Desayuna conmigo (viernes, 4.9.20) ¿Grandes proezas?

Regates cortos

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Cuando finalmente uno puede sentarse frente al ordenador, un día como este perdido en las difíciles rampas de septiembre, lo hace ya con la cabeza atiborrada de noticias preocupantes y premoniciones para echarse a temblar. Pero, afortunadamente, el día de hoy parece ofrecernos la oportunidad de acabar con todos nuestros males al ponernos delante la figura gigante de Moisés, tan agrandada por el celuloide, el más mitológico de todos los libertadores que en el mundo han sido. Recordemos sucintamente: Moisés es un gran héroe religioso que es salvado milagrosamente de las aguas, que no tarda en convertirse en la mano derecha del todopoderoso faraón, contra el que los gritos de la esclavitud de su pueblo le obligan a rebelarse hasta conseguir, tras crudelísimas plagas de dolor y mortandad, arrastrarlo durante una infinidad de tiempo por el desierto del Sinaí.


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La Iglesia celebra su festividad como santo, a pesar de la muerte que Dios le impuso, como castigo por sus titubeos, en el monte Nebo, cara ya a la tierra prometida a su pueblo, divisada desde ese monte en lontananza. Recuerdo la excursión que un día hicimos desde Amán a Madaba y al monte Nebo y que, para subir a ese monte, tuvimos que descender como unos trescientos metros desde Amán, si bien, una vez que nos hallamos en el Mar Muerto, dicho monte copaba el horizonte con cierta majestuosidad. ¿Tierra prometida? Claro, comparada con los desiertos circundantes, las aguas del Jordán bien podían ser una bendición divina para los cultivos de una vega realmente frondosa. Pero la tierra de promisión ha sido siempre una tierra conflictiva pues, al día de hoy, todavía no ha sido capaz de calmar los ánimos belicosos de sus habitantes.

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Viniendo a lo que nos importa hoy, ¿habrá un gran libertador que nos saque a nosotros de las difíciles esclavitudes que nos encadenan? ¡Vana esperanza! Ni siquiera las fusiones bancarias que hoy se anuncian en España podrán detener la sangría que ya ha diezmado nuestros haberes y nos está anclando en la pobreza. ¡Ojalá que las vacunas, cuyo estandarte de salvación se levanta esperanzador en el inmediato horizonte, nos libere al menos del mortal enemigo que tanto nos agobia desde el punto de vista sanitario! En este blog ya hemos elogiado la valentía y la heroicidad de los muchos que se han ofrecido voluntarios para probar las nuevas vacunas, cuanto antes, no solo para verse ellos mismos libres de la pandemia, sino también para adelantar sus posibles efectos beneficiosos para toda la comunidad humana.

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Seguramente, el Moisés de nuestro tiempo tendrá que derribar y destruir el becerro de oro, de cuyas ubres hemos mamado y a cuya sombra hemos crecido, para volver a ponernos en el camino de la salvación, el que nos lleve de nuevo a la esperanza, a la tierra donde abundan la leche y la miel. Somos, globalmente hablando, un pueblo sometido a las esclavitudes del lucro y a la inmediatez del placer frente a la proyección histórica de ser portadores de una promesa de salvación y gestores del gran patrimonio que hemos recibido de nuestros antepasados y que debemos agrandar antes de entregarlo complacidos a nuestros hijos. El “¡a vivir que son cuatro días!” no nos impide, afortunadamente, ser eslabón de la vida.

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Pensando en esa perspectiva, dos encomiendas nos salen hoy al paso para habilitarnos como es debido para tan noble misión. Una es que hoy se celebra el “día internacional del taekwondo”, celebración promovida en 1994 por el Comité Olímpico Internacional al declarar este hermoso arte marcial como deporte olímpico. Se trata de un arte marcial que potencia muchas de las habilidades del hombre: ayuda a sus practicantes a ser personas mucho más saludables y centradas. También les permite reaccionar más rápidamente hacia amenazas externas y les brinda un propósito mucho más elevado en la vida, pues su filosofía se basa en los principios del taoísmo y el confucionismo, que establecen los siguientes parámetros morales: cortesía, integridad, perseverancia, autocontrol y espíritu indómito”.

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La otra encomienda se refiere al hecho de que hoy se celebre también el “día mundial de la salud sexual”. Una sexualidad sana potencia considerablemente las capacidades de la vida. Fue la Asociación Mundial para la Salud Sexual la que propuso celebrar este día en el año 2910. La OMS se refiere a ella como “un estado de bienestar físico, emocional, mental y social relacionado con la sexualidad, pues la salud sexual no se refiere solamente a la ausencia de enfermedad, de disfunción o de incapacidad”. Por ello, para disfrutar de esa salud es preciso, según la OMS, que “los derechos sexuales de todas las personas sean respetados, protegidos y ejercidos a plenitud. La sexualidad es un aspecto central del ser humano a través de su vida que incluye sexo, identidades y roles de género, orientación o preferencia sexual, erotismo, placer, intimidad y reproducción”.

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Siendo la religión cristiana una “religión de encarnación”, es decir, una religión que tiene mucho que ver con el cuerpo, el desayuno de hoy nos pone de lleno ese cuerpo en la mesa, un cuerpo doliente al estar bajo el látigo egipcio, un cuerpo ágil y hermoso que se exhibe poderoso en las artes marciales y un cuerpo, en fin, que se muestra esplendoroso en una sexualidad que es, al mismo tiempo, fuente de vida y de gozo. No hemos de olvidar que Jesús, si bien es obvio que realizó curaciones que hoy podríamos llamar psicológicas o espirituales, sobre todo las rubricadas por el consejo o la orden de “vete y no peques más”, es indiscutible que se preocupó profusamente de las dolencias corporales de sus coetáneos: de su hambre, de las pústulas de sus enfermedades y hasta de liberar sus cuerpos no solo de las garras espantosas de los demonios que los utilizaban como morada, sino también de las de la muerte.

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Cierto que, frente a nosotros, hoy tenemos afortunadamente una Iglesia compasiva y misericordiosa, que no solo se moja en el peligroso terreno del coronavirus, sino también se adentra en todos los recintos en que impera el hambre y el dolor para ponerles remedio en la medida del o posible. Si bien no es seguro que siga los caminos del Señor cuando construye catedrales y celebra sobrecargados ritos multitudinarios, sí que lo hace cuando, muchas veces sin saber la mano derecha lo que hace la izquierda, sacia hambres, cura enfermos, consuela a los tristes y acoge a los peregrinos. Para hacerse creíble a los hombres de nuestro tiempo, es decir, para ser para ellos realmente portadora de gracia, la Iglesia solo debe convencerlos de que todo cuanto es y hace es una bendición divina para el género humano.

Correo electrónico: ramonhernanezmartin@gmail.com

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