Feminismo en mujeres de carne y hueso.

“El punto de vista abstracto sólo proporciona abstracciones”. Acabo de rubricar ese aserto, tan útil para ver la realidad como es y no como pudiera ser, al reflexionar esta mañana el último capítulo de El tema de nuestro tiempo, en el que Ortega y Gasset ofrece su doctrina sobre “el punto de vista” como expresión de modos concretos de percibir la realidad y afiliarse a su verdad. Me vale para enfocar el sesgo de mis reflexiones de hoy. Feminismo en formas concretas de mujer aspira a ser un canto a la mujer en la carne y hueso de mujeres de renombre.

Ayer –amigos- eludía la figura de Santa Teresa de Jesús, una mujer grande y reformadora en tiempos en que ser mujer –sobre todo mujer libre- era utopía, y ser reformadora –aún siendo santa- sonaba a osadías inverosímiles.
Mi recuerdo sin embargo lo mostraba con estas frases: “Mañana, si Dios quiere, he de dedicar a su temple de mujer y de santa, las reflexiones que hoy, día de su fiesta, he de reservarme por imperativo mayor. Solo anticipo una idea para los o las que –con poco ingenio y bastante falsedad o ignorancia- tildan a la Iglesia de ser enemiga de la mujer. Tal vez si, a pesar de sus pocas luces, pensaran un poco y se cayeran otro poco de sus pre-juicios, verían que no es así, y que el lugar de la mujer en la Iglesia ha sido de relieve siempre, desde el Evangelio hasta Santa Teresa o la Madre –santa ya- Teresa de Calcuta. ¿Son acaso posibles en otras culturas una Isabel la Católica, una Juana de Arco o incluso una Mata Hari?. Los que nos honramos de la Virgen María hasta casi adorarla como si fuera Dios, y la Iglesia que admite advocaciones sin fin de la misma ¿podremos con razón ser calificados de antifeministas por algunas feministas? De risa!!... Seamos serios”. Hablemos, pues, de “la mujer” con la vista puesta en “mujeres de carne y hueso”

El “feminismo”, como la mayoría de las voces acabadas en “ismo”, porta su cuota dosis de teorización y abstracción. En este “ismo” acuñado para reivindicar la dignidad de la mujer, su verdad y su enjundia se relativizan hasta llegar a imponer (con auras incluso de cientifismo) que la mujer –para ser tal- ha de ser lo que piensa esta doctrina, y que la vida real ha de ponerse al servicio incondicional de sus lucubraciones. Lo cual, a mi ver, tiene mucho, de artificio, de irrealidad y hasta pudiera ser de sectarismo. Por ello, creo que la grandeza y la dignidad de la mujer, mucho mejor que en las elaboraciones teorizantes, se calibra en perfiles reales de mujeres de carne y hueso, que –cada cual en su propio terreno y circunstancia- han sabido dar, han luchado por dar, a la feminidad lustre y honor sin necesidad de mediaciones de feminismos oportunistas o partidistas.
Intentaré realzar la dignidad de la mujer de la mano de cuatro mujeres que tienen para mí –en este momento, por una razón u otra- aura de actualidad. Teresa de Jesús, por su fiesta de ayer. Diana de Gales por el aniversario reciente de su mortal accidente en París. Teresa de Calcuta, por su canonización como santa de altar el pasado año. Y además –por asociación con una de mis lecturas recientes- Simone Weil, cuya Carta a un religioso (de noviembre 1942) tantas veces me ha hecho plantearme la verdad de mis creencias para, otras tantas, confirmarme en ellas.
Como no es posible, en estas reflexiones cortas, colmar y ni siquiera bosquejar una empresa tan variada, tan rica en todas ellas al filo de cada una de sus vidas y obras, que daría para mucho más que un pequeño ensayo, habré de limitarme tan sólo a unas pocas pinceladas; y esas, con acento agudo y moraleja. Que no es oro, ya se sabe, todo lo que brilla, ni oropel siquiera lo que, en estos tiempos, los “medios” jalean como el “no va más” en algo.
Cuatro binomios con modos de vivir lo humano, ante todo, para mostrar los perfiles más visibles –y quizá más representativos- del curso dado a su vivir por estas cuatro mujeres. Se me ocurren estos: Belleza y frivolidad – Intelectualidad y escepticismo – Personalidad andariega y mística – Humildad y pasión.
-Diana de Gales era la gran belleza, el gran fetiche social –“princesa del pueblo” fue llamada-, el triunfo fácil aunque prendido casi sólo en alfileres de ilusión, y una gran frivolidad que terminó con su vida –huyendo quizás alocadamente de sí misma- en un túnel del París.
-Simone Weil, intelectual y pensadora lúcida, un poco maniática (a los 5 años dejó de tomar azúcar en honor de los soldados franceses que, en las trincheras de Verdún, no lo podían tomar); sumamente vitalista (la preocupaban las injusticias pero no tanto en los códigos de leyes cuanto en las sentencias de los tribunales); entusiasta de las “causas perdidas” como suele decirse, por lo que pudiera ser llamada soñadora y, como pasa con los soñadores, perennemente insatisfecha; proclive a las depresiones al comprobar que las metas, a veces, se quedan lejos de las posibilidades reales.
Amaba la revolución, pero sólo la que se propusiera y consiguiera dar de comer a todo el mundo. Idealista empedernida pero escasamente realista, el peso de las impotencias rondaba más de lo normal sus puertas. De hecho, ella misma renunció a vivir negándose voluntariamente a comer. Moría prematuramente, a los 34 años, en agosto de 1943, en un sanatorio, en Ashford (condado de Kent). Fue sin duda una mujer libre, de prejuicios sobre todo; más perfeccionista que realista; todos sus sentimientos eran de altruismo, pero ese mismo afán le impidió llegar a más de lo que llegó, que fue mucho.
-Teresa de Calcuta, una mujer plena, de la humildad y del amor y la entrega a los demás sobre todo. Albanesa de nacimiento y ciudadana de todo el mundo, para ella no había otras fronteras que las del amor. Donde hubiera que dar amor allí estaba ella. Tan grandes fueron sus virtudes –decididas por ella y en ella naturalmente- que, a poco de morir, la Iglesia la llevó en volandas a los altares. También otra mujer libre, que se hizo a sí misma como ella quería ser, sin necesidad de apuntarse a feminismos de artificio y abstracción.
-Y Teresa de Cepeda y Ahumada, la gran mujer que ayer cantaba la Iglesia Católica en su fiesta. Teresa de Jesús –en pleno s. XVI- emuló en su entera vida el alto vuelo de las águilas y el olfato a ras de tierra de un perro de caza. Andariega y mística. Santa de altar y mujer libre.
Firme y decidida en sus empeños vocacionales, le sobraron tiempo y agallas para reformar el Carmelo, fundar 18 conventos de mujeres y 15 de varones (a mano con otro místico solemne, San Juan de la Cruz), y –de paso- dejar a la posteridad escritos admirables dando cuenta de sus experiencias místicas. Equilibrada a pesar de sus vuelos de altura y de sus pacientes andares a ras de tierra, supo vivir la vida poniendo en ello todas sus virtudes de mujer –que eran muchas- y, a la vez, incorporando a esa vida una trascendencia trans-vital y sublimando esa vitalidad radical con el recurso a la divina gracia. “Entre los pucheros” –como ella dice- hay oportunidades de divisar y sobre todo encontrar a Dios.
Teresa de Jesús instrumentó a conciencia el noble arte de ser mujer y mujer con todas las de la ley; es decir, de una feminidad en libertad y dignidad sin contar sus males a nadie –que los tuvo-, para luchar contra ellos –que lo tuvo que hacer y a golpe de martillo-, y sobre todo para, una vez discernida la vocación propia, llevarla hasta las últimas consecuencias de sus limitadas humanas posibilidades.
Teresa de Jesús, un prototipo de mujer cuando ser mujer y demostrarlo no era nada fácil.
Estos bosquejos basten por hoy. Aunque con poco espacio ya, quisiera realzar otras dos cosas.
Cuando el 5 de septiembre pasado se conmemoraba la elevación a los altares de Teresa de Calcuta y, a la vez, se rememoraban los años del accidente de Diana de Gales en el túnel de París, me sorprendió el contraste: el nulo relieve mediático a la figura de Teresa de Calcuta y el desbordante bullicio sensacionalista en torno a Lady Dy. Tan sólo constato el hecho por si alguien quiere pensar en ello. Yo y Elena, mi enfermera, lo hemos pensado y coincidimos en ver en ello un síntoma gigante de la enfermedad de frivolidad galopante en que se disuelve la llamada “cultura” del “progreso”.
Y una referencia también a la frase archisabida de Teresa de Jesús: “En tiempo de tribulación no hacer mudanza”. Lo mejor -vuelvo adrede a la primera página del Testamento literario de Palacio Valdés- En situaciones así, estarse quietecitos; despegarse de parcialidades y apetitos; y, si la noche es cerrada y el abismo acecha, fiarse del buen sentido e instinto de orientación del caballo que se monta. Hasta las mujeres del s. XVI sabían dictar lecciones de filosofía de la vida o del arte de andar por casa sin tropezar.
Y después de todo esto, tan sólo recordar al feminismo lucubrante lo de Ortega y Gasset en El tema de nuestro tiempo: que los puntos de vista sobre una realidad, si son abstractos, sólo proporcionan abstracciones.
Y la moraleja: que, para defender a la mujer, mejor que con abstracciones de pura alquimia e irrealidad, o con prejuicios y artificios de laboratorio, es más seguro y realista, más honesto sobre todo, volver los ojos hacia mujeres de carne y hueso, pero que, tomando conciencia de ser mujeres y no muñecas, lucharon por ser y consiguieron ser mujeres de verdad; y supieron serlo hasta en las más adversas condiciones de tiempos y espacios, cuando los feminismos del arte abstracto aún no habían patentado sus ideaciones.

FLASHES VIVOS Y APUNTES CORTOS DEL MISMO DÍA

* Ayer noche, en el nuevo programa de Carlos Herrera, en la primera cadena pública de la TV española, oí esta sugerente frase; “Hay matrimonios que discuten hasta cuando están de acuerdo”. Se hacía una encuesta sobre si una infidelidad conyugal había de perdonarse o no. Hubo diversidad casi igualitaria de opiniones, entre los que optaban por el perdón y los que lo hicieron por la ruptura.
Como no me interesan mucho las encuestas porque pienso que no son prueba de nada y sólo marcan o abonan juicios de intenciones; y, además, el asunto es de tal calibre y complejidad, y sobre todo de tan eminente casuística que sacarlo de este modo a pantalla sólo sirve para el marketing y el morbo, me voy derecho a la frase, de que hay matrimonios que discuten hasta cuando están de acuerdo.
Y sólo le presto una leve glosa. Claro que sí. Creo que, psicológica, cultural y hasta familiarmente, es muy sano discutir, entre amigos, entre personas que opinan lo mismo aunque con matices diferentes si son seres libres. Y que eso, no sólo no estorba a la convivencia racional, sino que la ennoblece. Otra cosa es “pelearse” al discutir; exaltarse discutiendo; insultarse incluso. Esto último mata las convivencias; lo primero, las alimenta y les presta ese lujo de la variedad que sirve de soporte a las armonías. Fue sin duda a los primeros a los que se refería el papa Francisco cuando, no hace mucho, recomendaba a los matrimonios en lizas de esta índole que no llegara la noche sin haber olvidado la discusión. Recuerdo que mi madre y mi padre discutían a diario y sin embargo no sabían estar el uno sin el otro. Esas discusiones encorajinaban su amor

* Cábalas. Hoy, al poner los pies en el suelo, recordé que es “el lunes” del sí o del no al art. 155 de la Constitución. Y como todo el mundo las viene haciendo estos días previos, dediqué unos instantes a hacer la mía sobre el tenor de la contestación.
La conformé de este modo. ¿Qué contestará el Sr. Puigdemont a la requisitoria del gobierno central? Suponiendo que tuviera voluntad de rectificar –cosa incierta en un fanático ascendente-, no tiene suficiente fuerza en ella para intentarlo siquiera –cosa cierta en un fanático que –por haber ido demasiado lejos- se ha creído que su camino no tiene final. Como el “hombrecillo” aquel que, yendo por un camino, ve que se le acaba el camino, pero él sigue.

Glosa breve. Si -en el error- es de sabios rectificar; si, como enseña San Agustín, “humano es errar, pero perseverar voluntariamente en el error es diabólico” (Sermones, nro. 104); y si, como dijera Cicerón, “de todos es errar, pero sólo de necios es mantenerse en el error” (Filípicas, XII,12), apliquemos a lo de ahora lo que advirtiera Oliverio Cromwell a un recalcitrante en el error: “Os ruego, por las entrañas de Cristo, que penséis que es posible que estéis equivocado”
Puestos ya a desgranar citas, con S. Ramón y Cajal, en el cap. IX de sus preciosas Charlas de café, aclaremos la pertinacia del susodicho Puigdemont: “Como hay hombres consagrados de por vida a la defensa de una sola verdad, hay otros votados a un solo error”. En cualquier caso, malo!!!

No es igual, aunque sí parecido. Es un hecho no tan pasado. Cuando la movida de “Mayo del 68” en el Barrio Latino de París –una revolución, aunque cultural- De Gaulle convocó elecciones y obtuvo el mejor resultado de su vida.

Glosa breve. Francia, racional, liberal e ilustrada, cuenta, no obstante, entre sus principios sagrados e intangibles, “la grandeur de la patrie”. Ellos gustaron la democracia mucho antes que nosotros. Saben, como perro viejo en estas lides, que en “las cosas de comer” los experimentos, los menos. Y sobre todo nunca han permitido, ni de coña, que se queme su bandera o se pite a la Marsellesa. Son las cosas sagradas de su amor a la patria.
¿Fue reto menor en Francia el golpe de “Mayo del 68” de lo que ahora está siendo en España este golpe al Estado de Derecho?
Si pensar no es costoso, pensemos.
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