecer este testimonio de M. de Murua (casi vecino de la tierra de K. de Ezkio), para completar así las perspectivas… Uno (Muria) trabajo en el altiplano, con quechuas y aymaras… y bautiza a miles. Otro (K. de Ezkio) trabajo en la selva del Amazones (y no bautiza). Entre ambos hay una continuidad, para quien sepa leer.
Para que la exposición sea más precisa empezaré presentando la visión que Murua ofrece de la religión primera de la zona, anterior a la conquista de los Incas, religión de tierra y agua… religión de la vida, como veremos.
Introducción
Utilizamos como base las obras de M. de Murúa, Historia General del Perú, Historia 16, Madrid 1987 y de F. Guaman Poma de Ayala, Nueva crónica y buen gobierno I-III, Historia 16, Madrid 1987. Ambas son de principios del siglo XVII; la primera está escrita por un mercedario vasco, la segunda por un indígena. Sus perspectivas son distintas, pero ambas se completan, ofreciéndonos una buen panorama de la religión andina, tanto en período preincaico como en el incaico. He desarrollado extensamente el tema en Hombre y mujer en las grandes religiones, Verbo Divino, Estella 1997
Los españoles habían llegado al Perú hacia 1532/1533, en un momento en que los incas se encontraban divididos, después de haber conquistado todo el territorio. Escribiendo al final del siglo XVI, pasados más de sesenta años de la conquista, Murúa afirma que pocos o casi ninguno (de los indios) han superado de verdad la religión antigua (pág. 328; cf 316, 327). La "iglesia" oficial de los incas (culto al Sol como signo del estado) había desaparecido con la caída del Estado: oficialmente, los indios se habían despertado un día cristianos, pues el poder había pasado de los incas imperiales a los imperiales españoles, de manera que al viejo sometimiento religioso había sucedido uno nuevo. Pero de hecho, en el fondo, bajo la capa del dominio español, los hijos de los incas del altiplano seguían conservando su antigua religiosidad.
En el sentido externo, ellos se hicieron cristianos, pero en el fondo de su nueva religión oficial conservaban gran parte de las experiencias y visiones religiosas del período anterior (preincaico). De esa forma surgió un mestizaje religioso, una simbiosis entre la fe católica (oficial) y las necesidades ancestrales del pueblo, que el nuevo cristianismo no lograba llenar en el principio. A juicio de Murúa, para que la evangelización hubiera sido auténtica, debería haberse realizado sin conquista ni imposición militar, en forma de encuentro y enriquecimiento de culturas, es decir, de religiones, en línea de apertura cristiana.
A pesar de lo anterior, Murúa cree que hubo también un diálogo religioso entre cristianos españoles e indígenas y su lugar privilegiado fue en algún sentido el culto mariano, pues el signo de la madre de Dios vinculaba a todos. Así lo muestra, por ejemplo, al hablar de «Copacabana, donde hubo antiguamente una frecuentadísima huaca y adoratorio a donde concurrían los indios como en romería y ahora de todo el reino van a visitar a la Sagrada Imagen de la Madre del Verbo Hijo de Dios… y así españoles e indios frecuentan de manera (tal) aquella Santa Casa, que apenas se vacía de peregrinos y necesitados…» (Murúa 556-557).
Pero ese sueño y deseo de vinculación mariana de las religiones y culturas (la cristiana, la incaica) no se pudo realizar plenamente, por la codicia económica y la violencia de muchos conquistadores. En esa línea, siendo partidario de la presencia española y de la misión cristiana, M. de Murúa se muestra muy crítico con los métodos políticos de los españoles, aunque no llegue a la dureza de las condenas de Guaman Poma y de D. de Las Casas. Sea como fuere, la obra de Murua sigue siendo un recordatorio de los valores y riesgos de un ordenamiento religioso, supuestamente cristiano, que se imponía a través de la dominación política. Para que la evangelización hubiera sido auténtica debería haberse realizado sin conquista militar.
1.- Tierra sagrada.
En el fondo de la religión andina ha pervivido y sigue perviviendo la importancia de la madre tierra interpretada como signo y fuente de la vida. En el principio no está el cielo con los dioses, ni el sol que lo regula todo con su fuerza. En el principio está la Tierra:
Adoraban la tierra fértil, que llaman camac pacha (tierra cultivada) y a la tierra nunca cultivada que dicen pacha mama (madre tierra) y en ella derramaban chicha y arrojaban coca y otras cosas, rogándole que les hiciese bien; y ponían en medio de las chacras una piedra grande, para en ella invocar a la tierra y le pedían que guardase las chacras...
En las minas que ellos dicen coya reverenciaban a los metales mejores y a las piedras de ellos las horadaban, besándolas con diferentes ceremonias... Al tiempo de barbechar o arar la tierra, sembrar o coger el maiz, papas... y otras legunbres y frutas de la tierra le suelen ofrecer (a la tierra) sebo quemado, coca, cuy, corderos (llamas) y otras cosas, bebiendo y danzando y, para ello, algunas veces ayunaban (Murúa 423-424).
La tierra es madre divina por sí misma (pacha mama) y sigue siendo madre cuando los hombres la cultivan (camac pacha). Por eso es sagrado el trabajo de aquellos que horadan la tierra en las minas o la laboran por la agricultura. Esto sucedía antaño y esto sigue sucediendo en tiempos de Murúa (hacia el 1590 d. de C.), pues los indígenas continúan cantando y bailando y orando ante los signos sagrados de la tierra:
Es cosa ordinaria entre ellos, cuando pasan los ríos o arroyos o lagunas, beber dellos por modo de salutación, adorándolos y pidiéndoles que los dejen pasar en salvo y no los lleven. Y a las fuentes y manantiales lo mismo, para que no los dañen; y a los lagos y pozos hondos por el mismo fin...
Los indios de la sierra, cuando van de camino, tienen de costumbre echar en el camino o encrucijada, en los cerros o en los montones de piedra, en las peñas y cuevas o en los sepulcros antiguos, ojotas, plumas, coca mascada o maíz mascado, pidiéndoles los dejen pasar en salvo y les den fuerza para pasar su camino y descanso en él.
También usan tirarse las cejas y pestañas y ofrecércelas al sol, a los cerros o a las apachitas (=montones de piedras), al viento, cuando hay torbellinos o tempestades, a los rayos y truenos, a las peñas, cuevas, quebradas, angosturas ... en veneración, pidiéndoles les dejen volver en paz.
Los indios de los llanos reverenciaban y adoraban la mar, para que estuviese siempre mansa y no se embraveciese contra ellos y les diese mucha abundancia de pescado, y con esto le echaban harina de maíz blanco y almagre y otras cosas. La Cordillera Nevada era reverenciada u otra cualquier sierra que estuviese de ordinario con nieve como a cosa temerosa; y en las chacras ponían en alguna parte una piedra muy grande para guarda de ella y para invocarla y llamarla (Murúa 428-429).
La tierra en toda su extensión y plenitud es madre divina de los hombres. Los diversos rituales sagrados expresan su vinculación con ella. Sagrados son de un modo especial los ríos y lagos, las cuevas y montañas. Sobre el fondo de la tierra santa (divina y creadora) se destaca la importancia de las aguas y las rocas. El agua aparece como germen de vida de la tierra:
Había indios señalados para hacer sacrificios a las fuentes y manantiales y arroyos que pasaban por el pueblo y por las chacras; y estos sacrificios los hacían cuando acababan de dembrar, para que no se secasen, para que no dejasen de correr y regasen sus chacras... Y también hacían reverencia y temían a las fuentes, manantiales y arroyos de los desiertos porque, cuando por allí pasasen, no los hiciesen daño en sus personas y ganados ( Murúa 431).
El agua que brota del tierra y por ella discurre es a la vez deseada y temible. Es necesaria para el campo, pues sin ella no maduran las cosecha. Pero, al mismo tiempo, es peligrosa si es que inunda los caminos y sembrados. Con el agua son sagradas de un modo especial las rocas, como signo de dureza y pervivencia. Los indios veneraban las grandes peñas y ponían piedras manejables en los campos.
Las antiguas tradiciones del origen de los incas se dividen cuando llegan a explicar el surgimiento de los hombres: unos dicen que brotaron del gran lago Titicaca, otros afirman que provienen de una cueva en la gran roca (cf Murúa 49-51). En ambos casos el simbolismo es semejante: del seno de la madre tierra (seno que es agua, seno es que roca) provienen los humanos como hijos de la madre tierra que les ofrece sustento y cuidado .
2. Cielo sagrado.
Después de la tierra destaca el carácter divino del cielo, con el sol y la luna, los astros, el rayo/trueno y la lluvia. El primero de sus signos sagrados es el sol, entendido en un sentido extenso como expresión del poder del cielo que preside y sustenta con su misma consistencia y movimientos nuestro mundo:
En los eclipses del sol y de la luna, cuando acierta a demostrarse algún planeta o se encienden en el aire algunos resplandores o exhalaciones, decían que la luna y el sol se morían; y solían gritar y llorar y hacían que otros gritasen y llorasen y aporreaban los perros para que aullasen y tomaban haces de fuego y hacían procesiones alrededor de sus casas, para que no les viniese el mal que temían y les amenazaba con los eclipses.
El arco del cielo, a quien solían llamar cuychi, les fue siempre cosa horrenda y espantable, y temían porque les aparecía las más de las veces para morir o venirles algún mal. Reverenciábanlo y no osaban alzar los ojos hacia él; si lo miraban no se atrevían a señalarlo con el dedo, entendiendo que se morirían...A tiempo que graniza o nieva o hay algunas tempestades o turbiones de vientos daban grandes gritos, entendiendo que así tendrían remedio, y entonces hacen sacrificios (Murúa 438-439).
Murúa está contando lo que ha visto (y entonces hacen sacrificios...). Sabe que los indígenas de las tierras donde actúa como misionero (en torno al Titicaca) viven inmersos en una experiencia de sacralidad celeste. Es sagrado el orden de los cielos; y especialmente sagradas son sus alteraciones: eclipses, tempestades, arco iris... Da la impresión de que el ser humano habita en un mundo que es frágil, bajo un cielo que sigue amenazando.
Pero más que esa amenaza de los cambios (turbiones etc) los andinos saben descubrir y venerar el orden de los ciclos repetidos, de los movimientos de los astros, de las estaciones de la vida de la tierra. Como es lógico, el sol tiene en su experiencia dos pascuas o tiempos especiales, vinculados al solsticio de verano (allá en diciembre) y al de invierno (en junio):
La primera (fiesta y solemnidad) que hacían era en el mes de diciembre; esta era la más principal, que llamaban capacraymi. En estas fiestas ofrecían una multitud de carneros y de corderos en sacrificios... En el séptimo (mes), que corresponde al de junio...., se hacía fiesta llamada intiraymi, en que sacrificaban carneros huanacos y a esta llamaban ellos la fiesta del sol...Aún la fiesta de Raymi (diciembre), en muchos lugares del reino las suelen celebrar encubiertamente, al tiempo de sembrar, con muchos bailes y danzas, y al recoger, que es por Corpus Christi, haciendo ritos antiguos...( Murúa 450-451).
Actividades agrarias y fiestas sociales vienen macadas por los dos solsticios. El sol aparece como realidad sacral (divina) y los humanos participan de su sacralidad, lo mismo que el conjunto de la tierra. Al lado del sol está la luna:
En el décimo mes (septiembre)..., juntábanse todos los indios antes de que saliese la luna. El primer día, y en viéndola, comenzaban a gritar, dando voces, con hahos de fuego en las manos, y se daban uno a otros con ellos diciendo: (vaya el mal fuera!. Decían a estos pancocos. Concluida esta ceremonia, se hacía el lavatorio general en los arroyos y fuentes, cada uno en su pertenencia y luego empezaba la borrachera por cuatro días enteros (Murúa 452).
Este es el tiempo de la renovación lunar. Los humanos han de renacer como renace la luna. Es significativo el uso de antorchas (empleadas también en tiempos de eclipse), como indicando que los humanos deben ayudar a la luna (o al sol) para que alumbre. En un contexto semejante se inscribe el culto a las estrellas y planetas:
Los indios ovejeros (pastores) adoraban a una estrella que ellos llaman urcuchillay, que dicen que es un carnero de muchos colores, el cual entiende en la conservación del ganado. Esta se entiende ser la que los astrólogos llaman lira. Y también reverenciaban otras dos estrellas que andaban cerca desta... Las estrellas, el lucero, las cabritillas adoraban (424; 445).
Pero, al menos a nivel popular, más importante que la sacralidad del sol, luna y estrellas resulta la del trueno y tormenta. Son muchos los pueblos que han divinizado de un modo especial la tormenta, personificándola en los dioses patriarcales más famosos . Los indígenas han destacado este culto al rayo y a la lluvia, como saben bien que Murúa (cf pág 439):
El Trueno, a quien llamaban chuquiylla, catuylla e yntillapa, fingían que es un hombre que está en el cielo...y que estaba en su voluntad el tronar, llover, granizar y todo lo demás que pertenece a la región del aire y en general reverenciaban a este (al trueno) en todo el reino y le sacrificaban niños de la misma manera que al sol (Murúa 425).
El trueno es la expresión de aquel principio fascinante (creador y destructor) que dirige desde arriba nuestra vida, como poder de engendramiento (fecunda a la tierra, lo mismo que a las mujeres; cf págs 432-432) y signo de la muerte. Es evidente que en esta perspectiva se vinculan la tierra y las mujeres, como expresión del aspecto femenino (receptivo) de la realidad. El rayo que viene del cielo presenta en cambio un aspecto masculino .
3. Vida y muerte. El hombre sagrado.
El ser humano forma parte de la naturaleza; sólo dentro de ella puede interpretarse y recibe su sentido. Por eso es importante el ritmo de los meses, regulados de un modo lunar, con una precisión que no ha sido superada ni por los antiguos egipcios ni por los astrónomos más sabios (Murúa 449). A través del calendario, el hombres se descubre vinculado al mundo de los astros .
Aquí queremos destacar los diversos momentos y rasgos de la vida humana. Empezaremos por las ceremonías de iniciación entre las cuales recuerda Murúa el primer corte de cabello, vinculado a los ritos de la pubertad:
Otro abuso tenían -y aún hoy lo guardan algunos-: es , en llegando a la edad de catorce años o quince, poner a sus hijos los panetes con ciertas ceremonias...Y en esto usan de muchas fiestas y borracheras, danzando y bailando de noche y de día, y así mismo a las doncellas cuando les venía la primera flor, sus padres y madres las lavaban y peinaban vistiéndolas ropas nuevas ( Murúa 442).
Se trata de una fiesta de la vida que se expresa con el gozo de los miembros del grupo familiar , en gesto de iniciación y borrachera ritual. Muchachos y muchachas entraban en la vida adulta, vestían de forma distinta... Pero la ceremonia de plenitud de la vida estaba vinculada al matrimonio, entendido como unión entre personas de grupos distintos:
Castigaban con gran rigor al que se juntaba con su hija, hermana o parienta muy cercana y teníanlo cuando sucedía esto por mal aguero y decían que esta era la causa porque no llovía y les venían trabajos, enfermedades, pestilencias (Murua 48).
El texto vincula el incesto con la desgracia cósmica: el ser humano se encuentra vinculado con el mundo de forma muy intensa.sólo alli donde se aceptan las diferencias humanas puede mantenerse el equilibrio que nace de las polaridades cósmicas. El matrimonio matiene por un lado las distinciones y por otro vincula a los diversos grupos sociales, como ha destacado desde antiguo la antropología:
Si entre los padres y madres concertaban algún casamiento sin que del diesen paarte a sus hijos era hecho, aunque los hijos no quisiesen, y este abuso aún dura hasta el día de hoy... (Murúa 388).
Son los padres quienes deciden. Ellos realizan los matrimonios que normalmente eran monogámicos. A partir de la boda el esposo venía a ser cabeza de nueva familia, integrada en el sistema mayor del ayllu o clan . Finalmente, dentro del proceso vital emerge la muerte:
Tuvieron por cierto los indios que las almas vivían después desta vida y que los buenos tenían descanso y holganza y los malos dolor y pena, pero nunca llegó a su entendimiento este descanso y pena dónde había de ser, ni en qué lugar lo habían de tener, ni tampoco alcanzaron que los cuerpos hubiesen de resucitar con las almas; y de esta causa tuvieron grandísima diligencia en honrar los cuerpos de los difuntos y de guardarlos y honrarlos....A los cuerpos de los difintos tuvieron siempre sus descendientes, hijos y nietos y los demás, suma veneración y respeto y ponían mucha diligencia en que se conservasen y para esto los ponían ropa y comida y hacían sacrificios (Murúa 414).
Los andinos creían en una especie de pervivencia vital de los humanos (ni inmortalidad, ni resurrección al tipo cristiano). Los hombres forman parte de un gran proceso cósmico; se encuentran insertos en el gran camino de la vida y con ella perduran, integrados de manera misteriosa en los ciclos de vida del mundo. Por eso son importantes los pasajes que hablan de los muertos convertidos en roca o emergiendo de la hondura de los montes y cuevas de la tierra (cf. Murúa 48-52).
La división establecida por Murúa entre buenos y malos ha de entenderse en sentido social. Cada ser humano desarrolla unos poderes que siguen vivos tras su muerte. El mismo difunto late, actúa, perdura en su familia, allí donde ha ejercido su influjo sobre el mundo:
Tuvieron otro error, entendiendo comúnmente que a los que Dios en esta vida había dado prosperidades, riquezas y descanso los tenía por amigos y así en la otra también se los daba; y deste error y engaño procedió en ellos hacer tanta honra y venerar con tánto cuidado a los señores ricos y poderosos, aun después que hubiesen muerto (Murúa 415).
Vivos y difuntos se hallaban vinculados, moviéndose dentro de un mismo espacio de fuerza, al interior del único mundo conocido: la tierra sagrada. Logicamente, los que hubieran ejercido más poder en esta vida seguirían ejerciéndolo en la muerte. Quizá podamos añadir que las "almas" de los difuntos aparecen integradas en una especie de alma universal: por un tiempo (mientras se mantiene su recuerdo en la sepultura) ellas están cerca de la tierra donde vivieron. Significativamente, un hombre sólo muere del todo cuando se destruye su cadáver o se pierde su memoria. Por eso, el mayor castigo de un andino era quemar su cadáver, descuidar su tumba.
Acostumbraban dar de comer y beber al tiempo del entierro de los difuntos y el beber era con un canto triste y lamentable y en estas ceremonias de las exequias gastaban algunos días. Tenían otro error, que las ánimas andaban vagas y solitarias y padecían hambre, sed y frío y cansancio y que las cabezas de los difuntos o sus fantasmas andaban visitando sus hijos y parientes y otras personas conocidas, en señal de que han de morir presto o les ha de suceder algún mal. Por esta causa ofrecían en las sepulturas cosas de comer y beber y vestidos y los hechiceros solían y aún ahora suelen...(Murúa 415).
Los vivos mantienen su solidaridad radical con los difuntos: comen y beben, se emborrachan y danzan sobre los sepulcros. Por su parte, los difuntos siguen estando cerca de sus seres más cercanos (amigos o enemigos). No hay lugar para un responsabilidad individual en sentido personal. Vivos y difuntos se encuentran inmersos dentro de un mismo gran proceso sacral que desborda las fronteras de la muerte.Tierra y familia arraigan al ser humano en los ejes de su propia realidad (en su geografía y en su historia). Sagrada es la tierrra entera; sagrado el proceso de vida familiar en que se integra cada uno de los individuos.
4. Huacas: los signos sagrados.
Se puede utilizar ese nombre en un sentido más o menos semejante a lo que en otro contexto se ha llamado mana . Huaca es más que un ídolo o un templo, más que un dios determinado. Huaca es en el fondo todo lo que está relacionado con la sacralidad. Hablando Murúa de los indios aún sin civilizar dice:
Algunos usaban en particular huacas
y solamente sacrificaban cabezas de ovejas de la tierra
y soplaban la coca, chicha y otras comidas (pág 48).
No hará falta decir que aquí soplar significa beber o comer en gesto sacral que se vincula al sacrificio y al "culto" de las huacas. En sentido estricto huacas suelen ser las sepulturas y los cuerpos de los muertos; por extensión son huaca las rocas y los cerros elevados, lo mismo que los astros, las estatuas de dioses y los templos (lugares de culto; son en fin huaca todas aquellas realidades que que en un momento dado rompen los "términos normales" de la vida y suscitan reverencia (cf Murúa pág 423) . En algún sentido, todo puede hacerse huaca para los andinos:
Huaca es todo lugar u objeto sagrado; pero se ha interpretado su significado como derivado no de un sustantivo sino de un verbo que indica acción: huaccani, llorar, gemir, que es la actitud que los incas adoptaban para orar o reverenciar todo lo sagrado. Es interesante, sin embargo, señalar que otro verbo, huaccaychany, significa guardar, tener guarda; y que generalmente la función de la huaca se identifica con la protección. Por eso, las divinidades superiores y celestes son calificadas y consideradas como huaca
Por una parte, los devotos adoran la huaca, en gesto de reverencia y sacrificio; por otro lado viven protegidos por la huaca que les sostiene y ayuda a lo largo de la vida. Había huacas oficiales en el mundo andino: eran los lugares de culto más famosos como Chimor junto a Trujillo, Pachacamac junto a Lima o el lago Titicaca ( cf Murúa 211; 444). Pero
además de estas huacas o ídolos había otros por todo el reino, sin número, en las provincias, en los pueblos particulares, en los ayllus (clanes) y tribus, en las casas y caminos, montes, cerros, cuevas, piedras, encrucijadas, árboles (Murua 445).
El modo de adorar las huacas varía en cada caso. Una cosa son los cultos funerarios de las familias pobres y otra los fastuosos sacrificios de los grandes incas. Una cosa son las fiestas ya reglamentadas de las celebraciones en invierno y verano (según el calendario) y otra los ritos más ocasiones con motivo de tormentas o desastres naturales. Estas parecen ser las notas constantes de los sacrificios a las huacas:
Sacrificaban y ofrecían unos carneros que tenían dedicados para aquel efecto.. . En los ganados que sacrificaban tenían cuidado en la gravedad del negocio para que se ofrecían, la salud y la color para conformarla con la causa... Res que fuera hembra jamás sacrificaban....No acostumbraban a sacrificar animales silvestres, porque decían que para ofrenda a las huacas, y siendo dirigidas para su bien, salud y aumento, no habían de ofrecer sino cosas que ellos hubiesen criado y aumentado, para dar muestra de lo mucho que estimaban sus huacas (Murúa 420-421).
Todo el texto es significativo, en perspectiva de teoría religiosa. La hembra no puede ser sacrificada porque su misma existencia se interpreta en forma sacrificial: vive para extender la vida; se mantiene siempre en riesgo por la donación de sí, por la entrega al surgimiento de la vida. Por eso sacrificar una hembra sería contradictorio o, quizá mejor, innecesario. Por otro lado, Murúa afirma que sólo pueden sacrificarse animales "que ellos mismos han criado", es decir, que han entrado en contacto con los humanos, de tal forma que pueden aparecer como representantes del conjunto del pueblo. En el fondo, el sacrificio representa un gesto de ruptura inerior: los hombres separan algo que resulta muy cercano para destruirlo, poniéndolo en manos de Dios, en gesto expiatorio, como de formas diversas y complementarias han indicado los especialistas . Los andinos también han conocido el sacrificio humano:
Otros sacrificios había, bárbaros y crudelísimos, y otros eran de niños de diez años abajo, pero no se hacían con la frecuentación que se refiere haberse usado en México y sus provincias, donde era en gran multitud. Acá era para negocios de muchísima importancia, como en tiempo de grandísima hambre o pestilencia o mortandad, ofrecidos y mostrados al ídolo a quien los sacrificaban; después los ahogaban y enterraban con él ropa fina y otra por tejer (Murúa 420).
Estos son los casos extremos: hambre, peste y gran mortandad (a fame, peste et bello, decía la liturgia cristiana, citando 2Sam 24,13). Son casos de absoluta destrucción: las bases de la vida se encuentran en peligro, se extiende la amenaza de la muerte absoluta. Entonces se recurre al sacrificio originario: se busca un tipo de chivo expiatorio que aparezca como causante de los males y como su mejor remedio.
Es significativo el hecho de que se utilice para el sacrificio a niños, es decir, a los que son inocentes por principio. Ellos simbolizan eso que pudiéramos llamar la irracionaliad suprema del mal (peste, hambre, guerra). En la lucha de todos contra todos, en el riesgo absoluto de desintegración, los andinos buscan y matan al que no puede defenderse, considerándole al mismo tiempo como culpable (por eso le matan) y como inocente: signo de esperanza, de camino de vida (por eso le entierran con ropa ya tejida y por tejer, como indicando que puede asumir un camino de futuro) .
Más común que el sacrificio de personas (y animales) ha sido la ofrenda religiosa de animales y de cosas; posiblemente tiene sentido de oblación gozosa (se le ofrece a Dios algo que es bueno para nosotros) y de agradecimiento que puede interpretarse como principio de comunión (de comunicación de valores y bienes):
Solían otras veces ofrecer... carneros y corderillos hechos de oro y plata maciza y también chaquiras, que ellos dicen mullu (moluscos marinos) y unas aves que llaman tocto... y las plumas de una ave que llaman pillco, que son de hermosos colores y vista... Otras veces ofrecían polvos de almejas de la mar, molidas, que dicen paucar mollo... y cantidad de ropa de hombre y mujer, finísima y muy pequeña, hecha conforme a la medida de los ídolos, con muchos colores de plumerías y otras cosas que usaban para este efecto ( Murúa 420).
Dioses y hombres participan de los mismos dones, en la línea de eso que podemos llamar el lujo de la vida: metales preciosos (no utilizados como capital económico sino como símbolo religioso), plumas de colores vistosos, moluscos de tinte rojizo... Los mismos animales que se ofrecen (llamas...) aparecen simbolizadas en forma de estatua. No hay derramamiento de sangre sino gozo de dones compartidos. Significativamente, todo culmina en la comida:
Los cuales sacrificios se remataban con comer y beber, fiestas y placeres y borracheras, que ninguna cosa hacían de bien y mal, de contento o de negocio sin este fin... Pocos sacrificios hacían en que no entrase la coca, yerba preciosa en todo este reino por sus deleites y regalo (Murúa 420, 421). Con grandes bailes, danzas y cantares, mezclados con comer y beber abundantísimamente, pues no hay fiesta, contento ni regocijo que si esto falta sea cumplida y perfecta, sino antes triste y enfadosa ( Ibid 146).
La religión se ha convertido de esta manera en fiesta: la celebración ritual, centrada en la comida y bebida, en la borrachera ritualizada, saca al ser humano del límite de muerte en que se encuentra de ordinario. Libera al hombre rompiendo el orden de la racionalidad intramundana para hacerle descubrir una dimensión de participación sacral con el todo divino del mundo.
5. Viracocha. Dios supremo, Diosa Tierra.
En el fondo de la religión andina se conserva el recuerdo de un posible Dios supremo que recibe diferentes nombres: Kon, Vichama, Pachacámac y sobre todo Viracocha, que se suele traducir por Hacedor. Es difícil precisar hoy el sentido y funciones de ese Dios, pues su lugar está ocupado en gran medida por la Diosa Tierra de los cultos andinos primitivos o el Inti/sol del imperio incáico. De todas formas, queda el recuerdo de este Dios supremo, recogido sobre todo en textos de plegaria
Oh Hacedor,
- que estás desde los cimientos y principios del mundo hasta los fines de él,
- poderoso, rico y misericordioso,
- que diste ser y valor a los hombres y con decir "sea este varón, sea esta mujer"
hiciste, formaste y pintaste a los hombres y a las mujeres;
- a todos estos que hiciste y diste ser
guárdalos y vivan sanos y salvos y sin peligro y en paz.
- A dónde estés, por ventura, en lo alto del cielo
o en lo bajo de las nubes y nublados o en los abismos:
- (Oyeme y respóndeme y concédeme lo que te pido!
Danos perpetua vida para siempre, tennos de tu mano;
y este sacrificio recibe a dondequiera que estuvieses (Murúa 67) .
Dios aparece en esta oración como creador: es principio de todo lo que existe. Al mismo tiempo se presenta como escondido: no se sabe dónde está, por eso se le llama, se le busca por todas partes. Es un Dios de los humanos, de los hombres y mujeres que aparecen iguales a sus ojos. También aparece como providente: tiene poder para influir en la vida de los hombres. Murúa recoge otra plegaria parecida:
Señor (Hacedor): acuérdate de nosotros que somos tuyos:
- danos salud, concédenos hijos y prosperidad, para que tu pueblo aumente;
- danos agua y buenos temporales, para que con ellos nos mantengamos...;
- ayúdanos contra nuestros enemigos y danos holganza y descanso (Murús 430)
El Dios a quien aquí se invoca es Señor de la totalidad y así protege a los humanos en el conjunto de sus necesidades familiares (hijos), materiales (cosechas) y sociales (victoria militar y paz). Este es el Dios con el que parecen conectar mejor los españoles monoteistas, que se interpretaran a sí mismos como enviados de Viracocha, es decir, del Señor supremo o de Jesucristo. Parece, sin embargo, que su influjo en el pueblo ha sido menor. En el mundo andino han dominado tres grandes figuras divina que ahora podemos presentar en forma esquemática:
- El Sol, que es signo y causa del orden celeste, dador de crecimiento;
- El Trueno como poder atmosférico, vinculado a la tormenta y al agua y
- La Tierra madre que recibe el don del sol, la semilla del agua.
Estos serían a nuestro juicio los momentos fundamentales de eso que pudiérmaos llamar la trinidad andina. Quizá pudiera añadirse que Sol y Trueno son masculinos; la Tierra femenina; ella ha realizado, sin embargo, el papel más importante. Los andinos preincáicos han desarrollado una visión religiosa de tipo matriarcal donde la Diosa (Tierra) aparece como signo principal y contenido de todo lo que existe.
Importantes son el Sol y Trueno, pero ambos se encuentran al servicio de la Tierra a la que alumbran y fecundan. Importante puede ser también Viracocha, entendido como Dios abarcador; pero también él se encuentra en último término ligado (subordinado) a la Madre Tierra que es centro y signo de todo lo divino. A partir de aquí debemos entender la novedad incaica