Oh, Señor mío!

Que sienta en mi corazón…

y en mi cuerpo…

el fuego de tu amor,

tal como Tú lo sufriste por nosotros. ( S.Francisco de Asis)


Te ruego, Señor…

por dos gracias: presencia y entrega.


¿Por qué te busco en los templos…

si habitas dentro de mí?


Y si te hallo en la calle…

¿Por qué me hago ausente,

sin reconocerte en mi propio corazón?


Hermano mío…

¿Qué guardas en tu interior?


Acudes al templo con prisa…

como quien corre tras un minuto perdido…

como quien enciende luces sin fuego…

como quien da amor sin alma.


¡Y dentro de ti… no me reconoces!

¡Y en la calle… no existo para ti!


Día tras día…

Año tras año…

tu corazón soporta lo que le das…

y lo que le quitas.


¿A qué Cristo dices que buscas…

si ni en la calle ni en el templo lo hallas?


Te pide beber…

y le das vinagre.

Te pide comer…

y le dejas vacío.


Al pobre que se llama Jesús…

que mora en lo más íntimo de ti…

no lo atiendes…

y solo una vez al año le das pan.


Señor…

ayúdame a conocer al pobre que habita en mi interior.

Que pueda mirarlo…

y aceptarlo sin temor.


Para que, amando al pobre que soy…

pueda amar al pobre de Jesús.


Si no amo al pobre dentro de mí…

no podré amar al que no veo.


¿Cómo amar a Dios…

al que no veo…

si antes no amo al pobre que habita en mi alma?


No me dejes engañarme, Señor…

No puedo decir que creo en Jesús…

si no creo en el pobre que mora en mí.


No podemos amar al Jesús de los templos…

si ignoramos al Jesús vivo dentro de nosotros.


Hermano mío…

¿En qué Jesús crees?

¿En el que ignoras?

¿En el que rehúsas buscar con sincero corazón?

¿En el pobre que vive dentro de ti…

o en el que yace crucificado ante ti?


La sombra de la cruz…

nos alcanza más que la cruz misma…

¡Él está!


Y en Él…

¡cuánto mal vivimos cada día!

En nuestro trabajo…

en la familia…

en la vida pública…

en el descanso…

y en el ocio.


Señor…

Enséñame a amar con corazón…

a dar de beber al sediento que habita conmigo…

a alimentar al hambriento…

a vestir al desnudo…

pero sobre todo…

a atender primero a Jesús, pobre de mi pobreza.


Dale de beber…

Dale de comer…

Cúbrelo con mi mejor vestido…


Y después de esto, Señor…

Hazme tu amigo…

para seguirte fielmente…

convertido y humilde.


Del Evangelio a la vida…

de la vida al Evangelio.


❤️

La Humildad que es solo grito de Tierra


Francisco no tenía nada. Y por eso lo tenía todo.


Se hizo pequeño, más pequeño que los granos de arena

que el viento barre sin que nadie los nombre.


Se hizo silencio en medio del ruido de los mercaderes,
grieta en los muros de la vanidad,
sombra que se borra al mediodía. 


¿Tú? ¿Sigues contando tus méritos como monedas?
¿Sigues midiendo tu santidad con varas de prestigio?


El Poverello se desnudó.
No solo de ropas,
sino de títulos, de seguridades, de ese "yo"
que pesa tanto y vale tan poco.


Se despojó hasta quedar en pura necesidad,
en puro grito de tierra sedienta.
Porque solo el vacío es habitación para el Infinito.


Se inclinó ante los leprosos,
no por virtud,
sino porque sabía
que en los últimos estaban las llaves del Reino.


Besó las manos deformes,
lavó los pies sucios, se sentó en el polvo con los que el mundo escupe.


¿Y tú? ¿Aún temes mancharte?



La humildad
no es una virtud de santorales bien pintados.

Es revolución.

Es subversión del ego.


Es derribar los altares que nos hemos construido-
y dejar que Dios crezca en nuestras ruinas. 


Francisco no pidió seguidores.

Quiso hermanos.

No quiso poder, sino servicio.

No quiso ser visto, sino ser puente.


¿Entiendes ahora por qué la verdadera humildad quema tanto?


El humilde no dice "soy nada".

Dice "Dios es todo".

Y se desvanece, como el rocío al amanecer. 


¿Te atreves a evaporarte?