Jesús Sanz expulsa a 35 voluntarios de la pastoral penitenciaria de Asturias Cuatro expulsados de pastoral penitenciaria hablan para RD: "Una decisión sin sentido y sin explicación, un atropello"

(José M. Vidal).- "Una decisión sin sentido y sin explicación". Así resumen los cuatro miembros de pastoral penitenciaria de Asturias la expulsión de sus labores pastorales realizada por el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz. Son 35 personas. Desde médicos a enfermeras, curas, frailes y monjas. Un equipo de voluntarios preparado y entregado en la difícil tarea pastoral de acompañar a los presos de la cárcel de Villabona. Y, de la noche a la mañana, el arzobispo se carga de un plumazo todo esta labor desinteresada y les echa a la calle. Sin explicaciones y sin derecho a réplica.

Marga Domínguez, médico y laica que lleva 10 años de voluntaria en este grupo de pastoral penitenciaria, se hace cruces ante la decisión episcopal. "Me siento mal. Como si me echasen de mi parroquia por medio de una decisión absolutamente injusta de una persona que comete una locura".

A su lado, Faustino Vilabrille, un cura curtido en años y en entrega, viejo luchador de tantas causas nobles. De esos sacerdotes que, en sus años mozos, fundó cooperativas agrarias para las campesinos asturianos. Ya jubilado y a sus 79 años sigue al pié del cañón pastoral, también como voluntario de pastoral penitenciaria. Él fue el único al que recibió el arzobispo de Oviedo. Pero, cuando le preguntó los motivos de la expulsión del grupo, el prelado guardó silencio.

Tampoco él, que conoce por dentro los mecanismo clericales, alcanza a ver las razones de la expulsión y lamenta sus consecuencias. "Es como si el director de un hospital recién nombrado echase a todos los médicos y los enfermos, lógicamente, se quedasen sin atención".

Sor Franca Pascual es religiosa, Hija de la Caridad, con muchos años de entrega pastoral y siempre al lado de los más débiles. Nunca le había pasado algo así. "Me siento ninguneada y rechazada en mi trabajo pastoral. Hacíamos seguimiento de los presos y de sus familias dentro y fuera. Otras veces, con gente que no tiene a nadie. Se nos cortó de raíz todo ese trabajo de tantos años".

En la cárcel, especialmente en la Unidad Terapéutica Educativa (UTE), hablaban, acompañaban e intentaban solucionar los problemas de los presos y de sus familias. Con actividades de todo tipo para unos 300 reclusos: enseñanza reglada, apoyo escolar, inglés, informática, talleres de teatro, unidades terapéuticas de acompañamiento, cineforum, conexión con las familias, puente con los abogados...

Terapia de la misericordia

A la terapia de la misericordia y de la ternura, añadían la de la evangelización directa. Faustino recuerda que "las misas que celebré con más satisfacción fueron las de la cárcel de Villabona y las de los indígenas de Guatemala, donde pasaba temporadas". Misas especiales, en las que se palpa el dolor y las ganas de redención y reinserción, tanto en las homilías dialogadas como en las "peticiones tan vitales, por sus compañeras y por sus madres". Todo un "espacio de libertad dentro de la cárcel", explica Faustino. Y con evidentes frutos religiosos, como 18 confirmaciones y varios bautizos.

Todos los voluntarios, tanto los curas y las monjas como los simples laicos, eran, para los presos, "gente de fiar", a la que se acercaban con total confianza y a la que abrían su alma y su corazón. "Intentamos facilitar la reconciliación de los presos, muchos por delitos de drogas, con sus familias, que quedan agotadas y arruinadas. Tanto es así que muchos chavales reconocen que por su toxicodependencia mataron a sus madres", explica Faustino.

Eva Iglesias, otra voluntaria con muchos años de preparación y de praxis penitenciaria en la mochila, asegura que los internos tienen "un enorme sentimiento de culpa, por eso intentamos hacerles creer y tener confianza en sí mismos". Una labor, para la que se prepararon desde los años 90. "Porque, a la cárcel no se puede ir con carencias, con buenismo, con morbo o con prejuicios, o para dar consejitos". Una labor a la que se incorporaron con todas las bendiciones del entonces arzobispo de Oviedo, Don Gabino Díaz Merchán.

Todo iba sobre ruedas en su peculiar apostolado durante 18 años, hasta que, en el mes de junio de 2015, el actual arzobispo, monseñor Sanz Montes, decide nombrar delegado de pastoral penitenciaria y capellán de la cárcel a tiempo completo al jesuita José Antonio García Quintana.

"Lo recibimos con mucha alegría: un jesuita y joven", explican. Pero pronto las cañas se volvieron lanzas y el capellán comenzó a distanciarse del grupo y a poner trabas y pegas a su labor, tanto dentro como fuera de la prisión. "Con un objetivo buscado de acuerdo con el arzobispo: quitarnos de en medio. Un atropello", explica Faustino.

Un atropello en medio del silencio mayoritario de la comunidad eclesial asturiana. "Los curas no se atreven a mojarse por nosotros, porque tienen miedo a hablar delante del arzobispo. La gente no quiere tener líos con él. Es un obispo muy complicado y muy difícil. Sólo nos apoyaron los internos, el Foro Gaspar García Laviana, las Comunidades de Base y algunas otras asociaciones", dice el cura Vilabrille.

Y eso que, desde que los echaron, han escrito a todas las instancias eclesiales. Primero, al arzobispo de Oviedo, monseñor Sanz. Después, al obispo responsable de la pastoral penitenciaria, monseñor Saiz Meneses, al presidente de la Conferencia episcopal, cardenal Blázquez, y al Nuncio apostólico en España, Renzo Fratini.

El presidente del episcopado les contestó diciendo que "la Conferencia episcopal no puede intervenir en los asuntos internos de las diócesis". Monseñor Saiz Meneses, obispo de Tarrasa, les reconoció que "ciertamente la situación es compleja", pero les invitó a acoger la decisión del arzobispo y de su delegado "con sentido eclesial".

"Nos sentimos injustamente acusados"

En la carta al Nuncio, Renzo Fratini, fechada el pasado 6 de mayo, aseguran que el grupo de voluntarios expulsado de pastoral penitenciaria se encuentra en situación de "indefensión", después de escribir sin éxito, a todas las instancias eclesiales. Y añaden: "No sólo estamos decepcionados con la actuación del Sr. Delegado y del Sr. Arzobispo, sino que nos sentimos absolutamente desprestigiados e injustamente acusados por la Institución diocesana e inmensamente dolidos por el trato irrespetuoso e inquisitorial con que se nos ha tratado".

Dicen que la decisión arzobispal arrojó sobre ellos la "sombra de la sospecha" y aseguran no estar dispuestos a resignarse y a irse "sin antes recibir una explicación clara de todas y cada una de las razones que motivaron nuestro cese". Porque "nada hay más dañino que un rumor infundado que se extienda desde una instancia jerárquica, máxime si dicho rumor viene acompañado con una medida sancionadora y procede de una instancia eclesiástica". Y terminan, pidiéndole al Nuncio que "contribuya a desbloquear una situación que tanto mal está causando en la Iglesia asturiana".

Ha pasado más de un mes y el Nuncio tampoco les ha contestado. Ya sólo les queda acudir al Papa de Roma, al Francisco de los pobres, que lava los pies a los encarcelados. Aseguran que lo harán y que pronto le mandarán una carta a Bergoglio.

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