Sacerdote y misionero. 15 años en Burundi, ahora cura en La Rioja Carlos Jiménez: "A Dios no hay quien lo pare. Va por delante de nosotros"
(José Manuel Vidal).- Carlos Jiménez es párroco de Santa María de los Palacios, una parroquia de Logroño (La Rioja). Es un misionero que está de vuelta, tras pasar 15 años en Burundi. "Incluso siendo misionero, uno llega a África pensando 'yo sé y vosotros no sabéis, yo tengo y vosotros no tenéis'... y eso hace mucho daño", dice, echando la vista atrás, y reconoce que su experiencia en África le ha marcado para siempre en la forma de ser.
En cuanto a los sacerdotes, lamenta que "en los seminarios se nos educa para dirigir y para creernos que sabemos todo, en vez de para servir y para escuchar", pero afirma que no le preocupa en absoluto la falta de vocaciones: "No me preocupa que no haya relevo de curas, me preocupa que la gente ya no quiera ser cristiana", explica.
En este sentido, opina que "hay ateos de todo tipo, pero casi todos han tenido roce con la Iglesia y la conocen bien. Lo que les gustaría es que la Iglesia fuese de forma distinta", concluye.
¿Tu parroquia está en el centro de la capital?
Sí, pero ahora es una zona marginal.
Estás de vuelta en España, pero se puede decir que aquí también sigues siendo misionero...
Hace ya más de 30 años que volví. Me fui a los 26 años, recién ordenado. Estuve tres añitos aquí y luego ya me marché. Uno años antes había salido la encíclica del Papa, y la reacción de muchas diócesis fue empezar a mandar a sacerdotes fuera. Comenzamos a salir, abriendo camino. Todavía hay algunos que siguen en Benín, porque de Burundi nos despacharon en el 85.
¿Qué recuerdos tienes de esa experiencia misionera?
Lo más bonito para mí fue que allá aprendí a relativizar la manera de vivir el Evangelio. Cosas que a mí aquí me parecían absolutamente formidables, allá las entendí de otra manera. Por ejemplo, allí las sucursales funcionaban sin sacerdotes. Los Padres Blancos habían organizado las misas, los catequistas tenían ya unas homilías impresas, tenían las lecturas del Antiguo Testamento y del Evangelio, leían la explicación que había, se hacían las oraciones que había que decir, se cantaban canciones, se pedía por los enfermos, se daba la comunión... y la gente asistía, aquello funcionaba. Los laicos eran los responsables, y si el cura aparecía un día, perfecto... Y todo esto sin cursillo de teología, simplemente por la necesidad de sentirse Iglesia.
Otra cosa que me llamó mucho la atención fue todo el trabajo que había respecto a los difuntos, los muertos. Morían tantos, que no había tiempo para organizar misas ni funerales ni nada. Morían, a algunos de los rezaba, y a otros nada.
Las fiestas religosas también las celebraban de forma muy distinta a como lo hacemos aquí. La Navidad, la Pascua... eran una alegría. Ellos tienen otras formas, no sólo en lo eclesial: la cercanía con la gente, la forma de hablar sin tapujos... También al hablar de la muerte. Era muy frecuente preguntarle a una mujer "¿cuántos hijos tienes?", y que te respondiera: "cuatro". "Pero el otro día te vi con cinco...", y que te respondiera naturalmente, "uno se ha muerto". A eso solían añadir: "Dios se lo ha llevado, ya me dará otro".
Allí se habla de la vida y de la muerte con toda naturalidad.
¿Tenemos una imagen demasiado negativa de África?
Al principio a mí me hizo mucho daño pensar como se suele pensar respecto a África: yo sé y vosotros no sabéis, yo tengo y vosotros no tenéis... Incluso siendo misionero se da ese caso. Pasado un tiempo entendí que esas cosas tenían que desaparecer, y que había que ir como un compañero: a escuchar y a compartir. "¿Cómo yo, un extranjero, me iba a meter allá a organizar la vida de los demás...? Si estoy allá tan sólo como huésped".
Eso me hizo cambiar, y fue la época más fructuosa, de más paz y más tranquilidad en mi trabajo.
¿Crees que la frescura de su forma de vivir se puede "trasplantar" aquí?
Sí. Pienso que depende simplemente de que se nos encienda la luz y que nos demos cuenta. No cuesta más que dos o tres días.
De allí de África me traje una cosa bonita, que fue la costumbre de hablar con la gente y saludarla mientras espero para empezar la misa. Cuando volví y quise introducirlo en mi parroquia, al principio me costó mucho, porque la gente no estaba acostumbrada. Pero al final lo conseguí, y ahora es lo más bonito. Y a mí me gusta hacerlo, acercarme a las personas antes del culto. También visitar a los enfermos, salir a la calle, estar en contacto con la gente, pararme a hablar con ellos como en un pueblo... Compartir la vida, como uno más.
¿Eso te da pie para conseguir que la gente se comprometa?
Sí, va saliendo solo. Estas navidades me acerqué a unas cuantas personas para decirles que tenía una lista de gente que necesitaba ayuda, y a la siguiente vez que nos vimos vinieron con dinero para darles y con propuestas e ideas para ayudarles.
Me impactó mucho una mujer guineana no bautizada, que me decía "no lo entiendo, no lo entiendo... ¿por qué a mí, que no me conocen, me dan dinero?". "Porque es gente que quiere hacer el bien", le dije yo. "Quieren que en estos días de navidades disfrutes un poco".
¿El hecho de haber estado en África te sirve para conectar con los africanos que viven aquí?
Sí. y el hecho de haber estado en África me ha marcado también para siempre en la forma de ser, en la cercanía... A veces puedes resultarle hasta indiscreto a los españoles, porque hablas directamente, y eso choca.
¿Te costó dejar aquello?
Llegó un momento en que me di cuenta de que cuando venía aquí no era español, pero cuando iba allí tampoco era africano. Así que me planteé: o me quedo en África para siempre o vuelvo a España. Entonces, hubo un momento en que hubo un relevo de sacerdotes riojanos a África, y entonces decidí que no tenía vocación de Padre Blanco, de quedarme allí toda la vida.
Pero desde que me fui he podido volver un par de veces, y ha sido formidable.
Fui porque había habido unas matanzas horribles entre tutsis y hutus. Me preguntaba cómo era posible que todo lo que habíamos hecho allí no sirviera para nada, que todo fuera barrido por la tempestad del odio, de venganzas y de intrigas. Pero cuando volví otra vez, después de 25 años, todavía algunos de ellos se acordaban de mí. Pero me di cuenta de que no se acuerdan de lo que decíamos, sino de lo que hacíamos.
¿O sea que las palabras se las lleva el viento?
Sí... permanece lo que se hace, no lo que se dice. Esas veces que volví les decía: "No creáis que he venido aquí de turista, sólo a saludar... yo no puedo olvidar el tiempo que he pasado entre vosotros". No puedo olvidar las visitas a las colinas, los aplausos en medio de la misa. "He venido a saborear todos estos momento que viví con vosotros", les dije.
Me imagino que pasaste el paludismo...
Sí, a los 10 días de estar allá tuve los síntomas de la malaria, pero tuve la suerte de que allí vivía una hermana que era del Este que conocía bien el tratamiento. Me dio una medicación de choque y salí adelante.
¿Cómo estás viviendo la nueva situación eclesial a la que asistimos desde la elección del Papa?
Creo que por fin podemos respirar. Todo lo que yo había vivido en África y que algunos pensaban que se podría "exportar" (porque tenemos más teología, tenemos más reuniones...), resultó que no. Allí éramos 35 curas para 500.000 habitantes y hacíamos vida en común como en arciprestazgos, de 3 en 3 por ejemplo. La vida en equipo es complicada, pero es la única manera que yo conozco de trabajar. Sin embargo, aquí es imposible. Por el individualismo.
Sin embargo, se supone que en el seminario te educan para eso: para vivir con otros, para compartir...
No. Se nos educa para dirigir, para creernos que sabemos todo, para decir "yo soy presbítero, tú no lo eres". No se nos educa para servir, que tendría que ser lo primero. Ni para escuchar.
¿Los curas más jóvenes también han sido educados así?
Sí. Por eso el cambio de esquema va a ser muy difícil. Es como nacer de nuevo.
Yo lo he aprendido lentamente, con libros, con profesiones, con la oración... Y creo que es el único camino. Pero te ningunean, te tratan como a alguien que no tiene importancia. Dicen de ti "éste se ha creído que todavía está en África...". Y lo que no les interesa, lo práctico, lo sacan del orden del día.
¿Tienes esperanza en que esas dinámicas puedan cambiar si lo que viene desde Roma se va filtrando y va calando?
Creo que sí, que a la larga se tendrá que imponer. Viendo el milagro que ha pasado con este Papa, igual pueden pasar otros milagros. Con obispos diferentes, con una curia de seis o siete sacerdotes que le apoyen, con sacerdote que vayan por este camino... y con los mismos laicos. Los laicos también tienen que cambiar, porque a menudo parece que le gusta un cura que "haga de cura". Un don nadie no les interesa.
¿El laicado está muy clericalizado?
Sí.
¿Y a los alejados cómo se les puede volver a ilusionar?
No creo que estén tan alejados. Están alejados de una forma de ser y de vivir el cristianismo, pero cuando estás con ellos ves que, aunque digan que son ateos, no es cierto. Hay ateos de todo tipo, peor casi todos han tenido roce con la Iglesia y la conocen bien. Lo que les gustaría es que la Iglesia fuese de forma distinta. Poder creer en otra clase de Dios.
También los hay que están cerrados a lo religioso, y por lo general son gente muy buena a la que no le interesa ir a la Iglesia porque no sabe cómo situarse en ella.
Yo estoy metido en un foro social del casco antiguo que lo formamos 10 o 12 personas, y creyentes somos 3 o 4 solamente. Tenemos reuniones en las que hablamos de todo, hay muchísimos respeto y nos apreciamos. Hablamos de la situación de la vivienda en el casco antiguo, de cómo llegar a la gente... Y los que no creen me defienden ante otras personas que les preguntan. "¿Qué te crees, que vamos a que el cura nos catequice?", dicen. "Tenemos muchas cosas de las que hablar".
Y cuando este tipo de personas da con un cura como tú, entregado y disponibles... ¿cambian de opinión o al menos lo valoran?
Lo valoran, claro. Hay uno en el foro que es de Izquierda Unida y que siempre me dice: "A mí los curas de calle, los que pisan la calle, son lo que me convencen".
¿Cómo ves el futuro de las parroquias?
A Dios no hay quien lo pare. Va por delante de nosotros. En todo. A pesar de nuestra falta de cabeza, él está trabajando con la gente formidablemente. No hay más que fijarse en las cosas tan bonitas que hace la gente por los demás, sin necesidad de ir a misa. Dios está actuando, simplemente hay que escarbar un poco para verlo.
¿Te preocupa que no haya relevo de curas?
A mí no. Porque yo he visto que en Burundi, donde todavía siguen siendo muy pocos los curas que hay, sin embargo no hay ningún problema porque hay laicos. Lo que me preocupa es la identidad cristiana, los cristianos.
¿La gente joven?
Sí, la gente que quiere o no quiere ser cristiana. El relevo generacional. Los jóvenes.
Que no haya curas no es problema. En Burundi la Iglesia sale adelante con los laicos, que son los catequistas. Lo mismo vi en Ecuador, donde pasé un mes. El obispo de Puyo (en el oriente) tenía sólo 12 curas, y casi todos extranjeros. Todo estaba en manos de los laicos.
¿Y qué se puede hacer para recuperar a los jóvenes?
Pienso que la única manera es con el ejemplo. En mi parroquia no hay jóvenes, ni siquiera niños. La primera comunión se la damos a 3 o 4 al año, y la mayoría son inmigrantes.
Yo he trabajado mucho con jóvenes, y la verdad es que ahora creo que de forma equivocada. Me ha faltado experiencia, o fundamentos... no sé. Hacíamos campamentos, colonias... y daba sus frutos. Pero luego se perdía el contacto.
Mirándolo desde fuera, te das cuenta de que en las diócesis tampoco hemos hecho ningún plan ni ningún programa pastoral planteado para jóvenes y niños. No se ha trabajado bien con los padres ni en los colegios... Se podría haber hecho más de lo que se ha hecho. Hemos estado un poco adormilados.
¿Tu futuro personal cómo lo ves?
Con mucha paz. Pienso que mi vida ha valido la pena. Pienso también que ha tenido sentido. Pienso que estoy llegando ya al último tramo del camino, y veo el final con mucha paz y agradecimiento.
Mientras tanto, espero poder ayudar y servir para algo. Echar una mano por aquí y por allá, pero sin pretender nada.
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