Desayuna conmigo (lunes. 13.4.20) Lunes de aguas

Una mirada limpia

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Comenzamos la semana de Pascua, una semana de luz y alegría, que se alimenta de la presencia del Señor y se goza en ella. Los discípulos de Jesús, aplanados y dispersados como rebaño sin pastor, irán poco a poco convenciéndose de su presencia, algunos tras exigir pruebas contundentes de su presencia.  Alguno, como Tomás, exigirá pruebas físicas y otros, como los discípulos de Emaús, se contentarán con símbolos tan determinantes como partir el pan. Nuestro problema es qué tipo de pruebas necesitamos hoy para palpar y saborear esa misma presencia.

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El día me arrastra a otro escenario muy diferente, aunque también dominado por la alegría. Haber nacido en Mogarraz, precioso pueblo de la Sierra de Francia, al que ya me he referido en más de una ocasión, poniendo de relieve sus peculiaridades arquitectónicas, turísticas y sociales, y el haber estudiado teología durante cinco años en Salamanca me liga poderosamente a esa tierra con un lazo que aprieta especialmente en un día como este, el “lunes de aguas”, en el que revive una vieja tradición salmantina que adquiría tintes profanos de una auténtica resurrección carnal, pues no en vano la vida social de la ciudad, particularmente la de sus numerosos estudiantes jóvenes,  se convertía en pura algarabía.

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Cuando niño, esta tarde los hermanos y los amigos salíamos a comer el hornazo a las “parvas” (nombre que allí se da a la era donde se trillaba la poca cebada que entonces se cosechaba). Los hornazos se hacían en los hornos de leña que había en cada casa como si de un pan más se tratara. Se enriquecía la masa, se la coloreaba de amarillo con azafrán y se llenaba su interior de chorizo, jamón, lomo y huevos. Impregnado al cocerse con las grasas de los embutidos, sabía muy bien y, para nosotros, era una merienda opípara, pues comer cosas así en aquellos primeros años de la posguerra, los años del hambre en España, era todo un lujo. Hasta nos permitían llevar algo de vino y algunos regresábamos a casa algo piripis.  Era como un “picnic” que celebrábamos sobre las losas de las “parvas”, sentados en sus bordes.

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Tengo contadas hasta 14 parvas en Mogarraz, hoy desaparecidas muchas de ellas y otras ocultas bajo la maleza envolvente. Pero todavía puede verse una, tal cual, conservada para el turismo, pegada a la plazoleta del final del impresionante calvario de piedra que allí tiene siete cruces, las de las cinco últimas estaciones del viacrucis y las de los dos ladrones. El viacrucis arrancaba con una majestuosa cruz que hay delante del humilladero, a la entrada misma del pueblo, estampa que he reproducido en una foto más arriba, y terminaba en la plazoleta aludida, reproducida aquí mismo, al lado, en la que la parva, que no se ve, está justo a la derecha de la primera cruz, lindando con el camino cuya entrada se ve claramente detrás de esa misma cruz. 

PADRE PUTAS

En Salamanca se celebra el “lunes de aguas”, fiesta muy especial, simpática y alegre. Su celebración se remonta a tiempos de Felipe II. Las Cuaresmas de entonces eran rigurosas, severas, pues había que someter el cuerpo y los apetitos carnales en cintura. Sin dinero para la bula, había que ayunar de lo lindo. ¡Pobre estomago! Cesaba todo lo lúdico y divertido y, en cuanto al sexo comercial, no digamos: a las meretrices de Salamanca se las desterraba al otro lado del río Tormes, condenadas a un ayuno riguroso de lo suyo durante todo el periplo cuaresmal. Al encargado de cuidarlas durante su casta ausencia se le llamaba el “padre putas” y él era el que, abriendo el cortejo, este día de "lunes de aguas" atravesaba en barca el río Tormes para regresar a la ciudad. Los jóvenes las esperaban a la orilla del río, provistos de comida, bebida y música para festejar su retorno.

La vida de Salamanca volvía a la normalidad. Es un mundo que, en lo referido a la llamada “vida alegre”, sigue igual de descolocado en la sociedad de nuestros días. Hoy ya no hace falta limpiar los barrios bajos, pues la prostitución se camufla fácilmente ejerciéndola también en grandes palacios y hoteles de lujo. De todas formas, se trata de un submundo que quienes tienen poder para hacerlo no lo normalizan ni dignifican porque les produce grandes beneficios. ¡Dinero sucio, decimos, como el de la droga! La lacra está en que esclaviza a muchas mujeres y agrede la salud física y mental de muchos hombres.

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El sexo es un increíble potencial vital en doble dirección: la de transmitir la vida y la de “alimentarla”. Procreación y sostén. Es la segunda función la que hace posible la primera. Que una persona prescinda de ella solo puede obedecer a una de estas dos razones: a una disfunción orgánica, pues el sexto lo llevamos muy anclado a la carne, o a dejar el campo expedito para dedicarse enteramente a una causa valorada como superior. La primera es una gran desgracia para quien la padece; la segunda ennoblece la vida de quienes, por voto o promesa, se consagran al servicio de sus semejantes en un instituto religioso o en una obra social de voluntariado.

Dejemos constancia, de paso, de dos cosas. La primera se refiere a que en nuestra Iglesia católica hay un enorme déficit de sexo, pero no de práctica (en nuestro tiempo nos hemos llevado mucho fiasco a ese respecto) sino de comprensión. La moral católica todavía no ha entendido y menos regulado que el sexo tiene, además de la función de transmitir la vida, la de alimentarla y sostenerla e incluso que esta es motor de aquella. ¿Cuándo será capaz de ver, además, que la sexualidad no es solo función de los órganos llamados sexuales sino de todo el cuerpo? Por ello, algún día tendrá que pedir perdón por el enorme daño que en este campo ha hecho a muchos seres humanos.

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La segunda, a que la sexualidad es tan exquisita y sublime por lo que implica de unión espiritual y física entre marido y mujer que los grandes místicos, empezando por el del Cantar de los Cantares, la han utilizado como símbolo de la unión del alma con Dios: "¡Oh, si él me besara con besos de su boca! Porque mejores son tus amores que el vino" (Cantar de los Cantares, 1:2). De hecho, en el lenguaje común, las “consagradas” no tienen empacho alguno en considerarse y sentirse realmente “esposas de Jesús”, apreciación y sentimientos que se concretan en la más pulcra relación espiritual de fraternidad que funde los seres humanos con su Creador y Salvador. 

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Además, el desayuno de hoy nos sorprende, ¡qué casualidad!, poniéndonos encima de la mesa la celebración del día internacional del beso. Fijémonos, aunque nada más sea, en que el beso, tan prohibido durante el fatídico reinado del coronavirus, es expresión de muchos sentimientos muy diferentes: el beso de un saludo cortés, el que reafirma la amistad, el que expresa el vigoroso amor paternal o filial, el pasional de los enamorados primaverales, el que se convierte en pura ternura de los enamorados otoñales, el devocional y místico que se deposita en una imagen, en un manto sagrado o en la reliquia de un santo, o, rematando la faena, el beso letal o dulce de la muerte.

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Terminemos este hermoso lunes paseándonos por toda España y degustemos delicias propias del día, tales como la “mona de Pascua”, tan popular nada menos que en cinco autonomías, el “rosco” gallego y la “pegarata” asturiana.

Feliz Pascua para todos los lectores, con el deseo de que el amor, el humano y el divino, llene nuestras vidas.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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