Impresiones de viaje (III)
(AE)
Paciencia, paciencia, paciencia. Alguien dijo que, cuando Dios creó el mundo y decidió repartir sus dones entre los diferentes pueblos, al africano le dio todo el tiempo del mundo y al blanco… le dio el reloj. Por eso, desde tiempos inmemorables, la imagen típica del blanco es de ese señor que se cabrea y grita mientras su dedo índice tamborilea en la pantalla de su reloj la melodía de la desesperación. Lo que para unos es evidente, para otros no lo es. Un simple trámite en la carretera puede llevar interminables minutos e incluso horas. La espera a algún funcionario que ponga un sello en un permiso de viaje puede ser tan prolongada como la de una lista de espera de la Seguridad Social. Ante esto, tranquilidad y buenos alimentos y sobre todo, no perder la compostura. No sé cómo será en otros continentes, pero en África se lleva muy mal el gritar a alguien y ningunear al responsable de una oficina o departamento.
Siempre mejor una pista de tierra decente que un asfalto lleno de agujeros. Cuando uno conduce, en pocos segundos puedes verte en la cuneta (si la hay) o empotrado en un árbol. No pocas veces pasa esto cuando uno se confía y se encuentra en la carretera baches enormes tirando más a socavón que a otra cosa. Esto por desgracia es mucho más frecuente en carreteras otrora buenas pero que no han tenido el suficiente mantenimiento en los últimos años y están tan agujereadas como un queso roquefort. En esta situación, tales caminos son verdaderos laberintos por donde uno tiene que encontrar el paso para que los neumáticos no se te queden metidos dentro… es todo un ejercicio de malabarismo en el cual, como dé uno un volantazo de más… puedes terminar de mala manera.
La prudencia, que no falte. Aparte de aquello que “donde fueres, haz lo que vieres”, creo que es necesario que todo viajero que venga por estos lares eche en su mochila una buena dosis de prudencia. Es muy fácil caer en el recurrente tópico de “esta gente no entiende…” o “si tuvieran una mente más abierta” y pontificar sobre los males endémicos del subdesarrollo, de las cosas que esta gente necesita o de lo que adolece… creo que, para comprender costumbres, hábitos y actitudes, hay que caminar en los mocasines de los locales por lo menos una luna, como dice el proverbio indio. Es por esto que al principio se aconseja encarecidamente aquello tan difícil de “ver, oír y callar”. Quizás, después de este primer periodo, ciertas cosas que al principio llamaron la atención luego no lo hagan tanto e incluso las comprendamos perfectamente.
Policías y ladrones, hermanos de similar cofradía. En estos países donde la lacra de la corrupción sigue imperando, uno no sabe si es mejor caer en las manos de un ladrón honrado o en la de un policía sin escrúpulos. Mejor ir con cuidado y evitar ambas especies sociales cuanto más mejor. Esto se consigue abriendo los ojos, intentando no llamar la atención y sabiendo dónde y cómo esquivar sus amenazas. Si uno tiene que cabrearse, mejor que no sea con los de uniforme ya que su prepotencia y la posibilidad de hacerte pasar uno de los peores días de tu vida en una comisaría de policía les da una ventaja abismal. A lo mejor te sales con la tuya, pero si te llevan al cuartelillo te han arruinado la jornada viajera de hoy o a lo mejor te estropean casi todo tu plan de viaje… bien empleado, porque uno de los primeros mandamientos de esta serie de blogs era no hacer demasiados planes ni dejarse determinar por ellos.
Cuidadín con cabras, ovejas, gallinas (por este orden) y con cualquier bicho viviente. Es curioso que especialmente las cabras campan por sus fueros en África sin ningún control, aparentemente sin dueño ni perrito que les ladre. Eso sí, si uno tiene la verdadera desgracia de que uno de estos libres y desaforados animalitos termine en las ruedas o el parachoques de tu coche, entonces estás apañado… porque seguro que de la nada aparecerá un enfurecido señor o señora que inmediatamente te culpará por la acción (sin haberla visto, claro) y te pondrá muy claro que él o ella son los dueños legítimos del animal caprino, ovino o galliforme que precisamente estaba destinado para dar de comer a la parentela en el funeral de tal o cual persona y que por tanto tiene que compensar a la familia por tan sensible pérdida económica y la ira irá in crescendo mientras uno no apoquine una cantidad que probablemente será el doble o el triple de lo que se pagaría por tal animalito en el mercado. El pobre animalito vivía en una anarquía y descontrol totales cuando vivía, pero ahora que ha muerto, se multiplican los dueños… y todos dicen que estaban cuidando de él hasta minutos antes que “se escapara a la carretera”. Lo mismo que hay leyendas urbanas, aquí ésta forma parte de las leyendas rurales más típicas.
Continuará...
Paciencia, paciencia, paciencia. Alguien dijo que, cuando Dios creó el mundo y decidió repartir sus dones entre los diferentes pueblos, al africano le dio todo el tiempo del mundo y al blanco… le dio el reloj. Por eso, desde tiempos inmemorables, la imagen típica del blanco es de ese señor que se cabrea y grita mientras su dedo índice tamborilea en la pantalla de su reloj la melodía de la desesperación. Lo que para unos es evidente, para otros no lo es. Un simple trámite en la carretera puede llevar interminables minutos e incluso horas. La espera a algún funcionario que ponga un sello en un permiso de viaje puede ser tan prolongada como la de una lista de espera de la Seguridad Social. Ante esto, tranquilidad y buenos alimentos y sobre todo, no perder la compostura. No sé cómo será en otros continentes, pero en África se lleva muy mal el gritar a alguien y ningunear al responsable de una oficina o departamento.
Siempre mejor una pista de tierra decente que un asfalto lleno de agujeros. Cuando uno conduce, en pocos segundos puedes verte en la cuneta (si la hay) o empotrado en un árbol. No pocas veces pasa esto cuando uno se confía y se encuentra en la carretera baches enormes tirando más a socavón que a otra cosa. Esto por desgracia es mucho más frecuente en carreteras otrora buenas pero que no han tenido el suficiente mantenimiento en los últimos años y están tan agujereadas como un queso roquefort. En esta situación, tales caminos son verdaderos laberintos por donde uno tiene que encontrar el paso para que los neumáticos no se te queden metidos dentro… es todo un ejercicio de malabarismo en el cual, como dé uno un volantazo de más… puedes terminar de mala manera.
La prudencia, que no falte. Aparte de aquello que “donde fueres, haz lo que vieres”, creo que es necesario que todo viajero que venga por estos lares eche en su mochila una buena dosis de prudencia. Es muy fácil caer en el recurrente tópico de “esta gente no entiende…” o “si tuvieran una mente más abierta” y pontificar sobre los males endémicos del subdesarrollo, de las cosas que esta gente necesita o de lo que adolece… creo que, para comprender costumbres, hábitos y actitudes, hay que caminar en los mocasines de los locales por lo menos una luna, como dice el proverbio indio. Es por esto que al principio se aconseja encarecidamente aquello tan difícil de “ver, oír y callar”. Quizás, después de este primer periodo, ciertas cosas que al principio llamaron la atención luego no lo hagan tanto e incluso las comprendamos perfectamente.
Policías y ladrones, hermanos de similar cofradía. En estos países donde la lacra de la corrupción sigue imperando, uno no sabe si es mejor caer en las manos de un ladrón honrado o en la de un policía sin escrúpulos. Mejor ir con cuidado y evitar ambas especies sociales cuanto más mejor. Esto se consigue abriendo los ojos, intentando no llamar la atención y sabiendo dónde y cómo esquivar sus amenazas. Si uno tiene que cabrearse, mejor que no sea con los de uniforme ya que su prepotencia y la posibilidad de hacerte pasar uno de los peores días de tu vida en una comisaría de policía les da una ventaja abismal. A lo mejor te sales con la tuya, pero si te llevan al cuartelillo te han arruinado la jornada viajera de hoy o a lo mejor te estropean casi todo tu plan de viaje… bien empleado, porque uno de los primeros mandamientos de esta serie de blogs era no hacer demasiados planes ni dejarse determinar por ellos.
Cuidadín con cabras, ovejas, gallinas (por este orden) y con cualquier bicho viviente. Es curioso que especialmente las cabras campan por sus fueros en África sin ningún control, aparentemente sin dueño ni perrito que les ladre. Eso sí, si uno tiene la verdadera desgracia de que uno de estos libres y desaforados animalitos termine en las ruedas o el parachoques de tu coche, entonces estás apañado… porque seguro que de la nada aparecerá un enfurecido señor o señora que inmediatamente te culpará por la acción (sin haberla visto, claro) y te pondrá muy claro que él o ella son los dueños legítimos del animal caprino, ovino o galliforme que precisamente estaba destinado para dar de comer a la parentela en el funeral de tal o cual persona y que por tanto tiene que compensar a la familia por tan sensible pérdida económica y la ira irá in crescendo mientras uno no apoquine una cantidad que probablemente será el doble o el triple de lo que se pagaría por tal animalito en el mercado. El pobre animalito vivía en una anarquía y descontrol totales cuando vivía, pero ahora que ha muerto, se multiplican los dueños… y todos dicen que estaban cuidando de él hasta minutos antes que “se escapara a la carretera”. Lo mismo que hay leyendas urbanas, aquí ésta forma parte de las leyendas rurales más típicas.
Continuará...