En la muerte del arcipreste y gran teólogo Nicolás Lossky




El afamado teólogo, reconocido lingüista y eminente figura de la emigración rusa en París, arcipreste Nicolás Vladimirovitch Lossky falleció, según fuentes de la familia, el 23 de octubre de 2017 a los 87 años, víctima de una larga enfermedad. Los funerales tuvieron lugar el 25 de octubre a las 10 de la mañana en la parisina iglesia de San Sergio (93 rue de Crimée), de cuyo Instituto de Teología fue profesor insigne durante largos años, aquellos precisamente en que las relaciones interjurisdiccionales eran más que difíciles.

Lejos de ser un emigrado, Lossky, en realidad, era un auténtico europeo y al mismo tiempo un verdadero ruso, lo que le daba un plus de prestigio entre la emigración venida de la tierra escarlata de los zares. Especialista de la literatura inglesa, se conocía de largo la teología, era un músico con talento y vocación, jefe de coro y fino conocedor de la iconografía. Digno heredero de la célebre saga Lossky, la lista de sus amistades y de sus formadores es impresionante según reflejan las condolencias llegadas a sus íntimos.

Nieto del filósofo ruso Nicolás Lossky e hijo del gran teólogo ortodoxo Vladimir Lossky, el del archiconocido libro Teología mística de la Iglesia de Oriente (Herder, Barcelona 1982), --en realidad fruto de doce conferencias en la Sorbona, que le habían pedido sus amigos los padres de Lubac, Daniélou y Congar--, fue la suya una voz fuerte y bien timbrada de la Ortodoxia y del ecumenismo. Justa y profundamente simbólica decisión, por tanto, la de celebrar sus exequias en la iglesia de San Sergio: el padre Nicolás representaba perfectamente «la escuela de París», el renacimiento religioso del siglo XX, y el fiel acatamiento y obediencia sacerdotal al patriarcado de Moscú.

Nacido el 20 de noviembre de 1929, el doctor en Letras padre Nicolás fue profesor de civilización británica en la universidad de Paris-X-Nanterre donde, de 1970 a 1976, formó parte del equipo de dirección presidido entonces por René Rémond. Profesor, a partir de 1976, de historia de la Iglesia en Occidente en el Instituto de teología ortodoxa de París (Instituto San-Sergio), ocupó también desde 1990 hasta 1996 la dirección del Instituto superior de estudios ecuménicos en el Instituto católico de París.

Constante promotor del movimiento ecuménico, pues, el arcipreste Lossky, con su sentido del diálogo y su libertad de pensamiento, fue especialista del anglicanismo y teólogo miembro, entre 1974 y 1998, de la comisión Fe y Constitución del Consejo Ecuménico de las Iglesias (CEI), del Grupo mixto de trabajo entre la Iglesia católica y el CEI desde 1998 hasta 2006, y de la comisión mixta francesa de diálogo católico-ortodoxo francés más de 20 años.

Durante sus años en Fe y Constitución trabajó con el metropolita Kirill de Smolensk, presidente entonces del Departamento de las relaciones exteriores del patriarcado ruso y hoy patriarca de Moscú y todas las Rusias. Interesante su juicio sobre Kirill: «Estaba verdaderamente convencido de la necesidad de una apertura, de un acercamiento a los otros cristianos», desveló en cierta ocasión. Preguntado por el propio Kirill sobre qué hacer en Rusia para abrir los espíritus de los futuros sacerdotes, Lossky no se anduvo por las ramas: le aconsejó al futuro Patriarca hacerles aprender las lenguas extranjeras y primeramente el francés a causa de la colección «Sources chrétiennes».



De todo buen patrólogo es conocida la rica historia que atesora tal colección. Creada en 1942 por los jesuitas Jean Daniélou y Henri de Lubac, ambos andando el tiempo cardenales de la Iglesia católica, esta joya bibliográfica había nacido, efectivamente, con el propósito de poner a disposición del público los textos de los Padres de la Iglesia en una edición bilingüe. Con el paso del tiempo, antes incluso del Vaticano II, permitió el redescubrimiento de este patrimonio patrístico, común a las grandes confesiones cristianas.

Concurrió así este magnífico evento editorial a redescubrir ciertos conceptos eclesiológicos fundamentales, y a la apertura de la Iglesia católica al movimiento ecuménico, logros esenciales del Vaticano II. Justamente –según aseguró Lossky-- lo que el actual patriarca Kirill intentó hacer en la Academia de Leningrado, de la que fue rector, antes de ser « expulsado » por el KGB porque trataba de instaurar un diálogo entre los teólogos y los ateos.

Ordenado sacerdote Lossky en 2006, ya mayor, sirvió a la parroquia Nuestra Señora Alegría de los Afligidos y Santa Genoveva en el barrio latino de París. Siempre en la avanzadilla por el reconocimiento de la Ortodoxia a escala mundial, fue asimismo un artesano de unidad en el seno del mundo ortodoxo, y un puente providencial entre el Patriarcado de Moscú, del que era sacerdote, y el Patriarcado ecuménico de Constantinopla, con el que estaba en muy buenas relaciones.

Preconizó sin tregua el francés como lengua litúrgica y consagró muchas fuerzas y no poco tiempo a esta hermosa causa, en la que, por cierto, no hizo sino perpeturar la magna obra de su padre. Vladimir Lossky, en efecto, conjuntamente con el padre Michel Belsky, fue el fundador de la primera parroquia francófona de París, la de Nuestra Señora Alegría de los Afligidos y Santa Genoveva, Diócesis de Quersoneso. El joven celebrante Nicolás Lossky encontró en esta iglesia a su futura esposa, Verónica Belsky, nieta del rector de la parroquia. Y en esta iglesia también dirigió durante largos años el coro, y después ofició.



Lossky había pasado de joven tres años de liceo en los Padres jesuitas. Liceo Saint-Georges, que la Compañía de Jesús había abierto primero en Constantinopla para trasladarlo luego a Namur, y de aquí a Meudon. Con los hijos de san Ignacio, pues, terminó asimilando la liturgia de la Iglesia católica, igual que más tarde habría de ocurrir con la liturgia anglicana en Oxford. La liturgia, en verdad, siempre le interesó. Llegó a definirla como «una puerta de entrada irreemplazable en una vida de fe particular».

Cursados estudios de inglés en la Sorbona, por tanto, acudió, ya digo, a Oxford, donde era posible compaginar inglés con teología. De modo que le faltó tiempo para consagrarse de mil amores a los «poetas metafísicos» de principios del XVII: eligió como argumento de tesis al teólogo inglés Lancelot Andrewes (1555-1626), verdadero puente de plata entre el Oriente y el Occidente. Andrewes llegó a conocer una quincena de lenguas (comprendidos el hebreo y el siriaco) y alcanzó un vastísimo conocimiento de los Padres de la Iglesia. Dijérase que fue como un inspirador lejano del Movimiento de Oxford que, en el XIX, habría de poner en órbita y en alto honor y estima justamente el estudio de los Padres de la Iglesia y darle incluso un puesto central a la liturgia en la vida de fe.

De apasionante calificó nuestro protagonista su trabajo en Fe y Constitución. Participó en la redacción del BEM (Bautismo, Eucaristía, Ministerio), adoptado por unanimidad en la asamblea limeña de 1982 (de ahí que sea conocido también como Documento de Lima 1982). Pieza capital, sin duda, que dio paso pronto a Confesar juntos la fe, otra obra maestra en la cual estudiaron los dos Credos, la cual, a su vez, llevó a un cuestionamiento sobre la Iglesia: Naturaleza y Fin de la Iglesia.



El propio Lossky desvelaría en larga entrevista concedida unos años más tarde que, para este último texto, él escribió la parte consagrada a la autoridad, el primado y el episcopado. Insistieron entonces los redactores en la necesidad de restablecer la unidad visible de los cristianos, pero en la diversidad. «Nuestra Eucaristía –decía Lossky--, debe ser una, pero nuestras liturgias pueden y deben permanecer diversas, y ello incluso en un mismo lugar».

Ecumenista convencido, de ley, cabal, el padre Nicolás Vladimirovitch Lossky se manifestaba como tal en sus actuaciones y en su dilatada docencia. Hay que proseguir la marcha hacia la unidad visible de los cristianos: «yo no utilizo –decía él-- la palabra “ecumenismo”, yo hablo de “movimiento ecuménico”, porque estamos en marcha hacia la unidad visible. Es absolutamente preciso continuar el diálogo doctrinal, a todos los niveles: ya nacional, ya internacional.

En el CEI, hay que batirse por el diálogo teológico, al objeto de que el trabajo de la comisión Fe y Constitución sea llevado al primer plano: es esencial. Yo comparto esta opinión con mis hermanos católicos: no se puede hacer la unidad sin acuerdo sobre aquello que es fundamental». De ahí el subsiguiente comentario: «La noción de “jerarquía de verdades”, a la cual se refiere la Iglesia católica en Unitatis redintegratio, implica que existe algo esencial sobre lo que no caben divergencias».

Pero sobre todo «es necesario reponer nuestros problemas en las dimensiones de la Historia. San Basilio, por ejemplo, en su Tratado sobre el Espíritu Santo, profetizaba que la Iglesia no sobreviviría al siglo IV, de tan profundas y numerosas como eran las divisiones. San Atanasio, por su parte, obispo de Alejandría en aquella época, que defendía la divinidad de Cristo, pasó casi toda su vida en el exilio. ¡Nosotros hoy consideramos este siglo IV, sin embargo, como un siglo de oro! Y la Iglesia está todavía viva y bien viva». Hay que ponerse, pues, a la escucha del Espiritu Santo, de aquello que «el Espíritu Santo dice a las Iglesias», porque para « dar cuenta de la esperanza que hay en ellas » (1 P 3,15), es indispensable que los cristianos estén unidos».

La muerte del arcipreste Nicolás Lossky, teólogo ruso en Francia y decano del clero de la diócesis de Quersoneso, reconocido teólogo y miembro activo de la Iglesia ortodoxa rusa en Francia, vástago eminente y brillante de la saga Lossky, empezando por su abuelo, gran filósofo y científico, y siguiendo por su padre, uno de lo más grandes teólogos ortodoxos de todos los tiempos, ha provocado, como cabe imaginar, numerosas muestras de condolencia. Se ha ido a la casa del Padre como de puntillas, sin hacer ruido, mientras el mundo todo seguía enzarzado en dimes y diretes nacionalistas, sobre todo en la España del bodevil catalán, y cuando el V Centenario de la Reforma tocaba a su fin.



Su santidad Kirill mismamente, patriarca de Moscú y de todas las Rusias, en el telegrama remitido al obispo ortodoxo ruso de la diócesis de Quersoneso, monseñor Néstor, asegura que lo conocía personalmente y destaca que fue digno continuador de la obra de su padre, al que califica de «profundo conocedor de las obras patrísticas». De igual modo desvela Kirill que el arcipreste Lossky trabajó con incansable constancia y entregado afán, sin prisa y sin pausa, a la predicación de la Ortodoxia en Europa occidental, permaneciendo siempre fiel a la Iglesia ortodoxa rusa y trabajando por el bien de los fieles en la diáspora.

Cabe decir otro tanto del número 2 del Patriarcado ruso, el metropolita Hilarión de Volokolamsk, presidente del Departamente para las relaciones exteriores del Patriarcado ruso. Saca Hilarión a relucir asimismo su extrecha amistad con el finado, un hombre del que dice que «atesoraba múltiples dones: teólogo, filólogo, músico, pedagogo, predicador de la palabra de Dios. Talentos todos de los que Dios lo había dotado desde su nacimiento, y que él supo multiplicar por sus trabajos consagrados al servicio de la Iglesia ortodoxa».

Hablando del ecumenismo y del diálogo interreligioso, solía reconocer y saludaba con agrado que poco a poco se hubiese abierto camino un verdadero diálogo sobre los temas ecuménicos más diversos. Y no dejaba tampoco de señalar las relaciones con el Islam, ámbito en el cual –decía- los ortodoxos tienen gran adelanto sobre los otros: la explosión de la URSS obligó a Rusia y al patriarcado de Moscú a establecer relaciones de un verdadero diálogo con los nuevos Estados musulmanes del Cáucaso y de Asia Central, y el patriarcado de Antioquía es un viejo guía de este diálogo.

Otra perla que nos dejó el difunto, entre las muchas que a lo largo y ancho del fecundo camino de su vida quiso regalarnos, tiene que ver con el inolvidable Nikodim, metropolita de Leningrado, fallecido de infarto entre los brazos de Juan Pablo I mientras la audiencia papal discurría en animada conversación dentro del Vaticano (5.9.1978). Preguntado Nicolás Lossky por el influjo en él de su progenitor Vladimir, tiró de memoria –y de filial cariño-- destacando esto: el servicio a la Iglesia. «Yo he servido a la Iglesia ortodoxa –continuó—en el seno de mi parroquia como primer sochantre, después como jefe del coro, y en fin, pasados tres años, como diácono [cuando esta entrevista, aún no había sido ordenado de presbítero]: jamás solicité nada, yo he sido llamado a estos diferentes cometidos.



Fue este el caso de mi nombramiento como miembro de la comisión Fe y Constitución del CEI: es el P. Boris Bobrinskoy (entonces profesor en el Instituto San-Sergio en París, y rector de la parroquia de la Santa-Trinidad, rue Daru) quien me pidió reemplazarle, en 1974, y el Patriarcado de Moscú aceptó incluir un Francés en su representación. Esto es asimismo verdad por lo que atañe a mi participación en el Grupo mixto de trabajo (Joint Working Group) o en la comisión de diálogo francés. Mi padre me decía también que todo cristiano serio debe hacer teología no tanto por comprender a Dios intelectualmente, cuanto por contemplar a Dios en verdad».

Y bien, cuando el padre Lossky fue propuesto, a petición del P. Boris Bobrinskoy, para sustituirle como miembro de la comisión Fe y Constitución del CEI, el KGB reprochó a monseñor Nikodim –conocido por su apertura de espíritu— el haber aceptado a un extranjero como miembro de la comisión permanente y en las asambleas generales. Su eminencia Nikodim entonces, con su habitual ironía, la misma con que no pocas veces sabía eludir el bulto y hasta burlar las siniestras maniobras de la policía soviética, respondió a los del KGB: «¡Vosotros hacéis decir por doquier que la Iglesia es libre en la URSS; y bien, he aquí una prueba, puesto que él puede hablar libremente!».



Haciendo mías, en fin, palabras de la última Panikhida en las Iglesias ortodoxas e Iglesias católicas orientales, dejo sobre su tumba el centro de rosas de mi gratitud pidiendo al Señor que acoja a este siervo suyo fiel y premie desde su divina misericordia el entrañable amor que siempre profesó a la Trinidad Santísima en los muchos años de servicio eclesial. Y con la Panikhida insisto: «Amín. Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de tu siervo el bienamado y aplaciente arcipreste Nicolás Vladimirovitch Lossky. Amín».

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