50 años de la Fidei Donum

(JCR)
Hace ahora cincuenta años el Papa Pío XII publicaba una encíclica titulada “Fidei Donum” cuya influencia en el trabajo misionero de la Iglesia se dejaría notar durante décadas. Invitaba el Pontífice a compartir el don de la fe enviando misioneros a los lugares que necesitaban más evangelización y donde escaseaba el personal apostólico. Años después aparecerían el decreto “Ad Gentes” del Vaticano II, la “Evangelio Nuntiandi” de Pablo VI y la “Redemptoris Missio” de Juan Pablo II, que completan los documentos programáticos mayor importancia sobre el trabajo misionero de la Iglesia.

Pero la Fidei Donum tuvo una influencia en la Iglesia sólo comparable al impulso misionero del siglo XIX, cuando aparecieron grandes figuras de la evangelización como San Daniel Comboni, el cardinal Lavigerie, Giuseppe Allamano o Libermann, todos ellos fundadores de institutos misioneros.

Seguramente el mayor efecto e la Fidei Donum fue que muchos jóvenes seminaristas y sacerdotes de finales de los años 50 y principios de los 60 sintieron la llamada misionera y salieron de sus diócesis de origen para ir a trabajar a remotas regiones de África, América o Asia.

Cuando yo estudiaba en el seminario diocesano de Sigüenza allá por los años 70 aún se dejaban sentir las ondas expansivas de aquel renacer misionero. Recuerdo el día en que recibimos la visita de un obispo del Benín y un misionero comboniano con motivo de la campaña del Domund. Para mí fue un bombazo oír a aquel obispo que nos decía que sólo tenía cuatro sacerdotes para su diócesis de más de un millón de habitantes. La diócesis de Sigüenza-Guadalajara contaba entonces con algo más de 200 curas para unos 120.000 habitantes, y encima nos hablaban de lo que escaseaban las vocaciones y de cómo faltaban brazos para trabajar en la viña del Señor. No me lo pensé más y me puse en contacto con el director de vocaciones de los misioneros combonianos, y después de dos años de discernimiento ingresé en el postulantazo. Después del noviciado y de un año en Londres para aprender inglés vine a Uganda, aún como joven seminarista, para acabar los estudios teológicos y ya luego se me olvidó el camino para volver a España, despiste del que huelga decir que estoy encantado.

La vocación, y la misionera no es una excepción, no es una idea, porque las ideas y teorías no entusiasman a nadie. La vocación es una experiencia de encontrar a una persona, a Jesús de Nazaret que nos mandó ir por todo el mundo y que cuando dijo que había venido a proclamar la buena noticia a los pobres sus paisanos casi le despeñaron. Y es también una experiencia de encontrar a personas felices que cuentan que trabajan en misiones y que se ponen a hablar y dan ganas de ser como ellos.

Algo de eso –mucho- consiguió la encíclica Fidei Donum. Hacer que muchos seminaristas y sacerdotes sintieran la llamada a la vida misionera, hicieran la maleta y se marcharan a lejanas tierras. Todavía hoy los sacerdotes diocesanos que van a trabajar a otra diócesis de África, América o Asia durante algunos años o para toda la vida se les conoce con el nombre de “sacerdotes fidei donum”. Nuestra iglesia de España tiene, sin duda, problemas serios, como la creciente (y a veces agresiva) secularización, la pérdida de confianza por parte de la sociedad y muchos otros, pero ningún problema por serio que sea nos puede hacer olvidad que la Iglesia es esencialmente misionera y que, como dijo Juan Pablo II en la “Redemptoris Missio”, “la fe se fortalece dándola”.
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