Artesanos de la paz

(JCR)


Hace dos días se publicaba en estas páginas de Religión Digital una entrevista con el sacerdote Mateo Zuppi, de la Comunidad de San Egidio, en la que con un estilo diplomático típico de los mediadores (y más si estos son italianos) hablaba de la paz en el País Vasco. Sus declaraciones me recordaron los tres intensos años de relación que tuve con dos extraordinarias personas de San Egidio en el norte de Uganda.

En 2002, cuando empezamos con los contactos con la guerrilla del Ejército de Resistencia del Señor (LRA en sus siglas inglesas) en Gulu, nuestro arzobispo John Baptist Odama pidió a la comunidad de San Egidio que intervinieran. Con su proverbial estilo extremadamente discreto que rehuye la publicidad, uno de ellos (Fabio Riccardi, hermano de Andrea Riccardi fundador de la comunidad) llevaba en contacto con algunos dirigentes del LRA desde 1997 y en una ocasión se había reunido con dos de sus comandantes en Jartum en 1998.

En 2003 sus visitas a Gulu fueron frecuentes. Recuerdo las largas conversaciones telefónicas que teníamos con Vincent Otti, el número dos del LRA, normalmente de noche. De Fabio y su compañero Vittorio aprendí que en procesos de paz buscar la oveja perdida quiere decir hablar de forma cordial con seres humanos que han cometido crímenes horribles y que parecen haber perdido todo sentido de humanidad. Sin embargo, tratándoles con amabilidad e intentando ganarse su confianza se abre un camino que suele durar muchos años para llegar a la paz, aunque a veces se termina en fracaso. La comunidad de San Egidio consiguió que se firmara una paz duradera en Mozambique. También han estado involucrados en Darfur, Costa de Marfil, Argelia y Centroamérica, además de en el Norte de Uganda. En algunos de estos sitios sus esfuerzos aparentemente han terminado en fracaso y uno se preguntaría si tantos esfuerzos y recursos merecieron la pena.

Algo que agradecimos enormemente a san Egidio durante esos años fue el aliento y el ánimo que nos dieron durante aquellos tiempos difíciles. Los que hemos vivido en zonas de conflicto y hemos intentado una mediación de paz sabemos muy bien lo que este trabajo puede desgastar humanamente y cómo uno se convierte fácilmente en objetivo de los que sólo creen en soluciones militares.

Una de las imágenes que no se me borrará jamás fue un encuentro con un comandante guerrillero, de noche, en casa del arzobispo. El hombre iba armado, estaba muy nervioso y lucía una cara de muy pocos amigos. Delante de él estábamos un funcionario de Naciones Unidas, mis dos amigos de San Egidio y yo. A mí me temblaban las piernas. Fabio rompió el hielo con una sonrisa de oreja a oreja. Le dio un fuerte abrazo y le habló como un hermano. Al cabo de una hora aquel duro comandante que seguramente había matado a tantas personas a sangre fría estaba relajado y se había establecido una relación. Yo me la jugué aquel día ofreciéndole mi habitación para que se cambiara de ropa y dejara su "maletín" (sabe Dios
los que llevaría dentro) debajo de la cama. Recuerdo al final de aquel encuentro las palabras de Fabio: "Cuando te encuentras con estos comandantes endurecidos en la guerrilla con aspecto tan fiero te das cuenta en seguida de que en el fondo tienen una psicología de niños, y hay que hablarles sin miedo".

Creo que lo que más me impresionado de las personas que he conocido en la comunidad de San Egidio es su increíble cordialidad, además de su profundo espíritu de fe. En el Norte de Uganda les estamos profundamente agradecidos por la labor de mediación que actualmente llevan a cabo –junto con Pax Christi- entre el gobierno de Uganda y el LRA. Gracias a personas como ellos Cristo, el príncipe de la paz, sigue haciendo milagros.
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