Partir y repartir el pan

Me refiero a la fracción del pan. Un gesto cargado de sentido, que es parte integrante de la eucaristía y que generalmente pasa desapercibido. La gente no se entera porque el sacerdote lo hace como de pasada y de manera rutinaria. Y si la gente lo percibe es por el desagradable chasquido, producido al romper las hostias convencionales y enfatizado por la megafonía. A la postre queda reducido a un gesto irrelevante, un tanto extraño, que raya, a veces, en lo grotesco.

Sin embargo es un gesto de alto relieve y significado en el marco de la celebración de la eucaristía. Es uno de los gestos que realizó Jesús en la última cena y que anotan con sumo cuidado todos los relatos. Más aún, con este gesto, «fracción del pan», fue denominada la eucaristía en los primeros tiempos, como atestigua repetidas veces el libro de los Hechos. Curiosamente los de Emaús reconocieron al Señor «al partir el pan».

Aparte el sentido práctico y funcional que tiene el gesto (partir para repartir), hay una fuerte carga simbólica que no debemos desatender. «Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo» (1Cor 10, 17). El único pan partido en múltiples fragmentos expresa la íntima comunión de los hermanos, muchos y distintos, unidos en el cuerpo de Cristo.

Hay aquí varias consideraciones prácticas: Primero, es recomendable que utilicemos un pan que sea pan, que pueda partirse en fragmentos y repartirse entre los hermanos en la comunión; segundo, el pan que presentamos y ponemos sobre la mesa en el ofertorio ha de ser el mismo que se parte y se distribuye en la comunión; tercero, en la medida de lo posible deberíamos eliminar poco a poco las hostias pequeñas y dar paso a la utilización de los fragmentos; cuarto, no tiene sentido presentar el pan ya partido en el momento del ofertorio; tampoco es correcto, como hacen algunos «avanzados», partir el pan al narrar lo que hizo Jesús en la última cena (puesto que Jesús partió el pan después de haber dado gracias); el pan se parte después de la oración del Señor y antes de la comunión; lógicamente el pan se parte inmediatamente antes de ser repartido.
Debo confesar que estas observaciones no son, en absoluto, expresión de un alarde progresista por mi parte. Estas orientaciones aparecen en las normas oficiales de la reforma conciliar. Ofrezco aquí el texto: La dimensión simbólica del sacramento «exige que [el pan] aparezca verdaderamente como alimento», de modo que «en la misa celebrada con el pueblo el sacerdote pueda realmente partirlo en distintos fragmentos y distribuirlos, al menos a algunos fieles». Advierte el texto, de paso, que las hostias pequeñas no se excluyen y que podrán usarse cuando así lo exija el número de comulgantes y «por otras razones pastorales» (OGMR, n. 321). Y este otro, aún más importante, si cabe, totalmente olvidado en la praxis pastoral: «Es muy de desear que los fieles, como hace el mismo sacerdote, participen del cuerpo del Señor con pan consagrado en esa misma misa» (OGMR, n. 85).

Toda la fuerza simbólica de la fracción del pan cobra sentido y se convierte en realidad cuando los participantes en la eucaristía son conscientes de que el pan repartido obliga a los hermanos a expresar en la vida un compromiso real por una sociedad más justa y más solidaria, donde el reparto justo de los bienes deje de ser una vana utopía.
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